

“Entonces Jesús llamó junto a sí a los Doce,
comenzó a enviarlos de dos en dos
y les dio potestad sobre los malos espíritus.
Les mandó que nada tomaran para el camino,
sino sólo un bastón;
ni pan, ni mochila, ni monedas en la faja;
sino que se calzaran sandalias
y que no vistieran dos túnicas.
Les decía: ‘En cualquier lugar que entren en una casa
permanezcan allí hasta que salgan de ese lugar.
Y si algún lugar no los recibe y no los escuchan,
saliendo de allí, sacudan el polvo de debajo de sus pies
en testimonio contra ellos’.
Y saliendo, predicaron de manera que la gente se convirtiera;
expulsaban a muchos demonios
y ungían con óleo a muchos enfermos,
y los curaban” (Mc 6, 7-13).
Contemplación
En lo que se refiere a personas, Jesús suma: envía a sus discípulos de dos en dos; en lo que es cuestión de cosas, Jesús se muestra sobrio: solo un bastón, ninguna mochila, una sola túnica… El Reino crece incluyendo personas y compartiendo no solo los bienes, sino también las cruces.
Los dos criterios están íntimamente conectados: si se multiplican las personas hay que dividir los bienes y ayudarse a cargar las cruces. La contraprueba la da la lógica del dinero: si uno quiere amontonar bienes o gozar exageradamente de ellos, tiene necesariamente que excluir personas.
Cuando uno establece esta correlación de manera cruda, no faltará quien te haga sentir que sos ingenuo, que no sabés nada de economía… Me refiero a formulaciones fuertes y claras como la de San Ambrosio, por poner un ejemplo acerca de cómo pensaban los Padres de la Iglesia: «No es parte de tusbienes lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece».
Pero entendámonos bien. No se trata de que tengamos que pasar necesidad ni de nivelar para abajo, ni de tener una postura “pobrista”, contraria al crecimiento. Estos son slogans burlones que usan personas poco serias. La propuesta cristiana es muy concreta y precisa: se trata de “madurar en una feliz sobriedad” (LS 225), para que a ningún ser humano le falte lo que “le pertenece”.
El Papa nos propone a todos una “conversión ecológica que nos lleva a tener una nueva mirada sobre la vida, una mirada que considera la generosidad del Creador que nos dio la tierra y que nos recuerda la alegre sobriedad de compartir. Esta conversión debe entenderse de manera integral, como una transformación de las relaciones que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación en su variedad tan rica, con el Creador que es el origen de toda vida”.
La transformación de las relaciones, como decíamos, pone a las personas en el lugar más alto de la escala de valores. Notemos, eso sí que compartir los bienes es solo una cara de este poner a la persona por encima de las cosas; la otra cara es compartir también las cruces (los problemas y la responsabilidad personal).
En este año ignaciano, la imagen de Jesús compartiendo la cruz con Ignacio, codo a codo, con una misma mirada, paso tras paso, es original y muy sugestiva: con su belleza nos invita a una contemplación sin apuros, que le vaya tomando el gusto a esta gracia propia del carisma ignaciano tal como se nos regala en los Ejercicios: la gracia de ser compañeros de Jesús.
Este ir “de a dos” con nuestro Señor es, creo yo, la gracia más grande que puede dar Dios a su creatura. Pero lleva tiempo desprenderse de los estereotipos. Una imagen estereotipada, por ejemplo, es la que se limita a resaltar el aspecto “ascético” de la cruz: “lo que vale, cuesta”. Si querés seguir a Jesús “tenés” que cargar tu cruz. Son expresiones que contienen una verdad, pero pueden ocultar otra más honda, de índole existencial. La cruz es un misterio tan grande que Dios mismo no lo resolvió “técnicamente”, como quien resuelve un problema, sino que vino a hacerse cargo y abrazó la cruz de todas sus creaturas con infinito amor. Pero no con un amor heroico, del que se hace cargo de todo él solo, sino con un amor que también sabe pedir ayuda a sus amigos. Así, el compartir la cruz es más que el mero cargarla. Aquí hay un sello característico de nuestras ayudas cristianas, tanto personales, como puede ser un acompañamiento espiritual, como sociales. Ayudamos pidiendo ayuda al otro, compartimos la cruz, cada uno según puede hacerse cargo.
En la base está este ir “de a dos” con Jesús, el dejarse ayudar por Él y el ayudarlo nosotros. ¡Sí! También nosotros podemos ayudar a Jesús. Y esto está más allá de que Él “lo necesite o no”: ciertamente ¡lo desea! Jesús desea nuestra ayuda. Y cuanto más creativa y libre, mejor.
El ir de a dos con Jesús es el que posibilita e incluye a todos los otros “de dos en dos”. La petición de Ignacio al Padre, de que lo pusiera con su Hijo, incluye un doble deseo, el de estar en Compañía de Jesús y el de estar en compañía de todos los hombres, nuestros hermanos. Dejándonos acompañar por Jesús podemos abrirnos a los demás, podemos aceptar a todos en su diversidad.
Por eso remarcamos que el Reino consiste en primer lugar en personas (más que en estructuras): personas con las que compartimos la amistad con Jesús y con las que salimos a predicar, a ungir, a sanar. Personas excluidas a las que salimos a buscar para crear junto con ellas espacios donde nadie esté excluido.
