Jesús es Alguien especial, único en el mundo (13 A 2020)

“Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama (philon) a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. Y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentra su vida la perderá. Y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá recompensa de un profeta, y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber aunque sólo sea un vasito de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa” (Mt 10, 37-42).

Contemplación

El Señor habla usando imágenes. Las consideramos en conjunto, como diversos modos de comunicarnos un único mensaje, el cual se podría sintetizar así: solo si tratamos a Jesús como nuestra persona preferida, como nuestro Predilecto, nos ponemos a su altura, nos volvemos dignos de Él, de recibir lo que nos trae del Padre: su Espíritu. Nuestro Padre lo dice claramente: Jesús es su Hijo predilecto, su Hijo amado. Si para el Padre la Persona de Jesús es así, no puede serlo menos para nosotros. 

El punto es que Jesús quiere este trato de parte nuestra. No considera que Él deba ser predilecto solo de su Padre, como uno que quiere ser la persona preferida de algunos, pero no de todos. Lo que quiero decir es que es un honor y una gracia inmerecida que Jesús se fije en nosotros y le interese que le demos este lugar preferencial en nuestra vida. 

Veamos cada una de las imágenes. La primera es una comparación. Jesús toma como ejemplo el amor de un hijo para con su padre y de un padre para con su hijo. Y dice que, con respecto a Él, nuestro amor de predilección debe ser mayor. Que lo debemos preferir. 

El amor del que habla es el más entrañable, el que hace que un hijo se sienta orgulloso de su papá y un papá de su hijo. Pero no es que el Señor intente competir. Creo que más bien lo que intenta es hacernos comprender quién es Él para nosotros: es más que un padre amado, más que un hijo preferido. Toma el sentimiento más entrañable que hay en un corazón humano y entra en él. Si lo tratamos así, lo tratamos como quién es y entonces podrá responder. Si lo tratamos con una preferencia menor, no seremos dignos de Él. 

Esto es así en la vida. Hay personas que son muy dignas por sí mismas, pero si uno las ningunea o las rebaja, aunque no afecte lo que ellas valen por sí mismas, uno se las pierde. El trato es de ida y vuelta: la persona digna, cuando es dignamente tratada, dignifica al que la trata así. Puede resultar paradójico en nuestro mundo en que cualquiera desprecia o habla mal de cualquiera. Pero es claro que «cualquieriar» o «ningunear» a alguien digno y bueno vuelve indigno al que lo trata así, no al otro. 

Yo diría que Jesús con este ejemplo quiere llamar la atención a todos en este punto: si vamos a tratar con Él -acercarnos a su persona, escuchar sus palabras, preguntar acerca de Él a sus amigos/testigos, brindarle nuestra atención…- el rasgo determinante para nuestro modo de tratarlo lo expresa la palabra «especial». Jesús es Alguien especial y debe ser tratado como tal si es que queremos «hacernos dignos de Él», de su mirada, de su atención, de sus beneficios. 

«Trato especial» significa muchas cosas y puede tener infinidad de matices y de grados. “Especial”significa que, subjetivamente, usamos para con Él algún recurso no común de nuestra parte. El Evangelio está lleno de ejemplos así, de lo que este trato especial significaba para la gente pequeña, esa gente que se sentía honrada de poder siquiera merecer tratar con Jesús y se lo demostraba en algún detalle. 

La pecadora que rompe su frasco con perfume de nardo carísimo es quizás la imagen que «perfuma» todas las demás. No se puede ir a Jesús con cualquier perfume. Ni tampoco es digno de Él rociarlo solo con algunas gotas. El ejemplo que se sitúa en el polo totalmente opuesto es el de la hemorroísa, cuyo gesto de tocarle la orla del manto es aparentemente contrario al perfume, que perfuma toda la casa. El suyo es un gesto íntimo, fugaz, imperceptible…, pero «especial». Y el Señor lo nota. Como también es «especial» la limosna de la viuda, esas dos moneditas; o el treparse a la morera de un tipo importante como Zaqueo, sin importar el “qué dirán”. Es especial el modo de escuchar a Jesús -sentada a sus pies- de su amiga María y es especial el modo de querer defenderlo de Simón-Pedro, aunque Jesús le impida causar daño con la espada. 

Todo el evangelio es una sucesión de «encuentros especiales» con Jesús. Y cada uno debe encontrar «su gesto especial», ese que lo hace digno del Señor, de su trato, que es también especial. Quizás este sea el punto: como todo en el Señor es «especial», sólo lo puede comprender y recibirlo el que «existencialmente» pone de parte suya gestos también especiales.

