El Dios de vivos de Jesús vs el dios de los que se creen vivos (32 C 2019)

            Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, tome por esposa a la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo tomó por esposa a la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?» 

Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se dan y se toman en matrimonio, pero los que sean juzgados dignos de alcanzar la eternidad y la resurrección de los muertos, no se tomarán ni se darán en matrimonio. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. 

Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 

Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él. Al oír esto la gente se maravillaba de su doctrina. Pero los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo…» (Lc 20, 27-38).

Contemplación

         Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Esta es la respuesta de Jesús a los saduceos. Un Dios de vivientes, un Dios de la vida. Con esto el Señor les dice que sus razonamientos son de muertos, su lógica es una lógica de muerte. 

Un detalle resulta revelador. Ahora no lo decimos así, pero en aquella época casarse se decía “tomar mujer”. Se “daba a la mujer en matrimonio” y se la “tomaba por esposa”. Hoy se utiliza el sentido del verbo “lambano” que es “tomar” y también “recibir” y se dice “te recibo por esposa, te recibo por esposo”. Los saduceos terminan diciendo directamente: “de quién será esposa ya que todos ‘la tuvieron’ por mujer”. 

Más allá de estas cuestiones de lenguaje, lo que quiero señalar es que la lógica de los saduceos es la lógica de la posesión. Y como la vida no “se posee” sino que es don, esta lógica conduce a errores nefastos. Por eso el Señor, en otra ocasión, argumentando sobre estas mismas cosas les dirá a sus adversarios: ustedes están en un grave error. Hoy nos resulta desagradable usar esta lógica de posesión para hablar del matrimonio. Ningún padre dice al novio “te doy como esposa a mi hija”, aunque si uno lo piensa bien, el rito de entrar con la hija de la mano y luego dejarla en manos del novio está diciendo eso gestualmente. Sin embargo, la lógica de la posesión no ha sido superada sino que ha cambiado de ámbito: ahora ha pasado al propio cuerpo: yo soy dueño/dueña de mi cuerpo, se dice. Pareciera un paso adelante y sin embargo, la lógica es la misma: de posesión. 

Jesús propone otra lógica para hablar de la vida. Y usa tres argumentos. 

El primero tiene que ver con los hijos, con el ciclo de los hijos. Los saduceos piensan dentro de esa mentalidad en la que la posesión de la esposa se legitima por los hijos. Al no tener hijos, no le pertenece a ninguno de los hermanos. Aunque nos choque esa mentalidad, también hoy es real que cuando hay un hijo en común, la relación entre un hombre y una mujer adquiere otra consistencia vital. No es lo mismo separarse sin hijos que teniendo hijos. El hijo -y los nietos- hace que el vínculo permanezca en el tiempo y no sea solo cuestión pasada. No es solo un vínculo de voluntades ni solo jurídico, sino que hay algo biológico y espiritual que une. Lo que hace Jesús, siguiendo esa mentalidad es ponerla en clave de don, no de posesión.

Escuchemos bien las palabras que usa. Dice: “los que sean juzgados dignos de la eternidad y de la resurrección de los muertos”. La vida eterna no es un “derecho” ni una “exigencia biológica”, es -será- fruto de un don. Así como la vida es don, la vida eterna no puede ser menos. 

Lo que pasó es que a nosotros se nos fue instalando una lógica: la de que Dios nos dio la vida y no puede “aniquilarla”. Y como tenemos un alma “espiritual”, esta “debe ser inmortal”. Y entonces “a algún lado tenemos que ir” y “tiene que existir otra vida”. La imaginación va “cosificando” estos razonamientos y terminamos como los saduceos, burlándonos de “quién estará con quién en esa vida eterna a donde tenemos necesariamente que ir”. 

El Señor cambia la lógica. Centra todo en Dios, del que serán hijos los que sean considerados dignos de “nacer de nuevo”, es decir, los que sean juzgados dignos de recibir el don de la resurrección.

Esta lógica nos orienta en primer lugar a pensar de modo distinto nuestra vida actual. Antes de sacar conclusiones acerca de cómo se “articulará en el cielo” eso de “ser considerados dignos de nacer de nuevo”, podemos pensar que “ya hemos sido considerados dignos de nuestra vida actual”. Y esto sí debería ser motivo suficiente para ponernos de rodillas, agradeciendo a nuestro Creador, y levantarnos inmediatamente, como María, a ir a servir a nuestros hermanos, ya que todos son igual de dignos y muchos -la mayoría- está sufriendo hambre, pobreza y exclusión.

