

Entró de nuevo Pilato en el Pretorio y llamó a Jesús.
Y le preguntó: ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús le respondió: ¿Dices esto por ti mismo o bien otros te lo han dicho de mí?
Pilato replicó: ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes son los que te han entregado a mí ¿Qué hiciste?
Jesús respondió: Mi realeza no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo: Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús respondió: Tú dices que Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo:
para testimoniar la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.
Le dice Pilato: ¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 33-38).
Contemplación
El que es de la verdad, escucha mi voz.
Qué dice la Voz de Jesús? Qué testifica el Señor con su vida, con su humildad, con su paciencia?
Todo en Él nos habla del Amor misericordioso del Padre para con todos los hombres, sus hijos. De esa Verdad da testimonio Jesús.
Yo doy testimonio y el que es de la Verdad, escucha mi voz.
Hay que ser de la Verdad.
No hay que poseerla. Mucho menos manipularla. No hay que imponerla. Ni siquiera el Señor la impone. Nos dice que el que «es de la Verdad» lo escucha a Él, escucha el tono de su Voz.
Cómo sabemos si somos de la Verdad?
Yo diría que se trata de una pertenencia que requiere mantenimiento -como la amistad-. Ser amigos es perseverar en la amistad, cultivarla, darle tiempo. Sobre todo, eso. Tiempo. Ser de la Verdad es darle tiempo, pasar tiempo con Ella y eso significa escucharla. Hablarle a la Verdad. No como quien le enseña, obvio, sino como discípulo, como quien le pregunta.
Ser de la Verdad es rezar.
Pero más que algo que uno «hace», más que una actividad, rezar es amar rezar: es tener ganas, necesidad de rezar, gusto por rezar, es conectarse con la honda necesidad de escuchar tranquilamente la Verdad, que todo hombre tiene. Nosotros, cristianos, dejando que el Evangelio nos hable, que Jesús nos quiera dar una limosna de su Voz y hacer que una de sus Palabras se encienda como un fueguito y brille como una pequeña llama para nosotros y se nos regale para que la podamos «sentir y gustar», como le gusta decir a Ignacio. No hace falta que la sintamos mucho, basta con tener un poco más de sentimiento.
Ser de la Verdad es amar rezar. Dos verbos juntos, que no debemos dejar que se nos separen. No es simplemente rezar ni simplemente amar, sino amar rezar.
Amar Rezar es ponerse a la escucha de esa Voz. La de nuestro Pastor hermoso. Amar Rezar es Amar Escuchar.
Amar Escuchar es escuchar con ganas, escuchar con respeto, escuchar con paciencia, dejar que el Otro se exprese a gusto y diga todo lo que quiera.
Algunas cosas que hay que saber de esta «Verdad-Voz».
La primera, quizás, es que la Verdad habla bajito. Como decía el Padre Cullen -misionero en China y luego en las tierras de Brochero, en Córdoba, que confesaba en Regina (el que siempre tenía un inmenso diccionario chino y cosía pelotas de fútbol en el confesionario, para que el que entraba en la Iglesia y lo veía pensara «este cura no tiene nada que hacer» y se acercara a charlar y terminara confesándose-: «Dios siempre está hablando. Sólo que habla bajito». Cullen era muy paciente, pero algo que lo sacaba de las casillas era la gente que hablaba en la Iglesia. Se paraba y salía del confesionario hecho una furia diciendo Shhh!!! y miraba fiero al que conversaba de modo tal que nos hacía sentir mal a todos. Lo que muchos no sabían era que no era cuestión de orden o de respeto solamente, sino de que verdaderamente él estaba escuchando a ese Dios que habla bajito y no quería que la persona se lo perdiera por pensar -como muchos pensamos, en realidad- que el silencio de la Iglesia es silencio vacío. Lo que yo sé es que cuando Cullen estaba en la iglesia, en su confesionario con la luz encendida, la iglesia hablaba. Bajito, pero hablaba.