Cuando el Espíritu nos abre los ojos y nos hace ver que «todos los gestos de Jesús para con nosotros fueron especiales» comenzamos a comprenderlos en su peculiaridad. Salimos de la nube de vulgaridad y de banalización en que vivimos inmersos, ese caldo que tiñe con su niebla la vida cotidiana haciendo que todo parezca ordinario en el sentido peyorativo de la palabra: desleído, soso, sin brillo, sin especial bondad. 

La siguiente imagen es la de la Cruz. Leída a la luz de un Jesús que ya estamos considerando como Alguien especial -como el más especial!-, lo de cargar nuestra cruz inclina el peso hacia el seguimiento. Es como si dijera: a Alguien así hay que seguirlo sí o sí y como sea. Por tanto, no se puede poner como excusa la propia cruz. No importa cuál sea: si algo que uno no puede resolver externamente o si es  algo interior. El Señor «nos da permiso» para seguirlo con nuestra Cruz! Esa es la buena noticia. 

La tercer imagen incluye la palabra «psiché». Perder o ganar la vida… psíquica, en el sentido en que se distingue de la vida espiritual -libre- y la vida física. Perder o ganar los entiendo yo en el sentido de «preocuparse por», de centrarse allí. La psichè es el alma o la vida en cuanto sede de los sentimientos, pasiones, deseos, afectos y aversiones psicológicas. En el fondo, lo que está diciendo es que cada uno puede seguir al Señor y relacionarse con Él como es, con su sicología. No es que la madurez y el autodominio psicológico sea condición determinante para relacionarse con Jesús. Al contrario, los enfermos y pecadores son los que mejor se relacionan con este Jesús tan especial. Quizás porque son los que mejor captan su «especialidad» que es redimir, sanar, dar vida, enseñar, disfrutar de la amistad sincera… 

Las últimas imágenes tienen que ver con el recibir y el dar. Miran la intención última con que uno recibe y da. Aquí «lo especial» de Jesús se muestra en toda su extensión y calidad. El Señor quiere que todo lo hagamos y recibamos en su Nombre, por Él como Persona, para Él en particular, en Él en el sentido de «con su estilo». Lo más justo, como recibir o alabar a un profeta porque es profeta, solo «equilibra» las cosas. En cambio, lo más pequeño, como un vasito de agua, hecho en Nombre de Jesús, para hacerle sentir a Él lo que significa para nosotros, adquiere un valor inusitado y se hace acreedor de una recompensa desbordante. Así de especial es Jesús! El vuelve todo especial. Fuera de Él todo es «pérdida» -basura, como dice Pablo-, rutina, poca cosa. Con Él todo adquiere su propio valor y el plus que le da el Predilecto.

Jesús conjuga y declina el amor en todas sus formas, grados y matices. Aquí usa «filein», que es amor de la predilección que uno tiene por sus amigos. Esa que lleva, como dice Borges, a engrandecer sus acciones para poder admirarlos y darle así al amor que se siente por ellos un recipiente propicio. Cuando un amigo «agranda» a su amigo, cuando cuenta con pasión lo que el otro hizo y le agrega cosas dignas de admiración, a veces hasta exagerando un poco, no es por afán de fabular o de adular. Que no es así se comprueba en que el mismo amigo que es capaz de mostrar su admiración incondicional por algo que hicimos bien, no duda en cargarnos y señalarnos alguna metida de pata o defecto. Expresar nuestra admiración por un amigo, considerarlo alguien único en el mundo y especial, nos enaltece al mismo tiempo a nosotros y, por encima de todo, enaltece nuestra  amistad. Jesús quiere ese trato especial que el zorro le enseña al Principito: “tú serás para mí único en el mundo, yo seré único en el mundo para ti”.

Diego Fares sj

La valentía del Padre quita el temor de los hijos (Domingo 12 A 2020)

No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que Yo les digo en la oscuridad repítanlo a la luz (en pleno día); y lo que escuchen al oído proclámenlo desde los techos. 

No teman a los que matan el cuerpo pero no tienen poder para matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. 

¿Acaso no se vende un par de gorriones por unas monedas? Sin embargo ni uno solo de ellos cae en tierra sin el Padre de ustedes. Hasta los cabellos de su cabeza están todos contados. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que se juega abiertamente por mí ante los hombres, Yo me jugaré por él ante mi Padre que está en el cielo. Pero Yo negaré ante mi Padre que está en el cielo a aquél que me niegue ante los hombres” (Mt 10, 26-33).

