La canasta del propio corazón (17 B 2018)

“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos.

Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar Jesús los ojos y contemplar que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: – «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»

Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.

Felipe le contestó: -«Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»

Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: -«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»

Dijo Jesús: -«Hagan que se recueste la gente.»

Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres  en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo  los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -«Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»

Los recogieron, pues, y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que  habían comido.

Al ver la gente la señal que había realizado, decía: -«Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»

Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 1-15).

Contemplación

Las canastas multiplicadas

El Señor envió a los doce a recoger los fragmentos “para que no se perdiera nada”. El Evangelio dice simplemente que “los recogieron y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido”.

No puedo no preguntar: ¿se habrán multiplicado también las canastas junto con los panes y peces? De golpe no sólo sucede que todos comen y que sobra sino que aparecen en el desierto doce canastos grandes!

Conversábamos un día (hace 12 años) con el padre Rossi acerca de la Casa de la Bondad y de las donaciones que aparecían y se multiplicaban… Cómo cuando teníamos claro el proyecto del Señor y nos poníamos a trabajar alegre y confiadamente en él, aparecían no solo los recursos materiales sino también las estructuras, los colaboradores… El trabajo evangélico es el de sostener estructuras (canastos) que se multiplican junto con el pan y los peces… ¡para que no se pierda nada!

Nosotros, que a veces andamos angustiados por lo que falta o por el esfuerzo hecho en repartir lo que nos regalaron! Y resulta que  el Señor nos manda a cuidar que no se pierda nada ¡de lo que sobró!

Que no se pierdan los voluntarios que se desgastaron trabajando,

que no se malogre el primer amor de los proyectos primeros,

que no se nos llene de angustia o de quejas o de suspicacias el corazón mientras estamos gestionando milagros.

La canasta con los panes besados

La gente agradecería al devolverles los panes. Y los discípulos irían recibiendo los pedacitos  con humildad (como aquella Eucaristía en el Hogar en que el Toto, que estaba un poco borrachito, se puso en la fila para comulgar y cuando le di la hostia, la tomó con la mano, la besó y me la devolvió con una sonrisa y yo la consumí.

Cada pedacito devuelto seguro que fue besado.

La canasta con los fragmentos del amor entero

Me gusta la palabra fragmentos porque me hace pensar en los fragmentitos de Eucaristía que cada día purifico en la patena, cuidando de hacer caer en el cáliz cada partícula blanca que reluce sobre el dorado.

El gesto de purificar los vasos sagrados y la patena, siempre huele a la multiplicación de los panes, a mandato del Señor de que no se pierda nada, a milagro de que Él esté entero en cada fragmento!

Los pedacitos de pan de aquella tarde venían con las huellas de las manos de cada familia, amasados por los dedos de los chicos que juegan con la miga. Fragmentos de vida que a nosotros se nos pierden por el camino pero que el Señor recoge, cuidadosamente, en la memoria materna de la Iglesia.

¡Los fragmentos de la historia de la humanidad!

Los fragmentos de la historia de cada vida!

De la mía… Todo lo que pasó, todo lo que sobró y no pude aprovechar, porque ya estaba lleno y no tenía más capacidad. Todo lo bueno y hermoso que me pasó y que disfruté sólo hasta ahí, con la pena de que terminara o de que no se pudiera guardar, todo eso fragmentario, el Señor lo junta en esa canasta que será su mejor regalo al llegar al cielo. No una canasta sólo con cosas nuevas sino también con las antiguas que cada uno vivió: será la canasta con el amor entero.

La canasta de la multiplicación constante

Comieron todos hasta saciarse!

El Señor es sobreabundante! Lo muestra la naturaleza, el universo infinito que nos ha regalado. De otra manera, nuestro espíritu se sentiría inevitablemente desilusionado. Si pudiera mos entrever nomás el límite del cielo o de lo infinitamente pequeño nos sentiríamos encerrados.

La sobreabundancia del universo en todas sus dimensiones es precisamente para que permanezca así, inagotable, y nosotros nos dediquemos a amar gratuitamente y no a querer poseer lo que ya es nuestro.

Ahora bien, las sobreabundancias de Jesús no son “naturales” ni tampoco “caen del cielo”: son sobreabundancias que El toma partiendo de un poquito de lo nuestro: del agua con la que los servidores llenan las tinajas de piedra de Caná, de los pancitos que le presenta el chico del evangelio de hoy. Sobreabundancias de Jesús multiplicadas a partir del don de nuestra pobreza y pequeñez, que el Señor va multiplicando de a poquito, de a uno en uno, pan por pan y pescadito por pescadito.

Jesús multiplica tan en silencio que recién cuando va por la mitad la gente se empieza a dar cuenta de lo que está pasando. En la economía de nuestras obras solidarias es así. Uno no se da cuenta del milagro del día a día sino cuando pasan dos o tres años y al hacer las cuentas y confeccionar la estadística con las buenas noticias se ve que alguien puso un signo de multiplicación constante en cada cosa, a cada momento: cada corazón se multiplicó por dos; a cada media hora de trabajo se le agregó otra; cada idea, cada proyecto, produjo otro mejor; cada equipo se desdobló en dos y luego en tres; cada espacio de la casa creció y se amplió como desde adentro. Y así con todo. Una sobreabundancia construida desde la pequeñez! Doce canastas que salen de una, cuyo fondo explorado por la mano de Jesús, nunca se vacía ni se llena de más.

