
Los pastores fueron rápidamente
y encontraron a María, a José,
y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados
de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María atesoraba estas cosas
y las ponderaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios
por todo lo que habían visto y oído,
conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño
y se le puso el nombre de Jesús,
nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción (Lucas 2, 16-21).
Contemplación
Qué cosas atesorar en el corazón del año que pasó? Es un trabajo de discernimiento elegir qué quiere el Señor que guardemos y qué se debe desechar.
Un paso del discernimiento consiste en “ponderar” las cosas que nos han acontecido. Ponderar es pesarlas, determinar su “peso” en “medidas” de amor, que podemos concretar usando como medida el Nombre de Jesús. Recordemos la gloria de Dios es el peso de su Amor, de su mismo Ser. Y que las cosas se recapitulan en Jesús: lo que es “más” Jesús permanece, lo que no lo puede asimilar Jesús, es descarte.
Cuánto de Jesús tuvo cada cosa de nuestro año, podemos preguntarnos: cuanta paciencia de Jesús compartimos con Él para soportar los males, cuanta alegría de Jesús nos regaló el Espíritu para evangelizar, cuanta compasión de Jesús nos dio el Padre para tratar a nuestros hermanos.
Dolores Aleixandre, comentando la Contemplación para alcanzar amor de san Ignacio reflexiona acerca de este paso del discernimiento en nuestra Señora que “pondera” las cosas en su corazón:
“Es la actitud que el evangelista Lucas atribuye a María, que «guardaba todas estas cosas meditándolas y ponderándolas en su corazón» (Lc 2,19). Symballousa es un participio griego que expresa la acción de reunir (sym-) lo lanzado (ballo) e insinúa:
una actividad cordial de ida y venida de dentro afuera y de fuera adentro,
una confrontación entre la interioridad y el acontecimiento,
una labor callada de reunir lo disperso, de tejer juntas la Palabra y la vida.
Dice algo sobre el trabajo de la fe que María, la creyente, realiza en su corazón para unificar lo que conocía por la Palabra y la realidad que iba a aconteciendo ante sus ojos”.
Al terminar el año es lindo espejarnos en María y dedicarle un rato a este trabajo cordial de buscar dentro del corazón los sentimientos y afectos más fuertes y confrontarlos con los acontecimientos externos, buscando aquellos recuerdos que son para atesorar y que nos mueven afectivamente a la ofrenda de nosotros mismos y al don, al agradecimiento y al pedido de perdón.
El Papa en su mensaje a la Curia nos da un criterio de discernimiento. Es una de esas reflexiones suyas proféticas que disciernen la realidad como separando de un tajo con una espada afilada lo que parecía confusamente mezclado por el mal espíritu. Nos ayuda a ver qué atesorar y qué dejar de lado.
“La Navidad – dijo- es el misterio del nacimiento de Jesús de Nazaret que nos recuerda que «los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar», como observa de modo tan brillante e incisivo Hanna Arendt, la filósofa hebrea que desmonta el pensamiento de su maestro Heidegger, según el cual el hombre nace para ser arrojado a la muerte. Sobre las ruinas de los totalitarismos del siglo veinte, Arendt reconoce esta verdad luminosa: «El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y “natural” es en último término el hecho de la natalidad. […] Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: “Les ha nacido hoy un Salvador”».
El discernimiento es simple: qué peso de nacimiento y qué peso de muerte discernimos en las cosas que nos pasaron, en las cosas que vivimos este año 2020. Lo que tuvo peso y olor a muerte es para dejar: que los muertos entierren a sus muertos, como dice el Señor en el Evangelio. Lo que tuvo el dulce peso de la vida lo ha comenzado el Espíritu Santo y con nuestra colaboración lo llevará adelante: es algo para guardar, para sembrar y a su tiempo cosechar.
El peso bruto de los hechos lo conocemos, está a disposición de todos en internet. Su peso neto (el peso real más la gracia del Espíritu) lo tiene que discernir cada uno, entrando y saliendo de sí, confrontando las cosas externas con los sentimientos que el Espíritu nos da en nuestro corazón. Porque las mismas cosas pesan distinto según sean queridas por Dios y vengan envueltas por el amor y la compasión de un corazón o por la indiferencia y el odio de otro.