Contemplación

Cuatro veces aparece en el evangelio el término «miedo» (fobos), temor, y el Señor lo ahuyenta como Buen Pastor:con realismo y energía, usando ejemplos sencillos, como los de los pajaritos que están en las manos de nuestro Padre, el cual hasta los cabellos de la cabeza de sus hijos tiene contados. No teman, dice Jesús a su pequeño rebaño. No le tengan miedo a nada, fuera del Maligno, que los quiere apartar de mi amor y amistad. 

El temor es una de las cuatro pasiones principales con que «reaccionamos» ante un bien, presente o ausente: gozo/tristeza; esperanza/temor. El temor se opone a la esperanza porque -robándonos el gozo del bien presente- nos pone en actitud de fuga ante un mal futuro y arduo, difícil de evitar. 

San Juan que es quien mejor discierne los miedos y su remedio, afirma: «El amor (agape) expulsa el temor (fobos) (1 Jn 4, 18). Lo expulsa, porque el amor nos pone bajo la acción de un Bien presente, al alcance de la mano: el amor de nuestro Padre del Cielo -que habita en nuestro corazón-. El Padre nos cuida y nos protege contra todo mal, dice Jesús, poniéndose a sí mismo como ejemplo y testigo fiel. 

Este es el anuncio consolador que nos trae el Señor en el evangelio de hoy: No teman! porque ustedes están en las manos del Padre y si Él cuida hasta de los pajaritos, cuanto más los cuidará a ustedes! Confíen!

Gozar de este amor de nuestro Padre Dios despierta en nosotros la esperanza, que siempre está, pero que a veces la tenemos como de reserva. Gozar del amor de Dios despierta la esperanza de alcanzar más bienes -todos los bienes que el Señor promete: la alegría, la paz, la amistad con Él, la unidad entre nosotros, la vida eterna…-, y nos da el coraje para vencer todo tipo de temor, tanto el que nos paraliza (pereza) como el que nos llevan a huir de las situaciones difíciles (cobardía).

El Señor habla con ejemplos. Para ilustrar el primer «no teman» nos presenta situaciones que tienen que ver con la Palabra. Por un lado, con la palabra que dicen los demás. El Señor advierte que nos llamarán «endemoniados» como lo llamaron a Él que es el Maestro. Por otro lado, con la palabra que nosotros debemos anunciar y proclamar a la luz del día: la buena noticia, el evangelio, las bienaventuranzas. 

Jesús les quita a los apóstoles el miedo al «qué diran» recordando que «el discípulo no es más que su maestro»; si al Maestro lo llamaron Beelzebub, también de sus discípulos dirán lo mismo. No debemos temer ese tipo de reacciones agresivas que la predicación de la Palabra suscita en algunos y que, hoy, los medios multiplican. 

El otro ejemplo que da el Señor tiene que ver con lo oculto y lo público. En cada sociedad hay «códigos», cosas que se dicen y cosas que no se dicen o se dicen de un modo y no de otro. Pues bien, en el evangelio la única ley para administrar la verdad es la de la caridad. No hay otra. Y al final, nada habrá oculto, todo será revelado. Por tanto, no hay que temer. Solo discernir el momento en que se debe dar testimonio, teniendo en cuenta el bien de los demás. Aquí vale, por ejemplo, la regla de «no tirar perlas a los chanchos». Pero hay momentos, como cuando el Señor manifiesta ante el sanedrín que Él es verdaderamente el Hijo del Dios Bendito, en que hay que decir la verdad aunque cueste la vida (o el puesto, o una relación o lo que sea).

Para ilustrar el segundo «no teman» el Señor pone ejemplos de persecución: habla de los que tienen «poder de matar». Aquí distingue claramente dos tipos de amenazas: una física, a la que no hay que temer, y la otra espiritual, a la que sí hay que temer. Establece, sin dejar lugar a dudas, que al único que tenemos que temer es al demonio, porque tiene poder de robarnos la vida eterna y, cuando no puede lograr esto, nos trata de robar algunos de sus frutos, o disminuirlos, o al menos «escupirnos el asado», en el sentido de causar algún disgusto. El Papa insiste siempre: «no se dejen robar la alegría del evangelio; no se dejen robar la esperanza, no se dejen robar la pertenencia al pueblo fiel… 

Para ilustrar el tercer «no teman» el Señor usa ejemplos que tienen que ver con la autoestima en la fe. Los ejemplos de los gorrioncitos y de los cabellos contados son para hacernos sentir lo mucho que valemos a los ojos de nuestro Padre. Él «está» junto a cada criatura suya, en su vida y en su muerte. Y contabiliza todo, hasta nuestros cabellos. En otro momento, Jesús dirá que el Padre sabe todo lo que le queremos pedir, todo lo que necesitamos. 