Para desear cambiar de vida basta considerar mi vida como un don inmerecido, ya que no “soy” digno, sino que “fui considerado digno”. Y no solo por Dios sino por mis padres, que no me abandonaron, y por la sociedad que, en distinta medida, me consideró digno de tener nacionalidad, escuela, trabajo, casa, derechos… 

Una vez que uno usa esta lógica del don para juzgar su situación actual, se puede situar mejor para pensar “lo que será el don del Cielo”. Lo que será “ser considerado digno de una vida eterna y de ser hijo de Dios”. 

“Ser hijo de Dios a través de un nuevo acto, en el que resucitarme es una “reduplicación” de su decisión amorosa de crearme. Esta vez el ser hijo es un don que se me da siendo yo consciente y eligiéndolo a mi vez. Así como muchos se rebelan contra la vida diciendo que “no eligieron nacer”, pues bien, podemos elegir nacer de nuevo! 

Esta es la delicadeza de nuestro Padre del Cielo de la que le habla Jesús a los Saduceos escépticos y burlones y que debería hacer que se derritiera su dureza producto vaya a saber de qué frustración o ambición que no los deja abrirse a la maravilla de lo que les está revelando y ofreciendo Jesús.

El segundo argumento, es el de la Escritura. También aquí el Señor sigue la mentalidad de sus adversarios que sólo aceptaban como canónica la Torá, los cinco libros de Moisés. Les dice que Moisés “ha dado a entender” que los muertos resucitan al hablar de “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Jesús apunta como siempre a la Escritura, como sabiduría de Dios revelada a su pueblo, que cada uno de saber leer. Si uno no aprende a “leer bien la Escritura”, si uno lee solo noticias y lo que se dice en los medios y no profundiza toda su vida en la Escritura, no creerá en la resurrección ni aunque resucite un muerto, como le decía Abraham al rico Epulón. Los saduceos eran tipos cultos y leídos, que creían en el libre albedrío y se jactaban de estar por encima de creencias y mitos populares. Pues bien, el Señor apela a su libertad. La resurrección será un nacer de nuevo libremente, eligiendo creer, eligiendo fiarnos de gente como Jesús y sus testigos.

El tercer argumento es una definición de Dios en términos de vida. La argumentación es fortísima. Empieza con una negación que es como darles una bofetada y que, si la tomaran bien, debería ser capaz de hacerlos reaccionar, ya que son gente que está como muerta. Dios no es un Dios de muertos”, les dice Jesús. Es como decirles “ustedes están muertos”. 

Y sigue:… “Dios es un Dios de vivos”. Solo si vivís, puede ser tu Dios. La inversión lógica es poderosa. No te rías de las imágenes ridículas que te has hecho de Dios! No te das cuenta de que son conclusión de una lógica equivocada? Que has seguido la lógica de la posesión que es una lógica de muertos? Abrí tu mente a la lógica de la vida, que es una lógica de don: viví y date a vos mismo y verás que se te vuelven claros los rasgos de este Dios de gente viva, de este Dios que es Padre, de este Dios que no tiene miedo a encarnarse, porque en la vida de la gente simple se encuentra siendo verdaderamente el Dios que es. 

Concluye Jesús: “Todos, de hecho, viven para Él”. Es un juicio inclusivo. También los saduceos, aunque no se den cuenta, aunque se burlen de Jesús que les predica este Dios vivo, viven para Él.  

Ellos planteaban la “anti parábola de la viuda que no tenía quién la poseyera como esposa en la vida eterna”. Jesús se las desarticula prolijamente y les muestra que ni siquiera Dios “nos posee”: más bien, los que así lo elijen, “viven para Él”. 

Un Dios de vivos significa un Dios pobre, que no posee a sus creaturas sino que las alienta a vivir porque las considera dignas de vivir. Y los que son sus hijos y eligen serlo “viven para Él”, es decir: se nutren, disfrutan, crecen, van adelante, trabajan, se donan, ofrecen su vida y la comparten y, viviendo así, hacen de Él su Dios, lo glorifican.

………..

Comparto, como todos los años, las Confesiones de un saduceo, imaginando a uno que se convirtió.

“Creo que fue la serena convicción con que lo dijo lo que me llevó a reflexionar…

Sí, fueron más sus ojos sin rastro de ira ante nuestra burla, que pretendía avergonzarlo en público, lo que me llamó la atención. 

Después se sumaron otros detalles, especialmente el contraste entre la gente, que se maravillaba de su doctrina y la furia de mis colegas (más contra los fariseos y la satisfacción que les producía ver cómo nos había tapado la boca, que contra Él…). 

Yo había ideado y escrito la “anti-parábola de la viuda resucitada”, como le di en llamar. Y me creí que verdaderamente era ingeniosa. El inventaba parábolas que describían el cielo de los resucitados con la intención de cambiar nuestras costumbres en la tierra y a mí se me ocurrió proyectar una situación terrena para burlarme de sus ideas del cielo. Esperaba, al menos, otra parábola en respuesta. O que rebatiera el argumento, como hizo con lo de la moneda del César… 

La verdad es que el Rabbí me resultaba interesante. 

