En Jesús podemos ser amigos de todos los hombres (Pascua 6 B 2018)

 

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Estatua de Matteo Ricci y Xu Guangqi (laico chino convertido).

Durante la Cena, Jesús dijo a sus discípulos:  «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que la alegría que yo tengo esté en ustedes y el gozo que ustedes tienen se plenifique. Este es mi mandamiento: Ámense mutuamente, como yo los he amado. Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hicieren lo que yo les mando. Ya no les digo siervos, porque el siervo ignora qué es lo que hace su señor; yo los he llamado amigos, porque todas las cosas que oí junto a mi Padre se las he dado a conocer. No me eligieron ustedes a mí, sino que Yo los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y lleven fruto, y ese fruto permanezca, para que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre se los dé. Esto les mando, que se amen los unos a los otros» (Jn 15, 9-17).

Contemplación

«Yo los he llamado amigos» dice Jesús en la última Cena.

Nos quedamos con esa frase y le dedicamos este rato de contemplación a dejar que se asiente en nuestra  alma este nombre de amigos con que nos llama el Señor.

Sabemos que esto de «dar un nombre» a alguien, es para Jesús algo especial. El hecho de que remarque que «nos ha llamado amigos» y que lo fundamente -«les he dado a conocer todas las cosas que oí junto al Padre»- es una invitación a apreciar este gesto suyo como algo decisivo para nuestra vida.

Estas contemplaciones hace un tiempo ya que una amiga -Shu Qin Xiao-, religiosa de la Compañía de María, las traduce en chino. Como los chinos aunque no lo parezca, tienen menos paciencia que los argentinos (al menos para leer estas contemplaciones en sus celulares), la primera sugerencia que me hicieron, luego de una encuesta que mandamos, fue acortarlas bastante. Sus educadas respuestas fueron mayoritariamente: «Muy lindo. Pero mejor más cortito y más ejemplos de la vida cotidiana». Así que comencé a hacer una síntesis de media paginita. Pero después, como para que se publicara en una página abierta del whatsapp chino tenía que estar antes, terminé por escribirla durante la semana, de modo que en general salen contemplaciones muy distintas.

Hoy comienzo con la china, ya que para escribirles a ellos me inspiró el libro Sobre la amistad del padre Ricci. Aunque en vez de sintetizar más la otra, aquí me extiendo, dejándome llevar por el gusto de hacer «coloquio», como un amigo hace con sus amigos.

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El misionero jesuita Mateo Ricci, cuando se estableció en Nanchang en el año 1595, se hizo amigo de dos funcionarios que tenían título de «rey», aunque no tenían reino (como nos pasa a los curas que estamos en Roma y no tenemos parroquia). A uno de ellos, el rey de Jian’an, que se llamaba Zhu Duojie, Ricci le regaló dos libros: uno era un mapamundi con muchas descripciones en chino hechas por él mismo. El otro libro fue su tratado Sobre la amistad. Consta de 100 sentencias y está escrito como respuesta a una inquietud que tenía el rey acerca de «qué sentíamos de la amistad en occidente». El libro se hizo muy famoso, tanto que  Ricci o Xitai («Maestro del gran Occidente», como le dieron en llamar sus amigos chinos) afirmaba que con ese libro habían logrado más que con todos los otros trabajos apostólicos juntos. Es que a los hombres nos interesan muchas cosas -como los mapamundi-, pero la amistad nos interesa más.

En la meditación para mis amigos chinos me centré en un punto: que en Jesús podemos ser amigos de todos los hombres.

Tomé pie en la importancia que tiene para la sabiduría popular china la «amistad social» (de la que siempre nos habla el Papa Francisco y creo yo que es una gracia contra la cual el Maligno, enemigo de la naturaleza humana que es amigable, lucha con ensañamiento sembrando odio, mentira y guerra).

En china se considera la amista como la quinta relación social. Lo expresan así: «Entre soberano y súbdito no puede faltar la justicia, entre padre e hijo, no puede faltar el afecto, entre marido y mujer, no puede faltar la diferencia; entre hermano mayor y hermanos menores, no puede faltar la jerarquía: cómo podrá faltar la amistad?»