La oración del Padre nuestro nos la enseñará para que cada día nos pongamos totalmente en sus manos y gozando así de su amor y de su providencia, sea expulsado de nuestra vida todo temor y todo miedo. 

Lo contrario del temor es el coraje, en cuanto virtud del corazón. La valentía de corazón  se nutre de la esperanza y sale busca del bien con audacia, metiéndole para adelante. La valentía del corazón se alimenta también de la fortaleza y resiste el mal, aguanta y persevera en el bien sin rendirse jamás, levantándose, si cae, una y otra vez.

En las parábolas y ejemplos que Jesús nos da de nuestro Padre vemos estas cualidades y, como hijos suyos, podemos sentirnos animados a vivirlas en su Nombre, es decir para gloria suya. 

Si miramos la creación, y en especial nuestro planeta, no podemos menos de pensar que es fruto de Alguien audaz y creativo,  de un apasionado por la vida en todas sus formas. Viendo la creación no podemos imaginar que sea fruto de alguien temeroso y calculador, de alguien con una mentalidad utilitaria que haya calculado costos y beneficios como quien quiere producir cosas en serie. Por el contrario, la creación en su infinita riqueza y variedad da testimonio de ser obra de Alguien que no teme derrochar recursos y que se juega entero en su obra dando todo sin reservarse nada para sí. 

Su audacia para crear se muestra también en su apuesta a la colaboración de sus creaturas. Algo de esto podemos verlo expresado en la parábola de los talentos, donde el rey distribuye generosamente sus bienes y desea que se negocie y arriesgue con ellos para que den fruto abundante. 

Se proyecta luego este coraje en el aguante y la paciencia del corazón del Padre para sostener y mantener todo lo creado sin fijarse en costos ni en sacrificios, como vemos en la parábola del dueño de la finca, en la que Jesús nos muestra a su Padre apasionado por su viña, cómo sale a todas horas a buscar cosechadores y paga generosamente a todos, comenzando por los últimos. 

En las parábolas de la fiesta de bodas de su hijo, el coraje del corazón del Padre se pone de manifiesto en su decisión inclaudicable de hacer la fiesta, sí o sí. No acepta excusas y si los primeros invitados son indignos, dignificará a los pobres, a los enfermos y pecadores con el vestido de su misericordia que los haga esta a la altura de la celebración. 

La misericordia incondicional y a toda prueba es también una forma de valentía del corazón: el Padre no teme enviar a su Hijo a buscar a los que se habían perdido. En Jesús se encarna este coraje del Padre que es el que, como Hijo, lo hace «amar hasta el extremo» y lo lleva a dar la vida por sus hermanos. 

También es valentía el animarse a hacer fiesta por su hijo pródigo que regresa y apostar al diálogo con su hijo mayor. El Padre no se deja amedrentar por nada y ningún respeto humano lo aparta de su deseo de salvar a todos. 

En el día del padre pedimos esta gracia de la valentía del corazón para todos los padres, biológicos, adoptivos y espirituales. Gracia que se muestra, perfectamente reflejada, en el Corazón del Señor, imagen del Corazón invisible del Padre eterno.

Diego Fares sj

El Cuerpo de Cristo, en el que se nos muestra la Trinidad que sale de sí y viene a habitar entre nosotros (Corpus A 2020)

(Después de la multiplicación de los panes) Jesús dijo a la gente (que lo seguía y había ido en su búsqueda): «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.» 

“Aquéllos que rechazaban a Jesús” discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente» (Juan 6, 51-58).

Contemplación

Este tiempo de Covid-19 y de pandemia, en el que no podemos comulgar materialmente ni sacar el Corpus por las calles en multitudinaria procesión, muchos me cuentan que han tomado conciencia del valor de la comunión sacramental, con el Cuerpo y la Sangre del Señor. También han tomado conciencia de lo lindo que era poder caminar con Él por nuestras calles. (Siempre recordaré el Corpus de 1992 cuando, sin saber que se hacía la procesión desde San Juan de Letrán a Santa María la Mayor, salí a caminar de tarde por las callecitas de Roma y desemboqué en vía Merulana en el  momento preciso en que Juan Pablo II pasaba frente a mí a pie, llevando el Santísimo en sus manos, cantando en medio de la multitud con antorchas). 

Siguiendo todas las misas de Santa Marta que desde el 9 de marzo al 18 de mayo nos celebró al mundo como un simple sacerdote nuestro Papa Francisco, disfruté de manera especial el momento que le dedicaba a “aquellos que no pueden comulgar y hacen ahora su comunión espiritual”. De las dos o tres oraciones distintas que rezaba el Papa cada mañana, me quedaron la de san Alfonso María de Ligorio y la del Cardenal Merry del Val. La primera dice así:  

“Jesús mío, yo creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento.

