Dejarse ayudar con la cruz (26 A 2020)

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué les parece a ustedes?: Un hombre tenía dos hijos. Acercándose al primero le dijo: ‘Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña’. El, respondiendo, dijo: ‘No quiero’-, pero después, arrepentido, cambió de parecer y fue. Acercándose al otro le habló de manera similar. Este, respondiendo, dijo: ‘Voy, señor’-, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre? ‘El primero’-, respondieron. Les dijo Jesús: ‘En verdad les digo: los publicanos y las prostitutas se les adelantan a ustedes en el reino de los cielos. Vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no creyeron en Él; los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; pero ustedes, aún viendo esto, no se han arrepentido ni han cambiado de parecer para creer en Él (Mt 21, 28-32).

Contemplación

Así como a la parábola del Hijo pródigo la fuimos aprendiendo a ver como la parábola del Padre misericordioso, a está de los dos hijos, el que dice que no, pero después va a trabajar en la viña, y el que dice que sí, pero después no va, también podemos aprender a contemplarla como la parábola del Padre que pide ayuda a sus hijos.

Es el mismo Padre que salía a contratar obreros este que ahora sale de sí a pedirle una mano a sus hijos. Sale de ese silencio en el que a veces los padres le dan vueltas a las cosas discerniendo en su corazón a ver si le piden o no ayuda a sus hijos. 

Nos remansamos contemplando esta imagen de un Dios que pide ayuda, o mejor, colaboración: «Hijo mío, ven hoy a trabajar en la viña». Digo «colaboración» porque en familia «rica» uno puede suponer que no es que «necesite» ayuda; si necesitara, podría salir a contratar más obreros para realizar la cosecha. Hay un detalle que da pie a imaginar que aquí se trata de otra cosa, de lo que Jesús llama a la voluntad del Padre, su deseo preferido, la alegría que le da que sus hijos trabajen en la viña. El detalle es que la llama «la viña», no «mi viña». En la parábola anterior el empresario repite muchas veces «mi viña» y deja bien claro que se trata de sus bienes, con los cuales hace lo que quiere. En esta parábola, en cambio, la invitación – sugerencia o mandato-, que dice » ve a trabajar» está abrazada por dos expresiones muy lindas: «Hijo mío» ve a trabajar «en la viña». «Hijo mío» hace sentir todo el cariño del Padre y que el mandato apunta al interior del corazón de su hijo. No es una obligación externa. Esto se entiende al decirle «la viña»; la viña común, la propiedad familiar. Su invitación y mandato es de ese tipo que hace un padre o una madre a sus hijos encareciendo lo lindo que es trabajar en las cosas comunes y deseando que el hijo incorpore como propio lo que puede hacer por el bien común. Aquí no se habla de salario ni de últimos y primeros, sino de quién incorpora lo que le alegra el Padre. 

Creer en Jesús

Ahora bien, como el Señor habla de «hacer» la voluntad de Dios y como el ejemplo que usa es el de ir a «trabajar» a la viña, podemos quedarnos en un hacer exterior. Pero después vemos que aplica la parábola a un «hacer» distinto: Jesús termina hablando de la fe. Le dice a los fariseos que los publicanos y las prostitutas se les adelantan en el reino porque creen en Juan el Bautista y en Él. Tenemos así que lo que le agrada al Padre, lo que quiere que hagamos, es creer en su enviado Jesucristo. «Esta es la voluntad del Padre: que el que contempla al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna» (Jn 6, 40). En esa fe en Jesús es donde toman la delantera los publicanos y las prostitutas. 

La voluntad del Padre es algo que hay que «hacer», en el sentido de que siempre y cada vez se trata de algo concreto que se nos invita a practicar. No es decir: «Señor Señor». Creer es como ir a trabajar en la viña: la fe implica un llamado y una tarea. Pero es un hacer interior, de corazón, y por eso la condición de posibilidad para sintonizar nuestro interior con el del Padre es la fe en Jesús, es mirar al Hijo predilecto, así como un hermanito menor mira a su hermano mayor cuando quiere ver cómo es que hay que hacer las cosas que mandó la mamá o el papá.

 Voluntad es, pues, el deseo preferido, hondo, lo que le agrada más a nuestro Padre, lo que alegra su corazón, lo que más le gusta de nosotros. Y este deseo se centra en una sola cosa: que creamos en su Hijo amado Jesucristo, que lo escuchemos. Esta es la única voluntad del Padre. Jesús después explicitará esta voluntad de muchas maneras: en las bienaventuranzas, en las obras de misericordia, en los consejos evangélicos. Pero trabajar en la viña es, antes que ninguna otra cosa, creer en Jesús. El Señor lo dirá claramente: «El que no cosecha conmigo, desparrama».

