Comunión espiritual (Sábado Santo y Domingo de Pascua A 2020)

En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual todavía no habían sepultado a nadie. Por tanto, por causa del día de la preparación de los judíos, como el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19, 41-42). “Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: «Ustedes no teman, yo sé que buscan a Jesús, el que fue Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan a toda prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán’. Esto es lo que tenía que decirles.» Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt  28, 1-10).

Contemplación

El lugar donde pusieron a Jesús era un jardín o huerta (kepon). Allí lo depositaron el Cuerpo del Señor José de Arimatea y Nicodemo y permaneció allí  la noche del viernes y todo el sábado santo hasta la madrugada del domingo, en que resucitó. La parábola del granito de mostaza nos dice que se lo siembre en una “huerta” y allí muere y brota y se convierte en un arbusto grande (Lc 13, 19).

El tiempo del sábado santo tomo posesión del mundo

Este sábado santo es especial. En general, es un día que se me suele pasar ocupado en las emociones fuertes del Viernes Santo -como las oraciones de ayer de los encarcelados y sus cuidadores, que ha sido el Vía Crucis más real que haya escuchado nunca- y la preparación de la Vigilia Pascual. Este año, en cambio, siento necesidad de quedarme a “escuchar” el silencio que ha tomado posesión de la ciudad y del mundo: hay silencio de tumba y de cuarentena. 

Le hago espacio, pues, al tiempo muerto del Sábado Santo. 

Las amigas de Jesús también debieron esperar todo aquel Sábado para poder ir a la tumba a ungir su cuerpo. En la soledad y el silencio del Sábado Santo, le dieron tiempo al Señor para resucitar en paz. 

Este es el sentimiento: se necesita paz para resucitar. Paz para que se decanten las heridas de la cruz y paz para emprender lo nuevo que comienza con la resurrección.

Sábado santo: tiempo para echar el grano en la huerta y dejar que se tome el tiempo que necesita para brotar. 

La dinámica compleja de las estadísticas

Para interpretar las estadísticas de la pandemia del Coronavirus, dejando de lados las curvas y los logaritmos, los datos esenciales que miramos son tres: los que se contagian cada día, los que se curan y los que murieron. Hay que saber que contamos solo a los que efectivamente se pudieron registrar. Con esos datos duros, se usan luego distintos modelos para “ver” los positivos 

asintomáticos que debe haber, los que murieron sin que se pudiera analizar si eran positivos, si la tendencia es en alza o hay una meseta…, etc. El punto es que todo el mundo está hoy atento a esta dinámica compleja, en la que importan todos los datos: los positivos, los negativos, la tendencia, las proyecciones, la salud, el trabajo, la angustia… todo. 

Importa todo porque un pequeño detalle inclina la balanza de manera impredecible. Uno solo que se hace el canchero contagia a veinte amigos. No es lo mismo estar enfermo si se cura la mayoría o si la mayoría muere. No es lo mismo haberse curado si uno se puede volver a enfermar o si se encuentra la vacuna. No es lo mismo que a uno no le haga mucho daño el virus porque es fuerte, si puede ser vehículo para que se contagien los que uno quiere…

Todos los datos juntos son algo muy complejo de pensar y más aún de explicar. Sin embargo todos nos hemos abierto a esa complejidad y en poco tiempo estamos aprendiendo muchísimo. 

Hemos tomado conciencia, por ejemplo, de que los “slogans”, los pensamientos simplistas, son peligrosos. 

Hemos tomado conciencia de que las diferencias de ideas se deben expresar sin debilitar la autoridad, que es vital para que podamos actuar como cuerpo social… Tantas cosas!

Comunión

A nivel de la fe, yo saco una enseñanza. 

Mirando cómo con en esta pandemia van juntas la vida, la muerte y la curación, tanto individuales como comunitarias, y viendo que deben ser pensadas y encaradas también juntas, comprendo mejor un aspecto práctico de nuestra fe: la comunión. Sí. Esta pandemia con su incomprensibilidad e inmanejabilidad, nos hace entrar en comunión con todos: comunión de padecimientos, comunión de esperanzas, comunión de información, comunión de acciones…

No es que entendemos todo o sepamos siempre qué hacer, pero precisamente por eso, cuanto menos entendemos más entendemos que al virus hay que neutralizarlo y que con la gente nos tenemos que unir.

A mí esto me ayuda a unir un aspecto de la Eucaristía que siempre me ha quedado grande en su formulación con palabras con otro aspecto bien práctico. La formulación del misterio de la Eucaristía nos dice que es “el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor”. Memorial que no es un mero recuerdo sino una verdadera actualización: la Eucaristía, nos dice el Catecismo, actualiza la muerte y resurrección del Señor, que se hace verdaderamente presente en el pan y el vino consagrados. En la oración antes de la consagración, al imponer las manos sobre las ofrendas, el sacerdote “invoca al Padre que mande al Espíritu Santo” (Epíclesis): Por eso te pedimos (Padre) que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.

Cuando trato de “pensar” a Jesús como el crucificado-resucitado” que está allí presente en la Eucaristía, me quedo en blanco, se me escapa… Gracias a Dios ahí mismo puedo comulgar. Y comprendo que la Eucaristía es para “contemplar” con el sentido espiritual del gusto más que con la vista o la inteligencia. 

Lo que quiero decir es que me pasa como con el coronavirus: cuanto más se me escapa la complejidad de la situación más me doy cuenta de que tengo que estar en comunión, con Jesús y con mis hermanos.

Porque cuando entro en comunión con Jesús – con su pasión, muerte en cruz y resurrección gloriosa -, entro en comunión con todos mis hermanos que se encuentran en esta misma dinámica, cada uno en alguno de estos momentos con particular fuerza. Algunos están padeciendo, otros han muerto, otros se están curando. En mi comunión con Jesús comulgo con todos. Y en mi comunión con todos comulgo con Jesús. Comulgo, me uno, compadezco las penas y comparto con la misma pasión las alegrías. 

La pandemia es un momento para comulgar con todos, todo lo posible. Y hoy es el día justo para decir esto. Porque es Sábado Santo, el único día en que nadie comulga ni puede celebrar la Eucaristía. Hoy que esta experiencia de no poder comulgar con Jesús, porque no está “muerto y resucitado sino solo muerto”, hoy que el tiempo detenido del Sábado Santo se ha contagiado a todo el mundo y se extiende ya desde hace varias semanas, podemos sentir toda la fuerza que tiene el deseo de comulgar con el misterio del amor, que es misterio -concreto cada vez- de muerte y resurrección.

Como las santas mujeres, fieles a muerte a su Señor, vayamos al sepulcro con nuestros mejores perfumes para ungir al Señor, que si comulgamos con Él en su pasión y en su muerte, como ellas, entraremos en comunión con su resurrección y su vida, según su promesa.

Diego Fares sj

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