
Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El que es asalariado, en cambio, y no pastor, como no son suyas las ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona y se escapa -y el lobo a zarpazos las dispersa- porque es mercenario y no está involucrado con las ovejas.
Yo soy el Pastor hermoso; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que pastorear y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para tomarla de nuevo; esa es el mandamiento que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 11-18).
Contemplación
Me resuenan algunas palabras: zarpazos, pastorear, ovejas de otro redil y rebaño. Les doy vueltas en la boca como “carozos de aceituna” (el último libro traducido al español de Erri de Luca, que usa esta metáfora para hablar de “sentir y gustar” la Palabra antes de escupirla/sembrarla en tierra buena para que de fruto).
Ovejas de otro redil
“También tengo otras ovejas,
que no son de este redil;
también a ésas las tengo que pastorear
y escucharán mi voz;
y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.
Esta afirmación del Señor siempre me da consuelo. Me hace sentir que la humanidad entera es suya y que Él en persona pastorea a la gente y hace escuchar su voz en el interior de cada corazón (el Espíritu está orando en todos, con gemidos inefables muchas veces). Haciendo nuestra en la fe la mirada de largo alcance de Jesús podemos vislumbrar ese “único rebaño” que llegará a haber bajo un solo Pastor. Mientras tanto, somos “rediles”. No somos aún el único rebaño. Hay otros rediles y nosotros somos un redil.
Si en algo somos privilegiados es en esta conciencia de que los otros rediles también son de Jesús. Esto es lo que predica el Papa cuando habla de “Fratelli tutti”. No hay nada más “cristológico” que esta visión que reconoce a los “otros rediles” y se pone en camino siguiendo la voz del buen pastor, de modo que Él nos vaya pastoreando, apacentando y reuniendo a todos en ese único rebaño. Este es “el dogma”. A algunos les parece un cristianismo diluido, porque no pone al acento en definir verdades y dar leyes. Sin embargo, cultivar en la oración de cada mañana esta pertenencia de todos – cada uno ahora, como es – al único Rebaño por el que Jesús da la vida y es amado del Padre, es la Fuente viva “de todos los dogmas” que hay que ir aprendiendo a creer y “de todas las leyes” que tenemos que ir aprendiendo a practicar.
Nuestra misión – desde este humilde redil, que es nuestra querida Iglesia católica- es entrar en diálogo con todos los rediles -los de todas las iglesias cristianas, los de otras religiones y no religiones- , entrar en diálogo y comunión de vida, haciéndonos “todo a todos”, servidores de todos, para que, cuando madure la ocasión, cuando alguno sienta esa voz del Señor en su corazón, le podamos acercarle – ahí sí – el Nombre de Jesús, proponiendo, por ejemplo, un pasaje del Evangelio que aclare de Quién es esa voz, como hizo Felipe al catequizar al ministro eunuco de la reina Candaces.
Esta tarea requiere esa larga preparación que hoy llamamos inculturación: despojados de casi todo lo nuestro (especialmente de los anteojos de nuestros esquemas mentales, de las sandalias que siguen los pasos de nuestras costumbres y de los bastones de nuestras leyes), nos metemos poco a poco en la cultura del otro, en la manera de pensar y sentir del otro distinto, en las situaciones que vive la gente que tiene otra, estando a mano para poder pronunciar el Nombre de Jesús en el momento justo. Esto es todo lo contrario de una prédica ya completa con todas las verdades que hay que creer y todas las leyes que hay que cumplir para ser parte de un rebaño concebido como si fuera un club exclusivo.
El rebaño único es una realidad en esperanza, es decir futura y presente ya en estas prácticas benditas del Señor que tratan a todos como iguales en dignidad. Sostenidos por esa esperanza (hermanita menor de la fe y la caridad, que las lleva de la mano), nos movemos en el aquí y ahora de estar entre “otras ovejas” de “otros rediles” que el Señor dice que también le pertenecen. Anunciar el evangelio, entonces, significa ir como servidores en pie de igualdad ovejuna, esa igualdad tan común y propia de estos animales que hace ridículo pensarlas como ejemplo de protagonismos o bellezas individualmente espectaculares.
Zarpazos vs pastoreo
Jesús define su misión en términos de pastoreo. El pastor, como dice tan bien Francisco, suele ir delante de su rebañito, pero, a veces, se mete en medio, y otras veces -cuando ya por sí solas ellas ventean el agua fresca-, camina detrás.
Su tarea va por el lado de conocer a sus ovejas y de hacerse reconocer por ellas. Y esto, no a los zarpazos y bastonazos, sino por su voz y por su olor.
Es lo diametralmente opuesto al modo de actuar del Lobo, que dispersa pegando zarpazos; y del mercenario, que se borra ya que no se siente involucrado con las ovejas de su patrón.
El pegar zarpazos, es propio del Demonio. Hay zarpazos que causan heridas mortales de un solo desgarrón. Y no hablo solo de los zarpazos físicos, sino también de los zarpazos espirituales. Hay verdades que son muy verdades pero que se formulan como un zarpazo causando heridas mortales en muchas mentes sencillas y escándalo que dispersa al rebaño.
Hay también actitudes que esconden durante mucho tiempo un zarpazo, un zarpazo que se sueña con dar y que, aunque no se dé del todo, envenena la vida y contamina un ambiente familiar, laboral o político. No vivimos acaso en un clima de país hecho de zarpazos?
Es todo lo contrario del cultivo interior y paciente de la misericordia y de la bondad, que se desgranan a veces a cuentagotas, pero que son bálsamo para la vida familiar y hacen respirable el ambiente social.
Pedimos a nuestro Buen Pastor -Jesús, el Pastor hermoso- que nos enseñe a discernir quién nos pastorea y quién nos pega zarpazos, quién nos conoce y quién se borra, y de cultivar en nuestro interior la esperanza del único rebaño, haciéndola real en gestos concretos -interiores y externos-: esos pequeños gestos con los que nos igualamos -hermanándonos- con los demás.
Diego Fares sj