La canasta llena del bienestar del pan

Ciertos alimentos influyen en el estado de ánimo. Así lo aseguran expertos del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Según ellos, los panes pueden generar sensaciones de bienestar, porque aumentan los niveles cerebrales del neurotransmisor serotonina… “Los panes que generan sensación de bienestar”. ¡El bienestar del pan!

Es reconfortante poder  percibir la coherencia de este universo en todos sus niveles: desde los más materiales a los más espirituales. ¡No tiene por qué estar reñida la química con la teología ni con la poesía! En el “Rosario al pan de centeno”, Bernárdez dice:

“Hermano pan: en el mantel de lino (…)

La misma gota de sudor fecundo

Que te engendraba te enseñó la norma

Para copiar esta encendida forma

Que te asemeja exactamente al mundo”.

Las canasta que guarda el gusto de la Eucaristía

Esta contemplación siempre apunta a recuperar la gracia de gustar la Eucaristía.  La hago por fragmentos para que cada uno coma lo que le gusta.

Se trata de ayudarnos a sentir ganas de comulgar el pan simple y verdadero. Porque la cultura actual nos anestesia el gusto con demasiados productos.

Da pena que algo tan lindo como poder ir a comulgar se les haya convertido a muchos en un rito que “hay que cumplir”. No es así!

Basta rezar un poco y conectarse con nuestra hambre primordial, para que se nos despierta el apetito del Pan de vida.

Basta recordar el niño que fuimos para que se refresque la alegría pura que teníamos en nuestra primera comunión y volvamos a sentir ganas de ir a misa entre semana.

Eso sí, para comulgar con gusto hay que gustar la fila: como un pobre refugiado que hace cola para recibir una hostia pequeñita y frágil en la mano…

La canasta de Ema

Recuerdo que el sábado 29 de julio de 2006 escribí sobre estas seis canastas y dejé las otras seis para que cada uno les imaginara el contenido por su cuenta. Hoy agrego una más porque me acordé que a Ema, que entró en la Casa del Padre el sábado pasado. Le había gustado en aquella contemplación el verso de Bernárdez y lo comentamos tomando un café (el que teníamos acordado para mi visita a Buenos Aires, queda para el cielo).

Así que la séptima canasta es suya. No es simbólica, porque como se ve en la foto, Ema era una voluntaria con canasta en la bicicleta. Mangueaba entre sus amigas cosas para el Hogar.

Pero más importante que este modo de multiplicar pidiendo a otros, es ese otro modo de multiplicar que consiste en ensanchar la canasta del propio corazón. Ella siempre decía medio en broma medio en serio que yo la había engañado porque, cuando vino a charlar un día y yo le pedí que colaborara en el Hogar, quedamos en un día a la semana y luego se lo fui aumentando hasta que  terminó trabajando tres mañanas todas las semanas en Mesa de entradas y después ella misma agregó su trabajo en la Casa de la Bondad. Misteriosamente, el corazón se multiplica y se ensancha, nunca se llena ni se desborda, cuando uno lo da.

                                                                                                         Diego Fares s.j.

«Es propio de Dios no tener límites para su inmensa grandeza y al mismo tiempo ‘dejarse contener enteramente’ dentro de un espacio mínimo» (como el de un rato nuestro de oración) (16 B 2018)

Volvieron los apóstoles a juntarse con Jesús

Y le reportaron (ap angeilan) todas las cosas que habían hecho y enseñado.

El les dice:

‘Vengan ustedes solos aparte a un lugar desierto

y descansen un poquito (anapausasthe)’.

Porque eran tantos los que iban y venían

que no encontraban un momento ni para comer.

Y se fueron en la barca a un lugar desierto entre ellos solos.

Pero muchos los vieron que se iban y los reconocieron.

Entonces, a pie y de todas las aldeas, concurrieron allá

Y llegaron antes que ellos.

Al desembarcar, Jesús vió una gran muchedumbre,

Y se compadeció entrañablemente (splangisestai) de ellos,

Porque andaban como ovejas que no tienen pastor

Y se puso a enseñarles largamente y con calma (Mc 6, 30-34).

 

Contemplación

Este evangelio de Marcos tiene varias «palabras-pan», palabras que son en sí mismas, cada una, un evangelio, una buena noticia, porque comulgando con ellas se saborea el evangelio entero. Las escribo de manera que suenen en un griego familiar, que está en el origen de nuestra lengua castellana:

Juntarse con Jesús (sin-agogein). contarle a Jesús lo que uno a hecho, darle un reporte (ap angelio).

Cuando hablamos de Evangelio (eu-angelio), en el sentido de anunciar a otros la «buena noticia» de Jesús, que nos revela la Misericordia del Padre y las Bienventuranzas, debemos saber que el anuncio incluye el reporte: la palabra que sembramos la debemos reportar a Jesús para que, conversando con Él nos mejore el modo de comunicarla, nos haga mejores evangelizadores.

