
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su Ascensión al cielo, Jesús se encaminó decididamente (puso rostro firme) hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque iba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se marcharon a otro pueblo. Mientras iban marchando por el camino, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.» Jesús le respondió: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 51-62).
Contemplación
Retomamos el tiempo ordinario y el dibujo de Fano representa bien el año como un camino en subida y en espiral (no solo lineal o en círculo, como se suele representar el tiempo).
Me llamó la atención que retomáramos el tiempo ordinario con este evangelio de la última subida del Señor a Jerusalén. Es que el evangelio de Lucas que seguimos en el ciclo C, organiza todo lo que vive el Señor, desde el llamamiento a los Doce – a los que inmediatamente hace el primer anuncio de la pasión (Lc 9,22) – hasta la entrada en la ciudad Santa (Lc 19, 28), desde la perspectiva de la ida del Señor a la Pasión o “La subida a Jerusalén” (Lc 9 -19, 28). El Señor le “puso rostro” a la pasión, como se dice.
Entre las apps que ayudan a organizar el trabajo, hay una que recomienda dar “prioridad 1” a la tarea más importante, y para ello nos invita a ponerle un título que resulta entre simpático y repulsivo: “tragarse el sapo”. Poner primero la tarea más difícil y empeñativa y concentrarse en ella, ayuda a que el resto se ordene por su propio peso.
Pues bien, Lucas muestra este modo que tiene Jesús de priorizar la Cruz en su misión. Tenía que “tragarse el sapo” y se encaminó decididamente a realizarlo.
A mí esta actitud decidida del Señor me ayuda a discernir que la Cruz no es lo importante en sí, sino que es lo que hay que “pasar” para que lo importante vaya adelante.
No hay que confundirse en esto. Hay cosas, situaciones, problemas, trabajos, defectos…, pecados incluso, que son un nudo, un cuello de botella, una decisión ineludible a tomar. Hay problemas de los que alguien se tiene que hacer cargo para que todo lo demás pueda proceder para bien. Son esas “cruces” que no se pueden “resolver”, sino que hay que abrazar, cargar y atravesar; y cuanto antes lo hagamos, mejor para todo lo demás.
Esta actitud es todo lo contrario del masoquismo que tiñe de tristeza la manera sana de enfrentar el problema principal y termina logrando que esa cruz no abrazada entristezca toda la vida. El masoquismo de la cruz mal entendida es lo que, como no se soporta que esté en todo, hace que se intente eliminar la cruz de la vida, ya sea pasando de largo ante las cruces, que quedan tiradas allí, al borde del camino, ya sea anestesiándose para no sentirla cuando no se la puede evitar. Estas actitudes evitativas son todo lo contrario del cargar la cruz principal, de abrazarla, llevarla y morir en ella, con la esperanza puesta sólo en Dios que resucita a los muertos. Esta actitud es tanto para la cruz de cada día como para la definitiva.
Contemplamos en el evangelio de hoy el efecto positivo que tiene la actitud decidida y generosa del Señor. Es un efecto sobre su juicio, sobre su discernimiento acerca de varias cosas distractivas que le plantean los que lo siguen.
Haberse decidido a ir a Jerusalén, donde sabe que lo espera la pasión a la que tiene que atravesar, sí o sí, hace, en primer lugar, que el Señor no pierda tiempo peleando contra los samaritanos que no lo quieren recibir. Los discípulos le preguntan si quiere fulminarlos haciendo bajar fuego del cielo. El Señor los reta y sigue su camino, se va a otro pueblo, se va donde lo reciban bien. Esta es la primera lección de la Cruz bien asumida, el signo de que uno se “ha tragado el sapo” principal y no les hace asco a los sapitos. La lección es no perderse en contradicciones secundarias; no andar hurgando para buscar problemas -que siempre se encuentran-; no perder tiempo discutiendo y peleando con cualquiera que se nos cruza por el camino… Estos son los frutos buenos de haberse decidido a cargar la propia cruz.
Las otras tres situaciones que discierne el Señor tienen que ver con los distintos modos que tienen estos hombres de esquivar la cruz, retardando la decisión de enfrentarla o poniéndole condiciones.
El primero, es uno que parece muy determinado y desprendido con su frase: “te seguiré adonde vayas”. Pero en ese “adonde” se esconde un reclamo: decime bien a dónde vas. Hoy podríamos calificar esta tentación como la que se esconde en el “paradigma tecnocrático”, del que habla el Papa. Es un modo de pensar que viene de la técnica y que contagia nuestra manera de pensar, de sentir y de aplicar el plan de Dios. Para seguir a alguien le exigimos que planifique y explique todo, pero con el plan de Dios las cosas no funcionan así. El Espíritu sopla donde quiere y no sabemos de donde viene ni a dónde va. El Señor lo único que sí tiene claro es la Cruz, y que, si pasa por ella, el Padre lo resucitará. Todo lo demás no es “planificable” ni “previsible”. No hay “proyecto” donde descansar la cabeza.
