Diálogos de actualidad: el descanso y la Cruz de nuestro Amigo Jesús (Viernes Santo, 2019)


Javier Cámara: El otro día una persona conocida me decía que estaba triste porque su hijo y la familia de su hijo usaba el triduo pascual para irse de vacaciones… Así que lo primero antes que todo, que me parece que sería bueno es “recordar qué conmemoramos la Pasión, muerte y resurrección de Jesús». Porque a veces, nos puede pasar, que sea sólo rutina, como una fiesta más que uno “no puede evitar” y lo festeja así como así. O el otro extremo: que, con el argumento de acompañar al Señor en la conmemoración de su pasión y de su muerte, nos metemos en un velorio nosotros y arrastramos a los demás, sin el menor atisbo de esperanza, como si el Señor no fuera a resucitar.

Diego Fares: En estas charlas nuestras, vos trabajás tus preguntas y yo mis respuestas, tratando de meternos los dos, más allá de las palabras, en la lógica del corazón. Por eso por ahí te cambio un poco -no mucho- el orden, poniendo primero alguna expresión tuya que me tocó más. Hoy, Viernes Santo, fue l de ese conocido tuyo, la tristeza de un padre cuando ve que su hijo no hereda lo mejor de la fe -que es el tesoro de familia, el tesoro de la cultura de nuestro pueblo- y se queda con su partecita de la herencia, se toma la semana santa sólo para irse de vacaciones. 

                   Empezamos por aquí: por las vacaciones, por el descanso… y la Cruz. Ese sería el título.

Es una cuestión cultural, social, diríamos, esta de que un hecho significativo se convierta en una Fiesta -religiosa o patria- y que luego la gente lo aproveche para irse unos días de vacaciones. 

Sale afuera la cuestión del deber, que dice: no hay que vaciar de sentido las fiestas importantes. También habla la culpa: si te vas de vacaciones, aunque sea andá a alguna ceremonia o meditá un rato, no te la pases en el casino!

Pero dejando de lado estos pensamientos, nosotros agarremos fuerte este deseo de vacación. Responde a la necesidad que todos tenemos de cortar, de hacer un clic, de resetear el alma sobrecargada con tantas obligaciones y problemas… El deseo de un espacio verde. Pues bien: la semana santa es uno de esos «espacios verdes del alma» como los llamaba Martín Descalzo. Es un regalo que nos hizo Jesús y a un regalo, cada uno lo usa como quiere.

La cruz del Señor es el único espacio verde no contaminado del planeta; la Cruz es lo único que «descontamina» todo.

La dinámica cultural es así: un hecho irreversible, esencial, se convierte en Fiesta. Y la fiesta consiste en poner en el centro un acto, una ceremonia, un rito, al que se lo rodea de un tiempo amplio, sin obligaciones. La gente, por ahí, se salta el rito, la estatua y el himno y se queda con el tiempo libre. Pues bien, no sé si será políticamente correcto, pero esto es lo más auténtico de todo el asunto: el descanso, el tiempo libre para estar con la familia.

Y en la Cruz está el único tiempo libre, donde nadie me va a ir a molestar para querer robármela, sacármela.  

El descanso es una de las dimensiones más profundas de la vida: de la creación y también de la redención. Dios creó el mundo y al séptimo día descansó. Se dedicó a ver cómo todas las cosas eran hermosas y buenas. Y la redención sigue la misma lógica: es un regalo. 

Los grandes hombres -los héroes, los santos, los artistas y creadores- con sus gestos y obras nos hacen un regalo. Y para festejarlos nos tomamos un tiempo de vacación. Más allá de «lo que hicieron» y «lo que conmemoramos», todos les agradecemos este regalo de un tiempo libre para nosotros, para que cada uno lo pase descansando como quiera. La vida está bien hecha y el que descansa bien luego está de humor positivo y trabaja mejor. Así que gracias al Señor por permitir que todos nos conectemos gratuitamente con esto que es humano básico, sin necesidad de añadirle deberes ni culpas. Amigos oyentes, descansen bien en estos días. El Señor no chicanea sus dones, no dice «si van a separar Iglesia y Estado, nos quedamos con los feriados». El Señor sabe que estamos fatigados y se alegra porque sabe que en el descanso el Espíritu nos hará sentir su brisa y su Palabra, sin duda.