Hacer una pausa con Jesús (anapausasthe), ir a descansar con Él.

Compadecerse-simpatizar entrañablemente junto con Jesús (splangisestai).

Reconocer a Jesús (epegnosan) que es la gracia del discernimiento que tiene el pueblo fiel.

Ponerse a enseñar a la gente de Jesús (didaskein).

Podemos concentrar todas estas palabras en torno a «evangelio».

Todos sabemos lo que quiere decir Evangelio. No digo «técnicamente», en el sentido del anuncio del kerygma y de los cuatro evangelios canónicos, sino como pueblo fiel, como gente común que cuando se dice «evangelio» entiende que hay algo bueno de Jesús para cada uno en especial y para todos. Sabemos que se trata de una Palabra buena, alegre, que ilumina, que aconseja bien, que se puede anunciar a otros. Una parábola de Jesús es algo que todo el mundo -toda la gente de buena voluntad- recibe bien. Aunque por ahí no acepte las interpretaciones de la Iglesia, la parábola es patrimonio común de la humanidad; más que los monumentos y los paisajes naturales. La parábola del Buen Samaritano es un tesoro de la humanidad!

Pues bien, este «evangelio» tiene dos polos, por decir así: no solo se trata de anunciarlo a la gente -lo cual requiere la gracia de discernir, con la ayuda del Espíritu, para saber decir la palabra justa en el momento justo- sino que también se trata de «reportarle» (ap-angelion) a Jesús todo lo que hicimos y dijimos al llevar el evangelio a los demás. De esto hay que charlar con el Señor.

A este «reporte» se refiere el Papa en Gaudete et exsultate cuando habla de hacer un examen de conciencia. El dice así: «Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»» (GE 169).

Nosotros solemos entender «examen de conciencia» solo en sentido moral individual: qué hice mal, en qué estuve tentado, en qué pequé. Pero se trata de algo mucho más interesante, que no excluye lo moral y las fallas por cierto, pero las mete en una perspectiva de santida misional. Recordemos que el Papa cuando habla de santidad tiene un pasaje muy consolador sobre este punto de «los defectos». Dice:

«Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona» (GE 22).

Como vemos, lo importante es «transmitir fielmente el evangelio», con o sin defectos: con toda nuestra vida. Dios usa también los defectos de los que quieren llevar su Evangelio a los hombres. Esto es consolador. No podría ser de otra manera ya que se trata de anunciar la Misericordia y esta se ve mejor si en la persona misma que la anuncia se ve que ejerce su primera acción!

Por tanto, en el examen de conciencia que propone el Papa, el «reporte» que le hacemos a Jesús de nuestras cosas, no será en primer lugar el reporte de nuestros pecados y defectos sino el reporte de lo que hizo su Palabra en los demás y en nosotros. Le contaremos la alegría que nos dió visitar a tal enfermo, servir a tal pobre, enseñar a rezar a tal niño, haber escuchado y aconsejado bien a un amigo… No solo lo que hicimos sino especialmente las gracias que experimentamos al «anunciar su evangelio» con gestos y palabras. Y ahí sí, le contaremos las tentaciones que sentimos para no predicar el evangelio: los miedos, los desánimos, el espíritu de derrotismo… Contándole al Señor lo que expermentamos practicando el evangelio podremos discernir con la ayuda del Espíritu, cómo hacerlo mejor. Y en vistas de esa misión revisaremos nuestro carisma. Es decir: quiénes somos por gracia.

En ese marco amplio y sanante de la alegría del evangelio, ahí sí, podremos incluir, como un punto más, quiénes somos «por sicología», digamos así. (Martini distingue estas dos conciencias: la conciencia de lo que somos por gracia y la conciencia sicológica). Nuestros defectos y pecados son una dificultad más, junto con todas las externas, que el Señor tiene que purificar, como hizo al lavar los pies de los discípulos. Si lo contemplamos así, veremos que les lava los pies porque les lava «el instrumento para salir a misionar». No les lava las manos ni la cabeza (aunque también les pegaba una buena lavada de cabeza de vez en cuando). Les lava los pies para que puedan salir a caminar de nuevo y se vean «hermosos los pies de los que anuncian la buena noticia», como dice Isaías.

Así, esta palabra «reportar» (apangelio) ligada a «buena noticia» (evangelio), es un punto de conversión para nuestro modo de «pensarnos a nosotros mismos». Nos cuesta hacer examen de conciencia porque tenemos muy metida una mirada autorreferencial: cómo soy, qué hice, qué siento, cómo hago para pasarla bien, de qué me culpo… Yo, yo, yo.

El Señor nos invita a «descansar un rato con Él», no tanto del trabajo sino de nuestro yo invasivo. Nos invita a hacer una pausa y contarle tranquilamente -al igual que Él enseñaba a la gente largamente y sin apuro- lo que el evangelio hizo en los otros y en nosotros al predicarlo y ponerlo en acción. Este es un examen de conciencia evangélico y apostólico.

El contenido objetivo serán las bienaventuranzas -el estilo de Jesús- y las obras de misericordia corporales y espirituales.