Te amo sobre todas las cosas y te deseo en mi alma.

Como ahora no puede recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Como ya habiendo venido, yo te abrazo y me uno a Ti; 

no permitas que me vaya a separar jamás de Ti”.

Me hace pensar eso de “ven al menos espiritualmente”. Es un hecho notable cómo las palabras del evangelio recobran vigor en los momentos de crisis, cuando se abren brechas en el sistema de pensamiento en el que pensamos y discutimos. La Encarnación del Hijo de Dios y el hecho de que nos de a comer su Cuerpo y su Sangre, significa que cuando lo recibimos a Jesús “material y espiritualmente”, lo recibimos de una manera más plena que si lo hiciéramos “solo espiritualmente” (o “solo materialmente”, podemos agregar, para los que se han “acostumbrado a la comunión” y no le dedican un acto espiritual de adoración al hecho físico de comer). Sacramentalmente quiere decir las dos cosas juntas. Esta es la palabra que “cobra vigor” en la situación actual! Sacramentalmente! Dice un antropólogo del Amazonas peruano que los indios huitotos “relatan” sus mitos bailando. “Eso es cosa de baile”, dice un abuelo, cuando le piden que explique un mito. Hay cosas que se comprenden “bailando”, sacramentalmente!

La necesidad que nos ha llevado a poder hacer sólo la comunión espiritual nos devuelve a todos la conciencia de las dos cosas: de la fuerza que tiene el deseo de comulgar, de lo importante que es poner toda nuestra atención y libertad en ese acto de unión con Jesús, y también la conciencia de la importancia del pan, del hecho de comer, de juntarse en la Eucaristía presencialmente y no solo de manera virtual. 

Hoy en que el plasma de los que se han curado del Covid-19 es medicina para los enfermos, el lenguaje de Jesús que nos dice que su Sangre da vida eterna y nos redime y nos perdona los pecados parece que adquiere más valor real en medio de tantas palabras gastadas. 

La otra oración, la del Cardenal Rafael Merry del Val, reza así: 

“A tus pies, oh, mi Jesús!, me postro y te ofrezco 

el arrepentimiento de mi corazón contrito 

que se abisma en su nada y en Tu santa presencia. 

Te adoro en el sacramento de Tu amor, 

deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. 

En la espera de la felicidad de la comunión sacramental, 

quiero poseerte en espíritu. 

Ven a mí, oh, mi Jesús!, que yo venga a Ti. 

Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, 

para la vida y para la muerte.

Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Amén”. 

De esta oración me gusta lo de “la pobre morada que te ofrece mi corazón” y lo de “ven a mí, oh, mi Jesús!, que yo venga a ti”. Es fuerte este “venir” el uno al otro, en libertad, para entrar en comunión. 

Meditaba y sacaba provecho de esta reflexión: Contra un virus que “no tiene cuerpo”, que es un código genético envuelto con algunas sustancias, contra un virus  que se contagia sin que podamos evitarlo y toma la vida de nuestro cuerpo, un Dios que tiene “su propioCuerpo”, individual, uno más, pero inmune al mal y sanificante, y que nos lo comparte y participa para darnos “su plasma”, su Vida, abriéndose a que “libremente entremos en comunión con Él”, se revela simplemente un Dios real. 

Me acuerdo cómo me impactó una charla entre Moria Casán y su hija Sofía. La hija le reprochaba que la hubiera mandado a un colegio de monjas y Moria le pregunta: 

– «¿Pero vos sos atea o agnóstica?»

– «No creo en la idea de Dios y no creo en la Iglesia, nada. No puedo creer que digan que Dios es un hombre, que un ser que se parece a nosotros sea el que domina todo. ¡Me mato! Si es así, no quiero tener nada que ver.»

Me impactó porque yo pienso que sólo un Dios que no solo “se parece a nosotros” sino que “es uno de nosotros” me resulta creíble, A mí, si me dicen que Dios es una energía cósmica anónima de la que salimos nosotros con esta conciencia, ahí sí que me quiero matar. Capaz que donde se le tuerce la lógica a Sofía es en eso de que “domina todo”. En las cosas de la vida no hay “dominio de todo”. Hay predominio que se limita a sí mismo y sirve a los demás seres vivos. Si no, no habría vida (y nosotros, con nuestro predominio para beneficio exclusivo estamos suicidándonos junto con la muerte de nuestro planeta). Y parece que es lo mismo en la Trinidad, en la que el hecho de que “el Padre sea mayor” no le quita nada al Hijo, al contrario, le da todo, porque es un ser mayor para darse entero.