                   Ahora bien. El descanso que nos regala Jesús es un descanso más profundo que los demás. Su muerte y resurrección no fueron un hecho puntual que luego tuvo un eco, como una batalla o un descubrimiento, pero ya han quedado en el pasado. Lo que conmemoramos -lo que el Señor mismo nos mandó que hiciéramos en memoria suya- es que Él, que era el único que se podría haber librado de la cruz en este universo, no lo hizo. 

                   Él había salvado a tantos y no quiso salvarse a sí mismo. Recordamos que Él, que se podría haber borrado o podría haber derrotado a sus enemigos con un simple gesto de su mano, como cuando hizo caer en tierra a los soldados que lo arrestaban, no lo hizo sino que abrazó su cruz con amor y dio su vida por nosotros. Lo recordamos y lo festejamos, comiendo su pan y bebiendo el vino de su Sangre bendita derramada por nosotros, para el perdón de nuestros pecados. Este «por nosotros» es importante, pero lo meditaremos luego. Lo que quiero resaltar es que conmemoramos que exista Alguien así, como Jesús, Alguien que pudiendo salvarse Él solo, no lo hizo, sino que abrazó libremente su cruz y entregó su vida hasta el final. Él es así, es uno que elige ser así y, para nosotros, esto es un descanso, porque nos abre otro espacio verde, el espacio verde de una esperanza: la vida no es «escaparle a la cruz», la vida no es ir contra reloj tratando de zafar, desesperados por parar de sufrir, atentos a que no te caiga la mala fortuna, rogando que no te toque a vos la enfermedad, la muerte, el dolor. Vivir así, escapandole al miedo, es lo más común. Pero hubo uno que no lo hizo, que pudiendo, no se escapó. Gracias a Él tenemos estos tres días de vacaciones largas. 

Pero entendámonos bien, Jesús no fue que abrazó la cruz por que sí o porque la quisiera. La suya es una historia especial, es el espacio verde de una historia de amor, dramática, con un final injusto y una muerte cruenta e indigna, de Alguien que la aceptó por ser fiel a lo que era: Él era especial y le decían que no, que era uno más, que no podía ser ese Hijo amado del Padre que decía ser. Y aceptó pasar por lo que fuera con tal de dar testimonio de quién era en verdad Él. 

Festejamos y conmemoramos que exista Alguien así, incontaminado, puro, fiel hasta la muerte. Es un descanso saber que existe Alguien así, como Jesús, que abrazó la cruz por amor. Por amor a sí mismo, en primer lugar. Por amor a sí mismo. Esto es lo que quiero resaltar. Porque Jesús es un don entero, toda su vida es el Regalo que el Padre nos hizo a la humanidad. Y por amor a ese «ser un regalo», por fidelidad a ser quien era, el Señor se mantuvo firme, fue auténtico hasta el extremo, no solo se animó a pasar por la cruz, sino que la abrazó con todo su corazón. Fue lo que le impusieron -le imponemos- como condición para ser creíble. Y él agarró. Eso festejamos. A Él. Más allá de lo que hizo por nosotros. Festejamos que sea así. Que no sea como nosotros que vivimos de la comparación: yo no soy como ese, yo no soy como esa, que son peores que yo, como esos, que son peores que nosotros. Festejamos que Jesús abrazó la cruz porque con Él también nosotros podemos ser gente así. Gente que sabe que es un regalo para los demás y se mantiene fiel a este «ser don». Tomarse unas vacaciones es conectarse con esta dimensión. Entonces: la Cruz y el descanso: Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, que yo les daré descanso.

Florencia Barzola: Y en este descanso, que es algo básico ¿cómo podemos darnos cuenta-discernir- si estamos conmemorando bien la pasión, muerte y resurrección del Señor? Con qué sentimientos tenemos que entrar en la semana santa? 

DF: San Pablo nos anima a pedir al Espíritu: «dame la gracia -una limosna de gracia- de poder tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús». De mi Amigo Jesús, agrego yo. Porque tener los mismos sentimientos de otro, si es amigo, se puede. Aunque sea alguien tan grande como el Señor. 

