Jesús dijo a los judíos:
Yo soy el pan viviente que ha bajado del cielo.
Si alguien comiere de este pan vivirá para siempre,
Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Los judíos discutían entre sí, diciendo:
¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?
Jesús les respondió:
Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre
Y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes mismos.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna,
Y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.
Así como Yo que he sido enviado por el Padre Viviente,
vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo,
No como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente.
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6, 51-59).
Contemplación
“Este hombre”. Discutían los judíos diciendo: cómo puede “este hombre” darnos a comer su carne? Verlo como un hombre común hacía que no le creyeran. Para nosotros, que Jesús pueda ser Dios siendo un hombre común nos lo acerca y nos maravilla. Nos abre el corazón y nos amplía la mirada a considerar otra manera lo que significa “ser hombres”, la dignidad del ser humano.
Y si reflexionamos sobre la Eucaristía, comulgar con Jesús Pan del Cielo no significa comulgar solo con Dios, no significa recibir algo divino, especial, único, celestial. También significa comulgar con el hombre, con algo humano, común, terrenal.
Cuando Jesús elige hacerse Pan, lo hace porque encuentra en el Pan algo que expresa la relación que Él tiene con el Padre y que quiere compartir con nosotros. Por un lado, encarna las cosas de Dios en medio de la vida cotidiana. Pero este es un camino de bajada y de subida: en el Pan vivo la vida cotidiana se vuelve espiritual, adquiere un significado fecundo y hondo.
Lo que quiero decir es que Jesús se hace pan humano y que el pan humano se hace Jesús.
El pan es alimento común, sencillo, diario. Pero en su sencillez tiene algo extraordinario, no es cualquier alimento.
Que el pan se pueda hacer Jesús significa que hay realidades humanas que, en su simplicidad, tienen algo más.
José y María eran personas sencillas, gente “de la puerta de al lado” como dice el Papa. Pero lo ordinario lo vivían “de modo extraordinario”. Y en esto consistía su santidad. Extraordinario no en el sentido de algo maravilloso o extraño, sino en el sentido de un “extra”, un plus de amor, de alegría, de fe, de espíritu de oración y de servicialidad con los demás.
Jesús durante su vida oculta era sencillo como el pan, pero la intensidad con que vivió sus años de Nazaret, fue algo extraordinario. Me gusta pensar que el Señor “inventó” sus parábolas en aquella época, viendo a su madre amasar el pan, con ese poquito de levadura que fermentaba toda la masa…Y que aprendió de su padre San José el modo de partir el pan que se convirtió en la característica de los cristianos.
El ser profundamente humano Jesús lo aprendió viviendo la vida cotidiana en su casa, en su barrio y en medio de su pueblo, como uno más. Por eso, en el pan de la Eucaristía podemos saborear y gustar los olores y las texturas de Nazaret, las relaciones simples de la gente de un pueblo pequeño con historia y con memoria.
En la comunión entramos en relación con Dios, pero estemos atentos: no se trata del Dios del Cielo sino del Dios que ha bajado del Cielo. Antes de “subir” a algún tipo de experiencia devota o mística, hay que aprender a bajar y comulgar con la Carne entregada y la Sangre derramada del Señor. Y antes de eso, antes de que pudiera entregarla y derramarla, la Carne y la Sangre del Señor crecieron y circularon por los días y las noches de Nazaret, caminaron y trabajaron codo a codo con la carne y la sangre de sus paisanos.
Comer la Carne que nos da “este hombre” es comulgar con lo más humano de Jesús. Comulgar con una vida de la que el evangelio no nos da muchos detalles no porque no se hubieran podido conocer sino por que eran tan comunes que cualquiera puede imaginarlos sin temor a equivocarse.
El Pan de Jesús tiene las cualidades simples y comunes de nuestra vida como hombres y mujeres de nuestro pueblo y de nuestro tiempo.
Señalo dos características de este Pan. Es un Pan que ha bajado del cielo. Comerlo gustando su verdadero sentido es comerlo “bajando”, al encuentro de los heridos que están al costado del camino que baja de Jerusalén a Jericó. Es verdad que es Pan del Cielo, pero es Pan bajado del Cielo. Nosotros solemos comerlo intentando subir, intentando tener deseos elevados. Y más bien se trata de comulgar animándonos a ir a lo más bajo hasta donde ese Pan ha querido llegar: comulgar con la carne de los más pobres, de los más desposeídos, de los que están abajo. No solo muy abajo sino también un poquito más abajo que nosotros. En clase social, en jerarquía, en saber, en cultura… en todo. Comulgar es gustar a Dios en lo más bajo.
La otra característica es también relacional: Jesús dice que si lo comemos viviremos por Él. Y -agrega- así como Yo vivo por el Padre.
El Padre es Pan para Jesús! Y por eso Jesús se hace Pan para nosotros. Pensar en que el Señor también comulgaba, nos hace bien. Pensar que cuando nos enseñó a rezar diciendo: “Padre nuestro… danos hoy nuestro pan cotidiano”, hacía referencia a su modo de estar en relación con el Padre, hace bien.
No es que nosotros tenemos que comulgar para tener vida eterna como si esta vida fuera un añadido, un suplemento alimentario. Jesús es Dios y su modo de serlo es “vivir por el Padre”. Comulgar, vivir por otro, alimentarse de otro, no es solo porque “carezcamos” de un bien, sino que es un modo de relacionarse de seres plenos que comparten su plenitud.
Cuando ya tengamos vida eterna seguiremos comulgando, eso quiero decir. La vida eterna el Señor la describe con la imagen del Banquete y eso significa que seguiremos comiendo y comulgando con Él, viviendo por Él.
El Jesús con el que comulgamos es un Jesús Pan que se alimenta del Pan del Padre, como hombre y como Dios. Me detengo en esto para complementar o para cambiar una imagen de la Eucaristía como algo inventado por Jesús para nosotros, algo que resulta un poco extraño. A los de su época, porque lo veían muy “este hombre” que conocemos, el hijo del carpintero, el hijo de María… A nosotros porque nos parece algo “especial”, algo que rodeamos de una liturgia particular y que sólo es para algunos, para los pocos que practican.
Pensar la Eucaristía como algo muy íntimo y propio de Jesús y del Padre, que nos quieren compartir, es muy consolador. La relación entre ellos es “Eucarística”. Jesús siempre está agradeciendo y bendiciendo al Padre y el Padre siempre está regocijándose en su Hijo predilecto. Ellos se comulgan entre sí. Al comulgar, nosotros nos hacemos semejantes a ellos. Y entonces sí, podemos convertirnos en pan para los demás. Vivir comulgando con otros. Todos de igual a igual, con la igualdad que da la mesa y el pan compartidos.
Diego Fares sj