Otra oración “sacramental”, en el sentido que decíamos de unir lo más material y lo espiritual, es la que nos dejó grabada en los Ejercicios San Ignacio: 

“Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del Costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

Oh! mi buen Jesús, óyeme.

Dentro de tus llagas, escóndeme

Y no permitas que aparte de Ti.

Del maligno enemigo, defiéndeme.

En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti, 

para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos, Amén”.

Es una oración que crea mucha intimidad con el Señor mediante el uso de los pronombres personales y posesivos.

En este tiempo de distanciamiento social, en que el otro es anhelado y temido y uno mismo frena el movimiento espontáneo que lo lleva a acercarse a los que quiere por temor a contagiarlos, valoramos lo que significa que haya Alguien como Jesús que haya ofrecido y ofrezca una comunión total. 

A muchos de su tiempo les resultaba una “doctrina dura”. Les parecía mucho esto de “exigir” una comunión tan total (entendían perfectamente lo que Jesús quería decir con eso de “comer su carne”). Pero si uno lo piensa bien, en este tiempo en que todos nos “distanciamos”, quién quiere (y quién ofrecería) una comunión así?

Además, comprendemos que una comunión tan total solo se puede dar “sacramentalmente” -corporal y espiritualmente-. No bastan estas dimensiones si se dan separadas. No hay verdadero amor espiritual si no baja a las obras de misericordia, si no toca la carne herida de Cristo en los sufrientes. No hay verdadera unión de pareja si no se extiende a todas las dimensiones y circunstancias de la vida: al gozo y al sufrimiento, a la salud y a la enfermedad, como dice el rito del matrimonio cristiano.

La última oración que compartimos y sobre la que reflexionamos para sacar algún provecho, es la del mosaico del padre Rupnik que está en la capilla de nuestra casa de formación en Tainach (Eslovenia). En el mosaico contemplamos una Trinidad misionera, que se nos muestra en el Cuerpo de Cristo. Una Trinidad que sale de sí y se nos brinda, viene a habitar en la pobre morada de nuestro corazón, en nuestra tienda, simbolizada en ese ala del Espíritu que toca la tienda de Sara y la cubre con su sombra.

En el mosaico la figura del Hijo resalta por sus colores (azul de hombre, que mira al cielo; rojo de Dios, que es como la sangre que da vida) y centra todo en la herida de su Cuerpo, de su Corazón. 

En el Cuerpo de Cristo tenemos acceso a la Trinidad, a nuestro Padre y a nuestro Espíritu Santo común. Contemplar la Trinidad sana nuestras relaciones, porque ellos son todo “relación al Otro”. 

Contemplar la Trinidad centrando la mirada en el Cuerpo de Cristo, sana nuestras relaciones con nosotros mismos. Sana nuestra memoria, porque el Padre es más grande que nuestra conciencia y la memoria de nuestros pecados es vencida por la memoria de su Misericordia sin límites ni condiciones.

Sana nuestra inteligencia, porque Jesús es más inteligente que nosotros, es nuestro Maestro, el que tiene parábolas que tocan el corazón e iluminan los ojos con la luz del Evangelio. Un ala del Padre cubre parcialmente el ojo de Jesús, indicando que Jesús “ve con el ojo del Padre”.

Sana nuestros deseos, porque el Espíritu Santo “transforma en Palabra nuestros gemidos” y nos concentra el deseo en los bienes concretos que nos ofrece en cada momento para amar y servir. El Espíritu está vestido de blanco, el color humilde que sin brillar él es la suma de los demás. El Espíritu es la más humilde de las Personas porque no sobresale por sí mismo sino que siempre está exaltando a los demás. No solo al Padre y al Hijo, sino a nosotros, haciendo brillar sus carismas como si fueran nuestros -y lo son, pero porque nos los ha dado-.

Contemplar la Trinidad centrando la mirada en el Cuerpo de Cristo, sana nuestras relaciones familiares y comunitarias, sociales y eclesiales porque nos hace gustar la paz de estar atentos el uno al otro con la alegría que da el poder servir y no pelear. Nuestras luchas de “egos” se desinflan al comprender que nuestro yo no es “nadie” en sí mismo, si no siendo alguien “para los demás”. Los hermanos para los hermanos, los padres para los hijos, los nietos para los abuelos. Gustamos este ser servicialmente para los demás mirándolos a Ellos tres: a ese ondear y abrazarse de sus alas que los hacen cubrirse y volar como Uno solo; a ese darse de sus manos: la del Padre en la bendición, la del Hijo en el señalar siempre al Padre y la del Espíritu “santificando la ofrenda de Abraham” símbolo de la Eucaristía, del Corpus Christi.

