La Inmaculada que “desata los nudos” y nos ayuda a tejer una vida más linda, más unida a los demás (Adviento 2 A 2019)

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  a una virgen que estaba desposada con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José.  El nombre de la virgen era María.  El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: – ‘¡Alégrate!, Llena de gracia, el Señor está contigo.’ 

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. 

Pero el Ángel le dijo: – ‘No temas, María, has hallado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.  El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.» 

María dijo al Ángel:  – ‘¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?’

El Ángel le respondió:  -‘ El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.  También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez,  y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.’ 

María dijo entonces:  -‘Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.’ 

Y el Ángel se alejó  (Lc 1, 26-38).

Contemplación

            Alégrate! Llena de gracia! el Señor está contigo! Qué lindas palabras! Las repetimos y nos alegra pronunciarlas con la boca en cada Ave María. 

Es admirable cómo el saludo del Arcángel Gabriel quedó grabado para siempre en la memoria de la Iglesia. Las suyas son palabras que aprendemos de niños, de los labios de nuestras madres y abuelas. Son palabras que atesoran en sus rosarios las mujeres más sencillas del pueblo fiel de Dios, cuya fe quizás no está muy ilustrada con conceptos teológicos, pero sabe de personas y cuando miran a nuestra Madre, la Inmaculada, no necesitan otras palabras que las de ese saludo para que se les “ilustre” la mente y se les encienda el corazón: Salve, Madre Llena de gracia, el Señor es contigo.

             En la fiesta de la Inmaculada es lindo pedir la gracia de participar de su llenura de gracia. Ella está repletita como un cuenco de la gracia del Espíritu, y se derrama con gusto, bendiciendo y regando el alma de sus hijos que se lo solicitan con amor y verdadera necesidad. Saberla Inmaculada nos consuela. 

            Nos es verdad acaso que la imagen que está instalada en el mundo es que todos los que llegan al poder o son corruptos o se corrompen? Lo mínimo es que al menos alguna mancha de corrupción los toca. Y estamos como resignados a tener que movernos en el terreno pantanoso de “lo que hay”. De manera tal que la división es entre los que ven todo en blanco y negro y los que apuestan a los grises.

            En María, sin embargo, tenemos algo distinto a todo. Con un rol muy sencillo en lo exterior, pero fecundo y decisivo, tenemos a Alguien incorruptible. Incorruptible no como un súper héroe al que le rebotan las balas sino incorruptible con la simpleza de un “sí” sin más. Un sí suave, en voz baja, apenas pronunciado, pero nítido y rotundo como el sonido de una campana. Sí a Jesús. Y lo lindo de este sí no solo es que Ella lo dijo sino que al decirlo lo volvió posible. Eso es lo que cree con fe infalible el pueblo fiel y por eso la quiere tanto a María, por eso la adorna y la embellece y le canta y la lleva en andas y le reza día y noche. A nuestra Madre y Señora la queremos como persona, ciertamente, pero no como persona en el sentido individualista del “yo con mi vida hago lo que quiero”, sino como persona que dice sí a todos y se vuelve comunitaria. En su caso, Madre de todos, hermana, discípula… Su personalidad es expansiva hasta alcanzar los márgenes de la Iglesia entera, hasta hacerse una y diversa adoptando los rostros de cada pueblo que visita y en el que se queda, como un árbol que hecha raíces y cobija con su sombra a los peregrinos.

            La vemos en el cuadro de “la que desata los nudos” con angelical concentración en su tarea, gozando interiormente del lío que desarma, simplificándonos la vida a los que nos confiamos a su poder descomplicador. 