Contentos de trabajar con Jesús

 Trabajar en la viña es colaborar con Jesús, no simplemente hacer las cosas, sino hacerlas a su estilo, a su ritmo, a su manera. Cómo dice Ignacio en la meditación del rey que a todos llama diciendo: «El que quiera venir conmigo estará contento de trabajar como yo, de modo que siguiéndome las penas me siga también en la gloria». Dolores Alexaindre consagró la unión de estas tres condiciones del llamado a trabajar en la viña: «conmigo, trabajar y contento». Ella nos ayuda discernir donde renguea nuestra respuesta. Están los que trabajan con Jesús, pero no contentos, sino con cara de vinagre; están los que trabajan contentos, pero no con Jesús. Trabajan porque son entusiastas y le gusta trabajar (en lo que quieren y al modo suyo). Y están los que están con Jesús muy contentos, pero no trabajan. No trabajan en las obras de misericordia.

El trabajo, entonces, la obra que Dios quiere que hagamos desde el interior del corazón, es creer en Jesús. Creer con esa fe que opera por la caridad, como dice Pablo: una fe que se traduce en obras de misericordia y que tiene el sabor de la bienaventuranzas. 

Un Dios que se deja ayudar

Pero volvamos a la imagen de un Dios que se deja ayudar, al que le place trabajar con otros, co-laborar. Jesús dice muchas veces que el Padre es el viñador, que siempre está trabajando y que Él , su Hijo, siempre está colaborando con el Padre, haciendo lo que le agrada. Ir a trabajar a su viña -qué es toda la creación y en ella, todos los pueblos-, es entrar en este círculo de estrecha colaboración entre Jesús y el Padre. Y aquí todos tenemos que cambiar un chip. Tenemos que cambiar el chip del «qué me pide Dios que cumpla» por el chip de «cómo me está ayudando Jesús a crecer como persona en la adoración y el servicio». Por qué esta es la primera fe: que Jesús vino ayudarnos y que lo podemos ayudar a Él a llegar a los demás.

El Padre de la parábola ayuda a sus hijos a crecer como personas haciéndose ayudar, haciéndole ajustar el trabajo por la familia en la viña común. Jesús vendría ser como el tercer hermano, el que responde al Padre «aquí estoy para hacer tu voluntad» y no sólo lo dice, sino que lo hace y lo hace hasta el final: «nos amó hasta el extremo».

….

Cómo me decidí a ir contando algunas experiencias de fe en esta etapa en que me estoy haciendo análisis para poder hacer una biopsia del húmero (este miércoles, si Dios quiere) y luego de 20 días, seguramente una intervención, les comparto algo que tiene que ver con esto de dejarse ayudar. (Siempre he contado historias en las que acompañaba a alguno yendo al hospital o en alguna situación en que necesitaba ayuda, y discerní que no era auto-referencial contar estas pequeñas historias en las que en vez de acompañar, doy testimonio de que soy acompañado).

La doctorcita me estaba sacando sangre. Eran muchos tubitos -siete- y al quinto le estaba por elogiar su destreza para cambiarlos con una mano, pero me quedé callado para no distraerla y justo ahí no va que se distrae ella como si hubiéramos estado pensando lo mismo y con un movimiento involuntario hizo que se corriera la aguja y se trabara la salida de la sangre. Realizó varios intentos, pero como no pudo arreglarlo rápido, llamó a la jefa que solucionó con profesionalidad la cosa. Cuándo se fue la jefa, ahí sí la elogié: «Te hiciste ayudar rápido!» «Sí, -me dijo- adonde no llego, no tengo vergüenza de hacerme ayudar». «Ese es el secreto», le dije. Y sonreímos con Rosana.

Todo pasó en un instante, pero yo quedé contento con el moretón en el brazo porque a la mañana, en la oración, había hecho un trato con Jesús: le había propuesto no pretender «ver su presencia» en las cosas que salían bien y sin problemas, sino allí donde algo se trababa o daba un pequeño sufrimiento. Es decir, en las crucecitas que aparecían durante el día. Por mi parte, le pedía saber descubrir, en esas cruces, una oportunidades para brindarme -para excusar al otro, para quedar a su disposición y humor y no al mío…-. Esta petición que nunca se me había ocurrido antes, creo que tiene que ver con la gracia que descubrió San Pedro Fabro una Nochebuena en la que se sentía desolado y frío, sin fervor espiritual. Se dio cuenta de que estando así, se parecía más al pesebre, y que esa falta de consolación era propicia para que naciera Jesús en él, mejor que se hubiera estado adornado y calentito como un palacio. Bueno, en estos días en que las cosas no siempre salen bien o en el tiempo y modo en que uno quisiera, yo pedía la gracia de ver a Jesús en estas dificultades, sintiendo que como están y son bien concretas tendría la oportunidad de ver más veces al Señor que si sólo lo buscara en lo que sale bien. Por ahí resulta medio complicado pero en realidad es simple: no buscar la presencia de Jesús en el consuelo, sino en una cruz que se presenta; y el consuelo, en cambio, buscarlo no en recibir algo lindo, sino en el poder darme. 