En esta dinámica del compartirlo todo con Jesús – Él, de lo que tiene y puede y nosotros, de lo que tenemos y podemos, como dice San Ignacio -, hay un detalle especial: Jesús nos comparte también su “autoridad o poder” sobre el mal espíritu. Nos comparte su “discernimiento” para detectar el mal espíritu y para “expulsarlo”. No se trata de un poder en el mero sentido de una habilidad o conocimiento, sino que el Señor nos comparte su Espíritu Santo, que es el que “expulsa al mal espíritu” y lo hace no por decreto sino por “llenura”. Llenándonos de gracia el Espíritu le quita al malo la covacha donde anidar.
El Espíritu Santo sanea las fuentes de la contaminación con que se alimenta el mal espíritu: la enfermedad y el pecado. Sanando y perdonando el Espíritu hace que el hombre quede liberado del poder del maligno y bajo el influjo bienhechor de su gracia santificante. Grün dice: “expulsar a los demonios significa librar a los demás de los modelos de vida enfermizos, de las imágenes enfermizas de Dios”.
Podemos releer el discurso de la misión desde esta clave del Buen Espíritu y ver los criterios con que Jesús ejerce su autoridad para con el mal espíritu y nos la comparte, haciéndonos especialistas en discernir lo que es de buen espíritu y lo que no, cada uno en su ámbito de vida y misión.
La autoridad que da andar en compañía de Jesús
“Llama junto a sí a los que El quiere”. El primer criterio del Espíritu Santo es el de la cercanía con el SeñorJesús. El Señor nos llama a vivir en su compañía y el buen espíritu fomenta y consolida todo lo que es cercanía y amistosa familiaridad con el Señor. Este llamado es algo inaudito, propio de Jesús, un acto soberano de su libertad y de su amor de predilección que llama porque quiere a que estemos “junto a Él”. Le quita así el Señor autoridad al príncipe de este mundo cuya principal acción es hacernos sentir lejos del amor de Dios, “tibios, tristes y perezosos — dice Ignacio —, y como separados y alejados del amor del Señor”.
“A dónde iré lejos de ti, a dónde huiré de tu presencia” (Salmo 139).
“Quién nos separará del amor de Cristo” (Rm 8, 35)
“Qué nada ni nadie me aparte de tu amor” (Oración secreta antes de la comunión).
“No permitas que me aparte de ti” (Alma de Cristo).
La autoridad que da participar de la comunidad grande y cultivar una amistad personal con Jesús
“Llamó a los Doce, nos dice Marcos, y los fue enviando de a dos en dos”. El segundo criterio del Buen Espíritu es el de la Comunidad grande y el de los amigos en el Señor. Los Doce son el símbolo de la Comunidad: del pueblo de Dios, de Israel, con sus doce tribus, y de la Iglesia. En esta comunidad grande el Señor forma pequeñas sociedades, parejas de apóstoles a los que envía de dos en dos. Con esta autoridad de la amistad y de la comunidad, el Señor hace frente al mal espíritu de la división, esa que se da por fragmentación, individualismo, competencia y celos, actitudes que destruyen el trabajo en equipo y la colaboración armonizada por el Espíritu de sus distintos dones y carismas.
La autoridad que da peregrinar y predicar en pobreza espiritual
El tercer criterio del Buen Espíritu es la pobreza en la que el Señor los manda a peregrinar. Les hace llevar lo que sirve para caminar mejor: el bastón y las sandalias, y dejar las cosas que pesan o llevan a instalarse. La pobreza tiene autoridad y poder sobre el mal espíritu que arraiga allí donde hay riquezas y posesiones propias: de cosas que dan poder y crean espacios de poder.
La autoridad que da trabajar para estar en paz y pacificar a los demás en la medida en que depende de nosotros
La paz es el cuarto criterio que da Jesús para vencer al mal espíritu. Marcos lo expresa con un “seguir adelante”, un “seguir haciendo y predicando”, sin enroscarse en discusiones ni instalarse en el resentimientopor los rechazos. Es una linda paz, porque es una paz “hacia delante”, que pone en manos de Dios los conflictos y sigue caminando, no vuelve una y otra vez al punto en que se armó el problema. No se lleva ni el polvo del suelo del conflicto. Va adelante. Con la autoridad que da esta paz el Señor expulsa el mal espíritu que arraiga rabiosamente en esas frases que nos motivan: “lo que me hicieron”, “lo que me dijeron”, el “si me miraron – o no me miraron”.
Martini tiene una frase hermosa acerca de este Sermón de la misión: “el Sermón de Jesús quiere mostrarsolamente el esplendor de una actitud”. ¿De qué actitud? La de las bienaventuranzas. Por eso decimos quela autoridad y el poder que da Jesús sobre el mal espíritu va por este lado de la majestad y del señorío que tiene el que se mantiene cerca de Jesús, en comunidad y amistad, en pobreza y en paz. Estas actitudes “resplandecen”, dan autoridad moral sobre el mal espíritu, al que sabemos que no le gusta que lo descubran y que lo expulsen, ni de un corazón, ni de una estructura, ni de una región, ni de una cultura, ni de un tiempo. Le gusta andar “encarnado” (aunque no le salga, porque no quiere pagar los costos): y para ello obra en secreto (Ignacio dice “como un seductor o vano enamorado”), domina por atrás (busca entrar por las partes débiles del castillo) y muestra los dientes si uno le tiene miedo.
Le pedimos humildemente a Jesús que resplandezca su autoridad sobre nosotros y nos la comparta para que ningún mal espíritu tenga poder sobre nuestras vidas ni sobre la vida de los que Él nos ha confiado.
Diego Fares s.j.