El mejor momento para plantar un árbol: veinte años atrás… (Adviento 1 A 2019)

En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos:         

Como en los días de Noé, así será el Advenimiento del Hijo del hombre. 

Porque así como pasó en los días que precedieron al diluvio, que la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no sospecharon nada, hasta que sobrevino el diluvio y los arrastró a todos, así será también el Advenimiento del Hijo del hombre. Entonces habrá dos hombres en el campo: uno será tomado y uno abandonado; dos mujeres estarán moliendo con la muela, una será tomada y una abandonada. 

Velen, pues, porque no saben qué día viene su Señor. 

Sepan esto: si el amo de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, vigilaría y no dejaría abrir un boquete en su casa. 

Por eso, también ustedes estén preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-44).

Contemplación

Velen! dice Jesús. En el huerto de los olivos les reprochará cariñosamente a sus amigos:”No han podido velar ni una hora conmigo!” 

Velar es  más que vigilar. Lo incluye, pero es algo más. Se vigila sobre la puerta y las ventanas de la casa, para ver si están bien cerradas y atrancadas. Se vigilan los movimientos del enemigo, para tratar de prever cuando atacará. Se vigila que los empleados cumplan con sus tareas… 

Velar, en cambio, es cuestión también del corazón. Es pasar la noche en vela acompañando a la familia y a los amigos en un velorio; es pasar la jornada junto a la cama de un enfermo. Velar es estar atentos a que haya paz en la casa, que los chicos estén tranquilos, haciendo los deberes y jugando. Mientras hacen sus cosas, los papás y las mamás “velan”: levantan la mirada de tanto en tanto y comprueban si está todo bien, hacen un momento de pausa y escuchan los ruidos de la casa y de los chicos, a ver si no hay nada raro y si todo está transcurriendo en paz… 

Evangelii gaudium dice que hay que cuidar que haya “sal y luz en los corazones”. Así como los padres velan para que haya paz y alegría en la casa, así los pastores – y todos somos pastores de al menos alguna ovejita- debemos velar para que haya luz y sal en los corazones de nuestros corderitos y de las ovejas del rebaño que tenemos a cargo, en el corazón de la gente, en nuestra cultura, que es el corazón del pueblo de Dios. 

Al fin de este año, en el mundo convulsionado en que nos toca vivir, ciertamente no hay paz. No hay una guerra mundial, pero no hay paz en el mundo porque estallan conflictos todos los días, por muchos lados, y eso hace sentir que hay otros conflictos iguales que están latentes. Es la guerra mundial a pedazos, de la que habla el Papa. 

No hay paz en el mundo porque no hay justicia, hay mucha inequidad, pocos que tienen mucho y una inmensa mayoría que tiene poco y en muchos casos nada. Y el asunto es que esto, desde hace un tiempo, se ve. Se ve por todos los medios. Las “ofertas” del “black friday” hacen ver toda la producción que sobra y que se remata en estos días, y eso hace más patente y doloroso que tanta gente no tenga nada, que no pueda comer una buena comida, ni tener una casita confortable. 

Cuando no hay paz, la alegría se fragmenta. Hay solo momentos de alegría, burbujas de alegría, pero no hay alegría en la calle. Aquí es donde ayudan y dan esperanza -una esperanza chiquita, como la manito de la hermana menor de la Fe y de la Caridad- las imágenes de la sal y la luz. 

Velamos para que haya sal y luz en los corazones. Velamos la esperanza de que nazca Jesús en medio del mundo miserable e inequitativo en que vivimos. Y para eso armamos pesebres con el poquito de sal y de luz que tenga cada familia y cada pequeña o gran comunidad en el interior de sus corazones y estructuras de bien, en las que compartimos la vida. Velamos y protegemos esta sal y esta luz haciendo pesebres, haciendo huequitos de solidaridad y amor allí donde cada uno pueda, en medio de este mundo injusto, agresivo e indiferente.

Preparar estos pesebres es la tarea del mes, la primer tarea del Adviento.

Se nos invita a crear condiciones para que haya luz y sal en la mesa y en los corazones en Nochebuena. Para que tenga gusto rico lo que se comparta, poco o mucho, y haya luz que ilumine la noche y los ojos de los niños y de los ancianos y los de los que los cuidan.

También es linda la imagen del Arca. Estoy leyendo la poderosa novela de Richard Powers sobre los árboles que están “desapareciendo” en nuestro planeta. Se llama “The overstory” –“El clamor de los bosques”, en castellano-. Uno de los personajes crea una fundación para conservar en un “Arca” las semillas de las especies que desaparecen. El problema, piensa -no lo dice, pero lo piensa una persona muy sencilla que la ayuda-, es quién las querrá plantar!

El comienzo del Adviento es de transición y el año pesa en lo que pasó. En la semana de Navidad tiene más peso el presente, con las fiestas y los regalos, y lugo, rápidamente pasamos al año nuevo, a lo que se nos viene por delante en el 2020. La imagen del Arca puede ayudar a rebobinar el año que termina y ver lo que es semilla. Es decir, lo que vivimos y no fue simple objeto de uso o de consumo, sino que es planta viva que dio fruto y quedó semilla. 

Una actitud realista y esperanzadora frente a las semillas la da otro personaje del libro: un padre que le enseña a su hija a plantar árboles. La hija, de grande, recuerda las preguntas de su papá: – “Cuál es el mejor momento para plantar un arbol?” le preguntaba cada año. Y él mismo respondía: “20 años atrás!” Pero enseguida hacía la otra pregunta: “Y el segundo mejor momento? Cuándo es?” –“Ahora”, responde la hija haciendo memoria de la primera vez que respondieron al unísono, porque ya había aprendido el juego de las preguntas. 

Cuál es la mejor Navidad? nos preguntamos. Y cada uno puede responder pensando en las que se le pasaron y no sembró o no cultivó la semilla que le regaló el Señor y que hoy podría ser un hermoso y gran árbol de santidad en su vida. Para el mundo, quizás la de 1999, cuando comenzaba el milenio! Pero la segunda mejor Navidad es esta, el segundo mejor Adviento es el de este mes. Y si debemos sembrar una santidad cuyos frutos no veremos nosotros, mejor. Porque la pequeñez de nuestra breve vida, que nos iguala a todos en su vulnerabilidad, es un buen lugar para que se ensanche la Esperanza, que al fin y al cabo es lo que tiene que crecer -la esperanza es el Arca y el pesebre-, ya que la semilla y el fruto, que es Jesús, siempre llega a nuestra vida como gracia, nos lo regala cada año nuestro Padre, ese Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez.

Diego Fares sj 

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