Por eso, cuando se le corrió la aguja y empezó a pinchar de nuevo me alegró la crucecita en medio de algo que ni siquiera dolió y que fundamentalmente salió bien. Y la pude consolar no en su destreza que me venía bien a mí, sino en su hacerse ayudar por otra cuando vio que me hacía doler un poco. 

Hoy en la oración, meditando sobre el modo como Jesús abraza la Cruz, sentía la dulzura de su mirada, y era como si el Padre me dijera lo mismo que yo le había dicho a la doctorcita: «Ese es el secreto: Dejate ayudar por mi Hijo muy amado!»

Cuatro ayudas de Jesús

Cuatro son fundamentalmente las ayudas a las que se aplica Jesús cumpliendo su oficio artesanal de consolar a sus amigos.

La primera ayuda la da como Maestro. Es la ayuda de su Palabra que nos enseña a discernir lo que le agrada al padre y encontrar el modo de servir a nuestros hermanos en cada situación. Para hacer efectiva esta ayuda, el Señor dio testimonio y predicó su Evangelio y nos dedicó nada menos que a la Persona del Espíritu Santo, que es el que nos enseña en cada momento lo que tenemos que hacer.

La segunda ayuda la da como servidor humilde. Siendo que es Nuestro Señor se inclina a lavarnos los pies, a bautizarnos en su amor y a purificarnos de todo lo que nos daña y nos impide amar y creer y esperar.

La tercera ayuda consiste en partirnos el pan. No cualquier pan, sino el pan en el que Él mismo se convierte, para alimentarnos y ayudarnos a caminar en comunión con los hermanos.

La cuarta ayuda es abrazar nuestras cruces y dejarse ayudar por nosotros como se dejó ayudar por el Cireneo. Cargar con Jesús nuestra cruz nuestra y la de los demás es el gesto clave: el secreto. Abrazarla con Jesús. Porque Él es el único que la abraza sin culpa. Nosotros, cuando aparece una cruz en nuestra vida, en parte le echamos la culpa a otros y en parte pensamos que la culpa es nuestra. En este chicaneo de quién se hace cargo de cada cruz se nos pasan nuestros días. El Señor nos enseña abrazarla directamente, sea una cruz grande o pequeña. A cargarla abrazándola y a seguirlo a Él, que nos ayuda a llevarla. 

El Señor abraza la Cruz así como predica, parte el pan o lava los pies. Es que el amor necesita mediaciones concretas: que nos sentemos a escuchar la palabra, que compartamos el mismo pan, que nos dejemos lavar los pies… Y cuando hay una Cruz, nuestra o de otro, que la abracemos con Jesús. Como si el amor no se pudiera dar directamente, sino en medio de estos pequeños gestos que realizamos juntos con mucho amor. 

Diego Fares sj

«Los igualaste a nosotros!» La bendición de ser iguales que la envidia convierte en lamento (25 A 2020)

Lo que sucede en el reino de los cielos es semejante a lo que sucede con un Empresario que salió a primera hora del amanecer a contratar obreros para su viña. Habiendo concertado con los obreros en un denario por día, los misionó a su viña. Salió hacia la hora tercia (a las 9) y vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: ‘Vayan a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Ellos fueron. De nuevo salió cerca de la hora sexta y nona (a las 12 y a las 15) e hizo lo mismo. Saliendo cerca de la hora undécima (a eso de las 17) encontró a otros desocupados y les dijo: ‘¿Qué hacen aquí, todo el día sin trabajar?’ Le respondieron: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Y les dice: ‘Vayan ustedes también a mi viña’. Cuando atardeció, el Dueño de la viña dijo a su mayordomo: ‘Llama a los obreros y dales el jornal comenzando por los últimos hasta llegar a los primeros’. Y viniendo los de la hora undécima recibieron cada uno un denario. Al llegar los primeros, habían calculado que recibirían más, pero recibieron ellos también cada uno un denario. Recibiéndolo murmuraban contra el Empresario diciendo: ‘Estos últimos trabajaron sólo una hora y los igualaste a nosotros, los que hemos soportado el peso del día y el calor’. El, respondiendo a uno de ellos, le dijo: ‘Compañero, yo no te hago ninguna injusticia a ti. ¿No te concertaste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos (Mt 20, 1-16).

Contemplación

Esta es una de esas parábolas particularmente provocativas del Señor. Todas lo son, pero esta se mete con la plata, con el sueldo, con lo que uno puede hacer con su dólares, y por eso hace que salten las alarmas de una mentalidad que comulga modo natural con los criterios que se difunden desde las cátedras sagradas del dios dinero.

