El desborde de la itinerancia, una imagen de Jesús que se camina todo (3 A 2020)

Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se quedó a habitar en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en las oscuras regiones de la muerte, les amaneció una luz (Is 9, 2). A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar (kerygma): «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.»

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.» Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.

Yendo más allá, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente (Mateo 4, 12-23).

Contemplación

Hay dos imágenes que me gustan de Jesús: una, la de Jesús sentado, charlando amigablemente con Simón, con la Samaritana, enseñando a la gente las bienaventuranzas…; la otra, la de Jesús caminando, como la del evangelio de hoy, que lo muestra caminando por la orilla del lago, yendo más allá, a llamar a Santiago y a Juan, luego de haber llamado a Andrés y a Simón, y recorriendo después a pie toda la Galilea…

            La imagen de Jesús que se sienta es la imagen de un acercamiento que se prolonga y se convierte en quedarse a habitar, como dice hoy Mateo: “se quedó a habitar en Cafarnaún”. Alguien me enseñó en la Casa de la Bondad que con los enfermos un gesto claro de cariño es sentarse junto a la cama. Es una manera de decir con el cuerpo que uno se quiere quedar un rato, que hace una pausa y se pone a la altura del que está en la cama. Venir a habitar, sentarse, quedarse: son los gestos que rodean a la Eucaristía.

            La imagen de Jesús caminando también es una imagen de projimidad: Jesús es “El que viene” a nosotros, El que vino y vendrá. Pero viene para llamarnos, viene a ponernos en camino, para ir con Él a todos los pueblos, para salir con Él a anunciar la Palabra. 

            Los cuatro momentos del caminar de Jesús Mateo los describe así:  dejando Nazaret, se quedó a habitar en Cafarnaún, junto al lago; mientras caminaba a la orilla del lago vio y llamó a dos hermanos; yendo más allá, vio y llamó a otros dos; recorría toda la Galilea enseñando, proclamando el Evangelio y curando. Nos dejamos llevar por este ritmo que tiene el paso del Señor: dejar un pueblo y quedarse a habitar en otro; caminar, ver y llamar; ir más allá, ver a otros y llamarlos en su seguimiento; recorrer toda la región, enseñar, evangelizar y sanar.

El Señor no puso una oficina

            Lo primero que me viene al corazón, contemplando la “itinerancia” que Jesús imprime a su vida apostólica, es que no puso una oficina. Su quedarse a habitar en la casa de Simón, así como lo hará en la casa de sus amigos, Marta, María y Lázaro y también en la de Zaqueo, será para compartir la mesa y descansar en familia, pero el Señor no tendrá casa propia durante su vida apostólica. Jesús no deja su casa de Nazaret, que siempre será su única casa, para ponerse una oficina. Tampoco para su trabajo se armará un “sitio donde reclinar la cabeza” (todo esto lo digo y le medito movilizando interiormente mi “pieza-oficina”, la más linda de Roma, donde me enviaron a habitar y trabajar,  comparándola con mi oficinita de 1,60 x 2 del Hogar…)

El desborde de la itinerancia        

En el Sínodo de la Amazonia, una participante usó una frase que le gustó al Papa: el desborde de la itinerancia. Francisco siempre habla del desborde, de los conflictos que se solucionan por desborde interior de amor y misericordia y no por disciplinamiento, y aprovechó esta imagen de Arizete Miranda para decir que “solo se desborda el que está en camino”, el que sale de sí y va más allá, al encuentro del otro. Así es Jesús, el que se desborda al caminar, el que va dando todo de sí mientras camina a nuestro lado, cuando nos viene a buscar para llevarnos al Padre, para enviarnos a llamar a todos los demás.

            Así como decimos que Jesús no se instala en una oficina para la evangelización, su itinerancia no es la de un turista, su desborde no es agua que se pierde y se dispersa saliendo de su cauce. La Casa y la Oficina -el lugar donde habita y desde donde ejerce su oficio- los tiene el Señor interiorizados. 

Jesús reveló una vez a sus amigos que Él nunca estaba solo, que el Padre siempre estaba con Él. Si se puede hablar de “casa” en el misterio de Dios, el Padre es la Casa donde Jesús habita: Casa móvil y eterna a la vez, Casa del Cielo y de la tierra, Casa que puede ser pesebre y cielo abierto cuando Jesús se inclina a rezar. 

Jesús dijo también: “mi Padre siempre trabaja” y en ese sentido, el universo entero es la “oficina” del Padre, que crea estrellas, viste a los lirios del campo más hermosamente de lo que se vestía el Rey Salomón y está presente cada vez que un pajarito cae en tierra. Como decía San Francisco, mientras recorría los campos, el haber dejado la casa de su padre hacía que fueran casa suya todos los campos de la tierra, caminándolos, por supuesto, no poniéndoles cercos. 

            Por eso el Papa habla de “desborde interior”. Es el desborde del que sale de sí y deja su casa y oficina y descubre que en vez de perder una casa y oficina ganó otras cien, porque todo es Casa y Oficina del Padre. Es el desborde del que se da como quien siembra y lo que da se transforma y le vuelve centuplicado en la cosecha. Infaliblemente. Y aunque a veces no lo vea, en esperanza siempre la siembra de amor es ya cosecha.

            La imagen de Jesús que camina es la imagen de una poderosa recapitulación: el Señor camina sembrando y cosechando, llamando y enviando, sanando e incorporando, misericordiando y enseñando a amar. En Jesús que camina a la orilla del lago (esa orilla entre la tierra, el mar, el cielo y el horizonte)  podemos contemplar todo lo que existe en su centro y en su itinerancia, en cuanto viene de Dios y a Dios vuelve. 

Cuando decimos esa frase tan linda de Ignacio de “ver a Dios en todas las cosas” y de ser “contemplativos en la acción”, se trata no de un ver como quien ve una foto, en la que se trasluce algo interior en la superficie, sino que es más bien un “ver a Jesús que camina todas las cosas”. El Señor camina la realidad, viene a nosotros, pasa a nuestro lado, nos llama, nos atrae a seguirlo más allá, va a todos, nos conduce al Padre. 

Ver a Dios en todo es ver a Jesús que se camina todo: que acompaña todos los procesos y alienta todos los pasos adelante que da cada uno en su vida. 

Ver a Dios es ver a Jesús que nos espera, como a la Samaritana, junto al brocal de los pozos donde buscamos agua que nos de vida. 

Ver a Dios es ver a Jesús que pasa en medio de una multitud, como lo vio Zaqueo subido al sicómoro, es ver cómo se detiene y nos dice que vendrá a quedarse en nuestra casa. 

Ver a Dios es sentir que se va de nuestra ciudad, como Bartimeo, y gritarle para que se detenga y nos llame y una vez rota nuestra ceguera, verlo cómo va a Jerusalén y seguirlo por el camino. 

Ver a Dios en todo es ver a Jesús que viene hacia nuestra barca -oficina navegante de los primeros discípulos- y nos llama a seguirlo, subidos siempre en esa barca interiorizada desde la que un discípulo misionero, aunque no se vea, siempre está “echando las redes” porque es un pescador de hombres. 

            Y dejo acá porque me tengo que ir a la misa del año nuevo chino, que se celebra en Roma.

Diego Fares sj

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