Creer en el pan del corazón (Corpus Christi C 2019)

            Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.»  El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas (Lc 9, 11b-17). 

Contemplación

            «Denles de comer ustedes mismos». Del corazón le nació al Señor esta frase como respuesta a la sugerencia de los discípulos de que «despidiera a la gente» para que cada uno encontrara por sí mismo algo para comer. Dar, no que cada uno se las arregle como pueda. Dar. 

            De aquí le nace al Señor la idea no solo de dar pan sino de darse. Es decir, de no solo multiplicar los cinco pancitos, sino de convertirse Él mismo en pan, de modo tal de conferir al pan «la multiplicabilidad propia de su corazón». 

            Es algo muy humano esto de que el corazón es multiplicable. No se divide al amar a muchos distintos.

            En la Eucaristía el Señor toma la forma de pan y le da al pan la forma de su Corazón, en el sentido de que al darle esa propiedad que tiene nuestro corazón de «darse entero en cada gesto» -lo cual es propio del amor- convierte el pan en multiplicable. Multiplicable en cuanto «partible». Como dice el himno Lauda Sion -uno de los cinco que compuso Santo Tomás en honor de la Eucaristía-: «Si lo parten, no vaciles/ sólo parten lo exterior/ en el mínimo fragmento/ late entero el Señor».

            Hablando ayer en Radio María sobre el Corazón de Jesús me preguntaba Javier Cámara «por qué esta devoción particular». Precisamente porque en el corazón en lo particular está el todo». La pregunta «por qué» surge también frente al mandato del Señor de «comer su carne», que la Iglesia convierte en el precepto de ir a misa y de comulgar al menos una vez al año. Si no entendemos la lógica del corazón, estos mandamientos y preceptos se devalúan y terminan por lograr el efecto contrario! Nada con más sentido que juntarse en familia los domingos. Pero si se convierte en algo sin corazón, meramente formal, nada con menos sentido.

            Por qué comulgar? Por qué la Eucaristía? 

            Preguntamos «por qué» y solemos limitarnos a respuestas abstractas, olvidando que hay «por qué» que no son abstractos sino que son históricos. 

            Por qué nuestra bandera es celeste y blanca? La elección está unida a una predilección de Belgrano, un hombre que dio su vida por la patria y que nos legó esa insignia amada. 

            La pregunta «por qué» nos hace entrar en este aspecto de nuestra fe cristiana que es el histórico: nosotros amamos y seguimos a una Persona y amamos las cosas que nos dejó, sus «signos» -los sacramentos- porque nos los dejó Él.  Amamos la Eucaristía porque nos la dejó Jesús. Y como lo amamos a Él, su palabra «hagan esto en memoria mía», tiene un valor entrañable: es herencia de familia. 

            Me atrevo a decir que amamos la Eucaristía como amamos la bandera. 

            La amamos muchos más, por supuesto, pero en la misma dirección de cordialidad. 

            Mucho más, porque a la Eucaristía no solo la podemos besar, honrándola, sino que nos sentamos a la mesa como hermanos y la comulgamos. El Señor tiene ese poder de estar presente en los signos que deja no sólo simbólicamente, sino con una presencia real. Pero real en la línea de la realidad que tienen los corazones, que es mayor que la realidad de las cosas. 

            Un corazón no alcanza toda su realidad sino en el medio de otros corazones. Diría más, un corazón no es real sino amando y siendo amado por todos los corazones.

            La realidad de un corazón que ama se manifiesta, por ejemplo, en que «alimenta» al corazón del que lo ama con sólo hacerle saber que late al unísono.

            En esa línea, y más aún, el Corazón del Señor alimenta el nuestro cuando comulgamos con la Eucaristía. En el acto de consumirlo nos deja la huella viva de su latido que se mezcla, sin confusión ni división, con el nuestro.

            A mí me da devoción, al consagrar, meditar cómo el pan y el vino que comulgaré se convierten en la carne y la sangre del Corazón de Jesús. No son carne y sangre «en general» -esto es lo que maravilla -, sino carne que se entregó a la muerte y sangre que se derramó cuando el soldado atravesó con la lanza el costado del Señor. Y son también la carne y la sangre que volvieron a latir en el Corazón del Señor, cuando el Padre lo resucitó, en el glorioso instante en que su Corazón «arrancó» de nuevo. 

            Comulgamos con la carne y la sangre del Señor en los momentos concretos en que muere y en que resucita. Esto significa comulgar con la muerte y resurrección del Señor. Es que muerte y resurrección son algo que acontece (no solo «pasa» o «sucede», sino que «acontece») en primer lugar, en el ámbito del corazón. 

Como también acontece con la fe: que nace o muere en el corazón de las personas. Como el amor y la amistad…

            Entonces, por qué la Eucaristía, por qué este Pan del Corazón de Jesús? Porque allí arrancó todo históricamente, y por eso allí -comulgando con el Corpus Christi – se puede abrazar todo, toda la realidad, tal como es: a todos los hombres, todo lo que sucede.

            Así, la Eucaristía imprime su materialidad y espiritualidad cordial a todo lo que hacemos en la Iglesia. Comer la Carne y beber la Sangre del Corazón del Señor nos pone en comunión con todo el universo, con todos los pueblos, con todas las personas. En cada fragmento de la vida encontramos al Señor entero, podemos estar en cualquier misión particular con un sólo y entero corazón común, eclesial.

            Por eso es tan urgente comulgar, por eso es tan imprescindible. No comulgar equivale a dispersarnos, a diluirnos, como una familia que no se junta más en torno a la mesa común. Es bueno que cada uno haga su vida, pero reunirse cada domingo en torno a la mesa familiar es lo que da la identidad y la pertenencia que son el alimento del alma.

            En la fiesta del Corpus Christi renovamos nuestra comunión con el Señor haciendo el ejercicio espiritual de «someter el corazón por completo» al comulgar. 

            En el otro de sus himnos a la Eucaristía -el «Adoro Te, devote»-, dice santo Tomás: «Te adoro con devoción, Dios escondido,/ oculto verdaderamente bajo estas apariencias./ A Ti se somete mi corazón por completo,/ y se rinde totalmente al contemplarte.// Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; / pero basta el oído para creer con firmeza; / creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:/ nada es más verdadero que esta Palabra de verdad».

            El hecho de que el Señor no cambie las «especies» de pan y de vino al convertirlos en su Carne y en su Sangre, nos tiene que remitir intuitivamente a su Corazón. Él trata de alimentarnos material y espiritualmente, haciéndonos sentir su corazón sin agregar otro gusto al pan y al vino. Por eso es que el Señor quiere que permanezcan el gusto y la textura del pan y del vino: para no distraernos agregando «otro» gusto material. La eucaristía tiene gusto a pan y así alimenta un amor al que le «basta el oído para creer con firmeza todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, pues nada es más verdadero que esta Palabra de verdad».                                                                                       

                                                                                                                                                                                                                        Diego Fares sj