El contenido subjetivo serán los sentimientos y pensamientos de alegría o tristeza en torno a estas bienaventuranzas y obras de misericordia. Sentí ánimo o desánimo al ir a servir a los pobres. Sentí fuerza o debilidad para predicar un valor evangélico. Me pacificó el Espíritu o me puso ansioso el mal espíritu al ver que había dificultades…

Este tipo de examen de conciencia es lo que el Papa llama «discernimiento»: «El discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones». Y agrega que «Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor». Instrumento de lucha sobre todo para dos cosas: «reconocer los tiempos de Dios y de su gracia» y «no desperdiciar las inspiraciones del Señor» que siempre son «una invitación a crecer» y a madurar en el amor, que «no hay que dejar pasar».

La última cosa a tener en cuenta al «reportar» estas cosas evangélicas a Jesús es que:

«Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy». En la tumba de san Ignacio de Loyola se encuentra este sabio epitafio: «Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est» (Es divino no asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño)» (GE 169). Que también se puede traducir, referido a Dios mismo: «Es propio de Dios no tener límites para su inmensa grandeza y al mismo tiempo poder ‘dejarse contener enteramente’ dentro de un espacio mínimo«, como el de un rato nuestro de oración.

Para terminar con algo sabroso una narración de Teresita acerca del día de sus votos:

Por fin, llegó el hermoso día de mis bodas. Fue un día sin nubes. Pero la víspera, se levantó en mi alma la mayor tormenta que había conocido en toda mi vida… Nunca hasta entonces me había venido al pensamiento una sola duda acerca de mi vocación. Pero tenía que pasar por esa prueba. Por la noche, al hacer el Viacrucis después de Maitines, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera… La vida del Carmelo me parecía muy hermosa, pero el demonio me insuflaba la convicción de que no estaba hecha para mí, de que engañaba a los superiores empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada…Mis tinieblas eran tan oscuras, que no veía ni entendía más que una cosa: ¡que no tenía vocación…!

¿Cómo describir la angustia de mi alma…? Me parecía (pensamiento absurdo, que demuestra a las claras que esa tentación venía del demonio) que si comunicaba mis temores a la maestra de novicias, ésta no me dejaría pronunciar los votos. Sin embargo, prefería cumplir la voluntad de Dios, volviendo al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía.

Hice, pues, salir del coro a la maestra de novicias, y, llena de confusión, le expuse el estado de mi alma…

Gracias a Dios, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho acababa de poner en fuga al demonio, que quizás pensaba que no me iba a atrever a confesar aquella tentación. En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas.

Sin embargo, para completar mi acto de humildad, quise confiarle también mi extraña tentación a nuestra Madre, que se contentó con echarse a reír.

En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, «que supera todo sentimiento», emití los santos votos…

Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias, sino al soplo de una ligera brisa parecida a la que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías…

¡Cuántas gracias pedí aquel día…! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores… Pedí mucho por mi Madre, por mis hermanas queridas…, por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo… Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección su voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello…

Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad… ¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús… Todo fue pequeño, excepto las gracias y la paz que recibí y excepto la alegría serena que sentí por la noche al ver titilar las estrellas en el firmamento mientras pensaba que pronto el cielo se abriría ante mis ojos extasiados y podría unirme a mi Esposo en una alegría eterna…».

Diego Fares sj

 

La tala y el bastón (15 B 2018)

“Entonces Jesús llamó junto a sí a los Doce,

los envió de dos en dos y les dio autoridad sobre los espíritus impuros.

Les mandó

que nada tomaran para el camino

sino sólo un bastón;

ni pan, ni mochila, ni monedas en la faja;

sino que se calzaran sandalias

y que no vistieran dos túnicas.

Les decía:

‘En cualquier lugar (que vayan) y entren en una casa,

permanezcan en ella hasta que salgan de esa población.

Y si algún lugar no los recibe

y no los escuchan,

al salir de allí,

sacudan el polvo de debajo de sus pies

en testimonio contra ellos’.

Y saliendo

predicaron a la gente que se convirtiera;

y expulsaban a muchos demonios

y ungían con óleo a muchos enfermos,

y los curaban” (Mc 6, 7-13).

Contemplación

El Señor envió de dos en dos a los apóstoles y les encomendó que llevaran solo un bastón. El baston del peregrino, el bastón del que se larga a caminar por el monte y lo usa para todo: como apoyo para subir las cuestas o para poder vadear un arroyo; como arma para defenderse de los perros, los lobos y alguna víbora que se cruce por el camino; para bajar alguna fruta medio alta… y al pastor, para ayudarse a contar las ovejas. La gente en aquella época no salía al camino sin el bastón en la mano igual que nosotros no salimos sin el celular.

Hoy el bastón es algo más bien simbólico -pienso en el bastón de mando presidencial-, aunque también conserva su practicidad, por ejemplo en la batuta con la que un director dirige la orquesta ya que le da mayor visibilidad y precisión a los movimientos de su mano. Los ingleses usan la palabra «staff» para designar tanto al personal (que no son empleados sueltos sino un equipo de trabajo cercano al director) como al bastón de mando o batuta en cuanto instrumento (material o simbólico) para dirigir a un «staff».