            A veces el título de Inmaculada se centra -quizás demasiado- en el pecado, en las manchas del pecado. Es claro que María está lejos de la negrura de cualquier maldad y no la roza siquiera la sombra de esa serpiente a la que pisa la cabeza. Sin embargo, caigo ahora en la cuenta, no es la suya una blancura de alguien que camina por los mármoles de palacio, sino que tiene los pies bien sobre la tierra y a la serpiente pisada es signo irrefutable de que el mal siempre está ahí. No la roza no porque no le afecte, al contrario! – quién sufre más que la Inocente! – sino que no la toca porque interiormente tiene decidido su sí de modo inquebrantable. El mal y el pecado la afectan y la hieren, lo que no logran es hacerla vacilar en su sí. El mal afecta todo y puede destruir todo pero solo puede hacer nido en nuestro sí, en nuestra libertad. Allí hace alianza y se propaga corrompiendo. Si no logra hacer alianza, siempre es posible reconstruir lo que destruyó a su paso, siempre es posible “desatar” el nudo que él ató y engarbulló. Esa es la imagen de la paciente y alegra Desatanudos. Es su confianza en el sí la que le alegra el rostro y la hace desenmarañar la “galleta”, como la llama el Papa Francisco, sin ansiedad ni preocupación. Llevará lo que lleve pero María sabe que desatará el nudo y la vida irá adelante como lo quiere Jesús, según el plan del Padre que ordena todas las cosas para el bien de los que ama.

            Desatar nudos es una de las gracias que emana del ser inmaculada. Es uno de los efectos de su ser inmaculada. Un efecto no sobre el pecado en sí mismo, sino sobre las situaciones que se complican.

            Porque su sí es limpio y cristalino, sin doblez, puede Ella desenmarañar todo lo que se enredó y complicó. Esas situaciones en las que uno dice “esto no lo arregla nadie”. Quién puede desenredar una relación en la que una posición dura suscitó otra y se mezcló con una ofensa o con un desdén hiriendo las fibras más íntimas y usando cosas que no se tenían que usar ni venían al caso. Esas historias en las que una cosa llevó a otra y todo quedó mezclado y malentendido, de modo tal que lo único sano es dejar el ovillo como está y no tocar nada porque si tocamos nosotros y tiramos del hilo equivocado solo logramos enredar las cosas de peor manera. María sin embargo, alegremente, toca el hilo justo en el momento justo y va dando vuelta las cosas de modo tal que hace posible las cosas imposibles. Le confiamos a Ella, por tanto, todo aquello en lo que no podemos meter mano porque lo empeoramos. 

            Unir la Inmaculada con la Desatanudos es una operación contemplativa a nivel de imágenes primordiales. Guardini en su ensayo sobre “La esencia de la obra de arte”, habla de las imágenes primordiales sobre las que se estructuran todos nuestros imaginarios. Son imágenes como el camino, el horizonte, el círculo, el fiel de la balanza… y el hilo. El hilo de la vida, decimos y uno sabe a qué se refiere. Es una imagen “operante”, que toca las fibras más íntimas de todos. 

            La imagen del hilo evoca lo más simple, como es ir de un punto a otro, atar algo, tejer, perder el hilo de una conversación…, y también evoca lo profundo, el hilo de la vida que tiene un comienzo y se puede cortar en cualquier punto, frágil en sí mismo. El mito de las Parcas expresa esto: ve la vida bajo la imagen de un hilo que las Parcas hilan, desarrollan y por fin cortan. Según eso, la vida aparece como algo empezado y continuado por poderes desconocidos; algo en que únicamente se ve lo que es, y no lo que viene; que puede estar liso, pero también tener nudos y enredarse; que es débil, amenazado de ruptura y, sin embargo, soporta muchas tensiones; que, en definitiva, lo concluyen los mismos poderes que lo comenzaron. Con esa imagen se interpreta la existencia, no con conceptos científicos sino con un sentir vivo. 

            En este nivel se pone la imagen de María que desata alegre y pacientemente los nudos. Y lo que hace es mostrar que el mito de las Parcas, que rige nuestro imaginario tecnocrático, no es la única ni la más profunda expresión de lo que esta imagen del “hilo de la vida” contiene. 

            Algunos ejemplos de cómo se instrumentaliza esta imagen primordial del hilo. Hace poco un científico (un tal Lezcano Araujo, investigador y biólogo de la Universidad de México), expresaba así algo que muchos piensan: que “un embrión es una masa de células vivas que no son una persona, no tienen derechos sociales”. 

