En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la multitud, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 31-37).
Contemplación
Ese sordo que apenas podía hablar somos nosotros. No tanto cuando hablamos en familia, con nuestros amigos más cercanos o de las cosas de trabajo de todos los días, sino cuando intentamos escucharnos y hablar como sociedad, de los temas que nos afectan a todos: la política, la religión, las leyes, la economía, las costumbres…: somos sordos que apenas podemos hablar. Y el único remedio verdadero, el único tratamiento para la sordera y el hablar mal, lo tiene Jesús.
Como el sordomudo, necesitamos que nos lleve aparte, a solas, que nos ponga los dedos en los oídos y nos toque la lengua con su saliva. Necesitamos que Jesús nos suspire y, mirando al Cielo, nos diga “Effetá” “ábrete!”, para que se nos abra la dimensión social del oído y se nos suelte la lengua y podamos hablarnos correctamente: como hermanos, como ciudadanos de un mismo pueblo, como seres humanos y no como bestias que se gruñen y como enemigos que se gritan y amenazan.
La gente decía admirada, en el colmo del asombro: Jesús todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Fijémonos que este milagro es El milagro. El milagro de oír y hablar bien es el milagro evangélico por excelencia. Cuando dialogamos entre nosotros, cuando nos escuchamos y nos hablamos bien, todos los problemas se encaminan: la vida se armoniza, el amor encuentra senderos, puede actuar. Por el contrario, cuando no sabemos dialogar, todo se empantana. Hasta las mejores intenciones fracasan cuando no “comunicamos” bien, como se dice hoy.
Cuáles son los pasos que sigue Jesús para curar al sordomudo? Podemos identificarlos y consolidarlos cómo un verdadero protocolo de comportamientos evangélicos a seguir, rigurosamente, para hacer frente a esta verdadera “tragedia humanitaria de sordera y hablar mal”, de gente que se grita, se insulta y se maltrata por los medios de comunicación, para hacer frente a esta guerra mediática de calumnias y difamaciones que inundan nuestros medios y nos hacen vivir en un clima de confrontación permanente, cada día por un motivo distinto.
Porque estamos en una guerra cultural. Una guerra que no se libra ahora con ejércitos de ocupación, con bombardeos y armas químicas sino con algo peor, con armas más letales. Se envenena a los pueblos y a las familias de modo tal que nos dividimos y atacamos entre nosotros. ¿No resulta extraño que se pelee en la misma familia por “temas” que “no se pueden hablar bien” porque cada uno siente que el otro no escucha?
Apartándolo de la multitud, a solas
Lo primero que hace el Señor es llevar al sordomudo aparte. Lo sacó de la multitud y se lo llevó a solas. Un ratito a solas con el Señor es el primer paso para escuchar bien y así poder hablar bien. No se puede si estamos todo el tiempo en medio del griterío y de las expectativas que fomentan los medios. Un ejemplo: En los encuentros del Papa con los periodistas, si uno está atento, siempre hay un momento en que Francisco le hace sentir al periodista que “están a solas”. Que le responde a él, como persona, no como representante anónimo de “lo que se dice”. Me recuerda al Señor cuando les pregunta a los discípulos “qué dice la gente de mí”. Y luego: Y uds. qué opinan? Lo mismo en su diálogo con Pilato: Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí? Este momento a solas con Jesús, en el que uno pregunta por sí mismo con intención de hacerse cargo de lo que salga del diálogo, es esencial para escuchar y hablar bien: define quiénes son los que están hablando, define a los interlocutores. Porque la primera tentación del padre de la mentira, del Maligno, consiste en convertirnos en loros, en portavoces de ideologías y frases hechas que discuten entre sí a través nuestro. Irse aparte, mirarse a los ojos, hablar de a dos, privadamente, con el Señor y con un prójimo, es el primer paso para romper la sordera y la incomunicación.
Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua
Estos dos gestos del Señor son los de un médico, los de una madre que le limpia los oídos a su hijito y le lame una lastimadura con su saliva. Son gestos terapéuticos, íntimos, que van a la carne de la persona antes que a sus ideas. Es como cuando en una discusión en la que un hijo se encapricha y no puede salir de su enojo, el padre lo abrazo y lo besa hasta que se disuelve afectivamente la idea que lo ciega y encapricha.