La penúltima frase del empresario generoso me parece decisiva. Son palabras que pegan fuerte en lo más solapado de la actitud del servidor que se lamenta por lo que considera una injusticia. El patrón le dice: «¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?» 

Estamos ante un discernimiento: el patrón destapa una falacia del mal espíritu que ataca la bondad de Dios, que busca justificar un sentimiento de envidia contra un compañero y un sentimiento de indignación contra Dios. 

La parábola de Jesús nos ayuda a discernir un criterio cargado de afectos desordenados que se mete muy hondo en nuestro sentido común de las cosas, allí donde medimos y calculamos comparativamente lo que tenemos, lo que se nos debe y lo que ganan los demás. Impresiona la palabra que usa este trabajador para quejarse: los igualaste a nosotros. Convengamos en que estamos hablando de un día de trabajo. El contrato se supone que es para toda la cosecha y es probable que estos, que fueron bien pagados el primer día, al día siguiente trabajaran más. 

Estas no son meras suposiciones, sino que las podemos deducir del modo de trabajar del empresario: es un tipo que sale a todas horas a contratar obreros para su viña. Esta actitud suya de pagar lo mismo a los últimos y a los primeros quiere marcar un estilo. Quiere hacer ver que lo importante es la viña, cuya cosecha da trabajo a todos y les permite vivir. Él es el dueño, pero sale a buscar trabajadores y los contrata personalmente. Se ve que quiere crear un modo nuevo de hacer las cosas. 

Nos detenemos un momento a gustar la imagen linda de este Empresario evangélico que «sale». Así como el buen pastor sale a buscar a la oveja perdida y el sembrador sale a sembrar, este hombre sale a todas horas a buscar gente para trabajar en la cosecha de su viña. Jesús nos cuenta de las salidas de Dios: la salida a buscar al más frágil, al último, al más lastimado, al descartado por la sociedad, al pecador. La salida a sembrar el Evangelio. Y la salida a buscar a los trabajadores, a proponer cosas creativas, a dar trabajo que sirva para igualarnos a todos en la búsqueda del bien común. 

Afinemos ahora un poco más su actitud para con los últimos. Algún mérito tienen! Vemos que el patrón les reprocha que hayan estado todo el día sin trabajar. Ellos responden que fue porque nadie los contrató. Entonces el empresario los envía su viña sin ninguna promesa de salario. Y ellos van! Si hubieran sido calculadores como el que se quejaba, hubieran pensado: para que trabajar una horita si lo que ganemos no nos va a alcanzar ni para comer. Sin embargo se fiaron del patrón y fueron. Seguramente habrán pensado: «hoy nos pagarán muy poco, pero tenemos trabajo para mañana». Quizás esto fue lo que motivó al patrón a pagarles un denario como a los otros. Estamos en un ambiente de lealtad en el trabajo, no de cálculo mezquino. 

Así podemos interpretar bien la frase más disonante, esa en el que el patrón dice: «¿Acaso no puede hacer con mi dinero lo que quiero?» Es una frase provocativa, pero para hacer reaccionar el envidioso. No es una frase que haya estado en el aire al contratar a los últimos. A ellos el patrón no les dice: «Vayan a trabajara a mi viña y les pagaré lo que quiera». No. La frase que remarca que él es el dueño la usa para desenmascarar la actitud de envidia para con un compañero que carcome el corazón del indignado. La frase expresa algo así: «No me uses a mí que soy el patrón para justificar tu desprecio y tu envidia para con uno de tus iguales». 

Creo que la actitud de fondo que quiere suscitar Jesús con esta parábola tiene que ver con las con los valores esenciales: con la misericordia y el derroche de bondad gratuita que nuestro patrón celestial ha derramado en nosotros y con la actitud justa de sentirnos pares en humanidad y en dignidad con todos los hombres nuestros hermanos. Todos hermanos! Éste es el nombre de la Encíclica que el Papa publicará el 3 de octubre y que nos iluminará mucho en esto de la igualdad entre los hombres. 