En la antigüedad la vara también servía para medir (tantas «varas») y hasta dicen que  ayudaba a la circulación de la sangre de la manos. Servía para todo lo que se necesitaba para   salir al mundo exterior: ere apoyo, defensa, autoridad, metro, indicación conjunta.

Desde la antigüedad todos notan que en Mateo el Señor dice que no lleven nada de nada, que en Marcos dice «solo un bastón» y en Lucas que «no lleven dos túnicas». San Agustín dice que hay que saber leer con sentido y para sacar provecho.

Yo hago la lectura de Marcos hoy, pensando en que el Papa dice nos dice que tenemos que ser Iglesia en salida, Pueblo de Dios peregrino hacia los demás pueblos. Entonces el bastón lo veo como exhortación a salir llevando sólo lo que ayude a caminar e ir adelante, sin preocuparnos de las cosas que pueden entorpecer el camino, como una mochila pesada o el pan y el dinero y la manta, que son más para sentarse a comer y acostarse a dormir.

El bastón es imagen práctica que concentra en una sola cosa todo lo que se necesita para llevar el Evangelio a las fronteras existenciales y a las encrucijadas del mundo actual. Encrucijadas hay a cada paso y son cada vez más sutiles: que si recibir solo a los refugiados o también a los emigrantes económicos; que si ampliar las causales de despenalización del aborto basta o hay que legalizarlo casi irrestrictamente; que si el Papa debe resolver todos los dilemas teóricos y prácticos que se plantean hoy, con definiciones dogmáticas y leyes de derecho canónico, o está bien que exhorte a discernir pastoralmente e ir adelante abriendo el corazón y la mente al Espíritu y acompañando al pueblo fiel de Dios en su caminar.

Fronteras también las hay y de todo tipo. Al mismo tiempo que los países levantan muros (hay más de 65 muros creo, en todos los continentes, menos en Sud América -aunque nosotros tenemos los minimuros de los countries-) surgen nuevas fronteras que nos abren a territorios desconocidos: el mundo de la bioética, los mundos virtuales, las nuevas culturas de los jóvenes.

Qué sería el bastón actual que Jesús recomienda en Marcos como lo único que debemos llevar al salir a estos mundos? Recordemos las cosas para las que servía: apoyarse, sortear obstáculos, defenderse de los enemigos, medir distancias, organizar el rebaño (o la orquesta o el staff), tener autoridad.

Pensando estas funciones la palabra que me viene al corazón es «discernimiento». El discernimiento en el que el Papa nos anima a crecer.

El discernimiento como apoyo, como defensa, como ayuda para sortear obstáculos y defendernos del mal espíritu, el discernimiento como vara para medir lo justo, para hacer que nuestra caridad sea discreta y nuestras teorías se concreten en obras de misericordia. El discernimiento como criterio de autoridad real: tiene autoridad y manda el que mejor discierne. No sólo el que más sabe en los libros sino el que mejor discierne el paso concreto a dar y el que señala con más claridad el horizonte.

Quién es digno de llevar el báculo hoy en día? El que tiene no solo la gracia sino también el coraje de discernir. Porque el bastón hay que saber jugarse para usarlo, hay que arriesgar e involucrarse: el bastón da cierta distancia, pero si te atacan perros furiosos, hay que saber usarlo con destreza y decisión.

Si unimos esta dos palabras: el bastón  – la materialidad sólida del leño- y el discernimiento -lo propiamente espiritual que es el juicio que abre el camino a la salvación – entramos de lleno a caminar en el mundo real de las personas con rostro y familia y de los pueblos que anelan vivir en paz y justicia.

El bastón del discernimiento y el discernimiento como bastón.

El bastón del discernimiento para desterrar eso impreciso que queda en el aire cuando dicen que el Papa «pega» o «bastonea» (los curas en italia dicen que bastonea; los periodistas en argentina dicen que «pega» (el Papa le pegó a fulano…). No le pegó a nadie, discirnió una situación. Bastonear es medir una situación, espantar al enemigo y tirar una mano para ayudar a salir del pantano al que se está hundiendo en su miseria. Bastonear es alzar en alto la bandera de la Cruz para que en la multitud uno pueda ver adonde va el guía y caminar «sinodalmente». Bastonear es  marcar con precisión cuando tiene que entrar a tocar cada instrumento para estar en armonía con la orquesta.

El discernimiento como bastón, como único bastón, para que se note que la autoridad no es algo simbólico sino que toca la vida concreta e incide en la realidad:

Discernir es brindar apoyo firme, no en general sino en el momento justo, en el que se lo necesita para no caer y para salir de un pozo.

Discernir es saber pegarle un buen palo el león -atado pero rugiente- para que se calle y se meta en su cucha. El discernimiento es dar la estocada precisa a la cabeza de la serpiente, a distancia para que no muerda.

Discernir es dar la señal concreta que dice «por aquí se va», alzándose en alto, como el asta de una bandera.

Discernir es indicar que  «ahora sí», marcando el momento y el ritmo, como un director que lleva la batuta en el concierto.

