Jesús, a quien amamos sin haberlo visto (2 B Adviento 2020)

Principio del Evangelio de Jesús

Cristo, Hijo de Dios.

Juan el Bautista se presentó en el desierto…

predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados

como está escrito en el libro del profeta Isaías:

‘Mira, envío a mi mensajero delante de tu rostro para que apareje tu camino”. “(lo envío como la) Voz de uno que grita en el desierto:

preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos’,

Y acudía a él toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén

y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Juan andaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,

y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

 Y predicaba, diciendo:

‘El que es más fuerte que yo viene detrás de mí,

Uno ante quien yo no soy digno ni de desatar, arrodillado,

la correa de sus sandalias.

Yo los he bautizado a ustedes con agua,

pero él los bautizará en Espíritu Santo’

                                                                   (Mc 1, 1-8).

Contemplación

Llevar la gente a Jesús. Juan Bautista es el icono de esta tarea apostólica. Para realizarla plenamente tiene claro que, por una parte, debe predicar la palabra de Dios y, por otra, debe disminuir para que Jesus crezca.

Esto es una gracia propia de los ejercicios espirituales de San Ignacio. Ignacio logra poner el alma en contacto con Jesús y cuando discierne que esta relación está establecida, desaparece, digamos así. A esto se deben sus recomendaciones de que “los puntos sean cortos” para que la persona le saque jugo al Evangelio por sí misma y no tanto por lo que dice el predicador; y también la indicación de dejar el alma sola con Dios cuando está consolada.

Acercar la gente a Jesús requiere de nuestra parte, como cristianos, una cierta plasticidad. Dentro de una cultura cristiana la manera de acercar a la gente a Jesús es acercarla a los sacramentos, a las ceremonias de  la Iglesia, al estudio de la doctrina… Pero cuando la cultura se ha descristianizado estas cosas, que en sí mismas son una gracia, pueden convertirse en un obstáculo. Aquí es donde entra la otra manera de acercar la gente a Jesús que es la de dar testimonio con obras de misericordia y caridad. Un testimonio mas bien callado, que trata de no discutir sobre cosas teóricas ya que están discutidas dentro de la misma sociedad cristiana. 

Pero, qué significa acercar a la gente a Jesús? Cómo se hace?

Me viene la frase de que es un Jesús al que “amamos sin haberlo visto”, como dice Pedro.

Amarlo sin haberlo visto es amarlo viéndolo en las personas con las que tratamos. Significa tratar de tal manera a las personas que sientan que vemos algo más en ellas de lo que se ve habitualmente. Hacerles sentir que las vemos con una mirada de fe. Una fe que mira su corazón, ese lugar misterioso en el que Dios habita en cada persona y que la mueve a hacer el bien.

La frase que me viene es la de Isabel cuando recibe la visita de la Virgen: “Quién soy yo para que la madre de mi Señor me venga visitar?”.

….

En estos días que pasé en el reparto de ortopedia  del hospital Regina Elena, me fui aprendiendo los nombres de todos los médicos, las enfermeras y el personal de limpieza que pasaban por nuestros pieza. A los médicos no los vi a todos, porque son de los que hablan poco y trabajan mucho. Pero el equipo de enfermería, que son 12, si los conocí todos por su nombre. Les encantó también que nos sacáramos una selfie al final del internación, aunque fuera con la mitad del equipo. El suyo es un trabajo duro y anónimo, en el que ven pasar a los pacientes ejerciendo durante algunos días una tarea de compasión muy fuerte y delicada y después pasan al olvido.

Les encantó también que les dijera que mucha de la gente que reza por mi salud ha estado rezando por las personas que me cuidan. Es decir, nuestra oración cristiana es encarnada. Vemos la acción de Dios a través de las manos de la gente, de los médicos, de las enfermeras…, no se trata de un Dios que actúe solo desde arriba, sino más bien, preferiblemente, desde abajo, encarnado en personas y estructuras concretas.

Las historias con la gente del hospital fueron muchas pero hay una que me conmovió particularmente y que responde a lo que salió al comienzo de la contemplación: esto de amar a Jesús sin haberlo visto. Se puede Amar a alguien a quien uno no conoce, no ha visto nunca ni volverá a ver?

El camillero que me llevo a la sala de operación se llama a Domenico. Un napolitano que todo el camino me habló de que estaba leyendo la biblia y que no entendía bien cómo es que se pasaba del Génesis al libro siguiente.

No alcancé a hacer una explicación de los géneros literarios que ya habíamos llegado a destino. Y él, con orgullo, le dijo al compañero que estaba del otro lado de la ventana por la que nos hacen pasar sin tocar el piso, que era un napolitano trayendo un paciente que se llamaba Diego. El otro como era hincha de la Roma no le dio mucha bola.

Esta vez no fue como que la anterior, que entré directo al quirófano con el robot, sino que me metieron en un box donde tuve que esperar media hora. Gracias a Dios estaba Ana López, la enfermera que me había recibido hace un mes, que me reconoció y estuvo cariñosa como siempre.

En eso trajeron a otra paciente, de la que solo vi la cabeza pelada y la pusieron en el box de al lado.

Me conmovió una frase dicha bajito, muy bajito: “que frío”.

Y me animé a hablar: “Quién está del otro lado? Cómo te llamas?” No le entendí el nombre y le pregunté de nuevo. Me dijo que se llamaba Eugenia y que era Rumana, que por eso no hablaba bien el italiano. Le dije que yo era Argentino y que tampoco hablaba bien, así que no había problema. Llame a Ana para que le diera una frazada para taparla un poco y en esos 20 minutos tuvimos una linda conversación. Recuerdo que intempestivamente apareció mi anestesista, que era el mismo de la otra vez, me empezó hablar, me puso la vía y me empezó a llevar y solo alcancé a gritar un saludo cuando ya iba alejándome por el pasillo: “Ciao Eugenia Dio ti Benedica”. Saludo al que ella respondió con un: “Ciao padre Diego, anche a te ti benedica”.

Cuando me desperté de la anestesia, ella también estaba al lado, pero se la llevaron rápido y ya no nos vimos más. Eugenia tiene 48 años, está separada, tiene un hijo en Rumania, vino para un bautismo hacía nueve meses y quedó bloqueada por el coronavirus. Le descubrieron un cáncer, comenzó un tratamiento y ese día lo operaron de un tumor en el seno. Estaba muy sola en Italia y me dio mucha ternura poder compartir ese ratito con ella, en el que en el frío de la espera nos dimos animo y nos bendijimos mutuamente.

Digo esto es para decir que Eugenia fue la persona que menos vi -apenas una cabecita en la camilla que pasaba- y que me quedo más marcada.

Y con lágrimas se me impone una frase: claro que se puede amar sin ver! Más aún: solo vemos a los que amamos.

Y espero que cuando vea a Jesús, a quien “amo sin haberlo visto”, veré también a Eugenia, sin el biombo que separaba nuestros box y que solo dejaba pasar nuestra voz, en ese media lengua en la que nos comunicamos, y me dirá: “Soy yo, Eugenia, con la que charlaste en el hospital. Te acuerdas que nos dimos una bendición?”

Diego Fares sj