Otra cosa que más que saber hay que experimentar, es que la Verdad se toma su tiempo para hablarnos. Ni nos lo dice todo de golpe ni dice las cosas a medias. La Verdad va hablando, retoma el hilo, a veces mucho tiempo después, y espera a que a uno le caiga la ficha. Una señal son los desahogos. El suspirito de los chicos después que se confesaron, el respiro profundo después de un llanto, el sollozo que aclara la mirada. La verdad es que la Verdad se toma su tiempo porque no son muchas las cosas que nos tiene que decir. O sí, son muchas, pero todas modos distintos de decir la única cosa importante (que en la vida todo es don). Un poco eso es lo que el Señor le dice a Marta, que se inquieta por muchas cosas, cuando en realidad pocas -más bien una sola- es la importante. Y justo esa era la que había «elegido» María (y que no le sería quitada) la de estar a los pies de Jesús, escuchándolo, ya que Él tenía ganas de hablar.
La tercera cosa, es que la Verdad nos habla cuando salimos.Nos habla en el camino que va de Jerusalén a Jericó, el de bajada allí donde hace falta dar una mano en las obras de la misericordia. Esta es una de esas cosas que siempre nos recuerda el Papa Francisco. El camino de la verdad es un camino que sale de la lógica «casuística» -de ver y analizar y discutir sobre «casos» tipificados – y da pasos hacia la misericordia concreta que ve los rostros de las personas, cada una única y piensa cómo hacer para ayudar y para servir eficazmente. En este camino podemos ir sintiendo que el Señor nos habla, que le interesa intervenir en lo que hacemos, participar en nuestras obras, y nos enseña cómo hacer las cosas, nos abre caminos y nos bendice.
Una cuarta cosa, es que escuchar la verdad alegra. Pablo dice que el que ama se alegra de escuchar la verdad y de que la verdad se sepa: aunque duela, «El amor se alegra con la verdad» (1 Cor 13, 6). El Papa dice en Evangelii gaudiumque «El kerigma» (que podríamos definir: «la Verdad dicha como la dice Jesús») es un «anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano». Y agrega ciertas «características que hoy son necesarias» para que esa Verdad le llegue a la gente. Lo primero, dice es «que exprese el amor salvífico de Dios previoa la obligación moral y religiosa». Es decir: primero hay que hacer sentir a la gente que Dios viene a salvarlos de algo que los oprime, no que viene a ponerle condiciones y a aclararle sus deberes. Estas serán cosas que cada uno sacará por sí mismo como conclusión, una vez que se sienta incluido y salvado. Luego, dice el Papa, esta verdad «no se debe imponer» hay que «apelar a libertad» de la gente. En tercer lugar, esta verdad dicha al estilo de Jesús, vendrá siempre con «notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa» que no reduce nunca «la predicación a unas pocas doctrinas», que a veces son cosas «más filosóficas que evangélicas» (EG 165).
Elegí dos imágenes que nos hablan de este «pertenecer a la Verdad» o «ser de la Verdad». Una es la del Jesús de la humildad y la paciencia. El Señor de la humildad y la paciencia está metido en su Pasión. Con el oído atento a la voz del Padre y las voces de todos los hombres, en cuyo interior, gime el Espíritu con dolores de parto. El Señor escucha todo en la Pasión.
La otra imagen es la de una mendiga pidiendo limosna junto a la Fontana di Trevi.
La suya es la actitud para empezar a rezar cada dí, pidiendo la gracia -la limosna- de poder escuchar la Voz de la Verdad. Con el vasito delante, esperamos una limosna, no de monedas, sino de oración .
Qué necesidad tan honda de nuestro corazón la de sentirnos escuchados.
Uno tiene tanta necesidad de decir las cosas que no dice a nadie, de decirse, más que de decir cosas. De sentirse escuchado en la palabras que dice como salen. Cómo agradecemos que el otro llegue a sentir lo que sentimos, que sienta nuestra alegría y nuestra angustia, que entienda nuestra verdad, la verdad de lo que somos, lo más hondo, la rectificación de nuestra intención, para que sea pura, para quitarle toda doblez. Nos alegra ser escuchados en nuestra voz última, en la frase que nos resume, cada vez, en cada situación. Rezar es profundizar en esa frase.
Y la frase que engloba todas es como ese vaso allí en el piso, vacío, a la espera de la limosna que el Espíritu nos quiera dar, para «encender con Su luz nuestro sentidos» y «poner en nuestros labios los tesoros de la Palabra».
Tener ese jarro de limosna entre las manos, tendido al cielo, para recibirlo todo en una limosna de oración: eso es «escuchar su Voz» y «ser de la Verdad».
Diego Fares sj