Un excurso personal. Meditaba sobre la igualdad en estos días en que me ha tocado hacerme análisis por un problema en el húmero derecho que me tendrán que operar (a eso se deben algunas rarezas de estilo que varios han notado en las contemplaciones: dado que no puedo escribir, le dicto a la compu y después corrijo con la izquierda). Pidiendo turno, haciendo fila, compartiendo la sala de espera con tanta gente…, sentía muy fuerte esto de ser uno más, de que todos somos iguales. Qué tienen de especial mis huesos, mis problemas, mis dolores y esperanzas…, meditaba. En las pocas horas que estuve haciendo resonancias magnéticas, centellograma y tac, compartí la sala de espera con ocho pacientes, todos con problemas de huesos. Un hombre de unos 40, que decía que había sentido mucho calor en la máquina; un joven deportista, que entró y salió como si nada; una chica con discapacidad mental, que se había caído, pobrecita!, y a la que su mamá, ya anciana, cuidaba desde hacía 50 años; un hombre que venía en camilla y se ve que había tenido un accidente y llevaba un rosario en el cuello; una mujer de Moldavia, que me pidió ayuda para completar un formulario y me contó que había sido operada de cáncer hacía dos años y que le había parecido de vuelta algo en la columna; un señor que, al levantarse, se veía que le costaba caminar; y otro de más edad al que encontré luego en la puerta y me dijo que le había ido todo bien. Yo pensaba en nuestros huesos ante los ojos atentos de los médicos, cómo se veían todos parecidos en las pantallas. Para los especialistas que hacían turnos de doce horas en esos subsuelos del hospital Cristo Rey, los centenares de imágenes para analizar no tenían mucho que ver con lo que cada uno de nosotros hacía en la vida y era como persona. Ellos estudiaban nuestra materia ósea común.

En la oración me golpeó esto de no tener nada especial. Digo que me golpeó porque surgió con un sentimiento de disgusto, de sospecha y de desprecio al valor de la fe. Para que te sirve creer y pedirle a Dios que te cure si sos igual a todos los demás. Siempre estoy atento a estos razonamientos mezclados en los que hay verdades y en los que se mete alguna cosa retorcida. Enfrente la objeción e hice un recuento gozoso de todas nuestra igualdades: la misma materia, problemas de salud similares, tratamientos en lugares comunes… cada uno es uno más junto con todos. 

Y de esta igualdad tan básica, tan fundamental y democrática, surgió limpita y con mucha fuerza una única verdad: hay una sola cosa en lo que soy -y puedo serlo siempre que quiera- especial y es mi deseo de darme gratuita y amablemente y mi amor por los demás. Es lo único a lo que le puedo poner mi nombre, y esto consciente de que es pura gracia. Todo lo demás es materia común. Todas las demás diferencias las iguala el tiempo con su olvido. 

Confieso que es muy consoladora esta relación entre « todo lo común» y «lo único especial». Te lleva a no buscar nada especial que no sea el poder ser amable y bueno con los demás. En todo lo demás el gozo es ser uno más, es lo común, no lo especial.

(Bueno, todo el excurso del brazo sirva para pedirles a cada uno una oración para que sane pronto y pueda escribir mejor que con un dedo).

Volviendo a la parábola: cómo reprochar a Dios su modo de distribuir las cosas, fijando la mirada en algo particular que nos parece injusto en un momento, cuando la realidad es que todo es don. Como dice Pablo: «Que tiene que no hayas recibido?» Cómo tener envidia de un hermano porque un día recibe algo de más, siendo que somos tan iguales si miramos la vida de cada uno en su conjunto. 

Una anécdota muy simple y muy linda puede ayudar a visualizar la mentalidad que nos quiere compartir Jesús con su parábola. Se resume en una frase de la hermana Juliana, compradora y cocinera del Hogar de San José. En medio de una entrevista, una periodista le preguntó si en tantos años de servicio los pobres había algo de lo que se arrepentía. Y ella, muy fresca, respondió sin pensarlo dos veces: «Sí. De no haber empezado antes». Esa espontaneidad refleja la mentalidad de alguien que goza con el servicio, totalmente contraria a la del indignado envidioso y quejoso.

Es verdad que las injusticias que vemos en el mundo pueden llevar a actitudes de indignación, de envidia y de queja resentida. Pero también es verdad que pueden llevar a la generosidad y al servicio. No creo que haya una explicación del por qué algunos nacemos con tanto y otros con tan poco fuera de la que se centra en un «para que»: para compartir. El Señor, con su generosidad, nos invita a ser generosos nosotros, a imitarlo en esa misericordia creativa que suscita la lealtad en los corazones agradecidos. 

Diego Fares sj

Los co-servidores: los testigos de la Misericordia que no dejan pasar una injusticia a los más pequeños (24 A 2020)

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“Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» 

Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» 

“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.» Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes.» Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.» Pero él no quiso, sino que fue y le metió en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. 

Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. 

Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. 

Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.» (Mt 18, 21-35).

Contemplación

En las parábolas hay que estar atentos a los detalles especiales. En esta, me llama a la atención el papel que Jesús le da a los «compañeros» o «co-servidores». La palabra que usa -syndoulos- nombra a los que sirven al mismo Rey o Señor y esto los hace pares entre sí. Son co-servidores con los otros dos, con el que fue perdonado tan generosamente y con aquel a quien éste no perdonó su pequeña deuda. 

