Seguir a Jesús a pie (18 A 2020)

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.

Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Al salir de la barca, Jesús vio toda esa gente y se le enterneció con ellos el corazón y se puso a curar a sus enfermos. 

Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: ‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’. 

Pero Jesús les dijo: ‘No necesitan ir, denles ustedes de comer’. 

Ellos le respondieron: ‘Aquí no tenemos nada más que cinco panes y dos pescados’. 

‘Tráiganmelos aquí’, les dijo. 

Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud. 

Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14, 13-21).

Contemplación

La gente siguió a Jesús a pie. En aquel contexto “a pie”, quería decir “por tierra”, es decir “no por mar”, no en barca. A pie también quería decir “no a caballo, ni en burro, ni en carro”. En la actualidad, decir “a pie” supone renunciar a más medios de transporte: al  auto, al subte, al micro, al tren, al avión y a los monopatines a motor que se han puesto de moda en Roma con esto del distanciamiento social en los transportes. 

Me quedé con esta frase quizás porque ayer fue la fiesta de San Ignacio y siempre me viene el título del libro de Tellechea Idígoras: Ignacio solo y a pie. O “Nunca solo”, como dice Rodríguez Olaizola. Ignacio -solo o con compañeros- casi siempre a pie. Es que el 2021-2022 será un “año ignaciano”. Recordaremos los 500 años de su conversión, en la que jugó un papel importante el hecho de no poder caminar por haber sido herido en una pierna. De ahí salió convertido en un incansable peregrino que, con su renguera a cuestas, recorrió toda Europa y llegó a Tierra Santa. 

Qué nos inspira esto de “seguir a Jesús a pie”, como la gente sencilla, como Ignacio, con sus Ejercicios Espirituales, que son bien “de a pie”? Lo primero es que mirando a la gente sencilla que no tenía otros medios de transporte, caemos en la cuenta de que Jesús mismo fue uno que siempre anduvo a pie. Tan es así que la única vez que se nos cuenta que anduvo en burra el hecho quedó marcado para siempre como algo excepcional en su misma sencillez. En la escena de hoy lo vemos caminando entre la gente, sanando a sus enfermos. Y luego lo veremos en medio de la tormenta y avanzando sobre las aguas, tambien a pie! 

Por eso la reflexión de hoy es muy simple. Y puede parecer hasta banal. El seguimiento de Jesús, que a lo largo de la historia va tomando distintos modelos, siempre tiene esta característica de fondo: es a pie. Y el motivo es porque Él vino a nosotros a pie!

Quiso nacer “de camino”, padeció el tener que irse caminando al destierro, en brazos de sus padres, peregrinaba desde niño, todos los años de Nazaret a Jeursalen, recorrió toda su patria de punta a punta, caminando junto con sus discípulos, hizo su “via crucis” a pie, cargando con su Cruz y, resucitado, se nos dice que acompañó por el camino a los discípulos de Emaús. 

Pensaba en los lugares a los que voy y vuelvo a pie. De niño eran las catorce cuadras entre mi casa y el colegio. Durante muchos años, en San Miguel, a los barrios ibamos en colectivo, pero dentro del barrio nos movíamos a pie. Caminábamos bastante yendo a buscar a los chicos para el catecismo, llevando la comunión a los enfermos, yendo de una capilla a la otra. En los veinte años en El Hogar de San José hacía generalmente cuatro veces al día las siete cuadras de ida o de vuelta entre Regina y el Hogar. Aquí en Roma, son los dos km de La Civiltà al Gesù… 

Los recorridos que uno hace a pie, de ida y vuelta, tienen algo que está en la base de todos los otros viajes: al trabajo en auto o en colectivo y tren, y a otras regiones, en avión. En los trayectos que hacemos a pie experimentamos una alianza entre el espacio y el tiempo y nuestra humanidad. Se podría decir que ese espacio pisado y contemplado al ritmo de nuestros pasos se vuelve nuestro. El espacio que transitamos a mayor velocidad en auto (y ni hablar del que sobrevolamos en avión) es menos nuestro. Incorporamos solo fragmentos vistos al pasar. Sin embargo, no se trata de una cuestión de tipo “gimnástico”, porque podemos incluir entre los caminos hechos a pie el camino cotidiano al trabajo o a la escuela aunque los hagamos en otros medios. La frecuencia y el recorrido siempre igual hacen que ese territorio se nos incorpore como si lo recorriéramos a pie. 

Que Jesús venga  a nosotros “a pie” indica que el Señor quiere hacer alianza con nosotros no en abstracto, sino situados en nuestra historia y en nuestra geografía terrena. Y esto es para poder incluirnos de verdad enla historia y la geografía de su Reino. 

