
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
Vivía allí un hombre llamado Zaqueo.
Zaqueo era jefe de los publicanos, era rico y buscaba ver a Jesús –quién era-, y no podía a causa de la multitud, porque era pequeño de estatura.
Entonces, echando a correr hasta ponerse adelante, subió a una morera para poder verlo, porque Jesús estaba a punto de pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús, levantando la mirada, le dijo:
«Zaqueo, date prisa en bajar, porque hoy es necesario que vaya a tu casa.»
Zaqueo bajó a toda prisa y lo recibió alegremente.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Entró a hospedarse en casa de un hombre pecador.»
Poniéndose de pie Zaqueo dijo al Señor:
«Mira, Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si en algo defraudé a alguno, le restituyo cuatro veces más.»
Y Jesús le dijo:
«Hoy ha venido la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que había perecido» (Lc 19, 1-10).
Contemplación
– Soy Zaqueo, el jefe de publicanos, el rico, el petiso, el que quería ver a Jesús, el hijo de Abraham… como gusten llamarme. Lucas me puso todos los apodos posibles en su evangelio (aunque tuvo la delicadeza de dejar de lado algunos adjetivos que agregaban mis compatriotas…), pero destacó mi nombre propio y les adelanto que estoy orgulloso de ello. Porque limpió mi nombre. Y eso redundó en un bien para mi familia.
Sabrán que mi nombre Zaqueo era objeto de burla para mis paisanos. Significa puro, inocente. Y que un publicano se llame “Puro” en Jericó es como que un paisano se llame Inocencio en el barrio del Once. La cuestión es que me cargaban…
También les diré, que después de mi conversión, no todos se creyeron eso de que iba a devolver lo robado y a ponerme a trabajar por los pobres… Pero yo lo hice con alegría y a conciencia, lo mejor que pude, y quedé en paz. El hecho de que Jesús hubiera venido a hospedarse en mi casa me cambió la vida. Yo me levantaba a la mañana pensando a quién usar y de quién defenderme y pasé a tratar de ver cómo podía ayudar a los demás.
Pero lo que quiero compartir con ustedes no es tanto la moraleja de mi conversión cuanto su dinamismo, que consistió en una gracia especial que tuve: una gracia de Fe. Creo que Lucas me puso en su evangelio más que todo por eso. Me explico. La fe es algo muy personal. En el evangelio hay algunos ejemplos de fe que sirven como modelo para que otros encuentren motivación para la suya. La cosa comienza por ese “deseo de ver a Jesús” que todos sentimos al oír hablar de Alguien como él. Él tiene un sentido especial para detectar la fe. La reconoce de lejos, la lee en los corazones…, le basta un gesto para darse cuenta de que alguien “quiere verlo” y esto se convierte en Él en algo irresistible. Por eso cuando me vio trepado a la higuera me dijo eso de que “es necesario que hoy me hospede en tu casa”. Imagínense: “es necesario!”, dijo. Yo después me instruí y los suyos me contaron que el Maestro siempre decía que si uno se acercaba a Él y quería conocerlo, era porque el Padre había despertado en su corazón esa atracción. Y Jesús respondía a esa fe con su ir al encuentro. No importaba si se trataba de gente sencilla, de gente respetada o de gente como yo… Él no se fijaba en cómo estaba etiquetado cada uno socialmente. Ni siquiera le importaban las motivaciones humanas de cada uno – el que quería ser curado de alguna enfermedad, el que simplemente era curioso, el que pensaba obtener de él alguna enseñanza o favor… Jesús, cuando sentía que el otro tenía fe, no importa si mucha o poca, organizaba un encuentro. Pensemos en la Samaritana, en Nicodemo, en Simón y sus amigos, en Mateo…
Pero bueno, yo me centro en su encuentro conmigo y en una característica de mi fe que es por la que me gustaría ser recordado. No para vanagloria sino para Gloria del Padre que me la regaló, cuando con esa fe me atrajo a beber del corazón de su Hijo amado, Jesús, el Bendito. La característica de que hablo es la de adelantarme: mi fe es una fe que se adelanta. Así la llamo yo.
Es una característica especial, lo confieso sin vanidad. De qué otra manera si no, un publicano rico y petiso como yo hubiera entrado en el evangelio? Espero que no me malentiendan. En el evangelio entramos todos, por la gracia de Jesús que atrae a todos y se mete hasta en la casa del publicano y las pecadoras. Pero con nombre propio se destacan sólo algunos, cuya fe tiene algo que puede servir de ejemplo, algo abarcativo, como la red de Simón y sus compañeros, capaz de pescar gran cantidad de peces.
Y ya que mencioné a Simón, pienso que puede venir bien comparar una característica de su fe vista desde mi perspectiva. Lo propio de la fe que tiene Simón, para mí, es que es una fe instantánea. Yo digo que lo admiro en eso porque yo como buen recaudador de impuestos soy muy desconfiado. Esto de lo instantáneo quizás tiene que ver con que él era pescador y en el lago la cosa es así, hay que estar atentos y cuando uno intuye un banco de peces, hay que tirar la red ahí nomás. Para Pedro la fe es como automática: le basta ver a Jesús –o que Juan le diga “es el Señor”- que ya se zambulló al agua. Escucha la Palabra de Jesús y ya está tirando la red.
