
Bartimeo: el discípulo mendigo ciego de Jesús «su Rabbuní», el que quería recobrar la vista – la había perdido!- y volver a ver las cosas con altura, con fe, para poder seguir a Jesús en vez de estar tirado al costado del camino (30 B 2018).

Contemplacciones del Evangelio
Contemplaciones del evangelio del Domingo en medio de la vida cotidiana
Cuando salía Jesús al camino, uno lo corrió y arrodillándose ante él le rogaba: Maestro bueno, dime: ¿qué he de hacer para tener derecho a heredar la Vida eterna? Jesús le dijo:¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Conoces los mandamientos: No mates, no adulteres, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. El, respondiendo dijo: Maestro, todas estas cosas las he practicado y guardado desde chico. Jesús mirándolo a los ojos, lo amó, y le dijo: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme. El se quedó frunciendo el ceño a estas palabras y se marchó malhumorado, porque era una persona que tenía muchas posesiones. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los que posean riquezas entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se asombraban al oírle decir estas palabras. Pero Jesús, tomando de nuevo la palabra, insistió: ¡Hijos, qué difícil es que los que tienen puesta su confianza en las riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Los discípulos se pasmaban más y más y se decían unos a otros: Entonces ¿quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos a los ojos, les dice: Para los hombres, es imposible; pero no para Dios. Todas las cosas son posibles para Dios. Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros (Mc 10, 17-31).
Contemplación
El Señor dice que el Reino de Dios “es” de los pobres. Y de los ricos dice que les será muy difícil “entrar”. Lo dice no por nada sino a raíz de este jóven rico que lo fue a buscar y que se ve que tenía buena voluntad… hasta ahí. Porque el Señor “lo miró y lo amó”. Pero él no lo registró. No vió la mirada del Señor! Y eso que era buena gente. Había cumplido todos los mandamientos desde que era chico y tenía ganas de dar un paso más. Pero el Señor le planteó un paso definitivo, radical: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme. Ante esto él “le puso cara”. Frunció el ceño. No preguntó nada más. No dijo algo así como: Señor, no se puede… Como le dijeron luego, en casa, los discípulos. No. Este se quedó mudo. Quizás porque no entendió. O porque entendió perfectamente y no estaba dispuesto a tanto. Él hablaba de la vida eterna y Jesús le decía que se viniera con él ahora. Será que le dió miedo regalar sus bienes… o habrá sido lo de “seguir a Jesús” lo que lo trabó. La cuestión es que se fue triste, dice el evangelio. No entró. Los pobres en cambio parece que ya están dentro. El Reino es de ellos. Es importante este posesivo. Después el Señor lo explicará de modo bien explícito: los que dejen todo “recibirán” el ciento por uno. Poseeran el Reino. La palabra aparece varias veces: del jóven rico se dice que poseía muchos bienes. Y Jesús afirma que es dificil entrar en el Reino a los que poseen riquezas. En Radio María me preguntaban el viernes pasado “por qué Jesús prefería a los pobres”. Y yo decía que me parecía que ese es uno de los «defectos» de Dios. Uno de esos defectos que hacen tan amable a Jesús. El obispo Van Thuan decía que lo que más le gustaba de Jesús eran sus defectos: que no supiera matemáticas (una oveja para él valía lo mismo que 99); que no supiera de finanzas ni de economía: su Padre contrataba gente a toda hora y les pagaba a todos lo mismo, comenzando por los últimos! Por eso decía que esto de preferir a los pobres era como el defecto básico, el que explicaba todos los demás. Yo creo que el Jesús prefiere a los pobres y pequeños, por un lado, porque lo entienden (y el Padre también: que por eso se siente cómodo revelándoles a su Hijo amado a los pobres y pequeñitos y no a los letrados). Con los pobres Jesús no tenía necesidad de muchas explicaciones. En cambio los ricos -sobre todo los ricos de espíritu, los autosuficientes- lo impacientaban: siempre pidiendo razones, que por qué curaba en sábado, que con qué autoridad perdonaba los pecados… Los pobres en cambio entendían perfectamente de qué se trataba. Por eso con los pobres el Señor puede hacer maravillas, como dice nuestra Señora