
Jesús dijo a Nicodemo:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Juan 3, 14-21).
Contemplar
Siempre me impresiona pensar que Jesús tenía 30-33 años y que yo ya lo doblo en edad. Nicodemo me hace pensar en esta cuestión generacional. Me lo imagino como un fariseo experimentado, que ha pasado los 50 y que va a encontrarse con un rabí de 30.
Nicodemo era respetado dentro del grupo de los fariseos, lo cual significaba en aquel entonces un respeto a triple nivel: a nivel de escuela de pensamiento, a nivel de práctica religiosa y también a nivel político. En la actualidad, estos ámbitos suelen estar separados, pero en aquel entonces estaban unidos. Los fariseos influían en la vida de Israel, tanto por sus posiciones políticas, distintas de la posición de los saduceos que trenzaban con el imperio, y distintas también de la de los zelotes, que combatían violentamente. Además, influían en la vida cotidiana de la gente con sus interpretaciones autorizadas acerca de la ley y con normas y leyes concretas.
En el hecho de que haya ido a ver a Jesús se nota que Nicodemo es un hombre abierto, con pensamiento propio, que juzga por sí mismo los signos que ve realizar al joven rabí. Su planteo me da la impresión de que es sincero, … pero va para largo (de hecho, se convertirá públicamente recién después de la muerte del Señor). Nicodemo comienza haciéndole ver a Jesús que ha seguido atentamente su irrupción en la vida pública de Israel, que ha reflexionado acerca los signos que Jesús está realizando, y ha discernido que viene de Dios como maestro, que Dios está con él y por tanto que tiene algo que enseñar a su pueblo,
Jesús lo pesca al vuelo y lo apura: le sale con que, para acercarse a Él y entrar en el Reino que Él predica, hay que nacer de lo alto, del Espíritu.
Nicodemo patalea haciendo notar que las cosas requieren tiempo y que no se puede cambiar de mentalidad así nomás. Usa la imagen de volver a entrar en el seno de su madre y nacer por segunda vez, para luego rehacer todo el camino de su vida de nuevo. Pero Jesús insiste en la dimensión de lo alto, en el nacimiento nuevo que da el Espíritu y que no sigue los procesos de la carne. Se trata de un nacimiento que pone en marcha nuevos procesos, que uno no sabe a donde llevan ni cuanto durarán. Jesús usa la imagen del viento, que sopla donde quiere: uno escucha su sonido, pero no sabe de dónde viene ni a donde va. Lo que propone el Maestro es un seguimiento de su persona en completa disponibilidad y apertura total a “lo Alto”.
Nicodemo retruca con pragmatismo: cómo puede ser posible un seguimiento así, a ciegas, sin proyecto…
Y Jesús redobla la apuesta. No le explica nada, sino que lo remite a su propia experiencia: ¿tu eres maestro en Israel y no sabes esto?
El Señor, como vemos, se sitúa a nivel existencial, no de discusiones de palabras. Si uno es maestro de vida sabe que la vida enseña si uno se juega entero cuando se dan los desafíos verdaderos. Lo hemos experimentado en esta pandemia, cuando se cayeron todos los libretos y los que estaban en primera fila se tuvieron que jugar sin saber nada, aprendiendo sobre la marcha y exponiendo su vida.
Luego de este estacazo final con el que el Jesús desarma a Nicodemo, quitándole esa seguridad comparativa que todo maestro experimentado tiene midiéndose con los demás, una vez que lo deja como un niño de escuela que tiene que aprender todo de nuevo, el Maestro, ahora sí, le da los argumentos teológicos que Nicodemo había venido a buscar. Primero le dice que Él es el único que ha venido de lo Alto; luego le recuerda la Escritura, el pasaje en que Moisés usó como remedio para su pueblo la misma serpiente que los mordía, levantándola en alto; y por fin le revela la doctrina de fondo por la que Él viene a dar la vida en testimonio: que el Padre ama tanto al mundo que nos ha dado a su Hijo amado, y que este Hijo viene para salvar, no para condenar.
Jesús centra todo en su persona: el que cree en Él se salva, el que viene a Él y se deja iluminar, se salva. La cualidad de las personas se define por cómo nos acercamos a Jesús, y el ejemplo que pone es el del que practica la verdad y por tanto se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas en Dios.
He contado de nuevo el relato evangélico tratando de hacerlo a mi manera, buscando puntos de contacto con Nicodemo, para poder recibir mejor la Palabra del Señor. Cada uno tiene que hacer este trabajo y reeditar este encuentro y diálogo de Jesús partiendo de las “Nicodemadas” que cada uno tiene y profesa. Es decir, discerniendo en Nicodemo algo con lo que uno se identifica y, diciéndoselo a Jesús cada uno a su manera, permitir al Señor que lo ilumine.