                   En muchas cosas esta gracia implica «incrementar» sentimientos naturales, digamos, como es la compasión con los pobres, con alguien que sufre. Todos sentimos la compasión en alguna medida y Jesús siente lo mismo sólo que más hondamente, más entrañablemente, como un hermano, como una madre. Ante la Cruz, en cambio, los sentimientos del Señor son algo que nos es enteramente desconocido y sentir como Él es puro don que Él sabe a quién se lo da, cuando y cuanto. Recuerdo que a los veinte años el padre jesuita que me acompañaba en el discernimiento de mi vocación sacó el tema de la cruz y yo, espontáneamente, le dije que no sentía que el Señor me cargara con «el peso de la cruz». El hizo una pausa y luego, con mucha delicadeza, me dijo una frase que cuarenta y cinco años después todavía me descoloca: «Capaz que es porque no tenés espaldas para llevarla, todavía». Esa frase signó mi vida. Sobre todo cuando veo a tantos que cargan una cruz más pesada… Hace poco, Francisco sin saber de aquella frase, en medio de una conversación, hizo que la recordara. No recuerdo qué le había dicho yo y él, como de pasada, metió una frase: «pedile la cruz al Señor. Por ahí te la regala». Lo sugirió y pasó a otro tema, como suele hacer cuando dice algo importante que no es suyo sino algo que lo tiene que confirmar el Señor interiormente.

                  Aquí es donde, para discernir bien, no hay que mirar ni la propia cruz ni la de los otros, sino la de Jesús. Sólo Él es el que carga La Cruz, el que convierte las cruces de todos en Su Cruz y el que nos enseña a cada uno a llevarla. Tenemos que pedir la gracia, cada uno en la medida en que le de el cuero y reciba la gracia, de dejarlo al Señor resumir y fusionar toda cruz en su Cruz. 

Él lo hace a lo largo de nuestra vida. Sin palabras, como seres humanos vamos dejándolo meter mano en nuestra cruz, dejándolo que haga suyos nuestros sufrimientos. Nadie es del todo consciente de este proceso constante, pero sí podemos darle una mano concreta de vez en cuando, como el Cireneo, que se debe haber sorprendido enormemente cuando, obligado a ayudarle al Señor a cargar su Cruz, se encontró luego paradójicamente más liviano y ligero para llevar la suya. 

Una señal de que estamos «en otra onda», de que no sentimos y pensamos con la lógica de la cruz, se puede ver en algo muy concreto. En nuestro estado de ánimo, por ejemplo: si siento a menudo un descontento difuso sobre mi mismo, sobre mi familia y los otros, si alimento un pesimismo generalizado sobre la existencia y tengo una irritabilidad fácil, son signos de que estoy sintonizando otra radio. No es la radio que me habla de la lógica de la cruz. Capaz que sintonicé a Longobardi que me hace reír burlándose del Calvario, pero luego me queda este mal sabor en la boca y en el corazón. Cuando siento estas cosas el discernimiento tiene que ser inmediato: «Me está faltando la Cruz. En este ambiente, en esta charla, están dejando de lado la Cruz o, lo que es peor, se están burlando de ella.  

Si en cambio advierto en mi los signos totalmente opuestos a estos, como ser la paz honda en medio de las dificultades y la lucha de cada día, la alegría incluso en la soledad, sin necesidad de evadirme, la prontitud para mortificarme en pequeñas cosas, la alegría en hacer alguna renuncia que alegra a otro sin miedo a «perderme la vida», es señal de que estoy caminando con el Señor en la vía de la cruz, cargando con Él su yugo que es liviano y llevadero con su ayuda.

Entonces: darnos cuenta, discernir cuando nos olvidamos la cruz. Tendría que ser como cuando uno salió y se da cuenta de que se olvidó el celular. Sin la cruz estamos desnudos, desconectados de la vida verdadera. En ella el Señor nos da «acceso al Padre en un mismo Espíritu». 

JC: Ayer me llamó la atención una aparente “contradicción” entre lo que dice Jesús en el texto de la Pasión, y algo que dijo el Papa en la homilía del Domingo de Ramos. En el texto de la Pasión, el Señor les dice a sus apóstoles, en un momento, algo así como que “es el tiempo del demonio”, o del maligno, pero el Papa, en su homilía, dijo que “es la hora de Dios». Qué me podés decir de esto? 