Este paso afectivo, de tocar al otro, de curar con la propia carne, da testimonio de que no bastan las palabras sino que en la escucha y en el diálogo uno tiene que ponerse en juego como persona. El mismo Jesús que es La Palabra, el Logos, no convence ni enseña sólo con ideas sino que se hace Carne y habla con sus dedos y con su saliva!
Aquí cada uno puede detenerse a contemplar y a reflexionar acerca de lo que significa hablar con gestos de cercanía y de humanidad. Comparto solo dos indicaciones acerca de por donde podría ir la cosa, porque lo que se puede hacer materialmente con un hijo pequeñito, como meterle los dedos en los oídos y lamerle una herida, uno debe encontrar la forma de hacerlo de modo no invasivo con los interlocutores adultos.
Me ayuda pensar que “meter los dedos en los oídos” metafóricamente sería “remover un obstáculo” para que el otro escuche por sí mismo. Es indicar, no imponer. Es consensuar que el problema está en algo que obstruye y cierra el oído y no en la capacidad de razonar del otro. Tocar la lengua con la saliva, metafóricamente es como decir que el problema para hablar, además de no haber identificado bien las palabras por la sordera, está también en tener la lengua seca. La saliva del Señor es el Agua viva que refresca la lengua y le permite hablar fluidamente. Y uno debe encontrar alguna palabra, algún recuerdo que “refresque” la memoria y permita a que el diálogo fluya.
Yo tomo pie en estas dos imágenes, para pensar en una acción conjunta de Jesús -por la carnalidad de los dedos y la saliva- y del Espíritu Santo, que es el Dedo del Padre y el Agua viva.
Y mirando al cielo, suspiró…
Se suma a estos gestos el alzar el Señor sus ojos al Cielo, invocando al Padre y ese Suspiro que es Aire Santo, Espíritu que Él espira junto con el Padre para completar su acción sanadora.
Y dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»).
Todo se concentra, finalmente, en una pequeña palabra: Abrete!
Es pequeña pero cargada con todo el peso amoroso del Actuar trinitario de Jesús. Es una Palabra hecha carne: dedos, saliva, ojos que se alzan al cielo y suspiro de un Jesús que pone toda su persona en juego y actúa junto con el Padre y el Espíritu. Es la imagen de todo lo que implica un verdadero diálogo en el que se escucha y se habla bien.
Toda la intención que denotan los gestos que pone en juego el Señor antes de pronunciar eficazmente la palabra “ábrete” a una persona concreta, nos hacen vislumbrar que lo que enfrenta Jesús en esta curación es algo importante. Algo que tiene una dimensión social y no meramente individual. También nos permite mensurar la dimensión de la guerra de incomunicación en la que estamos inmersos: no es cuestión de malentendidos o de algún exabrupto. La incomunicación -la sordera y la mudez- condensa todo el fruto amargo del pecado original. Y también podemos comprender la importancia que tiene escuchar y hablar bien cada uno en su vida y no asombrarnos de que sea tan difícil. Lo que pasa es que el Maligno pone todas sus armas para evitar que nos abramos a la escucha y al diálogo.
Además, es consolador sentir que una pequeña victoria en este terreno, del brindar a la palabra del Evangelio la tierra buena de nuestro oído abierto y de una lengua que sabe bendecir y no maldecir, es una victoria muy grande. Si bien es cierto que en nuestro mundo reina la confusión de ideas, la sordera y el griterío, es también verdad que una sola palabra que cae en tierra buena da el ciento por uno.
Se trata por tanto de combatir cantidad con calidad. De buscar diálogos personales y ricos, sinceros y fecundos, que contrarresten el palabrerío banal y el griterío infernal.
Abrete, nos dice Jesús. Un rato con Él a solas, un dejarnos “encender los sentidos” por el fuego del Espíritu, que nos abre los oídos del corazón y nos suelta la lengua para anunciar a todos con alegría la buena noticia del evangelio, es nuestra misión principal.
Le pedimos a nuestra Señora, en la fiesta de su Nacimiento, que “se haga en nosotros la Palabra”, como se hizo en Ella, la que siempre está, inconmensurablemente abierta a la acción del Espíritu y a la Encarnación de su Hijo, para comunicar esta apertura a todo el pueblo fiel de Dios, siguiendo los pasos que siguió Jesús para curar al sordomudo.
Diego Fares sj