La autoridad del Señor le viene de adentro, de su corazón (4 C 2019)

             Jesús comenzó a decirles: Hoy se ha hecho real escritura en sus oídos. Todos daban testimonio en su favor y se maravillaban de las palabras de gracia que salían de sus boca. Y dijeron: ¿Pero no es éste el hijo de José?

            Él les dijo: Seguramente ustedes me aplicarán a mí este proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo». Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu patria. Sin embargo añadió: – De verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su patria. De verdad les digo  que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta, en la región de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo el profeta, y ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

            Y se llenaron de ira todos en la sinagoga al oír estas cosas. Y levantándose, lo arrojaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero Él, abriéndose paso por en medio de ellos, seguía su camino” (Lc 4, 21-30).

Contemplación

            Con la expresión «esta escritura se ha cumplido en sus oídos», el Señor le dice a sus paisanos: Ustedes han entendido perfectamente que esto que he leido no son simples palabras. Esto que he leído es una profecía cumplida: la profmesa que el Señor nuestro Dios hizo por labios del profeta Isaías y que al escucharla, ustedes han percibido que «el Espíritu del Señor está sobre mi» y que «me ha enviado a evangelizar a los pobres». 

            El Señor entra en contacto con el corazón de los que lo escuchan y les dice que eso que están sintiendo, esa admiración que no pueden dejar de  testimoniar, es la confirmación de que están viviendo un momento muy especial, un acontecimiento profético, en el que la palabra de Dios incide en la historia con tal fuerza que no solo se vuelve real, sino que crea una realidad nueva. No se trata, por tanto, de que Jesús «después» vaya a comenzar a predicar. Ya en esta primera prédica está contenida toda su predicación posterior. Por eso Lucas resume en un solo acontecimiento lo que pudieron ser distintos encuentros de Jesús con sus vecinos de Nazaret. En la palabra «enviado a evangelizar» está todo su evangelio: todas las cosas que Jesús anunciará y enseñará. En esos pobres, ciegos y paralíticos, están todos los milagros del Señor; en esos prisioneros, están todas las personas que el Señor liberará del poder del maligno; el año de gracia es la vida entera de Jesús en medio de su pueblo.

            Y nosotros que leemos esta escritura casi dos mil años después – así como Jesús leyó a Isaías que había recibido de Dios y escrito esa profecía 700 años antes, con la gracia, podemos dejar que la palabra se realice en nosotros de la misma manera que se realizó en Jesús.

El modelo es María: el «hágase en mí lo que dice tu palabra» que pronunció María en la anunciación. El mismo Jesús, de quien decimos -misteriosamente y con el respeto que supone decir algo que nos excede-, que es la Palabra, entra en esta dinámica, que es la que dinamiza toda la Escritura. La dinámica de dejar que la palabra se realice, entre como la semilla en la tierra más buena de nuestro corazón, y allí arraigue y de frutos: el treinta, el sesenta, el ciento por uno. 

            El Señor se deja inspirar por la palabra sembrada por el Padre en su pueblo elegido, gracias a los profetas que la acogieron y le dieron espacio total en su vida. Eso significa la afirmación «el Espíritu está sobre mí y me ha ungido». Significa que el Señor se deja inspirar. Él que «expirará», entregando su Espíritu al morir en la cruz, Él, que lo insuflará a todos una vez resucitado, no teme inspirarlo de boca de Isaías, no teme hacer suya una palabra que viene creciendo misteriosamente en el alma de Israel y que ahora «se cumple» en sus labios. 

            Este movimiento de «encontrar la palabra», como Jesús «encontró» el pasaje de Isaías, de hacerla propia -leyéndola y comprendiéndola-, es un ejercicio espiritual que viene de lejos, y llega a nosotros pasando por la vida y la práctica del mismo Jesús. Él nos enseña así a «contemplar en la acción» y a «actuar contemplativamente», partiendo de la palabra para hacer todas las cosas, no cosas extraordinarias, sino las mismas que hacemos cada día, pero en este espíritu; también las cosas nuevas que nos propone el Señor y que el Espíritu nos mueve a realizar. Son cosas ligadas todas siempre al bien de nuestros hermanos, especialmente de los que nombra Jesús, los más pobres, los ciegos, los lisiados, los prisioneros.

