Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a todas las creaturas. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
Ellos partiendo de allí predicaron por todas partes, colaborando el Señor y confirmando la Palabra con los signos que la acompañaban (Mc 16, 15-20).
Contemplación
La contemplación de hoy tratará de llevarnos por un camino poco transitado hasta ahora. El punto de partida son dos imágenes y una frase que no son frecuentes: una la de Jesús «colaborando» con los que salen a evangelizar; la otra, la del Padre que está rodilla en tierra, podando las vides.
Lo que nos empuja a fijar los ojos en estas dos imágenes -la del Padre y la de Jesús «en la tierra» es la orden de los ángeles de la Ascensión: «Hombres de Galilea, por qué están ahí parados y miran al Cielo».
Esta advertencia de los ángeles de la Ascensión creo que no la hemos entendido bien. Al menos yo, porque al repetirla interiormente mientras leo la frase siento que ese «qué hacen ahí» tiene sabor a reproche.
Claramente no es el «alégrate» de la Anunciación a María.
Tiene un tono similar al de los reproches en el Sepulcro vacío cuando los ángeles les dice a las mujeres: «Ustedes buscan a Jesús, el Nazareno, el Crucificado. No está aquí. Ha resucitado».
Pero en esa ocasión la reconvención a no quedarse con los ojos fijados en la tumba, iba acompañada con un envío y una promesa: «vayan a anunciar a sus discípulos que lo verán en Galilea».
Ahora, en la Ascensión, el sacudón para que no se queden ahí parados mirando al cielo tiene también una promesa -Jesús volverá-, pero es una promesa a larguísimo plazo (dicen los científicos que nuestro sol, que cumple ya sus 4.500 millones de años, tiene todavía 1.000 millones de años antes de que sus rayos se nos vuelvan tóxicos).
Jesús volverá por el mismo lado por donde lo vieron subir. Pero no será pronto, parece.
San Ignacio, cuando se escapó de los guardias para regresar al monte de la Ascensión, fue porque quería asegurarse de recordar bien hacia qué dirección apuntaban los pies del Señor cuando ascendió. Quería fijar en la memoria «hacia donde tenía que mirar» cada vez que se sentara a rezar, como haría después en el balconcito del Gesù desde el que miraba al cielo, a cabeza descubierta y derramando lágrimas mansas de consuelo.
Traigo aquí esta imagen porque describe la fuerza con que la Subida del Señor se imprimió en la memoria de los creyentes. Y digo que lo que nos ha quedado es algo así como que «no hay que quedarse mirando al cielo», pero no porque sea algo bueno sino algo a lo que hay que resignarse: Jesús se fue!.
«Está bien mirar al cielo, pero conscientes de que el Señor no vendrá por ahora».
Y así, hemos impostado un cristianismo que mira al cielo de reojo.
Nuestras liturgias fueron adquiriendo con los siglos un tono de «cielo anticipado». Una liturgia celestial que, con la ayuda de grandes artistas, se fue convirtiendo en «un rato de cielo». Lo cual está bien si no se exagera. La dimensión de Cielo, de Gloria y de transfiguración, de descanso y Eucaristía fraterna, es importante en la vida cristiana. Por eso tiene su rol central en cada Domingo y en los tiempos de Fiesta, principalmente la Pascua, en la Navidad y en los sacramentos que acompañan la vida. Pero toda esta dimensión de Cielo cae bajo la advertencia de los ángeles de la Ascensión: «Por qué están ahí parados y miran al cielo?».