El que es santo pueblo fiel de Dios -porque uno no es solo uno mismo sino que es pueblo fiel de Dios con los demás, cuando camina y trabaja con los otros- sabe reconocer, no con frases sino siguiendo en la práctica sus discernimientos ,al que tiene el Bastón y lo usa bien. Con autoridad, para «hacer crecer» (augere) y no para pavonearse ni para hacer sentir su poder. Y sabe distinguier perfectamente a los que usan el bastón sin discernimiento, por que les gusta tener la manija y el sartén por el mango en provecho propio, o usar el cetro como elemento decorativo de su vanidad.

Y cuales son estos «discernimientos» que el Papa nos hace:

En primerísimo lugar, creo yo, ha alzado en alto el estandarte de la Misericordia incondicionada del Padre que ni se ha cansado ni se cansará de perdonar. El estandarte que tiene en lo más alto esa bandera, como horizonte único hacia el que caminamos todos, es un bastón en forma de Cruz. Así como al Señor poner en alto el Paradigma de todos los paradigmas, la Misericordia del Padre, le costó la Cruz, así también al que lo siga y quiera practicar las obras de misericordia para ser bendecido con la bienaventuranza de ser misericordiado, le costará abrazar, cargar y ayudarse con el bastón de la Cruz. No hay otro báculo que la sustituya.

A la hora de defendernos del Maligno -león, lobo, serpiente, perro rabioso, buitre y lo que sea- el bastón que lo espanta es el discernimiento. Porque descubre sus engaños, porque hace ver que es un derrotado -un dragon muerto pero cuya cola sigue arrastrando gente-; un léon atado que mete miedo pero sólo hace daño si te acercás; una serpiente a la que la Virgen con la rapidez y la fuerza de su pie le ha aplastado la cabeza. Cuando sus mentiras son puestas a la luz, el Maligno pierde poder.

Y a la hora de formar familia, comunidad apostólica, pueblo de Dios, el bastón es el de un tipo de autoridad eclesial que más que mandar con muchos preceptos atrae dando el ejemplo con alegría y armoniza el trabajo de todos asignando a cada uno su misión.

Para terminar con algo sabroso y que aproveche para discernir la situación de nuestra Patria una fábula Campera del Padre Castellani. Se llama «La tala». Dice así:

«Tres días duró en la isleta el estruendo de las hachas, y crujieron al tumbarse los viejos troncos, y volaron todos los pájaros menos las tijeretas, que no se van de sus nidos aunque las maten, y se quedaron por allí chillando, sobre las ramas mustias.

Aquello era una desolación. El Guayacán duro, el Algarrobo dulce, el Quebracho tenaz, el Cedro valioso, el Jacarandá florido, y el Ñandubay añudado, los forzudos del monte habían caído. Sólo quedaban en pie el Ombú inútil y el Abrojo dañino.

-¡Lo que yo siempre he dicho, mi compadre! -gritó el Abrojo-. En esta vida los únicos que sobreviven son dos clases: los que no sirven ni para leña como usté, y los que muerden a todos, como yo-.

 Pero sucedió que con los árboles martirizados se hicieron muebles finos, vigas inmortales,  durmientes eternos, crucecitas con los retoños más tiernos y un báculo de pastor: y después los obrajeros pegaron fuego a la isleta talada y del Ombú y del Abrojo no quedaron ni las cenizas».

 

Diego Fares sj

El único paradigma profético capaz de hablar hoy al corazón: el de la misericordia (14 B 2018)

 

Jesús salió de allí y vino a su pueblo y sus discípulos lo acompañaban. Cuando llegó el Sábado comenzó a enseñar en la sinagoga y la mayoría de los que lo escuchaban estaban shockeados y decían: -¿De dónde saca este estas cosas? y ¿Qué es la sabiduría esta que le ha sido dada? ¿Y estos milagros que se realizan por medio de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, y el hermano de Jacob y de José y de Judas y de Simón? Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él.

Jesús les dijo: – No hay profeta desprestigiado si no es en su patria y entre sus parientes y en su casa. Y no podía obrar milagro alguno salvo que a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos, los curó. El se admiraba de su incredulidad. Y recorría las aldeas en torno enseñando (Marcos 6, 1-6).

 

Contemplación

 

El maestro de alma, que se pone a enseñar

Vemos a Jesús que «se puso a enseñar» en la Sinagoga. Marcos no nos dice qué enseñaba, pero si escuchamos lo que decía la gente, vemos que se admiraba de su sabiduríay de sus milagros. La sabiduría era la de sus parábolas, un nuevo modo de comunicar que tocaba el corazón de la gente. También se admiraban de su discernimiento, de sus explicaciones sobre la Ley, que ponían el acento en lo esencial y no se enredaban en las discusiones abstractas sobre mil y un preceptos que tanto les gustaban a los escribas y fariseos.

Jesús enseñaba (y enseña) a «contemplar las cosas de Dios» con sus parábolas; enseña a rezar, alabando, adorando y pidiendo al Padre; y enseña a cumplir la ley de corazón, centrando a la gente en la Misericordia y no en los sacrificios ni en el cumplimiento formal.

La imagen que me gusta es la del maestro o la maestra que entra en clase y «se pone a enseñar». Esa vocación de maestro, el que la tiene la conoce. Es una pasión. Se es maestro o maestra de alma o no se es.