Así también le va cuando mira para otro lado o escucha los pensamientos del mal espíritu: inmediatamente comienza a hundirse o dice cualquier barbaridad. Pedro es el que tiene que ver y oír al Señor concretamente. Al no ver al Señor en la tumba, se queda pensativo y a la espera. En eso es más como Tomás. Necesita que el Señor lo tome de la mano.
Juan en cambio, según veo yo, tiene una fe más como la de la Madre del Señor: una fe memoriosa, diría. Es el tipo de persona que guarda las cosas en el corazón y las está rumiando todo el tiempo… Eso le permite mirar lo inmediato desde otra perspectiva. Por eso encuentra signos en todas partes. Le basta ver un detalle para reconstruir, en la fe, la totalidad de la figura del Maestro, como cuando vio las vendas y el sudario…: vio y creyó. Él mismo lo dice. Así de simple.
La característica de la fe que se me regaló a mí, en cambio, es distinta. Aunque si lo miro bien vendría a ser como complementaria de las otras, si se puede hablar así. Más que instantánea o memoriosa es una fe que se adelanta. Quizás se me regaló por tener alma de negociante, cosa que resultó ser un terreno propicio. En los negocios el que se adelanta gana. Y pareciera que esto mío de correr (como cuando era chico) a subirme a la higuera, en el lugar por donde sabía que él tenía que pasar, le agradó a Jesús. Por supuesto que él, que sentía todo lo que sucedía a su alrededor, percibió que yo andaba entre la gente deseando verlo y supo que me había adelantado. Y me primereó cuando levantó la vista y se invitó a mi casa, ante el asombro de todos. Es que cuando uno va, el Señor ya fue y volvió. Pero le gusta esto de que uno se le adelante en la fe… Y así como me adelanté a verlo, él se adelantó a invitarse a mi casa; yo me animé a adelantarme a ofrecer ser más justo, y él se adelantó a defenderme frente a los que me criticaban. Entramos así de lleno en esta dinámica tan linda de adelantarse a confiar, a invitar y a ofrecer, que es tan del estilo de Jesús.
Al Señor le gusta la fe en todas sus versiones. Le gusta la fe instantánea de Pedro, cuando se larga al agua sin pensarlo dos veces. Y le reprocha “por qué dudaste, poca-fe!”. Poca-fe le dice! Esta fe tenía sus problemas, también, ya que a veces Pedro decía lo primero que se le pasaba por la cabeza y se ligaba un reto. Pero gracias a eso aprendía mucho, y los que estaban alrededor también. Yo, desde mi perspectiva, lo que saco es que hacer un acto de fe instantáneo, sin dudar ni pensar dos veces, es un modo de adelantarse. Es adelantar el corazón y darlo entero antes que la mente se ponga a razonar. Primero amar y luego razonar.
También le gusta al Señor la fe memoriosa de Juan. Su amigo es uno que conecta todo lo que pasa y es capaz de reconocerlo en los signos más pequeños. Esto puede hacerlo porque guarda las palabras del Señor en su corazón. Y como las palabras del Señor no son “abstractas” sino “vivas”, ellas mismas se conectan entre sí. A Juan le basta que un desconocido les diga “tiren la red a la derecha” para reconocer que es el Señor resucitado. Yo, desde mi perspectiva, lo que saco es que esto de guardar las palabras es un modo de adelantarse también. Uno se da cuenta de que son palabras vivas, que no pueden decirlo todo en un momento y que necesitan tiempo para revelar bien la verdad que contienen en su interior. Y cuando uno hace memoria es como si se adelantara para atrás: la fe es confirmación de que uno había visto bien, de que uno se había confiado con razón. Es eso que llaman “dejà vu”: en un instante uno comprende que “ya vivió” lo que le está pasando, que lo había adelantado en la fe.
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Hasta aquí el Zaqueo de la contemplación del 2007, que me puse a releer con gusto y a seguir “conversando con él” acerca de su fe que se adelanta.
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El 29 de octubre fue el aniversario de La Casa de la Bondad de Buenos Aires. Diez años! La casa tuvo desde el comienzo esta gracia de adelantarse en la fe. Nació de un adelanto, de “ver” que sería tal cual fue y es. Siempre recuerdo el día en que Rossi dijo que iba a hacerla y me propuso que fuera cerca del Hogar. Ya en esa charla estaba tan entera y linda y llena de gente como está hoy. Es que las obras de misericordia crean su propio tiempo (eso que en el evangelio se llama “kairos” -momento de gracia, momento oportuno-), y su propio espacio -que en el evangelio se llama “reino de Dios” y es el espacio que se abre cuando dos se juntan a rezar y a practicar la misericordia.
Diego Fares sj