Economía y Reino (33 A 2020)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:

“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:

“Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo:

“Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.

Contemplación

El primer sentimiento que identifiqué que se movía en mi interior al leer hoy la parábola de los talentos fue el del miedo. Me vi reflejado en ese “tuve miedo” del tercer servidor. Como a él lo llevó a un modo de obrar equivocado, discerní rápidamente que era tentación. Con las cosas del Señor nunca hay que tener miedo. De hecho es lo primero que Jesús nos enseña a discernir. Siempre que se acerca dice “no tengan miedo”.

¿Qué es lo que me da miedo? Creo que confrontarme con todo lo que me ha dado el Señor y constatar la desproporción que hay entre sus dones y mis esfuerzos. El resultado siempre muestra una gran negligencia de mi parte. Y con el miedo viene el reproche. Me reprocho no tener esa simplicidad de tanta gente santa que es capaz de decir con sencillez: “Me diste cinco talentos, me diste dos, aquí tienes otros cinco, aquí tienes otros dos”. Siempre he soñado con practicar esa santidad que se concentra alegremente solo en dar fruto con los dones del Señor. Como decía un amigo hablando del Papa Francisco: “Es un tipo concentrado. Desde que se levanta hasta que se acuesta no piensa en otra cosa, sino en servir a la gente, en servir a la Iglesia”.

Sin embargo, haciendo memoria agradecida de los frutos que el sacerdocio ha dado en las misiones en que me ha tocado servir, aun con todos mis miedos y negligencias, creo que no soy de los que entierran los talentos. Me encuentro reflejado más bien en la imagen del que aprecia lo que valen los dones del Señor y los pone en el banco, para que den interés. No es la imagen neta del que recibe cinco y con su trabajo puede mostrar que ganó otros cinco (la meritocracia no es mi fuerte) sino quizá la de uno que recibió cinco, negoció bien dos y con los otros tres sacó interés abundante.

Este regateo que hago en mi contemplación, buscando acomodar la parábola a mi realidad, no tiene como fin justificarme, sino que me ayuda a ver dónde está el punto -lo original- de la parábola: entre dos extremos, el de los que cumplen con su deber y dan todo de sí y el del que es negligente y perezoso, lo que se destaca es la imagen del que pone los talentos a dar interés. Esta imagen sale del ingenioso razonamiento que Jesus pone en boca del patrón.

Creo que es su manera de hacernos ver que todo es don. No solo los talentos en sí mismos, sino también la capacidad de dar fruto. En esto, los talentos son como el dinero: dan interés.

La dinámica de la parábola invita, por tanto, a hacer rendir los dones del Reino, no según la lógica del servidor vago, sino según la lógica de Jesús. Esta lógica es la que quiere inculcarnos Pablo cuando nos exhorta y nos dice: «Tengan los sentimientos de Jesús». No se trata de sentimientos meramente «sentimentales», sino de sentimientos ligados a la puesta en práctica del amor y de la compasión, sentimientos que dan fruto para bien de los demás.

Llama la atención este ejemplo que usa el patrón, ya que rebate la lógica del servidor vago y negligente con su misma lógica, la lógica del dinero, llevada, eso sí, hasta el extremo. Puede resultar hasta un poco escandaloso, porque el Señor cuando habla del dinero, suele hacerlo para advertir acerca de su peligrosidad, ya que fácilmente se nos convierte en un ídolo. Aquí, sin embargo, usa el dinero como ejemplo concreto de cómo debemos negociar bien los talentos del reino. El ejemplo tiene la ventaja de usar un lenguaje que todos entendemos. No se trata del dinero en sí, sino de su dinámica: el dinero da interés y tiene este dinamismo de favorecer al que tiene más. ¡Lo mismo pasa con los talentos de Jesús: dan interés! ¡Y cuanto más se los trabaja, más aumentan!

En el mundo vemos cómo hay gente que no sabe qué hacer con el dinero, lo malgasta o deja que se le desvalorice; otra gente, en cambio, lo hace rendir.

Don Zatti, nuestro santo enfermero de la Patagonia, que conocía el valor del dinero, siempre decía que había que “hacerlo circular”. Tenía la famosa alcancía con el letrero: “si necesita, saque; si tiene, ponga”. En este sentido, yendo a lo macro, me animaría a decir que la crítica más fuerte al capitalismo actual sería la de estar quedando entrampado en uno de sus mecanismos, que es el del sistema financiero. Es bueno que el dinero de interés. Pero si uno se engolosina demasiado con el interés y no lo hace trabajar para que llegue a los bolsillos de la gente y produzca bienes reales, el dinero, como el agua estancada, termina por corromperse. Está bien guardar algo de dinero para los tiempos de necesidad, pero mejor que guardar demasiado es ganarse amigos con ese dinero, ya que en los tiempos de necesidad serán estas personas las que nos “tenderán una mano”. Eso es lo que nos enseña Jesús en la parábola del administrador astuto.