DF: Vos citás primero el pasaje en que el Señor les dice a los que lo arrestan: esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas (Lc 22, 53). Pero el Señor siempre habla de esa hora como de «su hora» y le dice: Padre la hora ha llegado, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti (Jn 17, 1). Es el misterio de que el Señor, externamente, queda a merced del poder de los hombres y del demonio, que hacen con él lo que quieren, pero, interiormente, Él está siempre en manos del Padre, que es el que conduce todos los acontecimientos de la historia. 

         Pero me quedó la palabra «contradicción». Es importante estar atentos a estas contradicciones aparentes que uno experimenta al leer la Pasión del Señor. Porque si no se siente ninguna contradicción es que estamos leyendo solo con la cabeza, es señal de que hemos intelectualizado la cruz. La cruz la experimentamos realmente sólo allí donde se contradicen las cosas, donde no las podemos «solucionar». Por eso, allí donde no sabemos si la hora es de Dios o del demonio, allí Jesús nos enseña a abrazar esa contradicción, a abrazar la cruz. Y como dijo hace poco el Papa: la Cruz no se pueden negociar, o la abrazás o la rechazás.

Eso que vos expresás de «sentir contradicción» es lo que experimentó Pedro cuando vio que Jesús afirmaba que era la hora del poder de las tinieblas pero no se defendía ni dejaba que lo defendieran. Como que todo lo dejaba en las manos del Padre. Allí Pedro siente que ya no entiende más nada. Y eso fue quizás lo que lo llevó a alejarse del Señor, a quedarse dormido en el Huerto, para no verlo sufrir angustia, y luego a negar que lo conocía: es que no sabía «cómo defenderlo». Cuando Jesús lo mira, y cante el gallo, Pedro llorará amargamente. Comprenderá que no era él el que tenía que hacer algo por Jesús, sino que su Amigo estaba dando la vida por él. La Cruz es de Jesús, es donde Él nos salva. Si aceptamos esto, luego sí, como Pedro, podemos ayudar a otros, confirmar a otros en la fe, consolarlos en sus desolaciones.

FB:El Papa hizo referencia a esto el Domingo de Ramos, cuando habló del «encarnizamiento» contra Jesús y del impresionante silencio del Señor en su Pasión. Dijo que el Señor vence la tentación de responder a la furia del demonio, de ser «mediático». Cómo es eso de que no bastan los argumentos y medios humanos?

DF: Cuando hay encarnizamiento, cuando es la hora de las tinieblas, no bastan los medios humanos, hacen falta también los medios espirituales, los que permiten obrar «solo a Dios». En el viaje de regreso de Marruecos, Francisco habló de esto y recomendó leer Las Cartas de la Tribulación: Para este problema «existen dos publicaciones que recomiendo: un artículo de Gianni Valente, creo que en “Vatican Insider”, donde habla de los donatistas. El peligro de la Iglesia es hoy de convertirse en donatista haciendo prescripciones humanas, que se tienen que hacer, pero limitándose a estas y olvidando las demás dimensiones espirituales, la oración, la penitencia, la acusación a uno mismo, que no estamos acostumbrados a hacer. Se requieren ambas. Porque para vencer al espíritu del mal es necesario no “lavarse las manos” diciendo: “es obra del diablo”. No. Nosotros debemos luchar también contra el diablo, como debemos luchar también contra las cosas humanas. La otra publicación es de la “Civiltà Cattolica”. Yo había escrito un libro, en el 87, las Cartas de la tribulación, que eran las cartas del Padre General de los Jesuitas cuando estaba por ser disuelta la Compañía. Hice un prólogo, e hicieron un estudio sobre las cartas que había escrito al episcopado chileno y al pueblo de Chile, acerca de cómo actuar sobre este problema; los dos aspectos, el humano, científico y también legal, para combatir el fenómeno; y también el aspecto espiritual. Lo mismo hice con los Obispos de Estados Unidos porque las propuestas eran demasiado centradas en la organización, la metodología, y sin quererlo se descuidaba la segunda dimensión espiritual. Con los laicos, con todos… quisiera deciros: la Iglesia no es una iglesia “congregacionista”, es una Iglesia católica, donde el obispo debe hacerse cargo de las cosas como pastor. El Papa debe hacerse cargo como pastor. ¿Cómo? Con las medidas disciplinares, con la oración, la penitencia, acusándose a sí mismos. Y en esa carta que escribí antes que ellos [los presidentes de las Conferencias episcopales] comenzaran los Ejercicios espirituales, también esta dimensión está bien explicada. Os agradecería que estudiaseis las dos cosas: el aspecto humano y también el de la lucha espiritual (Francisco, Conferencia de prensa en el viaje de regreso de Marruecos 31 de marzo de 2019).