Todos en nuestra vida tenemos experiencia y recuerdos marcados de los que fueron «maestros y maestras de alma». A lo que no lo fueron, no los recordamos, pero a los que sí, no los olvidaremos más: quedaron para siempre en nuestra alma.

Yo recuerdo del Hno. Antonio como «se ponía a enseñarnos» dictado y caligrafía. Hoy que lo medito, lo que me queda es la importancia que le daba a corregir nuestros dictados y nuestros palotes, sabiendo que lo suyo eran «andamios» por los que otros caminarían para construir y pintar la casa. Pues bien, yo me acuerdo de los que pusieron los andamios y enderezaron a mano los renglones que hoy no son ya necesarios. Pero el surco de su dedicación a lo pequeño trazó otros renglones en mi alma y siguen haciendo que me guste más enseñar a rezar a un niño a los que sus papás no le enseñaron que dar una conferencia.

Jesús es uno de esos maestros que «entra y se pone a enseñar». Lo aprovechan las personas que tienen corazón de discípulos, las que tienen pasión por aprender, crecer y mejorar; las que en cada cosa y actividad saben apreciar al que es maestro, al que tanto en cosas grandes como muy simples, ama enseñar lo que aprendió.

 

Los que se sienten ofendidos y esgrimen todo tipo de razones contra Jesús

Marcos dice que los paisanos de Jesús «se asombraban». El asombro del que habla no es de los que abren la mente y el corazón sino el asombro de quien se queda perplejo, shockeado por algo que no se esperaba. Este asombro negativo se ve por los frutos. Los comentarios que a primera vista pueden parecer cosas normales que dice la gente, si uno los analiza, son de una agresividad que se auto-alimenta y crece.

Descalifican todo lo de Jesús -«estas cosas»- dicen- no sabemos «de donde las sacó». No sabemos qué es esta sabiduría y estos milagros que hace con sus manos. Quién se los ha dado. Se introduce aquí lo que dirán después algunos: que Jesús expulsaba demonios por obra de Beelzebul.

Luego pasan a descalificarlo por su oficio: «no es este el carpintero?», como diciendo quién se cree que es.

Y terminan descalificándolo con lo que, paradójicamente, será luego lo más lindo de Jesús para los que lo queremos: «no es este el hijo de María?». Querían decir que era hijo natural. No se habían tragado el casamiento de José, que le había dado su nombre, y lo seguían considerando como un hijo espurio.

Vemos en acto toda la malignidad posible en la boca de la gente, cuyos chismes de vecindario terminan por ser calumnia, difamación, descalificación. Marcos concluye que se escandalizaban a causa de él. Se sintieron ofendidos.

Jesús, que escuchó los comentarios o los leyó en el corazón de sus paisanos, a quienes conocía muy bien desde chico, les responde con la frase sobre el destino de los profetas: «Un profeta no es despreciado sino en su propia tierra, entre sus parientes y en su casa».

Me parece que al hablar así, poniéndose como profeta, el Señor lo que hace es decirle a la gente que no tendrían que escandalizarse tanto. Son de un pueblo y una cultura que tiene tradición profética. Aunque hiciera mucho que Dios no suscitaba profetas en Israel, sabían muy bien que el Señor cuando hacía surgir un profeta lo podía tomar del pueblo sencillo, como hizo con Amós, o elegirlo desde niño como Samuel, o siendo apenas un joven como Jeremías. Les está diciendo que no tienen que hacerse los que no entienden o los que están viendo algo raro. Si la sabiduría es sabiduría y los milagros milagros no pueden hacerse los desinformados u ofenderse porque «no se habían dado cuenta antes». Este argumento auto-referencial es muy común entre los que se cierran a la novedad del Espíritu. No puede ser verdad porque «yo lo hubiera visto antes».

La frase de estos indignados podría bien sonar como: Qué te pasa Jesús!? Quién te creés que sos! Mirá que te conocemos. Conocemos a tus amigos y parientes.

 

Reflexión sobre el verdadero escándalo

Hay una definición del escándalo que puede servir para discernir los escándalos de mucha gente en la actualidad. Dice así: «El escándalo es que usan razones penúltimas para rechazar lo que, con razones últimas (que se conocen bien) deberían aceptar«.

Pasa hoy en nuestra patria con la discusión sobre el aborto: se usan razones penúltimas (muy valederas, pero penúltimas) para rechazar que las razones para defender la vida son y deben ser siempre las últimas.

Últimas en el sentido de que no tienen por qué en otra cosa, sino en la vida misma. Esta indefensión de las razones últimas es como la indefensión de la vida en gestación. Dependen de otro y no se pueden autovaler, pero justamente por eso, para que las cuidemos y defendamos todos los demás.

Lo que sale naturalmente cuando  una mujer dice que está embarazada es que, los que la quieren le dicen, nosotros te vamos a ayudar.

Y esto se dice como no se puede decir ninguna otra frase de ayuda en este mundo.

Se dice con infinito respeto por la decisión última de la mujer y haciendo saber que ese hijo ya es de todos, de la familia y de la humanidad. No es de la sociedad como si fuera algo que la sociedad le pudiera obligar a tenerlo, pero tampoco es suyo solo, aunque ella sea la que decide: lo que haga afectará a todos. Se trata de algo último, que no se puede resolver con razones penúltimas.