Con esta sola enseñanza bastaría por hoy: “Tender una mano al pobre” -lema de esta Jornada mundial de los pobres- no solo es un acto de caridad, sino que es la mejor inversión, porque nos lleva, usando un bien perecedero y de intercambio como es el dinero, a ganarnos un bien imperecedero, como es la amistad y el agradecimiento de nuestros hermanos. Este es el tesoro que adquirimos en el Cielo al dar limosna, un tesoro que no se corrompe ni se devalúa.

Pero profundicemos un poquito más en la paradoja de que el Señor use como ejemplo la lógica del dinero para hacernos comprender la lógica del reino. Nosotros tendemos a pensar que la lógica del dinero la tenemos clara. Hay cristianos que piensan que la tienen tan clara que incluso se dan el lujo de corregir al Papa cuando habla de economía. Sin embargo, siendo parte de un país que no logra salir adelante a pesar de ser rico, podríamos ser un poco más autocríticos y pensar que precisamente lo que nos sucede es que no comprendemos el verdadero valor del dinero. Y lo que Jesús nos dice es que si no comprendemos bien la lógica del dinero menos comprenderemos la lógica del reino. Si esto es así “estamos en el horno”.

¿Cuál sería el verdadero valor del dinero? Como dice agudamente Yuval Harari: “El dinero es el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado. Personas que no creen en el mismo dios ni obedecen al mismo rey están más que dispuestas a utilizar la misma moneda”.

Si esto es verdad, los argentinos estamos entre los más desgraciados de los pueblos.

Porque tener dos monedas va contra la esencia misma de lo que es una moneda: un sistema de confianza mutua.

Aunque solucionar esto es algo que nos excede a cada uno como individuo al menos la humildad de reconocer que no sabemos manejar el dinero puede ayudarnos a bajar el tono en otros temas, en los que, socialmente, demostramos mucha soberbia.

Me detengo en un solo punto que dice así: la lección que nos permite aprender a conocer el valor real del dinero (y de los talentos del Reino) es una lección que no se aprende individualmente, sino socialmente.

De niños, en cada familia, cada uno experimenta el valor que sus padres dan el dinero y de allí saca una lección importante. Como ciudadanos, cada uno experimenta el valor que los otros conciudadanos le dan el dinero y saca también de allí otra lección importante.

Lo que quiero decir es que cada uno tiene que reflexionar sobre su propia familia y su contexto social para profundizar en sus criterios a la hora de comprender y usar el dinero.

Yo en la mía, por ejemplo, aprendí mucho de la confianza absoluta que tenía mi padre en la Providencia. De aquí me vino la confianza en Dios a la hora de llevar adelante económicamente las cosas del Hogar de San José.

En mi contexto social, administrando 20 años El Hogar de San José, una enseñanza clave me la dio uno de los miembros de la Cooperativa de trabajo padre Hurtado. Recuerdo siempre algo que dijo un día en que le pidieron que diera testimonio de lo que significaba “ser socio de una cooperativa de trabajo”. Dijo: “Ser verdaderamente socio de la cooperativa es estar dispuesto a compartir… las pérdidas”. Lo dijo medio queriendo hacer un chiste, pero ahí mismo se le iluminaron los ojos porque se dio cuenta de la gran verdad que había expresado: “Sí, reafirmó, ser parte de la Cooperativa es estar dispuesto a compartir las pérdidas”. A mí me enseñó que la clave del buen funcionamiento tanto de una empresa como de un país es que haya gente que esté dispuesta a compartir las pérdidas, no solo las ganancias. Jesús piensa lo mismo, por eso advierte a sus seguidores que el que lo siga tiene que estar dispuesto a cargar su cruz. Como decía Ignacio, a seguirlo contento en las penas y en los trabajos para después seguirlo también en la gloria. El Señor no engaña a nadie, y por eso dice sinceramente que su amistad, en algunos momentos de la vida implicará compartir penas. Y esta lección suya acerca del reino pienso que también puede servir para iluminar cuál debe ser nuestra actitud de fondo al participar en la vida económica del país.

Diego Fares sj

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