Diego Fares sj

Invocando a mi Jesús y a nuestro Padre en el Espíritu de toda la comunidad (Trinidad A 2020)

Dijo Jesús: Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3, 16-18).

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes (2 Cor 13, 13).

Contemplación

Padre, Padre mío! (Mc 14, 36); Mi Maestro -Rabbuní- (Jn 20, 16) Jesús, mi querido Maestro!; Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28); Espíritu Paráclito que estás con nosotros – con cada uno y con todos juntos- para siempre! (Jn 14, 16).

Invocamos a nuestro Dios, a nuestra querida Trinidad Una y Santa, Cercana e Inefable. 

Jesús, nuestro Señor, ruega a tu Padre para que nos envíe a nosotros, su Espíritu, tu Espíritu (Jn 14, 16)

Padre, en el Nombre de Jesús tu Hijo amado, envíanos -envíennos- su Espíritu.

Espíritu Santo que estás con nosotros, derrama en nuestro corazones -pobres, pequeños, inquietos- el amor con que se los ama a ustedes, divinas Personas, Trinidad Santa, único e indivisible Dios nuestro. 

Invocamos a nuestro Dios, a nuestra Santísima Trinidad, así, con todos los pronombres personales que podamos agregar, como Jesús que no decía solo “Padre”, sino que inmediátamente agregaba Padre mío, mi papá. Como el ciego Bartimeo y María Magdalena, que no decían a Jesús Maestro, sino “mi Maestro”, “mi querido y amadísimo Maestro” que es lo que expresa la palabra “Rabbuní”. Como el Padre que cuando hablaba de Jesús decía “Mi Hijo predilecto”; como el padre de la parábola que le decía a su hijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo”. 

Una cosa es hablar con nuestro Dios, invocarlo, adorarlo, suplicarle, agradecerle, pedirle que nos ayude y otra hacer teología, hablar de Él en tercera persona. “El Espíritu Santo” es esto y hace esto y aquello”, decimos. Y ya se nos aleja, como la Paloma que es, que una cosa es que se pose sobre nuestras cabezas y como llamitas de fuego sobre nuestros corazones, como hizo en Pentecostés, y otra cosa es que se nos aleje con unos saltitos, como las palomitas en la plaza. 

“El Padre” -decimos-, o “Dios” (más abstracto todavía) en vez de invocarlo: Padre nuestro, Padrecito mío de mi corazón. Jesús mío. Jesucito. Mi Sagrado Corazón. 

Y al Espíritu lo tenemos que invocar diciendole: Tú eres, Espíritu, “el que está para siempre con nosotros”, eres Espíritu de todos, Espíritu de la Comunidad, Espíritu de nuestro Pueblo, Espíritu que escribes la ley de la caridad en nuestros corazones, como dice Ignacio en nuestras Constituciones. 

Si a nuestro Padre nunca hay que sacarle el “nuestro”, menos a nuestro Espíritu Santo, aunque nos hayamos acostumbrado así y hablemos de “el” Espíritu, como quien dice “esa realidad misteriosa”. Misterioso, sí, pero no “esa realidad” sino nuestro Misterioso amigo, nuestro Defensor más eficaz – el que nos defiende a todos nosotros, no a algunos en particular-. 

La fiesta de nuestra Santa Trinidad es apropiada para tratar este problema. Digo porque apenas trato de hablar “de la Trinidad”, el lenguaje se me vuelve fastidioso y se me enfría el fervor del corazón con esos números que dicen que son tres y uno y se empieza a hablar de “la” esencia y de “las” personas. En cambio, apenas digo mi Jesús, mi Maestro y escucho sus palabras en el Evangelio cuando dice “ustedes son mis amigos”, todo cambia. El lenguaje se me vuelve precioso, gracias a esos pronombres personales, gracias a esos posesivos. Apenas digo Padre nuestro, siento la presencia de todos los que rezan, de tantas religiones y creencias. Me achico hasta volverme pequeñito, uno más entre miles de millones; me igualo en nuestra común cualidad: todos hijos, solo hijos, nada menos que hijos suyos! Con nuestro Espíritu cuesta más, porque la costumbre del lenguaje teológico lo ha vuelto impersonal. Justamente a Él, que es la Persona que hace que lo común se vuelva personal: El es el que hace que el Pueblo de Dios tenga un corazón común, como dice siempre Francisco cuando habla que los pueblos tienen un corazón que late en su cultura. 

