Felices sus ojos porque ven al Sembrador, felices sus oídos porque oyen la parábola de la semilla (15 A 2020)

“Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía…: 

El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron enseguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos, y estos, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra linda y buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. El que tenga oídos, que oiga.

Los discípulos se le acercaron y le dijeron: ‘Por qué les hablas por medio de parábolas?’ El les respondió: ‘A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan y yo no los sane’. Felices, en cambio los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen…” (Mt 13, 1-23).

Contemplación

Felices sus ojos, porque ven; felices sus oídos, porque oyen…

Qué es lo que vemos, para que podamos considerar felices a nuestros ojos? Qué es lo que oímos para sentir que son felices nuestros oídos? Vemos a Jesús, que le habla extensamente a la gente que lo sigue, y escuchamos su parábola: la parábola del Sembrador, los terrenos y la semilla. 

La parábola es muy sencilla. Sencillísima! Tanto que nos parece que ya la sabemos. Es la parábola que ilumina todas las enseñanzas de Jesús. Nos muestra que sus palabras -bellas y sabias en sí mismas, como una linda semilla-, dan fruto en la medida en que se las recibe bien, se las cuida y se las pone en práctica. Pero esta regla que podríamos llamar de la «interactividad de las parábolas» se le aplica también a ella misma. 

Vemos a Jesús que le habla habla largamente a todo tipo de gente: grandes, niños, cultos e iletrados, buenos y distraídos… La pregunta de los discípulos acerca de por qué les habla en parábolas, parece tener como trasfondo el sentimiento de que el Señor se está desperdiciando al dedicarle tanto tiempo a hablar con gente común. Los discípulos le piden al Señor que les explique el significado de las parábolas y vemos que la explicación literal no es nada complicado. Además, en el evangelio de Marcos, el Señor les reprochará que «no entiendan»: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, pues, comprenderéis todas las parábolas?» (Mc 4, 13). Es como si los discípulos estuvieran buscando «significados difíciles» y no creyeran que la gente entendía de verdad al Señor. Porque el pueblo sencillo parecería que entiende, ya que no le piden que les explique! 

Esto me lleva a pensar que el tipo de «interacción con las parábolas» -lo que simboliza la tierra buena»- no debe ser cuestión de inteligencia o de estudios teológicos, sino que se trata de otro tipo de interacción. 

Qué será entonces esa «tierra linda y buena» que le permite dar fruto a la semilla?

Quizás tiene que ver con la bienaventuranza de los ojos y los oídos. La tierra buena no es en primer lugar la de una inteligencia estudiosa, sino -antes- la de unos ojos que ven y la de unos oídos que escuchan. Qué cosa? La parábola del Sembrador, de los terrenos y de la semilla! Jesús bendice a los que lo ven Sembrador y escuchan sus parábolas. Los bendice y los felicita sin más. Los evangelistas nos dicen muchas veces que «la gente se alegraba al ver las maravillas que hacía Jesús» (Lc 13, 17); que lo seguían, que buscaban verlo, que se admiraban de su enseñanza, porque veían que enseñaba con autoridad…

Qué es lo lindo de contemplar a un Jesús que se presenta como Sembrador? Quizás que no es un Dios interesado en cosechar rápido en nosotros; es uno que viene a sembrar, no a cosechar. Viene a dar algo sin apuro, algo que será también nuestro, así como las plantas toman el color y el perfume de la tierra en la que crecen.

 Y por lo que dice luego, es un Sembrador muy particular, ya que siembra en todo tipo de terrenos. Todas las parábolas tienen un detalle sorprendente, algo que parece natural, pero no lo es, como el hecho de que un pastor deje las noventa y nueve ovejas por buscar a una perdida. Aquí el detalle asombroso es que el Sembrador esparce la semilla en todo tipo de terrenos. La parábola es realista: muchos terrenos no dan fruto. Pero Él igual siembra y siembra. Tanto que nos vienen ganas de agradecer que haya tierra buena y al ver cómo algunos terrenos dan tanto fruto, nos alegramos de saber que la semilla era buena! Esta es la Buena Noticia: que hay un Sembrador que es así de bueno, uno que no se cansa de sembrar ni selecciona sus terrenos; que su semilla es tan buena que es capaz de dar el treinta, el sesenta y el ciento por uno en frutos!, y que existe tierra buena en este mundo. Aunque haya mucho terreno inútil y malo, hay tierra buena. 

Con estas tres buenas noticias, podemos ir adelante, con fe y esperanza, en seguimiento del Señor. Vale la pena lo que él siembra. Vale la pena ir a trabajar en su viña, vale la pena salir a cosechar lo que Él ha sembrado y en tantas partes está dando fruto. Alegrarnos en Él como Sembrador, escuchar su Palabra como Semilla buena, equivale a convertirnos nosotros mismos en tierra buena.

Felices nuestros oídos que pueden escuchar de nuevo la parábola del Sembrador y de sus semillas que cayeron en distintos terrenos. Felices nosotros porque las palabras-semillas que escuchamos nos cuentan nuestra historia pasada y nos ofrecen la posibilidad de una nueva historia en el presente. 

Nos cuentan la historia de las palabras que se nos perdieron, la historia de las palabras que arraigaron lo suficiente y la historia de las palabras que nuestras malezas ahogaron. Pero también nos cuentan la historia de las palabras que dieron fruto en nuestra vida. Y nos hacen sentir la alegría de ser «tierra», simple tierra, gente sencilla que si se la trabaja y abona, es tierra buena para que den fruto las palabras-semillas de Jesús. 

Diego Fares sj

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