El segundo, es uno a quien el Señor llama en persona. No sucedo así con los otros dos, que son ellos los que piden seguirlo y lo hacen desde su idea de Jesús y poniendo condiciones. A este, al que se le había muerto el padre, o lo estaba cuidando en su última etapa, el Señor lo llama a que lo siga al instante. Se nota entonces que los tiempos no coinciden. El tiempo del Señor ya tiene fecha de vencimiento. No volverá a pasar de nuevo por ese pueblo. El tiempo del otro está en un momento importante para su familia. Él está está haciendo una obra buena al cumplir con el mandamiento de honrar a su padre. Por eso, su pedido de esperar un poco es comprensible y razonable. Sin embargo, el Señor se muestra intransigente: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, le dice. En el diálogo se nota un juego de palabras: déjame, dice el hombre; deja tú, replica el Señor. Con los otros dos, las respuestas del Señor son respuestas de principio, los hace corregir sus ideas y expectativas proponiéndoles parábolas que los hagan reflexionar la de la zorra que tiene su madriguera y la del que está arando y mira para atrás. Con éste, en cambio, la interpelación es personal.
Debemos estar atentos a discernir bien entre cosas que son ideas nuestras, buenas en sí, pero nuestras, y los llamados directos del Señor. En esto no hay regla general y cuando el Señor llama directamente cada uno debe responder también directamente, no con excusas generales, ni siquiera de “mandamientos” y misiones dadas anteriormente.
Un ejemplo de estos llamados directos es el que el Señor hizo a santa Margarita María de Alacoque y a san Claudio de La Colombiere para que anunciaran la “buena noticia” de la devoción al Corazón de Jesús. Buena noticia que no excluyen ninunga otra sino que las incluye a todas.
Se trató de un llamado que el Señor preparó y llevó adelante insistiendo y haciendo superar mil dificultades a sus dos amigos. En el modo de dirigirse a Santa Margarita María, que solía expresarle esas dificultades que provienen de mirar las propias fuerzas, se percibe el mismo tono que usa el Señor para con esta persona que nos presenta el evangelio. Cuenta la santa: «No quería la Bondad Divina que yo recibiese consolación alguna sin costarme muchas humillaciones. La comunicación (que tenía con el padre La Colombiere) me las atrajo en gran número, y aun el mismo padre tuvo mucho que sufrir por mi causa, porque se hablaba de que yo quería engañarle con mis ilusiones e inducirle a error como había pasado con otros confesores. Ninguna pena le causaba esto al padre y no dejó de prestarme continuos socorros en el poco tiempo que permaneció en este pueblo, y siempre. Mil veces me he admirado de que no me abandonase también como los demás… Un día que vino a decir Misa en nuestra iglesia, le hizo Nuestro Señor, y a mí también, grandísimos favores. Al aproximarme a recibir la Sagrada Comunión, Jesús me mostró Su Sagrado Corazón como un Horno ardiente, y otros dos corazones que iban a unirse y abismarse en él, diciéndome: «Así es como une para siempre Mi Puro Amor estos tres corazones.» Y después me dio a conocer que esta unión era exclusivamente para la gloria de Su Sagrado Corazón, cuyos tesoros quería descubriese yo al Padre, para que él los diera a conocer y publicara todo su precio y utilidad. Con este objeto quería que fuésemos, como hermano y hermana, igualmente participantes en los bienes espirituales; y representándole yo acerca de esta misión mi pobreza y la desigualdad que había entre un hombre de tan elevada virtud y mérito y una pobre miserable pecadora como yo me dijo: «Las riquezas infinitas de mi Corazón suplirán e igualarán todo: háblale sin temor.» (Autobiografía, 43).
La santa le presenta al Señor la dificultad que siente al mirar su pobreza y la desigualdad que se nota si se compara con La Colombiere, pero el Señor le responde insistiendo que “le hable sin temor”, que le cuente todo como a un padre espiritual y que confíe en que el Corazón del Señor “suple e iguala todo” con sus riquezas.
Ponemos el acento en lo personal del diálogo. Está bien que la santa (y el del evangelio) digan todo lo que sienten y que, luego, escuchen lo que el Señor personalmente les responde. Cuando hay una apelación personal no hay que hacerse el tonto y responder como si fueran cosas generales!
El tercer ejemplo es el del que dice que sí pero posterga la cosa. No mucho, porque solo será despedirse de los suyos, pero posterga. Procrastinar se le llama a esto y es una tentación muy actual, dada la cantidad de posibilidades que nos ofrece la técnica para hacerlo. Dice el diccionario que significa “posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades que nos resultan más gratificantes pero que son irrelevantes. Procrastinar es una forma de evadir, usando otras actividades como refugio para no enfrentar una responsabilidad, una acción o una decisión que debemos tomar”.
El Señor le responde con un ejemplo de su vida y de su actividad misma: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios». El reino siempre es “para adelante”. El pasado queda en manos del Señor y no puede servir de excusa para no ir para adelante.
Si miramos bien, estas actitudes evangélicas tienen su analogía en las cosas de la vida, en el trabajo y en la gestión -no perder tiempo, mirar para adelante, centrarse en la tarea principal-, pero son, ante todo, actitudes que suponen poner todo el corazón. Cuando uno pone todo el corazón, sale solo ir a abrazar la dificultad principal, acudir a curar la herida más grande, ir cuanto antes a la misión, no posponer ni un segundo las cosas buenas que hay que dar y realizar.
El Señor, al mostrarnos su corazón, no solo como imagen pintada, sino haciéndonos sentir por qué late y se apasiona, actúa así con nosotros: no descansa hasta encontrarnos si nos hemos perdido; no antepone otras cosas si se trata de pasar un momento con nosotros, no mira nuestro pasado sino lo que podemos hacer junto a Él de ahora en adelante.
Diego Fares sj