No tenemos que confundirnos: cuando uno quiere mucho a una persona y siente que de golpe esa persona creció y se le vuelve misteriosa, en el sentido de que uno se da cuenta de que el otro tiene una riqueza y una vida más grande de lo que uno estaba acostumbrado a compartir, si de verdad la quiere, no se aleja, sino que crece con ella. Eso pasa con un hijo o una hija, cuando trae a casa a la persona con la que se va a casar o cuando comparte una vocación que lo llevará lejos del hogar. Los padres “crecen” con sus hijos, incorporan lo que sus hijos aman, lo integran, lo vuelven familiar. Así con nuestro Dios: cuando Jesús comenzó a hablar de su Padre enseguida lo hizo “nuestro Padre” y sus discípulos lo incorporaron. Y cuando comenzó a hablar del Espíritu que era de su Padre y suyo y que nos lo enviarían para que estuviera siempre con nosotros, los discípulos lo fueron incorporando. Tanto que al comienzo decían: El Espíritu Santo y nosotros… hemos decidido esto y queremos hacer aquello. El Espíritu Santo y nosotros. 

No sé en qué momento comenzamos a hablar en general. Quizás fue por las discusiones que se suscitaban y para tratar de explicar mejor las cosas y corregir errores. Pero la cuestión es que creció mucho el hablar de Dios y no tanto el hablar con nuestro Dios. O quizás fue que crecieron cada cosa por su lado y se volvieron cosas distintas, como cuando se habla de teología y espiritualidad o se distinguen la dogmática de la pastoral. San Pablo le dice a Timoteo que vendrán días en que los hombre “no tolerarán la sana doctrina” y cada uno seguirá a maestros según su capricho que le hablarán de fábulas. La sana doctrina no consiste solo en el uso de sustantivos y adjetivos calificaficativos (como cuando se discutía si Jesús o el Espíritu eran “Dios” iguales al Padre, o como cuando se discute hoy sobre el alcance “doctrinal” de lo que predica el Papa), sino que la sana doctrina consiste también en los pronombres personales que hacen que nuestro hablar con nuestro Dios sea oración y no contar fábulas. Esas fábulas  que hoy se llaman “el relato político” y “el paradigma científico” pero son tan fábulas (impersonales) como las de Esopo: hacen hablar hasta a los animales pero no se animan a conversar francamente con nuestro Dios.

Toda manera de hablar puede ser buena y necesaria, pero hay que cuidar que no se enfríe nuestro lenguaje. Un poco como pasa en la mesa familiar, que se tocan todos los temas y a veces hay que explicar algún tema “más técnicamente”, como cuando se trata de una cuestión juirídica, médica o de un deporte que practica alguno y los otros no tienen ni idea de las reglas, pero cuando el que habla se pone muy profesoril, enseguida la familia le baja el discurso a la realidad de las personas que tiene delante comiendo.

Que en esta fiesta de nuestra querida Trinidad, nuestro querido Espíritu Santo nos ilumine los ojos del corazón para que nos dejemos abrazar y envolver por el Amor de nuestro querido Padre que nos quiere como a su Hijo Predilecto, su Jesús, en quien todos podemos sentirnos comprendidos, perdonados y amigados, con Ellos tres y entre nosotros, todos, todos los hombres, todos sin exclusión. 

Pd. Lo de los pronombres, como decía hace poco, me viene de una charla a distancia con dos personas con las que tengo una relación de amistad muy particular -como sucede en toda amistad, que siempre es única, pero en ésta lo “único” es más particular todavía, en cuanto tiene muy poco de “vista” y consiste más que nada en “palabras”). Una es Victoria Braquehais (Ushindi) (misionera en Camerún), con la que nos comunicamos por whatsapp y mail desde hace unos años. La amistad nació en torno al interés común por los Ejercicios Espirituales y ha crecido con el tiempo. El otro es alguien cuyos escritos  conocí a través de Ushindi. Su nombre musulmán es Abdelmumin Aya. Ellos hacen la exégesis del Evangelio partiendo de sus raíces arameas. No he tenido trato directo aún con Abdelmumin, sino a través de las palabras del evangelio que elige comentar y que me ayuda a paladear. De este gusto común pasé a buscar en internet quién era y voy descubriendo muchas cosas de su vida. Pero lo que quería compartir de esta “triangulación de mails” entre Ngovayang, Sevilla y Roma, es que puede nacer una trinidad de personas muy diversas unidas por un hilo al comienzo invisible: el del amor a palabras de Jesús tan pequeñas como esos pronombres personales que Él usa. Palabras que a medida que se tejen con las otras palabras conforman algo pleno de vida y rico de significados: Una trinidad que existe solo cuando los pronombres personales y los posesivos ponen en relación las otras palabras, como acontece cuando compartimos nuestros mails con mis dos amigos.

Diego Fares sj