            Lo de “masa de células” no es un concepto sino una imagen, que opera sobre nuestro imaginario evocando una maraña, un embrollo de células, con los que se quiere identificar el comienzo de la vida como algo sin unidad, sin historia, sin derechos sociales. En realidad en el embrión los hilos de “la cadena del ADN” no es ninguna masa informe  ni ningún ovillo enredado de células sueltas sino algo único y preciso que se define más y más a cada momento desde un centro que permanece idéntico a sí mismo y a partir de allí despliega su historia, primero biológica, que es base que posibilita su historia social y espiritual. A eso único que es un hijo la madre le dice un sí y en diálogo con ese sí lo que biológicamente es único comienza a desarrollarse como persona en relación, primero familiar y luego social.

Otra imagen: la del progreso tecnológico como algo que “no se puede detener”. Este lugar común de que el progreso “no se puede detener” contiene la imagen “lineal” de algo que siempre va adelante y que es acumulativo, siempre hacia algo más perfecto. Esta imagen tecnológica se impone en muchos ámbitos y arrasa con todo lo humano, ya que el progreso humano es lineal en algunos aspectos pero en otros no. En muchos ámbitos necesitamos reconcentrarnos, detenernos, esperar a que avancen los otros miembros de la familia o de la sociedad. Tampoco es un progreso infinito, ya que somos mortales. Por eso un mundo en el que la técnica cambia siempre nos va resultando extraño, nos deja atrás y no permite educar a los hijos humanamente.

Detrás de estas dos imágenes, de una biología que es una maraña inextricable de hilos que se mezclaron por casualidad y de una tecnología que progresa siempre de manera clara y cada vez más perfecta, hay una intención política: un modelo tecnocrático que se va imponiendo como reino de la racionalidad frente a la “posibilidad de corrupción” de los seres humanos. Sin embargo, nada más “irracional” que un progreso lineal que atropella todo en su carrera inhumana, y nada más racional que un “sí” humano, que se compromete con la vida y frena todo lo demás con tal de cuidarla y amarla.

            En las manos de alguien como María, la mujer del sí, el hilo de la vida adquiere otra densidad, otras posibilidades. No estamos en las manos de las Parcas sino en las manos de María!

            La fragilidad del hilo de la vida es tratada con ternura y se convierte en resistencia, como la de un hilo de acero. 

            La pequeñez del hilo de cada vida, en las manos tejedoras de María, que saben tocar todos los hilos y encuentran a cada uno su lugar, según su textura y su color, se convierte en elemento capaz de alianza con los demás. 

            La simplicidad que hace único a cada hilo en las manos de alguien como María, sabias y expertas, proporciona la seguridad “material” de que se lo puede “desenredar” del más intrincado ovillo en que se haya enredado. 

            Contemplando el hilo de nuestras vidas en las manos de María la que desata los nudos, dejamos que esta imagen primordial le “hable” a nuestro corazón: 

El sí de María como Madre es el hilo conductor que reúne todos los sí que nos dijeron los que nos amaron, los que nos dieron la vida y nos educaron. Y desde esos sí podemos descubrir el sentido profundo de todo lo que nos pasó -siempre enmarañado exteriormente- y comprender que Dios nos ha tejido del derecho y del revés con Misericordia infinita y que es nuestra Madre la artesana que mueve esos Hilos misericordiosos con que Dios teje la historia.

            El sí de María como discípula es un sí al que podemos atar los nuestros de modo tal que nuestro seguimiento no pierda continuidad, ni memoria, ni esperanza.

            El sí de María como reina es un sí al que podemos unir los nuestros para tejer con Ella los lazos sociales de nuestra vida junto con la de los demás. Para que Ella dirija, descomplique y teja hermosamente nuestras vidas, dando a cada hilo su lugar según la  consistencia y el color de cada carisma, en ese tapiz comunitario que solo Ella, guiada por el Espíritu, es capaz de tejer: el tapiz de la vida como la soñó el Padre, como la hizo posible con su sacrificio Jesús.

Diego Fares sj

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