“Silencio, personas trabajando” (Pascua 5 B 2021)

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que trabaja la viña.

Todo sarmiento que en mí no porta fruto, lo corta, y a todo el que da fruto, lo limpia, para que porte frutos más copiosos.

Ustedes ya están limpios gracias a la Palabra que les he anunciado.

Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.

Lo mismo que el sarmiento no puede cargar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí.

Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. 

El que permanece en mí y yo en él, ése porta mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada. 

Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca;

luego los recogen, los echan al fuego y arden.

Si permanecen en mí, y mis Palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán (Jn 15, 1-8).

Contemplación

Con la metáfora de la Vid, Jesús nos pone a todos consigo en las manos del Padre trabajador. El Señor nos abraza, usando esa imagen de comunión tan estrecha y fecunda como es la unión de los sarmientos a la vid. Y así, estrechamente unido con nosotros, nos pone en las manos del Padre Viñador. 

Nuestro Padre es el Creador del universo. Nadie lo ha visto y en su “ser siempre más grande que todo lo que podamos pensar” se escapa a lo que logran aferrar nuestros conceptos. Pero eso no significa que no podamos entrar en contacto con Él. Las metáforas que usa Jesús son especiales para “sentir y gustar” la acción de nuestro Creador. El Señor nos revela algo clave: Dios no es un Creador distante, sino un Creador que crea trabajando con sus manos, como hace el que cultiva su viña: elige las cepas, las planta, las riega, las poda y cosecha los racimos. 

Nuestro Dios, nos revela Jesús, es el Dueño de la viña, es verdad, pero no de esos dueños que poseen sus propiedades en los papeles y compran y venden por internet, sino que es un Dueño que sale a contratar cosechadores a toda hora; uno que paga bien a sus colaboradores y que sabe también arrendar su viña y confiarla en manos de otros (aunque algunos le fallen). 

Ignacio, en la contemplación para alcanzar amor, hace una reflexión original acerca de Dios. Nos invita a “Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra, es decir: se comporta como uno que trabaja (habet se ad modum laborantis)”. Dios trabaja en todas las creaturas – en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados, etc.,- dando ser, conservando, vegetando y sensando, etc.” (EE 236). Labora, dice, usando la expresión latina para designar a un “Dios laburante”.

Esta imagen de Dios se apoya en las palabras de Jesús: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo» (Jn 5,17). Es una imagen que viene del AT, donde Isaías alaba a Dios diciendo: «Todas nuestras obras nos las realizas tú» (Is 26,12); y el salmista canta: «Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo las obras de tus manos» (Sal 92,5).

En el día del trabajador la imagen de San José, patrono del trabajo, nos ayuda a mirar bajo una luz particular a nuestro Padre trabajador. Consideramos, como dice Ignacio, que Dios “se comporta” como uno que trabaja. ¿Y cómo se comporta el que trabaja? La característica, diría yo, es el silencio. Se trabaja en silencio. Un silencio atento a lo que se está realizando. Un silencio que hace las señas o dice al otro las palabras necesarias para actuar coordinadamente.

De esta manera, el silencio de San José se nos revela bajo un nuevo aspecto. No es simplemente el silencio de un hombre de “carácter callado”, sino el silencio de un padre de familia que siempre está trabajando. 

Este “siempre” no nos habla de ese tipo de gente que es adicta al trabajo (a un tipo de trabajo). El trabajo de san José no se reduce al que le requiere su oficio de carpintero, sino que es el trabajo propio de un padre de familia, atento a todo. Es el silencio de uno que no se distrae en charlas vanas porque está atento a lo que necesitan su esposa y su hijo, a lo que hace falta hacer en la casa y también a los peligros que pueden sobrevenir de afuera. 

El silencio de un padre que trabaja es el silencio del que está a cargo, atento a todo, con sus cinco sentidos puestos en los demás, para servirlos en el momento oportuno.

Con ese silencio laborioso, San José es la imagen más fuerte que tenemos de un Dios que, también en silencio, trabaja siempre porque es Padre. ¡Están en silencio porque están trabajando! Y trabajando para nosotros, sus hijos, sus creaturas. Esto como una línea de reflexión para los que hablan (lamentándose) del “silencio de Dios”. Con su silencio san José nos introduce en el Silencio de Dios, que consiste en “hablar con obras más que con palabras”. Esto es lo propio del amor y, por eso mismo, es lo propio del Padre Amoroso. 

No hay nada más lindo para un hijo que contemplar el silencio amoroso de sus padres cuando trabajan en casa para la familia, para él. El silencio cantarín de la mamá, cuando cocina limpia y ordena. El silencio del papá, arreglando alguna cosa o haciendo el asado. El silencio de los padres que dejan hacer y jugar y que intervienen solo si algo se desordena, dejando que la vida fluya en la familia, con libertad…

Estar atentos a este silencio laborioso del Padre, sintiendo sus manos buenas, que podan y cosechan, que anudan bien nuestra relación con Jesús, es la primera gracia de una oración atenta a colaborar con el Creador. Hacer la voluntad del Padre no es “seguir las indicaciones de uno que dirige de lejos”, sino que, mirando con atención y en silencio al que “ya está trabajando desde siempre”, buscamos diligentemente encontrar nuestro lugar, allí donde podemos colaborar con Él sin disturbar su tarea ni ponerle impedimentos. 

El silencio de la oración cristiana no es el silencio del que hace “ohm” y se abstrae del mundo, sino que es como el silencio del que entra en un lugar donde lo primero que se ve es un cartel que dice: “Silencio, personas trabajando”. Uno mira a la gente concentrada en su trabajo y naturalmente dirige su atención a la tarea que están realizando.  El mejor modo de colaborar con el que trabaja en silencio es entrar en sintonía con él, haciendo silencio uno para ver dónde y en qué están concentrados los ojos y las manos del otro, de modo tal que la ayuda que le demos sea eficaz. 

Así debe hacer nuestra oración: escrutar en silencio hasta encontrar el punto en el que Dios está trabajando en cada cosa por nosotros, para darnos cuenta de lo que está haciendo: si está eligiendo, si está sembrando, si está podando o cosechando… 

San José, como hombre de trabajo que era, se sumó y se ajustó tan calladamente y con tanta precisión al trabajo del Padre que este pudo continuar a través suyo en Nazaret lo que desde toda la eternidad hace con su Hijo amado. El Padre que está desde la Eternidad engendrando a su Hijo y enseñándole todas sus cosas pudo continuar sin sobresaltos ni traumas su tarea en la tierra, haciendo crecer en sabiduría estatura y gracia a Jesús bajo la mirada paternal y siempre atenta de san José. 

Le pedimos a nuestro patrono la gracia de saber contemplar y gustar, en su silencio laborioso, el silencio de nuestro Padre que trabaja siempre para unirnos a Jesús su Hijo amado y hacernos crecer a todos como hermanos en su amor.

Diego Fares sj

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