Tomar consigo: instinto de padres (Sagrada Familia A 2019)

Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se manifestó en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se manifestó en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.» José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno”(Mt 2, 13-15. 19-23).

Contemplación

La expresión “tomar al Niño y a su madre” se repite cuatro veces en este evangelio de la Sagrada Familia. Dos como imperativo en sueños mandado por el Ángel y dos como acción concreta realizada por José. 

Tomar consigo la propia familia. Es lo que uno sueña y lo que le preocupa en sus sueños, es lo que uno hace, con todo el corazón y también en “piloto automático” cada día.

Lo que me hace bien mirando a San José es contemplar esa paciencia de su corazón con la que lleva adelante su vida, especialmente en esa etapa que fue tan dura del destierro y de la vuelta. Sueña y se levanta con la misma palabra: “toma al Niño y a su madre”. Toma al Niño y a su madre y permanece, tomó al Niño y a su madre y se fue; toma al Niño y a su madre y regresa, tomó al Niño y a su madre y entró en la tierra de Israel. 

Aquí el evangelista da un paso más en la dinámica de la paciencia de José. Resume “tuvo miedo y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea”. La interacción con el ángel es a nivel no solo de sueños sino directamente de “miedos” y “advertencias”. José y Dios se comunican a nivel de instinto. Instinto de padres, me gusta pensar. 

            Y aquí encontré la palabra de hoy. Instinto de padres. En sus deseos y en la acción, teniendo abrazados al Niño y a María, San José siente con todos sus poros, la situación en que se encuentra. La situación política, la situación económica, la situación del viaje, la situación de ir a otro país, a otra cultura, aunque en Egipto se presume que vivió en la comunidad israelita que había allí y que era numerosa. Siente todo José y siente también al “Ángel” del Padre, que es el Ángel del instinto de Dios.

Uso la palabra instinto, que parece más bien del reino animal que del reino celeste, porque en estas cosas más básicas es donde mejor “comprendemos” a nuestro Padre del Cielo y no en los atributos extraños que le proyectamos, que son más propios del fantasioso olimpo griego. Me refiero a “Todopoderoso” o a “Omnisciente” etc… 

En el evangelio Jesús describe a su Padre de una manera totalmente novedosa para las religiones.

Lo describe haciendo notar sus “entrañas de misericordia”, que es una pasión que actúa a nivel bien instintivo. 

Lo describe “corriendo a echarse al cuello de su hijo que regresa”; y sabemos que en los abrazos uno pierde la compostura, se le tuercen los anteojos y se le desacomoda la camisa. 

Lo describe preocupado por la cosecha, yendo de un hijo a otro a ver si van a ir a trabajar en la viña familiar, y saliendo a todas horas a buscar cosechadores. Y sabemos que cuando uno se mete en cuestiones de trabajo, la discusión es inevitable. El trabajo es el punto álgido de toda la vida social. Para colmo, Jesús nos presenta a este padre de familias “tirando a populista”, con este asunto de pagarle primero a los que trabajaron último y de pagarles a todos igual. 

Lo describe organizando la fiesta de bodas de su hijo y lidiando con los invitados. Y sabemos lo que cuesta organizar a los invitados, cómo en las fiestas salen a la luz todas las susceptibilidades y cada uno “cobra” sus deudas. 

Todo esto para decir que el Señor describe al Padre más con imágenes instintivas que destiladas. Y en esto, San José, es una figura para seguir: lo es con la fiereza de su instinto paterno que supo mantener aferrada a su familia y no perderla en medio todas las vicisitudes que le tocó vivir: el rechazo social que lo dejó a la intemperie, la persecución política que lo obligó a huir en plena noche, el destierro que lo obligó a pedir asilo y vivir como refugiado y la situación inestable de su tierra que lo obligó a cambiar de provincia.