Oírlo discutir con los fariseos me encantaba y prefería su apertura moral a la sarta de leyes escrupulosas de nuestros amigos. Lo que no podía entender era cómo un hombre inteligente como él podía creer en la resurrección de los muertos. Soy capaz de comprender que los que trabajan en torno al templo y viven de la religión, necesiten prometer algo bueno a la gente para mantenerla sumisa y colaboradora. Para ello nada mejor que hablarles del cielo mientras se aprovechan de su dinero en esta tierra… Pero que alguien pobre y humilde como el Rabbí, sin ambiciones ni intereses personales, y a la vez tan inteligente, hablara tanto del cielo, me intrigaba mucho. ¿No se daba cuenta que con eso favorecía a los comerciantes de la religión? 

La verdad es que la explicación que dio de las Escrituras, lo de que seremos como ángeles y que no nos casaremos, no la seguí mucho. Lo que me golpeó fue la última frase. Me miró especialmente a mí, como si supiera que era yo el que había inventado la anti-parábola y dijo: “Él no es un Dios de muertos sino de vivientes; pues todos viven para él”.

Lucas no lo pone, pero Mateo y Marcos sí lo registraron: Él dijo también: “Ustedes están en un error grave, por no comprender bien las Escrituras”… 

Si hay algo que no me gusta es estar en un error; y menos que me lo digan en público. Pero que me dejen ahí, sin más explicaciones y que todo el mundo se de por satisfecho con lo que dijo el que me corrigió, ya es el colmo. 

Ahí me di cuenta de que la gente no tenía interés en nuestras discusiones de palabras: estaban fascinados con la Palabra de Jesús. Cualquier cosa que Él dijera, estaría bien. No se ponían a pensar si podrían cumplir todo lo que él les decía. Sus palabras, simplemente, les conmovían el corazón. No eran “razonables”, como esos argumentos que suenan lógicos, pero te dejan afuera. Sus palabras entraban en uno y permane-cían. Era como si se aposentaran sin apuro por dar fruto… Entraban mansamente en el corazón, como semillas en una tierra blanda por la llovizna… 

Y eso fue lo que me pasó a mí. Le escuché decir que nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos y se despertó en mí el deseo de ese Dios Vivo; le escuché decir que todos vivimos para Él y se despertó en mi corazón el deseo de vivir también yo para Él. 

¡El deseo! ¿Pueden creer que estando ante Él, por primera vez en mi vida, descubrí lo que era tener un deseo? Hasta ese momento yo había tenido necesidades. Y tenía claro que cuando las satisfacía, dejaban de interesarme. Así entendía yo esas ideas del cielo: como una carencia que algunos pretendían llenar con una ilusión. 

Pero al escucharlo hablar del Cielo a Él, algo nuevo se movió en mi corazón. Deseaba que siguiera hablando. Aunque dijera cosas dolorosas, como eso de que estábamos en un grave error. Todo lo que percibía en Él, su coherencia, su señorío, su limpieza, su sinceridad… todo, eran cosas positivas que despertaban deseos de más en todas mis facultades. 

No sé si han tenido alguna vez la experiencia de estar ante una persona así, cuya sola presencia basta para que uno no quiera otra cosa sino seguir estando ante ella. Gozando que esté viva, quiero decir. Gozando que exista.

¡El Dios vivo del que hablaba era Él mismo! Y distinto a la vez. 

Y no es que le brillara ninguna luz especial. El Dios vivo estaba en sus Palabras. Se hacía presente en cada una de sus Palabras como si fueran Palabras vivas, capaces de crear lo que nombraban. Cada Palabra suya era como un tapiz bordado, como una pieza musical… Cada Palabra que salía de sus labios iluminaba como un amanecer, limpiaba el alma como un viento fuerte, regaba el corazón como una acequia que trae agua de la montaña. Y después que decía las cosas así, la experiencia no desaparecía, sino que cada Palabra se guardaba ella misma en mi corazón y quedaba disponible, como un tesoro escondido, como una fuente de agua viva, para ser de nuevo saboreada como… ¡como un pan vivo…! 

Desde entonces creo en Él. Creo en su Dios, que no es un Dios de muertos. Creo en la resurrección de la carne, de la que me burlaba por ignorante. Creo todo, porque lo dice Él. Y lo más asombroso es que creo como toda la gente sencilla que cree en Él y se le acerca. Es más, quiero mezclarme con esa gente de manera tal que nada me distinga, para que nada me distraiga de estar cerca de Él. Cuánto más anónimo y escondido yo, uno más entre los otros, todos juntos e iguales, más crece Él, más vivo en Él.

Diego Fares sj

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