            Sabemos que «hay palabras y palabras». Aunque vivamos inmersos en este océano de palabras que nos llegan a cada instante y que pueblan nuestro espacio mental, sabemos que no todas son lo mismo. De alguna manera, lo que ha sucedido, es que las palabras se han salido de nuestra mente y han adquirido consistencia propia en eso que bien llamamos la nube. Es una especie de mente común que «guarda» las palabras en distintos dispositivos y las repite -gráfica y sonoramente- todo el tiempo, a la velocidad de los algoritmos, haciendo que «alguien anónimo» esté hablando todo el tiempo. 

            Los seres humanos, en una época eramos dueños de nuestras palabras y de nuestros silencios, hablábamos cuando queríamos y callábamos cuando no queríamos decir nada. Si deseábamos que una palabra nuestra se conservara, la poníamos por escrito, para que otro, cuando quisiera leerla, se comprara el libro y lo abriera. Hoy, que hemos puesto todas nuestras palabras en la nube, todos nuestros libros, las letras de todas nuestras canciones y las copias digitalizadas de todos nuestros films, asistimos al fenómeno cada vez más consolidado de que un algoritmo sin rostro ni pausa, pronuncia todo el tiempo todo lo que hemos dicho, escrito, cantado y filmado. Cuando hablamos, en vez de escuchar lo que dice nuestro corazón, vamos a buscar donde «está dicha» esa palabra en internet. Buscamos quién dijo lo que queremos decir.

            Realizamos, así, quizás sin saberlo, el mismo antiguo acto de «actualizar» la palabra. Solo que debemos esta atentos a que el algoritmo no reemplace al Espíritu. Porque el algoritmo repite como el loro. Solo que a gran velocidad. Es verdad que al tener todas las palabras y al poder analizarlas y compararlas a velocidades inimaginables puede parecer que está reemplazando nuestra inteligencia. Decía un jesuita experto en bioética, que en este momento, cuando se da un diagnóstico médico, parece que el médico es «asistente» del algoritmo, que es el que en realidad «da el diagnóstico» teniendo en cuenta todos los análisis. El punto es que ese sujeto anónimo que habla todo el tiempo y que, teniendo en cuenta la música que hemos escuchado nos propone una playlist que va de acuerdo con nuestros gustos, ese sujeto anónimo, digo, actúa en clave de pasado. 

            El algoritmo tiene todo lo que hemos dicho y hecho. Lo repite, lo recicla y lo proyecta y, probablemente cree cosas nuevas en base a lo que tiene. De lo humano tiene el número, digamos. Lo cual es mucho, porque todo se puede cuantificar! Hasta el misterio de Dios lo numeramos: el Dios uno y trino, la Santísima Trinidad. 

            … Y sin embargo. Escuchemos cómo reza Santa Isabel de la Trinidad: 

«Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! yo me entrego a Ti como una presa». 

            El algoritmo no tiene eso que expresan el signo admirativo y el pronombre posesivo: «¡Oh, mis Tres!» en quienes «me pierdo», a quienes «me entrego». Santa Isabel pide como limosna: «Siento mi impotencia y te pido (…) Ven a mi como Adorador, como Reparador, como Salvador».

            La escritura que se actualiza al leer Jesús la profecía de Isaías es, antes que ninguna cosa, lo que sucede cuando el Espíritu está sobre ese «Mi» -palabra con la que Jesús revela todo lo que importa. Que el Espíritu esté sobre Él es lo que reconocemos y eso nos basta. Él se hace cargo de ese Espíritu y de la misión de hacerlo llegar a todos. 

            Alguien que se hace cargo, ese es el punto donde se diferencia lo humano de lo técnico. Nada más. Pero nada menos. 

            Por eso el Señor pesca la tentación que insidiosamente deslizó alguno con aquella frase que quedó picando en el aire (como todas las frases insidiosas que dicen algo a medias y no se hacen cargo, dejando que produzcan su efecto venenoso arraigando en la mezquindad de cada uno): «Pero no es este el hijo de José?» 

            La falacia está en desviar la atención hacia «algo que autorice externamente» lo que está diciendo Jesús. Porque lo que está diciendo es, precisamente, que Él habla con Autoridad». Con una Autoridad que le viene de adentro, de su corazón, de su vida, del dar la vida en testimonio de su amor.