Simón Pedro pregunta por el perdón a un hermano -adelfos- y al final de la parábola Jesús retoma la expresión y dice que nuestro Padre del cielo hará con nosotros como hizo el rey con el servidor qué no tuvo compasión: si no perdonamos de corazón a nuestros hermanos nos hará pagar todo lo que debemos. Este es el corazón de la enseñanza, lo esencial. Es lo que Jesús nos enseña en el Padre nuestro. Pero en el medio Jesús crea esta parábola, lo cual significa que quiere decirnos algo más y que ese plus requiere que nos metamos en la narración, como hay que hacer con las parábolas. Es como si Jesús no quisiera responder a la cuestión numérica, al «caso» que le plantea Simon, sino hacernos juzgar las cosas por nosotros mismos. 

Salta a la vista que los co-servidores o compañeros juegan un rol protagónico: son los testigos y los que denuncian. Nos identificamos, pues, con ellos, a ver qué pasa. 

Ellos ven las dos situaciones: asisten al perdón del rey a su co-servidor que debía 10.000 talentos -una suma impagable ya que estamos hablando de 343.000 kg de oro) y asisten luego, inmediatamente, a la falta de compasión de este agraciado-desgraciado para con otro co-servidor que le debe 100 denarios (unos tres meses de sueldo). 

Son estos co-servidores fieles y justos los que van a decirle al Rey lo que ha sucedido. Denuncian al que no tuvo compasión. No dejan pasar esta injusticia. No dicen «es cosa de ellos», «andá a saber cómo será la cosa», «si ya pasado otras veces…». Todas esas cosas que uno se dice cuando pasa de largo ante uno que acogota a otro o lo manda a la cárcel. Cosas que necesitamos decirnos para no meternos. 

Y aquí cobra valor la primera parte de la parábola. Porque estos co-servidores han asistido al perdón que su Rey otorgó tan compasivamente al siervo que le suplicó. Por eso, porque han sido testigos de una compasión tan grande, es que no pueden hacerse los distraídos ante una injusticia, por pequeña que parezca.

Si nos centramos en la figura de estos testigos, tanto de la misericordia como de la injusticia, encontramos nuestro lugar: el lugar justo para discernir y juzgar lo que Pedro le preguntó al Señor. Y qué es lo que le había preguntado? Desde la perspectiva que hemos adoptado las palabras de Pedro adquieren un significado particular. Pedro usa el verbo «afiemi», que significa perdonar y que tiene el matiz de «dejar pasar». Nosotros usamos a veces esta expresión de «dejar pasar algo» para decir que perdonamos algo. Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debo » dejar ir a mi hermano sin intervenir, sin cobrarle». 

Esto de aprovechar las palabras que uno usa para decir algo más hondo es muy de Jesús. Es como si Jesús pescara algo que no le gustó en la expresión que Pedro usa para perdonar. Se trata de algo en lo que el Papa insiste mucho, eso que llama la globalización de la indiferencia, el «mirar para otro lado». 

Lo que yo saco es que, por mi parte debo perdonar de corazón, 70 veces siete, las ofensas que me hace mi hermano; pero por otra parte no debo dejar pasar las injusticias que un co-servidor más grande le hace a otro co-servidor más pequeño. 

Así ilumina Jesús las relaciones fundamentales de nuestra vida: nuestra relación con Dios nuestro Padre, que es la de suplicar y recibir su Misericordia infinita; la relación con nuestros hermanos -para nosotros todos los hombres son nuestros hermanos-, con quienes nuestro perdón tiene que ser de corazón; y nuestra relación con todos los co-servidores, palabra fundamental para sentirnos pares en humanidad con todos los hombres de cualquier edad, raza, religión y condición social. Aquí las relación básica es la de la justicia: la de no dejar pasar las injusticias que se cometen a los más pequeños y las de denunciarlas. Denunciarla ante Dios con nuestra intercesión, y denunciarlas a los que pueden poner remedio humanamente mediante la política, la ley y la justicia.

Diego Fares sj

Los odres nuevos de la presencia del Señor “en medio” de nosotros (23 A 2020)

Jesús dijo a sus discípulos:

-“Si tu hermano peca contra ti, anda y corrígelo, entre tú y él solos.

Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 

Si no te escucha, toma contigo uno o dos más para que ‘el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos’; 

y si no los quiere oír, díselo a la Iglesia. 

Y si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, considéralo como un pagano o publicano.

En verdad les digo, todo cuanto aten en la tierra queda atado en el cielo y cuanto desaten en la tierra será desatado en el cielo. 

También les digo: Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.

Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18, 15-20).

Contemplación

Teología kerigmática

Contaba un amigo que uno de los fieles le preguntó a su párroco  por qué no hablaba más de las cosas que predicaba el Papa y el cura le respondió que él «hablaba de Jesucristo», como dando entender que el Papa habla mucho de sociología o de otras cosas que para él no son “teología”. 

