Epulón, o el drama de los que no ven a los pobres (26 C 2019)

«Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús.(…) Jesús dijo a los fariseos: ‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día banqueteaba espléndidamente. En cambio un pobre de nombre Lázaro yacía a su puerta lleno de llagas y ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras. Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: – Padre Abraham, apiádate de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. – Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre una gran grieta. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí. El rico contestó: – Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.  Abraham respondió: – Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen. – No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán. Pero Abraham respondió: – Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’” (Lc 16, 19-31).

Contemplación
El rico «no consideraba» a Lázaro. Se ve que lo veía porque lo reconoce por nombre al verlo al lado de Abraham. Pero aún allí, lo considera un sirviente! Si está al lado de Abraham no puede ser otra cosa sino un sirviente. Para refrescarlo a él o, luego, más generosamente, para salvar a sus familiares. 

No ve a Lázaro como lo ve Dios, uno a quien ayuda -Lázaro significa «Dios ayuda». 

Lázaro que yace a la puerta del rico, lleno de llagas y ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras. 

Lázaro visualizado como sirviente de Abraham al que se le pide que lo mande a refrescar al rico.

Lázaro visualizado como enviado para que al verlo resucitado se arrepientan los hermanos del rico.

Lázaro que muere y es llevado por los ángeles al seno de Abraham.

Lázaro que recibió males ahora recibe consuelo.

Impresiona lo que dice Abraham acerca de que, para creer tenemos «a Moisés y a los profetas» y que si uno no los escucha, aunque resucite alguno de entre los muertos, no se convencerá. Para mi quiere decir que la resurrección del Señor, en cuanto hecho objetivo, no basta para suscitar la fe. De hecho, por algo el Señor se apareció solo a testigos elegidos que habían convivido antes con Él. Los que pueden haberlo visto o tenido noticias del «hecho» de la tumba vacía y de las apariciones, lo tomaron como un hecho sujeto a distintas interpretaciones. 

La fe requiere algo de las dos partes, de Dios y de cada persona. Más aún, de toda una comunidad. De parte nuestra requiere estemos buscando, que seamos personas que se hacen preguntas fuertes acerca del misterio de la vida. Si  le cerramos la puerta a estas preguntas, se la cerramos también a las respuestas que puede brindar Jesús. 

Cuáles son esas preguntas? Son preguntas teórico-prácticas. Con esto quiero decir que, por un lado, son preguntas acerca del sentido último de la vida y, por otro lado, son preguntas por algo inmediato que puedo hacer yo aquí y ahora por los demás. 

Tomemos como ejemplo alguna pregunta que surge de este evangelio. 

Cuál sería la pregunta que se tendría que haber hecho el rico Epulón (siempre impresiona que no tiene nombre propio, su nombre es «Rico» -Epulón significa rico-. Impresiona porque significa que es uno que perdió su nombre, su rostro, y tomó el nombre del dinero al que adoraba. Lázaro también tiene un nombre simbólico -Eleazar, «el ayudado por Dios»-, pero es un nombre que se convirtió en nombre propio. En cambio nadie le pone a un hijo «Epulón», al menos que yo sepa, y si se lo pone, mal para él). Pero volvamos a la pregunta del Rico, esa pregunta que está sobre entendida . Yo creo que debió ser «¿Cómo fue que no me di cuenta!?». ¿De qué? De Lázaro. Pero por lo que cuenta Jesús, se ve que siguió sin darse cuenta de Lázaro. La lógica del rico es algo así: No vi a Lázaro porque era tan miserable que parecía parte del paisaje, de los perros y de la miseria en que vivía. Esto se puede deducir en que piensa que si sus hermanos lo vieran resucitado, lo tomarían en cuenta y se arrepentirían de no ayudarlo. 

Abraham le hace ver que no es así, que ni siquiera la resurrección como hecho externo basta. La prueba está en que el Rico, ahora que identifica bien a Lázaro y lo toma en cuenta porque lo ve al lado de Abraham, glorioso en el Cielo, da por descontado que debe ser un sirviente. Esto se ve en las cosas que le pide a Abraham, que lo mande a servirle una gota de agua, que lo mande a aparecerse a sus parientes. Lázaro no dice nada. Simplemente está allí recibiendo bienes así como antes estuvo yaciendo, recibiendo males. No habla! Este es el signo de que para «ver» a Lázaro como persona hay que hacer un proceso interior. Abraham lo dice explícitamente: Hay que «escuchar» a Moisés y a los profetas. 

Hay que «escuchar» significa hay que «interiorizar» las preguntas. Escuchar significa dialogar, ahondar, abrirse a la palabra del otro y modificar la propia. Este es el primer paso de la fe: no vivir encerrado en las propias palabras e ideas, sino vivir abriéndonos a las de los demás. 

