“Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea,
al monte que Jesús les había indicado.
Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así:
‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado.
Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días
hasta la consumación de los siglos’” (Mt 28, 16-20).
Contemplación
- La contemplación de la Trinidad la comencé por el lado de la alabanza y de la bendición. Mi manera práctica de dirigirme a la Santísima Trinidad es glorificarla y pedirle bendición.
…………..
Es en la Iglesia donde resuena el ¡Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu santo!, que aprendimos de «aquel momento en que se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Lc 10 21).
Ese momento, del que habla Lucas, fue el del regreso de los 72 discípulos misioneros. El Señor los había enviado de dos en dos a anunciar el evangelio, la buena noticia: «el Reino de Dios está cerca de ustedes». Ellos «regresaron alegres» y al verlos retornar contentos de la misión, el Señor se llenó de gozo en el Espíritu Santo y bendijo al Padre, Señor del Cielo que comenzaba a reinar también en esta Tierra.
Nosotros, en la fiesta de la Santísima Trinidad, le pedimos al Espíritu con intenso deseo (y si no sentimos intenso deseo le pedimos también que nos de deseo de desear más, con más fuerza y alegría), que nos llene de gozo para Alegrarnos y exultar como Jesús y poder bendecir con Él al Padre que se revela a los pequeños.
Agradecemos a la Iglesia, nuestra Madre y nuestro Pueblo, porque es en Ella -en su espacio comunitario en torno a la Eucaristía y a todas las celebraciones-, donde podemos entonar juntos esta alabanza a nuestro Dios verdadero.
2. Luego me inquietó pensar en un mundo sin Alabanza ni bendición y eso me llevó a pedir al Espíritu que tocara y abriera mi corazón.
…………..
Imaginemos, dice un autor, un mundo de fábricas, clubs, shoppings, reuniones políticas, universidades utilitarias, artes y recreaciones utilitarias, en el que no pudiéramos oír ni una sola voz aclamando: «Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo«; ninguna voz bendiciéndonos: «En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo«. Un mundo que transcurre al sol y sus relaciones se dan en el plano del utilitarismo, del industrialismo, de la tecnología…,un mundo en el que todo es biología, sicología y sociología, sin puerta alguna ni ventana al Reino de Dios. Un mundo sin Espíritu Santo que es Quien nos hace entrar en contacto con la Trinidad
Al Espíritu Santo se le llama «Dedo de la Diestra del Padre». Al pensar en su forma de relacionarse con nosotros podemos pensar en ese leve contacto espiritual que hoy ejercitamos para encender nuestros celulares y tabletas y que a veces contrasta tanto con el modo brusco de relacionarnos con otros seres humanos.
Cuando Jeremías profetizaba que Dios escribiría su ley en nuestros corazones (Jr. 31, 33) me gusta imaginar al Señor escribiendo suavemente en el teclado digital de nuestro corazón, que se enciende y se ilumina con sus palabras. Así también en la lucha, cuando el Señor dice que expulsa los demonios «con el dedo de Dios», me gusta pensar que los mueve con un dedo, los expulsa como quien pasa página y mira más allá. Si con un dedo le basta al Señor para hacer callar al Acusador, para comunicar su Espíritu Santo lo hace imponiendo sus manos con todo su corazón.
La imagen trinitaria del «dedo de la mano derecha (Jesús) del Padre» es una imagen táctil que puede ayudarnos en una relación con la Trinidad en la que la imágenes de tres personas iguales y distintas -como los tres ángeles de Rublev- y las expresiones numéricas del «Uno y Trino»- se nos mezclan con tantas imágenes y números que tenemos en la cabeza.
En el leve toque del Dedo de la Mano del Padre podemos sentir la potencia operativa del Espíritu que nos pone en contacto con la Carne del Señor y le permite al Padre abrazarnos como cuando corrió a abrazar a su hijo pródigo que volvía y se le echó al cuello y lo besó y lo hizo entrar en la casa.
Basta un toque suave -como a una tecla- del Espíritu para desencadenar esta fuerza arrolladora del Padre que se sale de sí para darnos todo, como a hijos muy queridos.
Basta un toque del Espíritu para que nos demos cuenta solos, sin necesidad de que nadie nos explique, de toda la Verdad Personal de Quién es Jesús para nosotros: el Señor de la vida de cada uno, el único capaz de hacer de todos los pueblos un solo pueblo de Dios que camina hacia la salvación.
Basta un toque del Espíritu para hacernos discernir -con clara lucidez y determinación- lo que tenemos que hacer en este momento preciso para agradar a Dios y hacerle contra -por no darle el gusto- al mal espíritu.
3. Por fin, encontré la imagen de la Mano de Jesús crucificado y sentí que allí hay una imagen de la Trinidad que no confunde y que quita el miedo
………..
Está todo allí: en la imagen de la Mano de Jesús crucificado; en la punta del Dedo de esa Mano totalmente abierta, entregada, de un Jesús que se ha abandonado en las Manos de su Padre y nos invita a dejarnos tocar por su Gracia que mana de la Cruz y nos comunica la Fortaleza del Espíritu que nos hace adorar diciendo «Abba» -Padrenuestro-, y confesar que «Jesús es nuestro Señor», a quien seguimos sirviendo a nuestros hermanos.
Dice Francisco:
«Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida (GE 175).
El Espíritu viene en Persona a nuestra vida. Y nos hace entrar en la esfera de acción y de presencia de la Persona del Padre y de la Persona de Jesús.
Una vez que le perdemos el miedo, como uno le pierde el miedo a un buen médico o a un buen maestro, el Espíritu supera cualquier tipo de distancia que tengamos con el Padre, sea la distancia de la avidez que nos hizo alejarnos de la Casa paterna con nuestra parte de la herencia, sea la distancia de la culpa que no nos deja regresar a pedir perdón.
El Espíritu facilita y vuelve agradable el hecho de vivir y caminar en la presencia del Padre y convierte en algo deseable que el Padre (que ve en lo secreto) examine nuestro corazón para ver si va por el camino correcto.
El Espíritu hace que conozcamos la voluntad del Padre, lo que le agrada, la misericordia perfecta y hace que nos confiemos a sus manos que nos podan como las manos del Viñador y nos moldean como las manos del Alfarero (cfr. GE 51).
El Espíritu hace que confesemos que Jesús es nuestro Señor, nuestro guía y conductor, nuestro consejero y jefe en la vida cotidiana. Un Jefe cuyos mandamientos no son «órdenes militares ni funcionales» sino más bien exhortaciones apostólicas, que nos instan a desinstalarnos de la comodidad y nos permiten distinguir rostros que nos alientan y nos solicitan.
Como dice el Papa: «Jesús abre una brecha en medio de la selva de mandamientos y preceptos de la vida actual: una brecha que permite distinguir dos rostros: el del Padre y el del hermano. Jesús no nos da dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor uno solo: el de Dios que se refleja en muchos hermanos» (GE 61).
El Espíritu Santo nos da «la libertad de Jesucristo y nos llama a examinar
lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas―
y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»—
para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21). (GE 168)
En la fiesta de la Santísima Trinidad pedimos la gracia de perder el miedo a dejanos tocar por el Dedo de la Mano del Padre.