Tengamos muy en cuenta que la frase siguiente, acerca de que el mismo Jesús volverá, no cierra para nada «la vida terrena de Jesús». Todo lo contrario! Es verdad que el Señor «en cuerpo y alma», volverá cuando el Padre considere que se ha cumplido el tiempo regalado a la humanidad. Pero esta «Ascensión» del Señor, que dilata el tiempo convirtiendo nuestra historia en Historia de la Salvación, no es el único punto donde hay que fijar la mirada. Antes de la promesa de los Ángeles sobre la venida definitiva del Señor, está la promesa del mismo Jesús sobre la venida del Espíritu Santo. Y esta se realizó pocos días después! Es decir: «bajó Alguien del Cielo», que no era Jesús, pero sí el Espíritu! Lo cual quiere decir que bajaron ahora no solo Jesús, sino Jesús y el Padre!
El Señor lo dice en los discursos de la última Cena, cuando explica que Él ha salido del Padre y vuelve al Padre y que nos conviene que se vaya porque así nos enviará al Espíritu Consolador. Y ahí agrega algo muy significativo: dice que no intercederá Él para que el Padre nos conceda lo que le pedimos sino que «el mismo Padre nos ama porque lo hemos amado a Él y hemos creído en Él» (Jn 16, 27).
Esta nueva relación directa con el Padre y con Jesús es la Obra del Espíritu Santo.
Y de lo que se trata en esta relación es de algo tan concreto como «pedir algo». Es decir: no habla aquí de una relación «mirando al cielo» sino de una relación «mirando a la tierra». Eso es el Padrenuestro:
Padre nuestro que estás en el Cielo… baja a la tierra:
que sea santificado tu Nombre,
que venga tu Reino,
que se haga tu voluntad… así en la tierra como en el cielo.
Y entonces? Yo no digo que habría que suprimir los techos pintados de las Iglesias romanas, que hacen que la gente se quede parada mirando a ese cielo abierto pintado con luz blanca en el que se ve al Padre celestial en su trono y a Jesús sentado a su diestra, y a todos los ángeles y santos mirando para arriba, como en el glorioso techo de nuestra Iglesia madre del Gesù. Lo que digo es que sería una experiencia muy evangélica hacer oír una música que dijera: «Qué hacen ahí parados, hombres de todas las naciones, mirando al cielo…».
También podría ser que se pintara el suelo, con caminos abiertos, como en la Basílica de nuestra Señora Aparecida, en Brasil, en la que los mosaicos de los pisos dan la sensación de caminar sobre las aguas que brotan de la fuente del altar central y van hacia las doce puertas de salida.
Al salir a anunciar nos encontraremos al Padre viñador y al Jesús colaborador. No son imagenes para contemplar parados sino en camino: contempl-acciones, como titulamos ahora este sitio.
El no quedarse mirando al cielo es llamamiento a mirar la tierra. Con el Cielo asegurado, porque está en las manos llagadas del Señor, podemos hacer la «Contemplación para crecer en el amor», el tercer punto en el que Ignacio dice: «Considerar cómo Dios trabaja y co-labora por mí en todas cosas creadas sobre la faz de la tierra. Es decir: está presente como uno que trabaja (habet se ad modum laborantis). Trabaja en los cielos, en los elementos, en las plantas, en los frutos, en el ganados, etc., dando ser, conservando, vegetando y sintiendo. Y reflexionar luego sobre mí mismo».
Y también podemos contemplar la imagen del Llamamiento de Jesús como Rey eternal, que llama a todos diciendo: «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo (en el día y vigilar en la noche, etcétera), porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria».
Estas dos imágenes -la del Padre con las manos metidas en toda la creación y la de Jesús trabajando de día y velando de noche- son imagenes que no es necesario «pintar» porque cada uno las ve en vivo y en directo cada vez que sale al trabajo o hace las cosas de la casa. Ver el rostro del Padre y de Jesús en cada trabajador, ver las manos del Padre – una masculina y otra femenina como en el cuadro de Rembrandt- colaborando con las manos de todos los padres y de todas las mamás, no necesita artistas del renacimiento o del barroco sino artesanos. Al Padre Trabajador y a Jesús Colaborador no se los ve sino colaborando. El que tenga ojos para ver, que vea!
Diego Fares sj