en el Magnificat. Por otro lado, yo creo que Jesús, que Dios, prefiere a los pobres porque Él es uno que viene a dar. Es «don Dios». Y los pobres entienden enseguida cuando es que uno les quiere dar o cuando es que empieza a explicar muchas variables económicas porque no les va a dar nada. Los ricos en cambio siempre creen que Dios les viene a pedir. Y por eso son tan desconfiados. No entienden que Dios es puro don, que es tan Rico en misericordia que lo único que quiere es dar. Que no necesita nada de ellos. En todo caso, sí que les den sus riquezas a los pobres. Pero Él no pide nada. Aunque esto, para los ricos, es lo mismo. No les pedirá para Él pero les pide que den sus cosas a los más pobres! Y bueno, esta diferencia -entre uno que no te pide nada para sí y que te da todo y que te mira con amor, si no la pesca uno por sí mismo, no hay quién se la explique. Alguna anécdota…? me preguntó Javier Cámara. Siempre hay alguna anécdota del Hogar (mis alumnos dicen que yo doy clases para tener una excusa para contar cosas del Hogar)! Me acuerdo un año que decidí ir a agradecer personalmente a las panaderías que nos regalaban el pan y las facturas al Hogar. Todas las mañanas iban nuestros huéspedes, con una notita firmada, a pedir el pan del día anterior que nos habían guardado. Esta vez, en vez de la nota, llevaba la tarjeta de Navidad. Entro a la primera panadería, sobre la calle Entre Ríos, y la dueña que estaba en la caja, sin dejarme explicar nada, me mira la tarjeta y me dice que ya han dado. Le digo que soy el padre del Hogar y que les quiero dejar una tarjeta… pero antes de que siga me dice que No, que gracias, pero que no hace falta (!). Recién a la tercera y antes que me corte de nuevo le digo: Hey! escúcheme. No le vengo a pedir nada. Es una tarjeta de agradecimiento. Le quiero agradecer lo que nos dan. No me tiene que dar nada! Tiene que recibir! Ahí la agarró y cuando vio el pesebrito y el Feliz Navidad, sonrió. Se dió cuenta. Los pobres, en cambio, primero agarran la moneda y después miran a ver cuánto les diste. Pero primero reciben. Saben recibir! Por eso creo que Dios los prefiere. Pero el problema no es discutir quién es rico o con cuánto comienzo uno a ser rico. El punto es mirar cómo anda mi capacidad de recibir. Porque con tanta posesión y consumo uno va perdiendo la capacidad de recibir! Y Dios -Jesús, el Espíritu, nuestro Padre- es solo don. Puro Don. Se nos da todos los días. Como el Padre Misericordios que se da entero en ese abrazo -cuando se le echó al cuello a su hijo, como dice Lucas-, sin reproches por que no se dejó abrazar antes y sin condiciones sobre lo que tendría que hacer después, en el futuro. Y nuestra vida, como la de Jesús, es girar en torno al Padre como nuestro centro de gravedad, que atrae el peso del amor que late en nuestro corazón. En la cercanía del abrazo, el Amor rico en Misericordia del Padre, nos atrae como a un planeta el Sol, y si entramos en su órbita ya nada nos podrá separar de él. Jesús se nos da todos los día. Él es totalmente Eucaristía, porque es Don al Padre -acción de gracias en el Gozo del Espíritu Santo-, y Don a cada uno de los que lo recibimos en nuestras manos y en nuestra boca al comulgar. El demonio es cambio es “ausencia de Eucaristía”, posesión de sí mismo siempre insatisfecha, buscando a quién tentar con posesiones vanas, que lo alejan de mendigar, cada día, el don de la Eucaristía, haciéndonos ilusionar con que somos ricos y no necesitamos comulgar tan seguido (como la cajera de la panadería, le decimos al Señor: No, muchas gracias. No me hace tanta falta). El Espíritu Santo es puro Don. El Don del Padre y de Jesús para nosotros. Es Don que se multiplica en siete dones -Sabiduría, Entendimiento, Fortaleza, Ciencia, Consejo, Piedad y Temor de Dios- y en nueve frutos, con respecto a los cuales San Pablo dice “que no hay ley”, ellos mismos son “ley interior que hace actuar bajo la guía del Espíritu”: amor (agape), gozo (jará), paz (eirene), paciencia (macrotimía), amabilidad (jrestotes), bondad (agatosyne), fidelidad (pistis), dulzura-mansedumbre (prautes), señorío de sí (enkrateia). Dios es puro don. Y con Él la cuestión central de la vida gira en torno a aprender a recibir. No cosas sino personas. Saber recibir -hospedar, acoger, hacer sentir bien, comprender, dar tiempo, escuchar…- personas.