Dos cosas me vienen con mayor fuerza en mi oración. Una es la de “ir a encontrarme con Jesús como hizo Nicodemo”. El fue de noche, con sus miedos y sus discursos, pero fue. Se animó a charlar personalmente con el Rabí, mientras que sus pares lo miraban de lejos y lo estudiaban sin confrontarse con él.
Madeleine Delbrêl cuandocuenta su conversión, dice algo que podemos identificar con la postura de Nicodemo. Ella a los 17 años se había declarado atea. Pero, en cierto momento, viendo cómo vivían otros jóvenes como ella que sí creían, hace una reflexión similar a la de Nicodemo: concluye que “no es rigurosamente imposible que Dios exista” y, por tanto, ella, si quiere tener de Él alguna respuesta, tiene que tratarlo como una persona viva. Y esto significa “rezar”.
Rezar es tratar de amistad con quien sabemos que nos ama, como dice Teresa. Es un razonamiento muy iluminador. Con la razón, no va más allá de lo que esta puede dar. Pero, así como no puede “probar” que Dios existe, tampoco es racional pretender probar que no existe. El salto que da luego es como el de Nicodemo. Si puede ser que exista Alguien así como un Dios (Alguien que es mi Padre y mi Salvador) no puedo acercarme como un estudioso que pone a ese Dios bajo el microscopio de su razón y lo va probando, sino que tengo que tratarlo yo como hijo. Esto es nacer de nuevo, nacer de lo alto, nacer “eligiendo” ser libremente el hijo que soy naturalmente.
El otro punto que me toca en el evangelio de hoy tiene que ver con el reclamo que hace Jesús. Es un reclamo de amor. ¡Se trasluce en ese “tanto” amó Dios al mundo! Digo que el tono es el de un reclamo amoroso y no el de alguien que quiere probar algo objetivamente. Esto es propio de un verdadero padre y amigo, de alguien que nos quiere y no nos dice simplemente que nos quiere, sino que nos dice que nos quiere tantísimo, como diciendo que no podemos no darnos cuenta de un amor así. Y a esta Luz poderosa del “tanto amor” del Padre se suma la otra Luz, la de que el Hijo vino para salvar y no para condenar a nadie. Salvar sí o sí, cueste lo que cueste (y le costó la vida) es la prueba de tanto amor. Con menos que eso, no sería tanto. Quizás un amor justo, pero no “tanto amor”.
La fe, entonces, no tiene mucho que ver con un creer en la idea de un Dios que debe existir de alguna manera misteriosa, sino que la fe es fe en tanto amor, fe en un Jesús que hace todo por salvar a todos. Eso es “lo Alto”. La altura del tanto, de lo exagerado, de lo sin condiciones del Amor del Padre y la altura del cueste lo que cueste de la salvación que se propone Jesús y que lo lleva a ser alzado en lo alto de una cruz. Hay que nacer de lo alto, dice Jesús. La fe no es creer al menos un mínimo, sino que creer es solamente creer lo máximo. Y actuar en consecuencia, es decir: rezar. Hablarle a ese Dios como un hijo a su padre o un amigo a otro amigo. ¡Hablarle! Tratarlo como una persona, que nos quiere no “lo justo”, sino “¡tanto!”, que viene para salvarnos y que tengamos vida y no para que cumplamos y zafemos.
Siempre recuerdo a ese pobre hombre que me llamaron para que saliera a ver porque estaba sentado en la vereda del Hogar, flaquito y derrumbado, que no respondía a lo que le preguntaban, todo sucio y desaliñado. Los que hacen la fila para entrar a desayunar no están en las mejores condiciones de higiene y vestido y que este les hubiera impresionado tanto habla por sí solo de la condición triste y desesperada en la que se encontraba este pobre ser humano. No me respondía tampoco a mí ni me miraba así que con la ayuda de otros lo alzamos en vilo y lo hicimos entrar en el hogar. Uno de los encargados fue a buscar ropa limpia mientras otro lo ayudó a bañarse. Yo seguí con otras cosas y como a la media hora me llamaron de nuevo para que fuera a verlo al comedor. El hombre estaba sentado tomando su te con leche y facturas. Hablaba con todo el mundo y sonreía. Era obvio que primero no hablaba porque estaba sucio y hambriento. No hablaba, pero se hizo entender como si gritara. Y cuando se sintió tratado con dignidad, empezó a hablar normalmente. Yo no se por qué, pero le apliqué el ejemplo a Dios y ahora me vino de nuevo la escena. Pensé -pienso- si no será que el silencio de Dios que muchos experimentan se debe a que está como este hombre, esperando a que lo tratemos como una persona. Solo que, en el caso de Dios, tratarlo como persona no significa bañarlo a Él, sino bautizarnos nosotros (ayudando a que se pongan en condiciones dignas también nuestros hermanos). Ahí sí que nuestro Dios comienza a hablar con todos y se vuelve luminoso su amor y vemos posible su salvación.
Diego Fares sj