La decisión última de hecho (si una persona decide abortar nadie se lo puede impedir) no puede convertirse en razón última del derecho. Si esto lo dice una sola persona, se llama extorsión. Como cuando alguien dice, si no hacés esto me suicido. Si es algo extendido, como el caso del aborto, la amenaza extorsiva la hacen los grupos ideológicos que se apoderan del problema para otros fines. Amenazan: Si no se legisla ya como está la ley, están dejando que mueran las mujeres pobres en la clandestinidad. Aunque los números empujen mucho y pesen, a la hora de legislar no pueden ser razón última de lo que es justo. Como dijo Lospenatto (para justificar su posición que es contraria a esta) «Los derechos no se plebiscitan ni se miden por encuestas, los derechos se reconocen y se garantizan».

Es decir: las razones penúltimas no pueden sobreponerse a las razones últimas a la hora de legislar. Hay que encontrar otras maneras. Porque si no, la ley del aborto se convierte en un aborto de ley, en una ley «no recta».

 

Jesús el profeta que habla al corazón

El Señor no pudo hacer muchos milagros en su pueblo. Su profecía no alcanzó contra las razones de sus paisanos. Igual es cierto que algunos milagros sí pudo hacer. Curó a algunos enfermos, paisanos suyos sencillos que creyeron en él y que se habrán sentido muy contentos de que Jesús, a quien conocían del barrio, fuera este que ahora tenía tan gran poder.

Es que la profecía del Señor va directa al corazón. A las mentes cerradas, solo les pone el límite que dice «esto, así, no va». Pero su palabra sólo es semilla fecunda si cae en la tierra buena del corazón.

En este sentido, mi discurso sobre «las razones últimas» tiene su valor, pero no alcanza. Hace falta hablar al corazón.

Y de corazón, lo que siento es que quizás ha sido un error defender que la vida comienza con la concepción. Sólo ha sido cuestión de tiempo para que nos corran con los números: «en qué semana -nos dicen-, en qué momento de la unión del espermatozoide con el óvulo, así congelamos antes..». No! Hay que anunciar y proclamar al corazón que la vida comienza desde mucho antes. Comienza en los sueños de Dios, comienza en los sueños de formar familia de las mujeres y los hombres, comienza en los sueños de los que legislan creando leyes que protejan estos otros sueños.

Creo que ha sido un error hablar del ADN como razón para definir lo que es una persona. No! Hay que anunciar y proclamar al corazón que la persona es mucho más que un ADN, es alguien tan frágil y tan único que solo su mamá puede hacer con su amor que sea un hijo suyo y que se convierta en alguien. Y si ella no lo quiere o no lo puede hacer no hay ley que valga. Dios mismo quiso que la vida naciera así, dependiendo de un sí de mujer. Aunque pueda ser engendrada por la simple pasión irracional de un varón, una persona no puede seguir adelante sin un sí amoroso de una mujer. Por eso, más allá de esta ley, que se está gestando en un marco ajeno al proceso que desencadenó en la sociedad, hay que escuchar el corazón de las mujeres. De todas.

Yo trato de escuchar así.

Cuando una preadolescente dice «déjennos cog…» y «aborto libre, seguro y gratuito», y «nos quieren hacer creer que un feto sin sistema nervioso central es igual a mi», yo trato de escuchar qué está diciendo esa chica. Trato de comprender el terror que siente alguien a quien la sociedad por un lado le dice que es lo más normal que tenga relaciones sexuales libremente, y por otro lado, le dice que la va a meter en la cárcel si aborta. Una sociedad que cree que cumple su deber diciéndole: «cuidate».

Cuando una mujer dice que no quiere ser una incubadora, trato de escuchar por qué usa esta imagen. No creo que piense que su cuerpo está mal hecho, se me ocurre más bien que lo que dice es que la sociedad machista se ha aprovechado de cómo funciona su cuerpo y con la excusa de su instinto materno la ha cargado toda la responsabilidad de criar o de abortar hijos.

Cuando una mujer dice que quiere decidir sobre su cuerpo y sobre lo que es parte de su cuerpo, trato de escuchar. Porque no creo que esté diciendo que piensa que un embrión es como un riñón. Nadie mejor que una mujer sabe lo que es un hijo. Quizás es que está diciendo que si no lleva las cosas a este extremo, la sociedad seguirá aprovechándose de su «bondad materna» o de su «instinto femenino».

Que muchas mujeres sientan que tienen que llegar a este extremo para expresar sus cosas es algo que nos tiene que hacer reflexionar a todos. Yo sigo tratando de escuchar y mientras tanto, la única propuesta va por el lado de promover el paradigma de la misericordia que propone el Papa. Una misericordia que «no hace muchos cálculos» y da todos los pasos para salvar vidas en el corto plazo y pensar cómo crear estructuras mejores en el mediano y largo plazo. Es un camino a largo plazo. Que abandona la nave de los «valores intocables» y no se sube al transatlántico de los «valores negociables» sino que se lanza al agua solo con el salvavidas amarillo de la misericordia, confiado en que Jesús, el único que camina sobre las aguas, nos extenderá su mano.

Diego Fares sj