La relación entre estos “dos padres” de Jesús -el Padre y el padre adoptivo- que el evangelista nos señala con estas intervenciones constantes del Ángel (que se mete en los sueños de José, en su inconsciente diríamos hoy, allí donde un padre está siempre despierto, alerta, vigilante, extendiendo todos sus sentidos como brazos que abrazan y toman consigo a su familia), es una relación a este nivel que llamo “instintivo”. 

Y es aquí donde José nos puede ayudar mucho hoy a aprender a relacionarnos bien con Dios. Como José tenemos que buscar a Dios, no en las bellas ideas, sino donde el peligro no nos deja dormir, donde la preocupación por los que queremos nos desvela, allí donde no nos importa nada humillarnos o desgastarnos con tal que los nuestros estén seguros y bien.

Sin hablar, pero actuando a partir de lo que siente en sueños, José nos enseña a escarbar en la tierra de nuestra alma hasta encontrar las raíces instintivas de donde brotamos a la vida y allí buscar religarnos con nuestro Padre. Eso es “religión” y no los ritos que culturalmente han perdido su sentido profundo y nos “dejan afectivamente afuera”. 

Jesús habla de este instinto diciendo que es “adorar en espíritu y en verdad”. Adorar es besar con la boca del espíritu a Dios de la manera más auténtica y verdadera, que es instintiva como la de un hijo cuando abraza a su padre o besa a su madre. A Dios hay que “tomarlo consigo”. Hay que abrazarlo entrañablemente en vez de “tratar de pensarlo” con conceptos que no sirven para nada y que más bien lo alejan. Hay que abrazarlo en sueños y en la acción. Uniendo estas dos actitudes vitales. 

Así como Dios nos dice que abracemos a nuestra familia, nuestra familia nos “dice” que abracemos a nuestro Padre. No se puede abrazar una familia en la acción diaria si uno no está dispuesto a abrazar a Dios en sus sueños nocturnos. No se puede abrazar a Dios en sueños si uno no abraza a su familia en las cosas diarias.

Todos hacemos esto “instintivamente”. Pues bien, también se trata de reflexionarlo para sacar provecho, para desideologizar a Dios y revalorizar la familia. 

Dios no es sino “el Dios de nuestros padres”. De los de todos y en concreto de los de cada familia. Y nuestra familia no es sino la medida de lo que somos. No nos miden las estadísticas, ni los títulos individuales, lo que nos mide y nos da la medida de lo que es nuestro corazón, nuestra altura humana, es nuestra familia. Padre, abuelos, hermanos, tías y primos. Nuestra “individualidad” no es algo destilado que se pueda separar, sino todo lo contrario: es un modo propio que se nos regala poder ser y que tiene sentido en medio de todas las otras diferentes opciones que los de nuestra familia eligieron ser. Gracias a todo lo que nos dieron y amaron somos el o la que somos, y para serlo plenamente lo mejor es “sonar” como uno más en la orquesta familiar. Aunque seamos solistas, el timbre y el tono de nuestra voz contiene el de todos los demás.

El “tomar con nosotros” nuestra familia, en los sueños y en la acción, paciente y renovadamente, es lo que nos da identidad y nos vuelve fecundos. La validez de nuestros sueños y de nuestros trabajos se juega en este “tomar con nosotros”, en este incluir, aceptar e involucrar a los nuestros en lo nuestro. 

El sueño que no incluye a la familia no es sueño real, es evasión. La acción que no redunda en bien común familiar no es acción fecunda, sino dispersión de esfuerzos. Qué tienes que no hayas recibido de los tuyos, quién te heredará sino uno de los tuyos. 

Tomar consigo es tanto recibir como hacerse cargo. Y con la familia y con Dios estas dos cosas son una y la misma: un mismo sueño y una misma acción.

Que el Ángel del instinto de Dios nos lo diga en sueños y al despertarnos, este nuevo año, hagamos como el Ángel nos dice y tomemos con nosotros al Niño y a su madre, es decir a nuestro Dios y a nuestra familia.

Diego Fares sj

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