         La lucha espiritual es así: «En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Creerá que es «su momento», el de su victoria, y en cambio será «el momento de Dios», el momento de gracia. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección» (Francisco, Homilía del Domingo de Ramos 2019).

Entonces: discernir el momento. Allí donde parece ser el peor momento, allí es cuando hay que confiar todo a Dios.

JC: La cruz del Señor está en el centro de la contemplación de hoy, viernes. Pero siempre es -o debe ser- la cruz con Jesús. Está bueno preguntarnos porqué el Señor eligió la Cruz, o porqué Dios eligió el dolor de su hijo para redimirnos? ¿Es el dolor de Jesús el “valor de cambio”, la “moneda con la que compra nuestra salvación”, o es su “Amor”? ¿Es el dolor, el afrontar el dolor, la forma más contundente de demostrar amor? ¿Jesús sigue hoy “sintiendo” el dolor por nuestros pecados? ¿Nos ayudaría para nuestra vida de fe, diferenciar estos dos elementos que están presentes en la Pasión del Señor?

DF: Como bien decís, la Cruz está en el centro. Y ahí tiene que estar. Tenemos que fijar los ojos en ella – en Jesús que está en la cruz-, y dejarnos atraer interiormente a ella, a Él. Es nuestro Amigo que está en la Cruz. Así lo sienten Juan y María Magdalena. Por eso estaban allí. Y también sus amigas, las mujeres que lo habían seguido y «contemplaban» todas estas cosas a distancia. 

Vos hacés las preguntas por la cruz, por el dolor. Cada persona tiene sus preguntas personales frente a la cruz. Y no le sirven las respuestas de los hombres. Hay muchas teologías y filosofías detrás de estas preguntas. Pero hay que saber que ninguna la resuelve. Todas pueden ayudar, pero ninguna «soluciona» la Cruz. Y a veces no hacen sino bloquear la mirada. Ante la cruz y el dolor nosotros solemos preguntamos en primer lugar «por qué» o «para qué» o «cómo fue» o «quién tiene la culpa» … Pero en el momento en que uno hace una de estas preguntas hay que discernir:  esta pregunta me centra la mirada en Jesús crucificado y me abre el corazón como se abrió el Suyo o me hacen apartar la mirada del Señor y me endurece el corazón? 

Cada época formula sus preguntas y las tiene que reformular discirniendo la gracia de la tentación. A mí me ayudan las preguntas que el Papa plantea en clave de amistad

Decíamos que Jesús va a la cruz por amor a sí mismo, por fidelidad a lo que Él de verdad es. Y lo que de verdad es Amigo. 

El Papa toma toma de las preguntas de Jesús resucitado a Simón Pedro y nos dice: «Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada persona (él está hablando a los jóvenes particularmente) es ante todo su amistad. 

Ese es el discernimiento fundamental. En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad» (CV 250).

Por eso, al mirar la Cruz, el Papa nos hace mirar allí a nuestro Amigo crucificado en el centro y nos dice: «Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento». Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidadque nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría» (CV 119).

Y ante el Señor Amigo nos hace formular la pregunta por nuestra vocación, nuestra misión. 

«Para quién soy yo? Es la pregunta. No tanto quién soy yo o para hacer qué estoy en esta vida, sino «para quien soy yo?» (CV 286) 

Cuando uno mira a Jesús en la Cruz, esta pregunta encuentra su respuesta: soy para él, mi Amigo. A los amigos si se les regala algo, se les regala lo mejor, nota Francisco (CV 287). Que no es lo más caro o difícil sino lo que uno sabe que le agradará al amigo. Y presenta a Jesús como el que, «por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo: «Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20) (CV 118).

