Benditos pronombres personales que en boca de Jesús lo cambian todo (Pascua 6 A 2020)

Jesús dijo a sus discípulos: «Si Ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con Ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque permanece a su lado y con Ustedes está. No los dejaré huérfanos, vuelvo a Ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero Ustedes sí me verán, porque Yo vivo y Ustedes vivirán. Aquel día (cuando venga el Espíritu) comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que Ustedes están en mí y Yo estoy en Ustedes. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado de mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.
Le dice Judas – no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho estas cosas estando entre Ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 15-26).

Contemplación
Mi amiga misionera en Camerún, Victoria, me envía la exégesis que hacen con un amigo musulmán -Abdelmumin- partiendo de las raíces arameas del Evangelio. Hoy me resuena lo que dicen de los pronombres que usa el Señor. Son tantos en este pasaje de la Cena! Los pronombres le imprimen a cada palabra que Jesús dice y a cada gesto que Jesús realiza un sello enteramente personal.
Parto de su expresión «mis mandamientos». No son los mandamientos, sino mis mandamientos. Su lenguaje es imperativo, pero los pronombres personales le dan un tono especial. No manda en general, como cuando uno describe una situación y concluye «hay que…», «tienen que…». Tampoco ordena el Señor «ámenme», como cuando nos da el mandamiento de amarnos unos a otros. Ahí sí manda: «ámense… como Yo los he amado» (también aquí entra su modo personal de amar).
En este pasaje Jesús usa un condicional: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos». Y cuando Judas Tadeo le pregunta por qué a «nosotros» y no a todo el mundo, le responde con el mismo esquema, ahora en singular: «Si alguna persona me ama, guardará mi Palabra». Más que dar un mandamiento lo que Jesús hace es conectar el amor con la capacidad o incapacidad de cumplir con lo que nos dice y de guardar sus palabras en el corazón. Constata lo que pasa: cuando amamos nos resulta natural hacer las cosas que el que queremos nos manda; ponemos cuidado en recordar y comprender bien lo que quiere y lo cumplimos con gusto. Los imperativos del amor son distintos de los imperativos categóricos. En estos últimos empuja el super yo, el deber ser con sus ecos familiares y sociales. En los imperativos del amor resuena el bien del otro, lo que nos mueve es la alegría de ver contenta a la persona que amamos y nos ama.
También es bueno al leer este pasaje agudizar nuestro oído para escuchar bien cómo suena la otra cara, la negativa: «El que no me ama no guarda mis palabras». No guarda en el sentido de que «no podrá guardar». Las palabras de Jesús no son difíciles, son «imposibles» de cumplir sin la presencia constante de su amor, sin el trabajo conjunto que realizan en nosotros Él, nuestro Padre y el otro Paráclito, el Espíritu Santo.
Detengámonos un momento nuevamente en lo personal: no es lo mismo guardar una frase linda dicha por alguien famoso pero que no conocemos, que guardar una sentencia dicha por nuestra madre o nuestro padre en algún momento especial de nuestra vida. Como dicen mis amigos exegetas: aquí los pronombres «no dejan el menor resquicio de duda sobre Quién es el que habla, a quién y de qué. En este precioso versículo Jesús hace un ovillo con los pronombres para atarse al Padre, para atarnos a Él y atarnos al Padre».
Me gusta esto del «ovillo» y de «atarnos» en el sentido de hacer alianza. La imagen primordial que resuena en estas palabras-lazos que teje Jesús es la imagen del tipo de relación que se da cuando entre un grupo de personas hay lazos familiares y de amistad. Cuando en una mesa familiar y con amigos, los papás llevan bien la conversación, van haciendo que todos participen y puedan decir lo suyo. Vale igual la anécdota graciosa del más pequeño, los monosílabos de los adolescentes, la sentencia paterna acerca de algún comportamiento que hay que modificar en cuanto a los horarios o al orden de la casa y lo que va mechando la mamá para hacer hablar al que le cuesta más… Y si hay un invitado, se lo suma como a uno más. Las palabras valen porque en ellas cada uno se comunica como la persona que es, en medio de todos igualmente queridos y valiosos.
Por eso no es casual que Juan ponga estos discursos íntimos de Jesús en la Cena. Solo en un ámbito así se podían revelar y comunicar las cosas que Jesús compartió. Nos quedamos solo con un detalle que, como decíamos, es propio de la mesa familiar: no se si se dieron cuenta de que todos aquellos que Jesús va mencionando y las cosas que hacen tienen la misma importancia. El modo como los va metiendo en la conversación -como el papá o la mamá que van haciendo hablar a todos y ponderando lo que se dice- hace que se pase del Padre a Judas Tadeo y por él a «alguno que me ame», como dice Jesús. El Señor va mechando las cosas de manera tal que resulta tan importante que el Padre «venga a habitar (!) en nosotros» como que el Espíritu «nos vaya recordando las cosas»; que nosotros «lo amemos y guardemos sus Palabras» (basta «alguno que lo ame») para que esto redunde en revelación para «todo el mundo».
El gesto de lavar los pies a cada pondrá el «sello» a este tipo de «importancia» en el que cada uno vale porque es amado y ama.
Para fijar estas cosas, que las debemos experimentar como se experimenta la armonía de una mesa familiar y que tenemos que conservar en el corazón y rumiarlas para que de ellas salgan frutos, las formulo aunque sea provisoriamente diciendo que: Jesús cambia de una vez y para siempre la imagen de nuestra relación con Dios. Sustituye todas las imágenes de una «jerarquía exterior, estática» -el Padre en lo más alto sobre un trono, el Espíritu bajando como Paloma, Jesús en medio y nosotros abajo- integrándolas en esa jerarquía del amor que se da en torno a la mesa y que es dinámica: el protagonismo se comparte y -sin confusión ni división- el mismo amor se comunica de unos a otros, sin necesidad de que nadie haga valer su rol con signos de autoridad exteriores -posición, vestidos, tiempo para hablar…-.
Jesús «desjerarquiza» la imagen de Dios (lava los pies) para que cada uno la «rejerarquice desde adentro». Sienta en torno a la misma mesa al Padre, al Espíritu, a sus amigos, a todo el mundo y va diciendo lo que hace y hará cada uno, como en una sencilla conversación de sobremesa.
Benditos pronombres personales que en boca de Jesús -La Palabra hecha carne- valen más que todos los verbos y todos los adjetivos calificativos.
Diego Fares sj

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