
El año decimoquinto del reinado del Imperio de Tiberio César,
cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea,
siendo Herodes tetrarca de Galilea,
su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide,
y Lisanias tetrarca de Abilene,
bajo el pontificado de Anás y Caifás,
vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán,
anunciando (kerygma) un bautismo de conversión para la remisión de los pecados,
como está escrito en el libro de los discursos del profeta Isaías:
“Voz de que clama en el desierto diciendo:
Preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos.
Todo barranco se rellenará, y todo monte y colina se humillará.
Y lo tortuoso se volverá recto, y lo áspero, camino llano.
Y toda carne verá la Salvación de Dios” (Lc 3, 1-6).
Contemplación
Vino la Palabra de Dios sobre Juan, y comenzó a decir: Preparen el camino del Señor (Ἑτοιμάσατε). Juan el Bautista toma esta Palabra de Isaías, que hablaba de la venida del Señor. Jesús la usará para encomendar a Pedro y a Juan que «preparen la Pascua» (Lc 22, 8).
El Señor nos encarga la preparación para su venida y para su partida. El maneja los tiempos, el principio y el final. A nosotros nos encarga lo del medio. Que esté todo listo para su venida y su partida.
Dejando para Él las cosas grandes -el camino total de la historia-, me quisiera centrar hoy en un camino nuestro: el caminito que lleva más directo a nuestro corazón. Ese sí, no solo lo puede, sino que lo tiene que tener preparado cada uno, porque es un camino enteramente personal. Es un camino con «claves», diríamos, que, si no las proporciona su dueño, si las encripta o las cambia (o se las olvida), el otro no puede entrar. Y Jesús no fuerza puertas. Ni para entrar, ni para salir.
En las relaciones entre personas en cosas del corazón, muchas veces no se trata de que uno no proporcione las claves, sino de que no hay quien quiera entrar. Tanta gente sufre la soledad! Desearía que alguien tuviera las claves de su corazón y que deseara entrar…, pero como pasa el tiempo y no encuentra quién, a veces deja de tener todo preparado. Descuida su interior. No mantiene encendida la esperanza de encontrar quien quiera compartir su vida.
Otras personas, por el contrario, siempre están preparadas. Tienen todo listo para recibir y para encontrar. Están con todo puesto para salir a compartir, a dar una mano, a ayudar y participar.
Hoy que es la fiesta de Nuestra Señora Inmaculada y el evangelio nos regala la Anunciación. Tenemos en esta escena el modelo del tipo de gente que prepara bien: la Virgen estaba toda preparada. Simplemente lista. Solo una pregunta: «Cómo haremos… si yo soy así». Tiene lista y a disposición hasta su condición más íntima y se la hace presente al Ángel, por si pudiera crear alguna dificultad. Todo su pasado y todo su futuro están preparados para que los transite el Señor y los venga a caminar. Esto se comprueba en cómo, a la mañana siguiente, se puso Ella en camino para ir a servir a su prima. Bastó la mención del Ángel para que Ella supiera qué podía hacer. Su prontitud -Francisco la invoca como Nuestra Señora de la Prontitud- es la señal de que es «la que tiene todo preparado». Su disponibilidad para salir, para ponerse en camino, para estar donde hace falta, como en Caná, como al pie de la Cruz, como en el Cenáculo, está en relación con su disponibilidad para recibir la Visita del Señor.
Contemplándola a Ella, viéndola preparar las cosas, con la eficacia y la simplicidad del ama de casa que prepara la comida, la mesa y el lugar para recibir, meditamos sobre esta preparación del camino que lleva a nuestro corazón.
Preparar supone la confianza en que el Señor vendrá. Y si en las cosas humanas esta esperanza a veces falla, con el Señor nunca falla! El se definió como «El que viene». Jesús siempre viene. Y cuando se va, es para enviarnos al Espíritu.
Tenemos aquí, la primera clave para preparar bien el camino. Se trata de ver cómo está nuestra Esperanza en que Él vendrá.
En las cosas del corazón, ésta es la llave principal. Desear que venga, creer que vendrá, esperarlo, aunque tarde, tener todo listo y preparado para recibir y estar uno listo por si nos llama, para salir e irlo a visitar.
Esta es la imagen final que nos regala Juan en el Apocalipsis: «Vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que descendía del Cielo, preparada como una novia vestida para su Esposo» (Ap 21, 2).
Así está María. Como una Novia! Así la «viste» y adorna con sus joyas nuestro Pueblo, que sabe leer a María como imagen de su propia alma y de la Iglesia, de cómo queremos ser y estar para la venida de Jesús.
Para la última venida y para las venidas de todos los días.
Preparar el camino del Señor, preparar el corazón a sus venidas… eso es la oración.
Preparar es prever lo que pasará: lo que le agradará al invitado, dónde se sentará, qué le gustará comer, qué música le gustará escuchar, qué le mostraremos, qué tenemos para contar… Adelantar estas cosas interiormente, eso es rezar. Y hoy se pueden preparar las cosas junto con el otro, mandando mensajitos, preguntando cosas… Esa también es una linda imagen de la oración: preparar junto con el Señor el día, la misión, lo que será el encuentro…
El Espíritu se especializa en mandar «what’s up»: cómo estás, qué estás haciendo, en qué andás, qué pasó, en qué está tu corazón, qué se viene, qué tenés entre manos, algo planeado?
Si uno tiene todo preparado, o mejor, si le gusta preparar, le encantarán estos What’s up.
Siempre me conmueve la carta de Francisco Javier a sus compañeros: «Y si los corazones de los que en Cristo se aman, se pudiesen ver en esta presente vida -les escribía- crean, hermanos míos carísimos, que en el mío se verían claramente; y si no se reconocieran, mirándose en él, sería porque les tengo en tanta estima, y ustedes por sus virtudes se tienen en tanto desprecio, que por humildad dejarían de verse y reconocerse en él, y no porque sus imágenes no estén impresas en mi alma y corazón» (5 de noviembre de 1549). Es un ejemplo de uno que deja que sus amigos se le asomen en cualquier momento al corazón, porque lo tiene listo para ellos, para recibirlos y que se sientan bien acogidos y hospedados en él.
La preparación, Francisco la había hecho «con papel y tijera»: años antes escribía: «Y para que jamás me olvide de ustedes, por continua y especial memoria, para mucha consolación mía, les hago saber, carísimos hermanos, que tomé de las cartas que me escribisteis, vuestros nombres, escritos por vuestras propias manos, juntamente con el voto de la profesión que hice, y los llevo continuamente conmigo por las consolaciones que de ellos recibo» (10 de mayo de 1546).
«Los llevo en mi corazón» les decía Pablo a los Filipenses (Fil 1, 7-8).
Rezar es prepararle al Señor el caminito que lo lleva directo a nuestro corazón, donde «lo llevamos», junto con la gente que amamos más.
Diego Fares sj