«Por la mañana sácianos de tu Misericordia y nuestra vida será alegría y júbilo» – Salmo 89- (Navidad C 2018)


            La imagen me pareció justa. Son los protagonistas los que hacen que la vida tenga sentido, que tenga sentido este año 2018, que para algunos es un «annus orribilis» (así lo dicen, en latín). Yo lo contemplo como quien repasa un año de gracia. Pero de gracia evangélica, es decir en batalla. Como dice Francisco: «La vida cristiana es un combate permanente (…). Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» (Gaudete et exsultate, Combate, vigilancia y discernimiento, 158). Contemplemos qué podemos celebrar de este año combatido.

El niño de la foto en su manito derecha tiene atrapado un sueño y en la izquierda, apenas más suelta, lo hace jugar entre su pulgar y su índice, acariciándolo. Sus manitos se parecen ya a las de su papá, que camina resuelto cargandolo en su valija (José tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto…). La valija está un poco desvencijada, por todo el peso de su drama, porque se han tenido que ir de Beit Sawa, un 15 de marzo de este 2018 y vaya a saber ahora dónde estarán. 

La gracia de este año es inmensa porque hay infinidad de imágenes como esta, en las que los protagonistas son niños que duermen en una valija, acariciando sueños, mientras los lleva consigo una mano fuerte como la de tantos papás y mamás. 

«Quiero convertirme en superhéroe para no volver a tener miedo nunca más», contó Ayham al equipo de Diarios de Sueños (Dream Diaries https://www.youtube.com/watch?v=3hcNv310dww). «Yo pararía la guerra en Siria y luego volvería y besaría todo, realmente todo, incluso los plátanos y las sandías».

Hay un videito circulando por las redes en el que a un oficinista que sueña con un año lindo al comienzo de este 2018, lo llama su yo del futuro -que es hoy- y le hace ver que será el peor año de su vida. Uno no sabe si reir o llorar cuando mira como si fueran profecías cosas que ya fueron realidad: que el dólar que estaba a 18 subiría a 40, que River y Boca tendrían que jugar la final en Madrid, que el gas se pagaría en cuotas, que le volvimos a pedir plata al FMI…

Yo diría que más que reir o llorar hay que reflexionar, y por eso comparto mi reflexión acerca de «los protagonistas». 

Si los protagonistas son el dólar, el fútbol y el FMI, entonces mejor emigrar. El único lugar seguro para nuestros sueños estará en una valija como esa en la que el papá lleva a su hijito al exilio. 

Qué sueñan ese niño y ese padre? No lo se, pero lo puedo imaginar. Adivino que no serán sueños de dólares ni de fútbol ni de FMI. O quizás sí, pero en otro formato, más esencial. Serán sueños de poder usar bien los ahorros que llevan, para comer, para alquilar una casa o una piecita quizás. Serán sueños de juegos. Imagino los piecitos del niño en la valija pisando algún caballito, algún peluche y un autito que su padre metió allí, como las cosas esenciales que uno mete en la valija cuando huye de la guerra y del hambre. Serán sueños de alguna institución internacional que los ampare, que les brinde status de refugiados, que les permita empezar de nuevo en otro país…  

La imagen me ayudó a mirar la Navidad y el año de otra manera. Ha sido un año de mucha lucha, es verdad. Y yo diría que si los protagonistas son los niños, es un año que quedará en la historia. Pero hay que agarrarlo desde muy abajo. Porque si uno mira a ese niño en la valija, corre el riesgo de pensar en una derrota de la humanidad. Como si uno mira las leyes del aborto desde lo que dicen los números, el número de los abortos y los números de los votos a favor y en contra de su legalización. No basta. Hay que ir más abajo y constatar un hecho: han cobrado más protagonismo los vulnerables, los pequeños, las víctimas, los desfavorecidos. 

En un mundo donde los protagonistas poderosos, por así decirlo, se revelan muy mediocres a nivel político y muy míseros a nivel humano, los menos poderosos han cobrado visibilidad y voz: hablan por sí mismos en las redes. Dicen de más, opinarán algunos. Puede ser. Pero hablan por sí mismos. No hay otro que se arrogue ser voz de los que no tienen voz. 

