El Espíritu del Padre y de Jesús y la imagen de la gallina de los huevos de oro (Pentecostés A 2020)

Al atardecer del Domingo encontrándose los discípulos con las puertas cerradas por temor a los judíos, vino Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’. Mientras les decía esto les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, Yo también los misiono a ustedes’. Al decir esto exhaló sobre ellos diciendo: ‘Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan’ (Jn 20, 19-23).

Contemplación

Cuando Juan dice que Jesús «Exhaló sobre ellos diciendo: «reciban el Espíritu Santo», la acción del Señor de exhalar el aire de sus pulmones y la acción de los discípulos de recibir ese Aire Santo -el Espíritu- es una y la misma cosa. La acción de Jesús nos recuerda al Génesis, cuando el Padre «insufló» en las narices de Adán su «aliento de vida» (Gn 2, 7). Se trata por tanto de un gesto único de Jesús que remite al gesto original del Padre: es el gesto que da inicio a una nueva creación.

La creación de una vida nueva en el Espíritu es nueva en cuanto participada. Adán fue creado sin haberlo elegirlo, en cambio el Espíritu que transmite Jesús es -debe ser- recibido libremente. Por eso el Señor no lo transmite sin más, sino que les dice, los exhorta (les ruega?) que lo reciban! 

Rezando con estos pasajes, hace poco recibí la gracia de «comprender como por primera vez» algo de lo que significa el hecho de que el Espíritu sea el Espíritu de Jesús y del Padre. 

Sentí más claro lo que significa que el Espíritu sea también el de Jesús. Esto me lo hace sentir como un Espíritu «encarnado», con historia, con las características humanas de Jesús. No es que Jesús se va al Cielo para enviar desde allí un Espíritu que se había quedado como guardado, no se trata de un Espíritu que viene directamente sólo del cielo, donde existe como Dios en el misterio incognoscible de la intimidad trinitaria. 

Al volver el Señor al Padre, el Espíritu de ambos que nos enviarán será un Espíritu que ha vivido también con Jesús en esta tierra. 

Es el Espíritu «por obra del cual el Hijo se encarnó en María». 

Es el Espíritu que vino «sobre Jesús y lo ungió en el Bautismo». 

Es el Espíritu «en El que el Señor se llenaba de gozo» al ver cómo el Padre revelaba sus cosas a los pequeñitos 

Es el último Aliento entrecortado que exhaló Jesús en la Cruz 

y el Soplo Santo que insufló a los discípulos una vez resucitado. 

Este Espíritu «con historia», es el que recibimos. 

No es ningún tipo de «puro Espíritu» en el sentido de desencarnado, ni ningún tipo de Espíritu «absoluto», en el sentido de desligado de todo lo material. 

Es el Espíritu de nuestro Padre, el mismo que le insufló a Adán cuando lo creó, el mismo que envió a su pueblo cada vez que quiso «hablar por los profetas». 

Es el Espíritu que acompañó a Jesús y lo condujo, inspirando todas sus acciones salvadoras realizadas siempre en unión de corazones con el Padre. 

Y es el Espíritu que nos acompaña a nosotros, a cada uno de sus pequeñitos, a cada pueblo grande o pequeño, a través de las vicisitudes de su historia. El Espíritu que se «hace todo a todos» para revelar las cosas del Padre a los pequeñitos y alegrar así a Jesús. 

El Espíritu nos comunica todo lo del Padre y todo lo de Jesús y lo realiza de una manera especial. Todo lo del Padre nos viene por Jesús, al estilo de Jesús. Y todo lo del Padre y de Jesús nos viene a través del Espíritu, que recrea y dosifica las cosas, adaptándose a cada uno en cada momento y para el bien de todos. Esto es «lo especial».

Es especial también que nos comunica «de modo nuevo» lo que nos han dado el Padre y el Hijo: el Padre nos creó, el Espíritu nos recrea, nos hace una «nueva creación»; el Hijo nos redimió en la Cruz, el Espíritu nos perdona en cada confesión nuestros pecados y nos envía a perdonárselos a los demás. Las obras de misericordia son eso: un modo de «perdonar» los pecados, de reparar los daños que el pecado provocó.

El hecho de que el Espíritu «sea enviado» por el Padre común nos conecta con toda la creación, nos abre a encontrar al Espíritu ya presente en todos los pueblos y en todas las culturas. 

El hecho de que el Espíritu «sea enviado» por Jesús nos conecta con todo lo específico cristiano. El Señor «liga» al Espíritu con tres cosas muy suyas, que en sí mismas pueden parecer «limitadas» pero que son la Fuente viva de todas las gracias: el perdón de los pecados, el anuncio del Evangelio -que el Espíritu concretiza discerniendo qué palabra (y parábola) aplicar en cada momento y cómo hacerlo de buen espíritu-, y la cercanía que nos hace prójimos, hermanos, comunidad y nos defiende del Maligno, del espíritu de división. 

La gallina

Discutíamos apasionadamente con un periodista sobre la libertad y en cierto momento me dijo: 

  • Vos le querés vender tus ideas a la gente.
  • No mis ideas -le contesté-. Mis ideas son comunes, como billetes de cinco pesos. Lo que yo quiero es, no vender, sino compartir con la gente la Fuente viva de las buenas ideas, como si dijéramos la gallina que pone huevos de oro.
  • Je! Lástima que no exista.
  • Claro que existe! Es el Espíritu Santo.
  • Un poco irreverente comparar al Espíritu con una gallina, por más que sea la que pone huevos de oro.
  • Igual de irreverente sería la imagen de la paloma. De hecho, el Espíritu no está atado a ninguna imagen particular y en la Biblia se utilizan muchas para describir su dinamismo: el viento, el fuego, el agua… La de la paloma fue quizás por la forma de descender a posarse suavemente sobre el Ungido, escena que recuerda el inicio del Génesis en que el Espíritu aletea sobre las aguas. Pero si pensamos en la unidad que el Espíritu da a los suyos, reuniéndolos en la Iglesia, ninguna imagen mejor de ese dinamismo de ternura que la de la gallina con sus pollitos. Al fin y al cabo es la imagen que el Señor usa para describir su deseo de juntar a su pueblo. Y si pensamos en los frutos y dones del Espíritu, ningún animalito nos da sus dones más acabadamente que la gallina, que uno se encuentra los huevitos ya «puestos» en el nido y no hay que ordeñarla como la vaca para sacarle la leche. El Espíritu santo nos da sus dones y sus frutos gratuitamente y ya listos para compartir y alimentarnos. 
  • Y por qué lo de los huevos «de oro»?
  • Porque cada palabra que el Espíritu nos recuerda y no enseña, cada carisma que reparte en cada persona para bien de la común humanidad, es un tesoro en sí mismo, tiene valor y consistencia propia, como el oro en comparación del valor más relativo de los billetes de papel. Cuando se trata de pensar, la Fuente viva del pensamiento son las realidades más valiosas, a partir de las cuales se ordena todo lo demás. Huevos «de oro» son los valores reales y absolutos: la vida, la vida de cada persona, la unidad y el bien común de la vida de todas las personas reunidas en familia, en comunidad, en pueblos, en la Iglesia. Desde allí se ordenan las «ideas». Valen las que dan vida, las que la promueven, la cuidan, la hacen crecer y dar más vida. Y el que «da» estos dones que producen ideas verdaderas es el Espíritu: la humilde gallina madre que pone huevos de oro.
    • Diego Fares sj

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