Escuchar a otro es el primer paso para «verlo». Si no escucho en las palabras que el otro dice lo que siente y lo que le pasa, si no lo valoro como persona distinta e igual a mí, no lo «veo». Veo lo que proyecto, veo lo que otros me dicen de él… 

Epulón sigue sin ver a Lázaro aún viéndolo glorioso, en la mejor versión de sí mismo! Otra prueba de que no lo considera es que no le pide perdón, lo quiere usar de empleado para que le sirva una gota de agua, primero, y luego, para que le haga un mandado con sus familiares. No lo ve cómo persona. 

Esa es la grieta! Ese es el abismo que Abraham dice que no se puede traspasar. Es una grieta que se abre en la propia mirada y en el propio corazón. La  grieta que no me permite ver al otro porque no lo amo y no me permite amar al otro porque no lo veo. Un círculo vicioso. 

Es una grieta que no es física ni externa, porque si lo fuera otro podría ayudarme a sortearla, dándome una mano. En la parábola dice que Epulón «levantó los ojos y vio de lejos a Abraham y a Lázaro junto a él». No sé cuán lejos sería. El hecho es que se pueden hablar con Abraham y se escuchan perfectamente. Como detalle literario me hace pensar que la distancia es mayor para la vista que para el oído. Y esto tiene que ver con lo que estamos reflexionando. La vista pone distancia, el oído cercanía. Para «ver a Dios» y para «ver a Lázaro-para ver a cada pobre-«, hay que «escuchar» a esos grandes hombres -Moisés, los profetas, y a Jesús especialmente- que hablan palabras que tocan el corazón y abren los ojos, palabras que hacen pensar críticamente porque no buscan poseer la realidad sino abrirse al misterio, palabras que nos permiten dialogar con Dios y con los demás sin dividir, palabras que ayudan a amar y a servir, palabras que desencadenan la misericordia, despiertan la sed de justicia, suscitan la ternura y la compasión.

Esta pregunta que el Rico responde mal, Jesús nos invita a responderla bien. La pregunta sería más o menos así: Cómo puede ser que yo no tenga fe? Cómo puede ser que no vea que la fe en Dios tiene que ver con ver a los pobres con la ayuda de Jesús?

Debería darme cuenta de que si no tengo fe, mi primera respuesta seguro será  como la de Epulón. Yo también pensaré: «Si no tengo fe, si no veo a Lázaro, es porque no he visto resucitado a nadie». Aunque algunos afirmen que Cristo ha resucitado, yo no lo ví». 

Pero la parábola me indica otra posible respuesta. Me dice: «No tenés fe porque no escuchás a los que te hablan palabras que abren los ojos y el corazón. O, los escuchás pero no les das el tiempo que esas palabras necesitan para dar fruto. Estás, en cambio, lleno de tus propias palabras y del diálogo distractivo con otros que hablan de todo un poco pero no con palabra de Dios.

El dramatismo de la parábola, que habla del infierno como lugar de tormento, también requiere interiorización. Porque si uno piensa la grieta y el infierno como cosas externas, pierden fuerza. No hay grieta externa que la misericordia no puede rellenar ni lugar que pueda estar fuera del alcance de su bondad. Si existen realidades como este abismo que no se puede salvar y este lugar de tormento al que no puede acercarse ni siquiera una gota de agua para mojar los labios del que tiene una sed abrasadora, no son realidades externas sino espirituales. Solo una decisión espiritual -soberbia y libre- puede ser tan abismal e impenetrable. Y de esas decisiones -de esos abismos e infiernos- está más lleno el mundo de lo que se ve por fuera. Basta unir el rostro de los pobres que agradecerían una miga de pan y una gota de agua (literalmente hablando) y las decisiones política y económicas que, con un decreto, lo impiden. Detrás de la pobreza hay decisiones. Y son decisiones que «no ven» a los que están esperando las migas. Ni siquiera los ven! Y no los ven porque no escuchan palabras de vida. Escuchan discursos abstractos que abren una grieta en su mirada y en su corazón. Y como no ven a los pobres Lázaro, tampoco ven a Dios. Y no lo verán ni aunque estén en el infierno, ni aunque resucite un muerto.

Qué se puede hacer con una cultura y una mentalidad que «no cree en Dios»? Qué se puede hacer frente al drama de los que no ven a los pobres y se pierden el poder ver a Dios? Sólo contar la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, con la esperanza de que aquellos a los que el Espíritu mueva, nos demos cuenta de que se nos ha pegado la mirada del Rico que no nos deja ver a Lázaro y vayamos corriendo – a ciegas, porque no vemos- a escuchar a Moisés, a los profetas, y a los que nos anuncian el Evangelio con sus vidas y, cuando hace falta, con sus palabras. 

Diego Fares sj

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