Estamos escuchando voces nuevas, que no se dejan domesticar. Y por ahí escuchamos sonidos que pueden parecer exagerados: gemidos de dolor, desahogos incontenibles, cantos de victoria como los de la cancha, denuncias e insultos a los gritos. Desde un punto de vista, aunque tengan otro contenido, estas nuevas voces que se alzan, nos reviven los sonidos de la niñez, cuando llorábamos a moco tendido, gritábamos con rabia, acusábamos sin piedad y gritábamos caprichosamente hasta ser escuchados. Hay algo real ahí. También reíamos con toda la panza, pedíamos ayuda a cada rato, contábamos todos nuestros secretos y confesábamos nuestro amor y nuesto gozo sin falsos pudores. 

En medio de la mediocridad institucional, del endurecimiento de muchas posturas, de la fragmentación de intereses y de las polarizaciones ideológicas, algo nuevo está naciendo porque se escuchan sonidos de infantes (infante significa el que no sabe hablar). 

Hay que aprender a escuchar estos sonidos! 

Son sonidos nuevos, distintos, en palabras gastadas. 

Hay que escuchar el sollozo de alivio, por haber vencido el miedo, en las denuncias de las personas abusadas. 

Hay que saber escuchar la fuerza de la convicción en los argumentos apasionados de las personas que defienden una causa. 

Hay que saber escuchar el grito de la libertad en las personas que se liberaron de un secreto que los oprimía y no las dejaba amar (porque el miedo no te deja amar!). 

Hay que saber escuchar la alegría de la victoria en las personas que festejan un logro político o una victoria deportiva

Allí nos tenemos que situar, en ese nivel infantil -que no sabe articular las palabras- y comenzar a construir desde la escucha.

La primera Piedra en Común para poner en la base de una nueva convivencia social está en escucharnos mirando a nuestros hijos (sintiendo el dulce peso de estar cargándolos en la valija): Mirá a los más pequeños, escuchá a los demás, medí tus palabras y graduá el sonido de tu voz. 

Debemos aprender unos de otros a llorar y a reir, a denunciar y a cantar, de modo tal que lo podamos compartir con la nueva generación, articulándolo para los que vienen. 

Tenemos que actuar como hacemos cuando los niños lloran o acusan, que los calmamos para que nos digan qué les pasa; como hacemos cuando los niños ríen y cantan, que reímos y cantamos con ellos y luego les decimos que nos cuenten con sus palabras lo que sienten de modo tal que todo adquiera una dimensión mayor al volverse familiar.

Es quizás el primer «mensaje» de Jesús en Navidad, cuya Palabra más que palabra es gemido, suspiro, llantos y risa de Niño. Al fin y al cabo, el Espíritu gime en cada creatura porque la creación entera está con dolores de parto, y gime en nuestro interior porque no sabemos rezar como conviene y Él intercede por nosotros ante el Padre (que nos lleva en la valija).

Escuchar estos sonidos nos llevará, seguramente a la oración. Esa oración en la que el Espíritu nos va enseñando a articular, palabra por palabra, lo que recibimos de Jesús como gracia y podemos usar para edificar nuestra vida en común.

Mientras estamos «en estos pensamientos» nos dirá en nuestros sueños de padre como le dijo a José: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (Mateo 1,18-25 – Misa Vespertina-).

Y nos hará bautizar todo lo que nos pasa con el Nombre de «Dios está con nosotros».

La señal siempre será la misma: se nos quitará el miedo al encontrar a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en algún pesebre de los tantos que hay hoy en día por todos lados» (Lucas 2, 1-14 – Misa de Gallo-).

Como María el Espíritu nos hará conservar estas cosas meditándolas en el corazón» (Lucas 2, 15-20 –Misa de la Aurora-).

Meditando cómo la Palabra, que al principio estaba junto a Dios y que es la que creó todas las cosas, la Palabra, digo, se hizo carne y vino a habitar entre nosotros». Esa Palabra es la luz verdadera y a los que la reciben, a los que la cargan como a un hijo en su valija, les da la gracia de llegar a ser y sentirse hijos amados de Dios. Y contemplar en su vida -y en este año que pasó y en el que viene- la gloria que este Jesús -que está todos los días con nosotros y nos acompaña, nos ayuda e ilumina-, recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1, 1-5. 9-14 – Misa del día-).

Diego Fares sj

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