Ante la cruz, no respondemos en teoría sino que respondemos existencialmente: «yo estoy junto a la Cruz de Jesús porque Él está allí y es mi Amigo». Punto. Para él fue importante no rechazar la cruz que le imponían, dar testimonio de su amor hasta el fin por coherencia hacia lo que Él era y es: un regalo para nosotros. Murió en la cruz por fidelidad a sí mismo, por fidelidad a ser «todo para nosotros». Por tanto, yo no quiero saber otra cosa sino a Jesús crucificado, como sentía Pablo.

El Misterio de la cruz es que hay algo en el crucificado nos atrae irresistiblemente. Algo nos dice que tiene que ver con nosotros, conmigo en primera persona. Está allí por mí. Pero no funcionalmente por mí, sino porque Él es así, Él era todo para los demás y dio testimonio de ese ser para los demás hasta el final. Tampoco es un por mí metafísico, necesario: para salvarme, porque había que pagar el precio del pecado, porque es necesario atravesar el dolor… Estas causas son explicaciones abstractas de algo vivo mucho más radiante y luminoso. Jesús «abrazó siempre la cruz de los demás» porque Él era así. Y dio testimonio de este modo suyo de sentir y de actuar hasta el final. Por eso, aceptar su cruz, es aceptarlo a Él. Aceptar que allí donde se pierde, el Padre lo salva. Y de su mano, nuestra historia goza de las mismas gracias. La cruz es previa a todo funcionalismo. En la cruz está mi Amigo y por eso yo estoy allí. Para él fue lo más importante de su vida y yo quiero estar allí. Estando al pie, voy comprendiendo su enseñanza, recibiendo los efectos benéficos más que especulando teologías.

Entonces: la Cruz está en el centro porque Jesús es así. Y yo voy a ella porque mi Amigo está allí.

FB: Cada vez que meditamos la Pasión, el Vía Crucis, la cruz, se me viene a la cabeza la escena de la película La Pasión, en la que Jesús, con la cruz a cuesta, ensangrentado, cae nuevamente y en el piso se encuentra con su madre, la Virgen, y le dice las palabras del Apocalipsis: “¿Ves, Madre, que yo hago nuevas todas las cosas?” Yo siento que en esa escena está contenida toda la historia de salvación y, sin embargo, no puedo explicarlo… ¿Me ayudás?

DF: La novedad de Cristo, la novedad de la cruz! Abrazándola el Señor hace nuevas todas las cosas. Yo creo que lo que el Señor le dice a su Madre, lo que nos hace ver con su ejemplo al abrazar la Cruz, es que en ese gesto está «el punto de inflexión». Allí gira la historia, allí vence al mal y lo convierte en bien. 

Se me ocurren algunas «novedades» que suceden cuando Jesús abraza la Cruz (y cada uno de nosotros la suya!).

Una novedad es que las historias cambian a fuerza de abrazos. Dice el Papa: «Nosotros somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grandeque todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. (Una historia de amor siempre es novedosa).El Señor abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar» (CV 120).

Otra novedad, que solo revela el perdón incondicional del Señor en la Cruz, es que «no tenemos precio», que cada uno de nosotros es precioso a los ojos de Dios.

Dice el Papa: Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis.(Esta gratuidad es siempre novedosa!!!)Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) (CV 121).

«Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes«¡no tienen precio! (Que no tenemos precio es novedoso en este mundo en el que todo tiene su precio) ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús» (CV 122).

Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez.(El perdón que se renueva es novedoso, en un mundo que no olvida ni perdona)Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (CV 123).

Y la novedad más grande y que renueva todo es que Cristo vive, lo que anuncia el Papa al anunciar la resurrección del Señor.

«Hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior (que Jesús nos salva): ¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría iguales, eso no nos liberaría. El que nos llena con su gracia, el que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos consuelaes alguien que vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso decía san Pablo: «Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes» (1 Co 15,17) (CV 124).

«Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, (de manera novedosa) para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará, tal como lo prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él lo llena todo con su presencia invisible, y donde vayas te estará esperando. Porque Él no sólo vino, sino que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar hacia un horizonte siempre nuevo» (CV 125).

«Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que triunfó. Mataron al santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última palabra. (La novedad es que:) En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra, porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive» (CV 126).

Diego Fares sj