La pandemia con su hambre de abrazos, sus calles desiertas, sus médicos vestidos de astronautas, sus pacientes sin rostro en respiradores artificiales, sus fosas comunes y el conteo de contagios, impredecible e implacable…
Hay un conjunto de cosas qué hacen más anti-vida al Covid-19 en comparación con otras enfermedades y males. Dejando la palabra definitiva a los especialistas, como simple ser humano veo que se juntan muchas cosas dañinas: la velocidad del contagio, el hecho de que contagian los asintomáticos, el hecho de que haga más daño a los más frágiles, el hecho de que vuelva por oleadas sin respetar lugares ni climas, el hecho de que no alcancen las terapias intensivas, los respiradores y el personal capacitado para tratarlo y el hecho de que recién ahora están apareciendo las vacunas. Esta suma de cosas que no podemos controlar hace que se paralice y se bloquee a cada rato la vida, que se deterioren la economía y se debiliten los lazos sociales.
Rápidamente respondimos a estos males con un modo de actuar y de razonar que sigue en el fondo la lógica del “nacimiento”. El modo de actuar de médicos, enfermeras y personal sanitario ha sido y es el de una entrega total e incondicional al cuidado de la vida: se arremangaron y desde hace 10 meses que trabajan hasta quedar exhaustos ayudando a pacientes concretos en su lugar de atención. La entrega supera las quejas, la vocación de servicio supera aún los reclamos más legítimos. El modo de razonar simple e incuestionable de todos fue: hay que encontrar la vacuna. Aunque la charlatanería y los discursos ideológicos -que se reinventan para subsistir- han superado todo lo que uno pudiera haber imaginado, no hacen mella en la convicción compartida de que la solución va por el lado de la vacuna.
Es decir: la lógica de la vida, que se despliega eligiendo el camino largo de la prevención, supera la lógica de la muerte, con su camino corto de la reducción de daños.
Es tan dañino el virus que la reducción de daños no alcanza. Aunque parecía una locura, de hecho y rápidamente, paramos -intentamos parar- el mundo hasta encontrar una vacuna. Por supuesto que la lógica de la muerte todo lo discute, desde la duración de las cuarentenas hasta el color político de las vacunas. Pero a las buenas o a las malas todos nos vamos convenciendo de que no hay soluciones simples ni a corto plazo. El virus es malo en serio y no hay atajos para combatirlo fuera del antídoto que lo neutraliza, lo cual supone combatir el mal con el bien y no con males menores. Esta lección tan evidente y radical que nos enseña este virus es la que tenemos que aprender a aplicar en los otros ámbitos de la vida.
En el cuidado del planeta, por ejemplo, no podemos apostar a la reducción de daños. No podemos pensar que es exagerado trabajar a largo plazo en la prevención. Son para atesorar, pues, todos los pequeños pasos que nos llevan por el camino largo el cuidado del planeta.
En el tema de la gestación de la vida, el único camino es el de cuidar, educar y acompañar a las que deberán asumir la decisión de dar vida. Es un camino largo de infinito respeto y de amor prodigado a todos los niveles personales y estructurales por toda la sociedad. Este amor es la única vacuna contra el virus del aborto. No tener a toda la sociedad buscando esta vacuna y aplicándola, es lo que hace que fracasen, en cuanto ideológicas y parciales, todas las soluciones meramente principistas o pragmáticas.
Debemos saber que toda ley nace de algo que es más que la ley: del amor, personal y social. Nadie mejor que los cristianos deberíamos saber que no hay ley perfecta que pueda hacer que sea prescindible el amor personal y social. Digo esto para hacernos conscientes de que ninguna ley merece ser defendida absolutamente ni atacada absolutamente y de que en medio de leyes imperfectas siempre podemos apostar al amor. Son, pues, para atesorar en el corazón todos los pasos que, en el camino largo del cuidado de toda vida, han sido pasos que llevan la marca de una misericordia, de un respeto y de un amor ilimitados e incondicionales. Y todos los que han sido meros atajos o pasos formales son para dejar atrás.
Pensando una palabra qué definiera lo que ha significado el 2020 para la humanidad la única que se me ocurría es humillación. Hemos sido humillados. Por la enfermedad ciertamente. Pero a esto se le suma el tener que aguantar a charlatanes y soberbios que no mueven un dedo para ayudar a los demás y cuya gestión desde los lugares de poder -ejecutivo, legislativo, judicial y de comunicación- ha demostrado estar muy lejos de la altura que requieren las circunstancias. Sin embargo de la humillación vivida con amor al Señor nace la humildad, qué es la madre de todos los bienes. Atesoramos por tanto en el corazón las humillaciones vividas por amor a Jesús y por querer servir a nuestros hermanos. Que el señor las tenga en cuenta y las convierta en fuente de bendición para nuestra humanidad golpeada y sacudida por la crisis actual.