Esta es una indicación preciosa a la hora de “buscar” al Señor, de “querer conocer cuál es su voluntad”, a dónde quiere llevarnos. Para encontrarlo, más que salir a buscarlo por caminos desconocidos, tenemos que “volver sobre nuestros pasos”. Antes de que nos envíe a los confines del mundo (y de la libertad de los otros, que pueden estar viviendo al lado), el Señor que nos invita a seguirlo es el mismo que, cuando llamó a Mateo, fue primero a su casa. El Señor que nos llama a seguirlo es el que citó a los discípulos en Galilea, y luego sí, los envió a bautizar a todos los pueblos y a enseñarles a cumplir todo lo que Él les había revelado.

Lo que quiero decir es que el seguimiento de Jesús no nos llevará por un camino en el que lo único que importa es el punto final. El seguimiento del Señor nos habla más bien de ese ritmo que tenemos cuando vamos a pie, ese ritmo de ida y vuelta cotidiano, que no es el del turista ni el del que huye, sino el ritmo del que permanece. 

En medio de ese ritmo cotidiano, hecho de pequeños pasos, se muestra lo que somos, lo que podemos caminar sin ayudas externas, lo que verdaderamente amamos, porque vamos y volvemos allí, la relación real que tenemos con nuestro prójimo, el que sabemos que volveremos a encontrar mañana. 

El Señor está allí: en el camino de regreso de todos los día, en la orilla a la que volvemos después del trabajo, en la Galilea de nuestra infancia, donde está la cuadra que caminábamos jugando, en la barca a la que vamos al trabajo cada día.

Al Señor lo encontramos viniendo a nosotros a pie por los mismos caminos que nosotros recorremos cada día a pie. 

El es capaz de alcanzarnos incluso cuando nos hemos alejado y estamos en medio de una tormenta, pero viene a pie”, no volando. 

El ha ido al Padre, cubriendo la distancia más inconmensurable que existe, la que se da entre el misterio de Dios y nuestra carne, pero incluso en esta imagen “de ascensión” que nos dejaron los evangelistas, lo último que alcanzaron a ver del Señor fueron sus pies llagados. E inmediatamente los ángeles los exhortaron a no quedarse mirando al cielo, sino a partir en misión, hacia los confines del mundo, caminando. 

Por estas cosas es que el seguimiento de Jesús tiene el ritmo del que lo sigue a pie. Aunque nos lleve muy lejos y en avión el quiere que donde vayamos “creemos recorridos a pie”. Caminitos alegres, como los de Teresita. Rutinas sanadoras, como las de los que rezan en los monasterios y las de los que practican las obras de misericordia en las casas para los más pobres. 

Así como las obras de misericordia se practican “a mano”, no al bulto ni en serie, el seguimiento de Jesús se hace “a pie” . A pie quiere decir que todo el proceso es importante y que no se trata de andar saltando por el aire, cubriendo grandes distancias. “A pie” quiere decir “personalmente”: al propio ritmo, siguiendo paso a paso el camino, sin saltear etapas. 

Seguirlo a pie quiere decir: “sintiendo y gustando las cosas internamente”.

Seguirlo a pie quiere decir: “no tener la posibilidad de cambiar de caballo a mitad del río” (porque uno no tiene ni caballo).

Seguirlo a pie quiere decir paso a paso, como quien sigue los pasos de la oración ignaciana: antes de hablar con Dios, discierne lo que le pide; antes de discernir, contempla a Jesús, escucha lo que dice, mira lo que hace; antes de contemplar, medita; antes de meditar, lee atentamente el Evangelio; antes de leer, pide la gracia de rezar de corazón; antes de pedir, imagina el lugar -se sitúa-, y un paso o dos antes de entrar en la oración, se deja mirar por Dios nuestro Señor, lo adora y le hace una reverencia.

Seguirlo a pie quiere decir paso a paso, como el buen Samaritano que practica la obra de misericordia: antes de pasar a ayudar al siguiente herido, regresa a ver si hace falta pagar algo más en la hospedería donde dejó al primero; antes de completar el pago, lo promete y asegura; antes de prometer, se queda una noche cuidando personalmente al herido; antes de cuidarlo, busca ayuda; antes de buscar ayuda, lo carga sobre la propia montura; antes de cargarlo, le brinda los primeros auxilios; antes de brindárselos, se le acerca bien; antes de acercársele, se compadece; antes de compadecerse, lo ve de lejos; antes de verlo de lejos, andaría rezando -abierto el corazón a los intereses de Dios y del prójimo- y no distraído ni metido solo en sus cosas.

Diego Fares sj