            Esto es lo que les decía el Papa a los jesuitas de Centroamérica hablando de Rutilio Grande, el jesuita martirizado en El Salvador en 1977, cuya muerte convirtió a San Oscar Romero: «Rutilio fue profeta por el testimonio«. Antes que por ninguna palabra -aunque dijo todo lo que tenía que decir sin «bandearse» nunca de la sana doctrina, su profecía fue el don de su vida. 

            Jesús está «dando su vida» proféticamente, tanto cuando lee como cuando realiza un milagro. Siempre está dando la vida. 

            Un detalle nos ayuda a ver esto. Jesús parece que «adelanta» los milagros que hará en Cafarnaún, que Lucas contará después. Es que el evangelista médico une dos visitas de Jesús a su sinagoga, una en la que fue alabado y otra en la que fue echazado. Compone así esta «escena inaugural» de todo el ministerio del Señor. 

            El evangelio entero, y esta escena en particular, se sitúan en un tiempo que es más que el tiempo cronológico: Jesús en el «ahora» suyo actualiza no solo lo que Isaías profetizó 700 años antes, sino lo que él hizo/hará en Cafarnaún y lo que hará a lo largo de toda la historia: Él está Evangelizando a los pobres cada vez que sale una palabra de gracia de su boca y cae en un oído que la acoge. Y aún cuando sea rechazada, esa Palabra se cumple, misteriosamente, y crea historia de salvación.

            Por eso asistimos en Lucas a una arremetida del Señor contra los que lo ningunean. Vemos que no dejó pasar la frase, como a veces hace uno cuando,  midiendo el grado de aprobación general, deja pasar la crítica de alguna persona. 

            «Acaso no es este el hijo de José» es una de esas frases todos  comprendemos sin necesidad de conocer lo específico del caso. Sabemos que se usó para desacreditarlo como profeta, es decir como uno que realiza la palabra. Y por eso Jesús se despacha con todo su arsenal profético contra los murmuradores. Porque están pecando contra el Espíritu Santo que está sobre Él y están pecando contra los pobrecitos que, si queda desautorizado, no recibirán su palabra sanadora!

            El Señor resitúa lo que está sucediendo -el movimiento de espíritus, diría san Ignacio, ese paso de una consolación a una desolación que experimentan sus paisanos- citando el proverbio «médico curate a tí mismo». Remite además lo que sucede a dos hechos de la vida de los profetas anteriores: Elías y Eliseo. Son dos hechos en los que se resalta que la acogida o el rechazo de la Palabra es algo personal. Así como la frase insidiosa se la agarra con Jesús personalmente, aludiendo a que «es hijo de José», el Señor responde mostrando que la acción profética, desde el comienzo, tuvo que ver con cuestiones personales. Dos «pequeños» de Yahve, extranjeros para colmo, una viuda y un leproso, gozaron de los beneficios vivificantes y sanadores de la palabra de los profetas mientras que Israel en su conjunto la rechazó.

            Así también hoy, la palabra del Señor nos interpela al corazón. A cada uno. La suerte de la palabra se juega, no en lo que dicen los diarios y la radio, no en lo que se mensajea por twitter, sino en lo que cada uno -prestando atención a los oídos de su corazón- decide recibir, cultivar y poner en práctica. Hoy se realiza esta escritura en tus oídos, en los oídos de tu corazón. 

            Si te sentís evangelizado, alegrado y consolado como un pobre por la buena noticia, es que la recibiste. 

            Si te sentís como un ciego al que le devolvieron la vista, es que el Espíritu de Jesús se posó también sobre tí. 

            Si sentís que volvés a caminar, que te pones de nuevo en camino hacia lo que siempre presentiste y soñaste que podías ser, es que te diste cuenta de que Jesús te está hablando a vos. 

            Si alguna puerta se abrió y te saliste de alguna situación que te tenía aprisionado -como Jesús que pasó en medio de los que querían desbarrancarlo-, y respirás el aire de la libertad, es que el contacto que Jesús busca con cada persona te tocó y rompió alguna de tus cadenas: «El lazo se rompió y escapamos, como un pájaro de la trampa del cazador» (Sal 123, 7).

Diego Fares sj