No es más el servidor que su patrón o la tentación de “sobreactuar” (Jueves santo A 2020)

 “Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos…”

            Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. “Llega a Simón Pedro; éste le dice: « Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? » Jesús le respondió: « Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde. » Le dice Pedro: « No me lavarás los pies jamás. » Jesús le respondió: « Si no te lavo, no tienes parte conmigo. » Le dice Simón Pedro: « Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza. » Jesús le dice: « El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos. » Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: « No están limpios todos. » Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: « ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman «el Maestro» y «el Señor», y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. « En verdad, en verdad les digo: no es más el servidor que su Señor, ni el enviado más que el que le envía. « Sabiendo esto, serán dichosos si lo cumplen (Jn 13, 1 ss.).

Contemplación

         En estos días, entre tantos testimonios conmovedores de la gente hubo dos que deseo compartir y que tienen que ver con la frase de Jesús: “Les digo de verdad que el servidor no es más que su Señor”. El Señor, lo que dice, lo dice en serio, pero aquí lo dijo después de dar ejemplo con un acto inusitado, para que se nos grabara para siempre: Él vino a servir; está como el que sirve.

El primer testimonio es de una persona común que me hizo caer la ficha de lo esencial que es el servicio mostrándome en una frase la otra cara de la moneda. 

No sos más propietario de nada

El lunes 30 de marzo murió por coronavirus Marco Mennini, ciudadano de Piombino, frente al mar Tirreno, de 57 años, que iba a ser abuelo pronto. Su amigo Alessandro, que es periodista, compartió lo último que Marco escribió en su Facebook desde el hospital de Livorno: “Hubiera querido poner #notengomiedo debajo de esta foto. Un poco como cuando pensás que no te toca a vos, que no te puede tocar a vos. Y por qué no? Qué cazz…, mirá todos los que estamos acá. Después, la alarma te pone los pies sobre la tierra. De golpe todo se vuelve del color azul hielo de esas personas que hasta ayer solo habías visto en las películas. De un momento a otro no sos más propietario de nada (…)”.

Me conmovió: “no sos más propietario de nada”.

Es la otra cara de una verdad: que si hay algo que podemos siempre y todo lo que queramos es “ser servidores”.

Jesús todo lo hizo para servirnos

El otro testimonio fue del Papa el Domingo de Ramos. En la prédica le puso énfasis al hecho de que Jesús todo lo que hizo fue por servicio a nosotros. No solo lavar los pies, sino también “experimentar las situaciones más dolorosas para quien ama, como la traición y el abandono”. Vivir esto fue un servicio que nos quiso hacer. 

El servicio de cargar en sí mismo y de poner en la cruz nuestras traiciones, para que no nos desanimemos. Al mirarlo en la Cruz podemos decir: “mi infidelidad está ahí (en tu Cruz), Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con amor… Por eso sigo adelante!” Lo mismo con el abandono. El Papa hizo notar que el Señor fue abandonado por todos, pero siempre había tenido al Padre. Y quiso experimentar también este extraño abandono. Por nosotros, para servirnos. “Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatorias, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos”.

Punto por punto el Papa declinó todos los actos y gestos de Jesús en términos de “servicio”. No puso el acento en el dolor que sufrió, sino en que ese dolor sufrido por el Señor fue para que nos sirva en nuestros dolores y aprendamos a sufrir también sirviendo a los demás. 

“Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer”. 

Y a los jóvenes les dijo: “Queridos amigos: Miren a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás.(…) La vida es un don que se recibe entregándose y la alegría más grande es decir sí al amor, sin condiciones ni “peros”. Como lo hizo Jesús por nosotros”.

El servicio entre dos deseos: el del Dueño y el del cliente

Lo admirable en Francisco es que esto que dice, es algo que practica en todo. Desde que lo conozco, siempre lo he visto concentrado en los servicios concretos que le tocan. Es una persona que lo que hace lo hace sirviendo. Y se nota esa doble tensión propia del mozo, que está atento a las órdenes del dueño del restorán y a los deseos del cliente. En medio de estas dos atenciones se da el buen servicio. Servir, metafóricamente, es dedicarse uno mismo enteramente a cumplir el deseo de otro. El servicio bueno es el que tiene en cuenta lo que manda el Señor y lo que quiere el que es servido. Por eso, rezar es parte del buen servicio, tanto como “inculturarse” o “hacerse todo a todos”, amoldarse al bien lo que el otro puede recibir. 

Servir viene a ser como el verbo auxiliar que define a todos los demás. Por eso San Ignacio nos recuerda que nuestro principio y fundamento es: que somos creados “para” servir. Incluso la adoración y la alabanza son servicio. Por algo el rezo del Breviario se llama “oficio divino” (officium indica trabajo, deber y también servicio) y la misa es el “servicio sacerdotal”.

La tentación de sobreactuar

Una de las tentaciones contra el servicio que experimentamos los cristianos “con algún cargo” en la Iglesia (no hago distinciones entre cargos cardenalicios o de secretaría parroquial, porque el clericalismo nos salpica a todos y se le pega a cada uno según “se la crea”) es el de la “sobreactuación”. 

La tentación de “sobreactuar” la debemos tener bien discernida, porque no parece tan mala como el egoísmo pero aleja y enfría mucho a muchos. La sobreactuación es un signo inequívoco de “clericalismo”.

Es muy humano esto de “hacerse ver”, de querer “protagonizar”, de “exagerar un poco”. Sin embargo, en las cosas que son de por sí buenas, hermosas y verdaderas, funciona esa regla que dice: “menos es más”. 

Dejando de lado la sobreactuación litúrgica que es un poco obvia, si nos centramos en la predicación, podemos ver que hemos “sobreactuado” al presentar algunos valores y condenar cierto tipo de pecados, dejando de lado lo esencial, que es la misericordia o la falta de ella.

Este tiempo en el que la pandemia pone entre paréntesis casi todo, y nos abre una brecha para repensar lo esencial: el servicio, sin sobreactuaciones.

Como dice el Papa “El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve”. 

Diego Fares sj

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