Diego Fares s.j.
Y levantándose de allí (de Cafarnaún) se va a los confines de Judea, más allá del Jordán, y de nuevo se le juntan muchedumbres en el camino y de nuevo Jesús les enseñaba como solía.
Se acercaron entonces unos fariseos y le preguntaron, con ánimo de tentarlo:
─ ¿Es lícito al marido repudiar a su mujer?
Él, respondiendo, les dijo:
─ ¿Qué les mandó Moisés?
Ellos dijeron:
─ Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiar.
Pero Jesús, les dijo:
─ Fue por la dureza del corazón de ustedes que les escribió este precepto; pero al principio de la creación, Dios los creó varón y mujer. Por esto dejará el varón a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que ya no son más dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe.
En casa volvieron los discípulos a preguntarle sobre lo mismo, y les dijo:
─ Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Entonces le presentaron unos niños para que los bendijera, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo:
─ Dejen a los niños venir a mí, y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía (Mc 10, 2-16).
Contemplación
Habían vuelto a casa luego de la discusión con los fariseos en torno al tema espinoso del divorcio y los discípulos le preguntaban a Jesús sobre el tema. Como siempre, la gente se enteraba de que Jesús estaba en la zona y varias mamás le trajeron a sus hijitos para que Jesús se los bendijera. Los discípulos se impacientaron porque les pareció que no era el momento, pero cuando Jesús vió que las estaban echando a las familias, se indignó -dice Marcos-. Se ve que el Señor aprovechó para salir de una discusión abstracta, de esas interminables que siempre salen de nuevo, y comenzó una catequesis sobre recibir el reino con actitudes de niño, mientras bendecía a los pequeñitos. Es un lo que hace el Papa en cada catequesis de los miércoles: primero da vueltas a la plaza, saludando a la gente; se detiene solo para bendecir y besar a los niños pequeñitos que le presentan los papás, y luego da la catequesis «hablada».
La imagen que me viene es la reino como una sala llena de juegos. Solo los niños «la poseen». Solo los niños se maravillan al entrar e inmediatamente se apoderan de los juguetes y juegan. Los adultos quedamos afectivamente un poco «afuera», aunque juguemos con los chicos. Ya hemos perdido esa capacidad de sumergirnos enteramente en un salón de juegos, sin conciencia del tiempo, apasionados con cada juguete y compartiendo o compitiendo con los otros chicos.
El contraste entre la discusión de un tema serio y el ponerse a abrazar y bendecir a los chicos tiene que ver ya que el tema era el divorcio y los que pagan las consecuencias -más allá de si es lícito o no separarse entre adultos- son los chicos. Por eso el Señor se sale de la discusión abstracta y legalista, se desprende incluso de su postura que es superadora de lo legal y bucea en el corazón de la Biblia y en los orígenes de la institución familiar, como base de la vida, para meterse de lleno en un amor concreto a los niños.
En Amoris Laetitia (el Papa insiste siempre en que hay que leer entera. Ayer, en el Sínodo hizo reír a todos cuando dijo que los documentos que sacan «son leidos por pocos y criticados por muchos»), Francisco afirma que Jesús «conoce las ansias y tensiones de las familias» y las incorpora a su vida y a sus parábolas (AL 21). Pensemos en el mal momento de Caná, cuando en medio de la fiesta se dan cuenta de que falta el vino. Recordemos la parábola del padre misericordioso y de los hijos difíciles… Esto sin hablar de las angustias que vivió Jesús en su infancia, las ansiedades de San José al huir a Egipto y luego al regresar a Nazaret, siempre preocupado por la situación política, por Herodes… El Papa hace notar que por algo Jesús da su doctrina sobre el matrimonio en medio de una discusión sobre el divorcio. La familia – donde la alegría del amor tiene su fuente más fresca y pura- siempre está amenazada por el Maligno. A veces da fatiga predicar sobre este evangelio, porque el tema del divorcio (y hoy los temas de las familias diversas y del «poliamor!!») hacen que el tema se vuelva farragoso. Pero si uno acepta «la belleza de la lucha espiritual», si uno se regocija por cada «triunfo» del Señor en nuestra vida de familia, este evangelio, que empieza mal, como todos los temas que empiezan los fariseos de siempre, se vuelve un tema lindo porque Jesús lo remite, por un lado, al origen, a la creación de Dios que hizo todas las cosas buenas, remite el tema al sueño de fidelidad y amor que está en el comienzo de toda familia. Y luego de sentar doctrina sana el Señor termina el tema, o más bien da un puntapie inicial para otra manera de sentir y gustar las cosas, poniéndose a bendecir a los niños pequeños que le traían las mamás y los papás jóvenes o que venían de la mano de una abuela.