Hay gente que piensa así, que el papa Francisco habla mucho de los pobres y que se mete en cosas que no son de su incumbencia, como cuando habla economía. Cuenta muchas historias  de cosas que pasan en la vida cotidiana pero -dicen- habla poco de «Jesucristo». 

Siendo un poco provocativo me animo a decir que la culpa de esto la tiene Jesús, que hablaba mucho de las cosas de la vida y hacía poca «teología» sobre sí mismo. O mejor: su teología es kerigmática, ordena lo que dice a despertar el ardor de la fe en el corazón del que escucha.

En el evangelio de hoy vemos que el Señor se extiende en contar un hecho de la vida cotidiana, un conflicto entre hermanos o amigos, y en el modo de resolverlo evangélicamente. Recién al final hace una afirmación sobre el Padre y otra sobre su Persona; y las hace en términos prácticos no teóricos. 

Hay que estar atentos para evitar dos peligros al leer lo que dice Jesús. Un peligro es quedarnos con la moraleja; el otro es irnos para el lado abstracto. Un peligro es pensar que Jesús está dando ejemplos edificantes acerca de cómo resolver los conflictos como si estuviera dando clases de autoayuda: primero hablar las cosas en privado, después con dos testigos y recién por  último decírselo a la comunidad. No está mal aprovechar esto, pero la moraleja es solo una consecuencia de un discurso más profundo. El otro peligro es irse para el lado de la teología abstracta y ponerse a elucubrar si Jesús está presente espiritual o físicamente, como sucede en las discusiones sobre la presencia real en la Eucaristía. Jesús asegura que Él está! Discutir el «cómo» ayuda si no tapa lo importante, que es la fe en que Él está «en medio».

Una lectura contemplativa es la que se asombra

Una lectura contemplativa tiene que partir siempre, una y otra vez, del asombro. Es asombroso lo que Jesús dice. El Señor afirma que el Padre nos concederá cualquier cosa que le pidamos si nos ponemos de acuerdo para pedírselo. 

Pareciera que esto no sucede en la práctica. Y entonces tenemos que asombrarnos más todavía. Porque, una de tres, o Jesús ha dicho solo una frase linda, una expresión de deseos, o ha dicho algo que tiene alguna cláusula oculta,  o lo que sucede es que no hay casi nadie en esta tierra que se ponga verdaderamente de acuerdo para pedir al Padre. 

Eliminemos la primera: Jesús no habla por hablar y no promete cosas que no cumpla. Aceptemos la tercera: es verdad que hay pocos acuerdos sinceros entre los hombres en esta tierra. Pero en la vida de los santos tenemos testimonios innumerables de que el Padre concede las cosas a los que se las piden cumpliendo esta condición de Jesús de ponerse de acuerdo. 

Miles de misas por la conversión de un cardenal 

Un lindo ejemplo lo encontramos en la vida de Ignacio y los primeros compañeros cuando se pusieron de acuerdo para rezar «algunos miles de misas» por el cardenal Guidiccione. Este cardenal se oponía junto con otros a que el Papa Pablo III aprobase formalmente la institución de la Compañía de Jesús, a pesar de que ya la había aprobado “a viva voz” el 3 de septiembre de 1539. ¡Miles de misas! San Francisco Javier escribe el 17 de marzo de 1541 que ya habían celebrado en las Indias 250 misas por esta intención. Y Rivadeneira dice que se tardaron “algunos años” en celebrar todas las misas que Ignacio había prometido. 

El hecho es que el cardenal Guidiccione experimentó un cambio tan grande y notable que es imposible que se haya dado de otra manera que por una intervención explícita de nuestro Padre Dios. Decía este cardenal a quien le quisiera oír: «A mi no me parece bien que se creen nuevas órdenes religiosas, pero esta no puedo dejar de aprobarla: porque me siento interiormente tan afeccionado y experimento en mi corazón movimientos tan extraordinarios y divinos, que allí donde la humana razón no me inclina, veo que me llama la divina voluntad, que me hace abrazar con afecto aquello que por la fuerza de la razón humana aborrecía». De ser el mayor enemigo de la Compañía pasó a ser su más amable y apasionado defensor. Eso sí, la unión de ánimos y el acuerdo entre Ignacio y sus compañeros jesuitas fue un acuerdo de esos que no se ven todos los días: ¡miles de misas celebradas por estos santos amigos en el Señor!

Pero vayamos a la cláusula oculta. Es muy audaz la revelación de Jesús y hay que leer bien todo el pasaje para notar que hay un «porque». Jesús dice que el Padre nos concederá cualquier cosa que le pidamos poniéndonos de acuerdo porque donde dos están reunidos en su nombre Él está en medio de ellos. Es decir, el Señor se pone como garante de nuestro acuerdo ante el Padre. 

