Preparar, realizar, agradecer… todo es uno en la comunión con Jesús  (Corpus B 2018)

 

“El primer día de la fiesta de los panes Acimos,

cuando se inmolaba la víctima pascual,

los discípulos dijeron a Jesús:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?

El envió a dos de sus discípulos diciéndoles:

– Vayan a la ciudad;

allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo

y díganle al dueño de la casa donde entre:

‘El Maestro dice:

¿dónde está mi habitación de huéspedes,

en la que voy a comer el cordero pascual

con mis discípulos?.

El les mostrará una gran sala en el piso alto,

arreglada con almohadones y ya dispuesta;

prepárennos allí lo necesario”.

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad,

encontraron todo como Jesús les había dicho

y prepararon la Pascua.

Mientras comían,

Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:

-Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.

Y les dijo:

-Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.

Les aseguro que no beberé más del fruto de la vida hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios” (Mc 14, 12-26).

Contemplación

Siempre me impresiona que el Señor ya tenía «contratada» la sala en el piso alto de la hospedería  («mi» habitación de huéspedes»- dice-) en la que celebraría su última cena de Pascua -la primera Eucaristía-.

Al decir esto, lo primero que me imagino es que ya se había hecho una costumbre entre el Señor y sus discípulos esto de celebrar las pascua juntos. Y no lo invitan a su casa o a la de algún conocido, porque saben que al Señor le gustaba hacerlo en un lugar especial. Por eso le preguntan.

También imagino que se habían ido acostumbrando a su especial manera de partirles el pan. La multiplicación de los panes debía estar presente en la memoria de los discípulos y se activaría cada vez que Jesús realizaba el gesto de compartir su pan con ellos.

La pregunta «donde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual» da la sensación de pregunta habitual. Es de esas preguntas que se hacen las familias: donde nos juntamos para Pascua? Y el Señor ya tenía visto el lugar, el restaurante digamos.

Preparar. Esta es la palabra de hoy. El Señor preparó la Eucaristía.

Los discípulos piensan en prepararla y el Señor acepta su ayuda: «Prepárennos allí todo lo necesario». Pero les hace jugar esa especie de búsqueda del tesoro de seguir al hombre con el cántaro de agua en vez de darles directamente la dirección. Después que digo «búsqueda del tesoro» pienso que no es la expresión adecuada. No me parece que el Señor juegue a las escondidas ni haga perder tiempo a la gente y menos en aquellos momentos dramáticos que estaban viviendo.

Si pienso en una intención -y no es desacertado ya que el Señor tenía todo pensado- la que se me ocurre es que les hace recorrer el mismo camino que siguió él la primera vez, cuando encontró esa hospedería. Imagino uno que entra en la ciudad que no es la suya, se detiene en el pozo de agua, mira a la gente que hay y sigue a uno que va con un cántaro de agua, pensando que seguramente lo conducirá a un albergue. Así habrá hecho Jesús la primera vez y quiere que los suyos hagan el mismo recorrido, para que se vayan preparando interiormente a la Eucaristía que instituirá.

Si hay una cosa que es única en Roma (imagino lo que será caminar por Jesusalén) es esta de caminar por caminos que recorrieron otros. A mí me gusta seguir algunos recorridos que hacía Ignacio: imaginarlo entrando por la puerta de Piazza del Popolo o subiendo por la escalinata de San Sebastianello que es la escalera lateral a la de Piazza Spagna (donde está una antigua fuente romana, reservorio del «agua virgen» -el acueducto que pasa por debajo de nuestra casa y termina en la Fontana di Trevi). Ignacio subía por allí hasta Trinitá dei Monti para ir luego por Vía Sistina hacia Santa María Maggiore, su Basílica más querida (como lo es para el Papa Francisco) donde celebró su primera Misa, en el altarcito con la reliquia del Pesebre.

Esto de «preparar la Eucaristía» es muy propio de Ignacio. Fue ordenado junto con sus primeros compañeros un 24 de junio de 1537 (hace casi 500 años!) y se preparó durante todo un año entero para celebrar su primera misa, ya que deseaba celebrarla en tierra Santa, presumiblemente en Belén.

No pudieron embarcarse aquel año ni el siguiente y entonces se pusieron a las órdenes del Papa e Ignacio se quedó para siempre en Roma, en ese lugarcito tan especial de nuestra Iglesia del Gesù, donde tenía su pieza y el oratorio en el que celebraba la misa cada día (a donde me voy dentro de un rato para hacer esta semana mis ejercicios espirituales anuales).

Detenernos contemplativamente en el detalle de que el Señor los hiciera recorrer el mismo camino de preparación que recorrió primero Él, tiene su importancia a la hora de profundizar nuestra conciencia de lo que sucede en la Eucaristía.

Nosotros, en general, seguimos un camino lineal que parte de atrás y va para adelante. Preparamos una fiesta, luego la realizamos y por fin la recordamos. Ni la preparación ni el recuerdo tienen la misma intensidad de vivir el hecho. Pero la fiesta misma, si bien tiene más intensidad que la preparación y el recuerdo, «se pasa rápido». Por eso, para vivir bien una fiesta, necesitamos de todos los momentos: el gozo y la ansiedad de la preparación, la fiesta misma y luego juntarnos a recordar lo vivido, alegrándonos de nuevo al tomar conciencia de lo linda que estuvo.

En el Señor, estos tres momentos, tienen igual densidad vital y realismo. La Eucaristía no es un «recuerdo» simbólico de la entrega que hizo «realmente» en la Pasión. Fue tan real la entrega de su Cuerpo y Sangre en la última cena como fue real la entrega que hizo luego en la Cruz.

Pensar que se entregó realmente «antes» de la Pasión nos ayuda a recibirlo realmente «después».

Y detenernos en su modo de «preparar la preparación» es el detalle que nos ayuda a romper con nuestro modo de pensar las cosas linealmente y entrar en el modo de vivir las cosas de Jesús.

Es un modo en el que todo lo que se hace en Él y con Él tiene el mismo valor. La comunión con Él es tan real cuando me preparo para ir a misa, cuando comulgo y cuando salgo a mi vida cotidiana -esa misa prolongada, como la llamaba Hurtado-.

Desear recibir la comunión es tan comunión como recibirla en la boca y como agradecerla después.

Preparar la misa es tan misa como participar en ella y como prolongarla luego durante «las comuniones» del día -con las penas y alegrías de mis hermanos-.

Rezar por alguien «en Nombre de Jesús» es tan real como darle un vaso de agua «en Nombre de Jesús».

Al misterio de esta densidad de vida que tiene todo «en Jesús» entramos por el pequeño detalle de que se le haya ocurrido hacerlos recorrer el mismo camino que él recorrió para encontrar el lugar donde preprarar la Eucaristía. Recordar agradecidos el camino que otro recorrió, preparando el nuestro con amor, nos ayuda a caminar nuestro propio camino para adelante con mayor esperanza.

Preparar, realizar, agradecer… todo es uno en la comunión con Jesús.

Diego Fares sj

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