La lección del tiempo y la alegría que el Señor dedica a estas familias que, como todas las familias, más allá de cómo anden los adultos entre sí, quieren lo mejor para sus hijos y por eso se meten entre la gente para lograr que Jesús se los bendiga, es una lección del Reino. Es una parábola en acción, de esas que se complacía en «actuar» (en «jugar» como se dice en otras lenguas) Jesús. El reino de los cielos se parece a unos hombres adultos que estaban discutiendo sobre la licitud del divorcio y la discusión no terminaba más. Aprovechando que unas madres traían a sus hijitos para que el Señor los bendijera, éste aprovechó la ocasión para hacer notar a los que querían resolver el tema con definiciones legales que la vida de la familia se alimenta de la bendición a los hijos. Y que esa bendición Dios la da abundantemente y a todos, no importa si la familia tiene todos los papeles o le falta alguno.
Y dentro de esta actitud de bendición a «todos los que le acercan a sus niños», el Señor aprovecha para revelar algo fundamental de su Reino. No tanto cómo es o a qué se parece, como hace en otras parábolas, sino algo más práctico: cómo se recibe. Cómo se entra en él.
Aquí es donde toma un niño, lo abraza en medio de todos, lo bendice y dice que el reino hay que recibirlo como los niños.
Volvemos a la imagen del salón de juegos. Al reino no «se entra» y no «se lo posee» si uno no tiene actitudes de niño. Si uno no es capaz de dejarse fascinar y atrapa apasionadamente por el juego, un salón de juegos no le dice casi nada. Al reino de Jesús hay que recibirlo así, como los niños reciben los juguetes, para desempaquetarlos inmediatamente y ponerse a jugar. Sin miedo a que se rompan y sin demasiadas instrucciones. El reino hay que jugarlo, hay que meterse en él y posesionarse de todos sus dones y ponerlos en práctica.
En la familia (y en la Iglesia y en las obras de misericordia, que son las obras del reino) «hay que mantenerse como niños, delante de Dios y de los demás. Esto vuelve posible una comprensión y benevolencia recíprocas entre los esposos, entre los fieles y la jerarquía, entre los voluntarios y colaboradores de una obra de caridad, que superan la inevitables tensiones de la existencia.
Esta es la lección del Señor: las tensiones de la familia y de la Iglesia no se resuelven con discusiones abstractas sino poniendo en práctica actitudes de infancia espiritual. Cuáles serían?
No hay que inventarlas. Cada pareja las practica cuando atiende a sus hijitos, cuando les enseña, cuando juega con ellos, cuando los cuida y planifica su futuro, lo que les hará bien.
Basta que los padres abracen juntos a sus hijitos pequeños, los bendigan y los besen y, estando así, con sus hijos en medio de ellos, se miren a los ojos y dejen que salgan palabras de su corazón, para que tomen conciencia de qué distintas son las palabras que dicen estando así de las que dicen cuando se «enfrentan» en una discusión.
Lo mismo sucede en las instituciones: cuando ponemos en medio a las personas para las cuales hemos fundado nuestra obra -los comensales o los niños del Hogar, los enfermos de la Casa de la Bondad, las personas presas o solas a las que visitamos…- se dulcifican los tonos, se serenan los sentimientos y se aclaran las ideas. Poner en medio y bendecir a los pequeños, los convierte en nuestros «patroncitos» y eso hace que salgamos de nuestras posiciones de poder, que son las que crean tensiones, y entremos -como niños- en el Reino del Señor, que es de paz y de alegríservicio.
Diego Fares sj