Además, estamos hablando no de dos que se ponen de acuerdo para pedir plata, sino de dos que se reúnen en el Nombre de Jesús, es decir deseando cosas que pueden llevar su marca. Se trata pues de un ponerse de acuerdo sobre las cosas de Jesús, no sobre cualquier cosa. Y estamos en el ámbito de la Iglesia, en el ámbito del evangelio, de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia. 

Amigos que se ponen de acuerdo para pedir en favor de los pobres

Yo puedo dar testimonio de que en el Hogar todas las cosas que pedimos a través de San José para poder hacer mejor el bien a los más pobres, nuestro Padre nos las concedió siempre. Y viene bien hoy, que es aniversario de la muerte de Ricardo Servente y de Ricardo Ferrari, dos amigos del grupo fundador de Manos Abiertas, recordar con alegría cómo se pusieron de acuerdo con sus esposas y otros amigos para proponerle al padre Rossi institucionalizar la ayuda que espontáneamente se estaba brindando a los pobres. Ver hoy a Manos Abiertas ayudando en todo el país nos confirma en la fe que el Padre concede estos deseos evangélicos a los que se animan a soñar juntos en nombre de Jesús.

Los sínodos de Francisco y su ir a lo esencial

Reunirnos el nombre de Jesús y ponernos de acuerdo para pedir algo al padre implica, entre otras cosas, tener  una actitud sinodal en torno a lo esencial del Evangelio: esto es lo que propone, una y otra vez, nuestro Papa Francisco.

Sin embargo muchos discuten precisamente esto y no se ponen de acuerdo en las cosas esenciales que se pueden pedir en nombre de Jesús y hacen que esta  extraordinaria  promesa del Señor quede tapada por discusiones secundarias e inútiles.

Es notable cómo Jesús nos revela cosas del Padre y suyas pero no lo hace para darnos datos sobre su esencia en sí misma, sino  en relación a nosotros: nos revela cómo actúa el Padre y dónde se hace presente Él para que lo aprovechemos de manera concreta. En ese sentido podemos decir que Jesús no habla de Jesús. O mejor: habla de «Jesús con nosotros y para nosotros». No hace un tipo de teología de definiciones abstractas sobre Dios. La suya es más bien una teología de la vida, de las cosas que nos suceden todos los días y del modo que tiene Dios de intervenir y de comportarse en ellas.

Jesús nos revela dónde y cómo Dios se mete en nuestra vida. 

Es muy consolador saber de labios de Jesús que nuestro Padre se mete allí donde nos ponemos de acuerdo los hijos para pedir algo  que tiene que ver con los sentimientos de Jesús, el Hijo amado.

Un último detalle. Advirtamos Jesús nos dice dónde está presente: en medio de los que rezan y obran en su nombre.

Los odres nuevos son los otros

Ese «en medio» me trae al corazón la parábola de los odres, la que dice que el vino nuevo tiene que estar en odres nuevos. Siempre he meditado qué representan esos odres nuevos: si un corazón más puro, o una mente iluminada por la fe… Ayer se me hizo claro que no es ningún «recipiente» interno mío, sino que «el odre nuevo son los otros». Las cosas de Jesús, «el amor con que nos ha amado» se debe «poner» en los otros. Y hoy veo que ese odre nuevo es un “otro” comunitario. La comunidad es el espacio que se vuelve recipiente de la presencia de Jesús cuando nos juntamos en su nombre.

Por tanto, y dado que el señor nos da una clave práctica, en vez de hacer especulaciones es sensato ir directamente a confirmar su palabra en la práctica, poniéndonos de acuerdo con otros para pedir algo en nombre de Jesús.

Emaús

Termino con una reflexión sobre el episodio de los discípulos de Emaús. Diría que cumplen el mínimo de lo requerido por Jesús: están reunidos en nombre de Jesús aunque su reunión de dos sea para irse de la comunidad y aunque el nombre de Jesús sea el de una ilusión que tuvieron y de la cual se han desilusionado. En este mínimo mínimo se hace presente Jesús, él rescata que no se haya ido cada uno por su lado, sino que se vuelvan juntos y rescata también el diálogo que sostienen acerca de su persona, aunque sea desolado.  

Aquí creo que entramos muchos: los desolados por las cosas que Jesús «no hace en  su Iglesia como pensamos que debería hacer».  También en medio de nosotros el Señor está. Reteniéndonos los ojos a su presencia. Para ver si aún en nuestras desolaciones teológicas somos capaces de ponernos de acuerdo en hospedarlo en la persona de tantos refugiados y sin techo que encontramos por el camino. Como a los de Emaús, al poner en medio a los pobres, el Señor se nos hará presente partiéndonos el pan.

Diego Fares sj