También tomé un proverbio chino que habla de los amigos lejanos: «Los amigos estarán cerca como simples vecinos aunque se encuentren en los confines más remotos«. Me encanta este modo de decirlo. Nosotros lo expresamos temporalmente, diciendo que «es como si nos hubiéramos visto ayer«. Ellos lo expresan diciendo que es como encontrarse con el vecino de al lado.

La verdad es que da gusto cómo cada pueblo -y cada grupo o par de amigos- nos complacemos en encontrar imágenes antiguas y nuevas para expresar algo inefable de mil maneras distintas y que todos entendemos.

El punto es, por supuesto, la evangelización. Se trata de meditar y contemplar cómo Jesús, que multiplica y mejora todas las cosas humanas -los cinco panes y los peces y el agua convertida en vino en Caná-, multiplica y mejora la amistad humana, que ya en sí misma es de lo mejor que tenemos los hombres.          Pongo especial atención en lo de que la multiplica, porque por ahí es un lugar común decir que los amigos son pocos y que es dificil encontrar un amigo o una amiga de confianza.

La reflexión que hice teniendo en cuenta todas estas cosas, es que no existe «la amistad», así en general, como si fuera un valor absoluto en lo alto del reino de las ideas al que todos tendríamos que mirar. No existe «la amistad» en abstracto. Existen los amigos. Y cada relación entre amigos es única y aporta algo especial a la amistad de los demás.

Si esto es así, entonces cuando Aristóteles dice que a uno no le da la vida para tener muchos amigos, está haciendo una reflexión cuantitativa que le viene de la razón, es cierto, pero de una razón limitada a su experiencia cultural particular. Es razonable porque es veredad que los amigos – especialmente los «amigos incómodos», que vienen a cualquier hora y se quedan hasta tarde-, a veces demandan mucho tiempo. Pero Aristóteles no contaba con un Amigo como Jesús, que si es capaz de multiplicar peces y panes, con mayor razón es capaz de multiplicar amigos (y hacer que se multiplique el tiempo que uno le dedica a los amigos.

En el Reino, el tiempo para los amigos, en vez de perderse se duplica y quintuplica. Lo vemos en el Papa, por ejemplo, que la gente dice «no sé de dónde saca tiempo para escribir personalmente sus saludos y para llamar a tantos». Es que eso de que «lo saca» contiene una gran verdad, porque no lo saca de su cítizen, sino del reloj pulsera que usaría Jesús, para quien, como afirma Pedro, que estaba atento al modo de vivir el tiempo que tenía el Señor: «un día es como mil años y mil años como un día» (2 Pe 3, 8).

Otra frase común es que la amistad es una «rara avis» -un «cisne negro» decía Kant-. Pero esta reflexión, al igual que todas las que hacemos sobre la amistad, tiene un «sí, es verdad» y un «pero también». Es verdad que la amistad es especial. Pero si es verdad que no existe la amistad sino los amigos, la imagen del «cisne negro» nos habla de cómo era Kant, que era un tipo bastante particular, y por tanto, sus amigos deberían ser también «particulares». Pero también hay otra gente que por ahí es muy simple y tiene muchos «mejores amigos», como mi amigo Iñaki, por ejemplo, que no tiene ningún empacho en llamar «mi mejor amigo» a varios de nosotros.

Jesús es así, se hacía y se hace amigos entre gente muy distinta. Amigos que lo seguían (y lo siguen) en su tarea misionera, como los apóstoles, amigos que lo recibían (y lo reciben) en su casa, como Lázaro, Marta y María, amigas como la Samaritana o Zaqueo, a los que se encontró (y se sigue encontrando) en el campo y por la calle, amigos de otras culturas y religiones, como el Centurión, la Sirofenicia y el leproso Samaritano que volvió a darle gracias. Y era (y es) también amigo de pueblos enteros, como los de Caná, Cafarnaún y el pueblo de la Samaritana… El Señor pensaba en «todos los pueblos», en las ovejas de esos «otros rebaños» que sus apóstoles-amigos saldrían a buscar.

Íntima y comunicable, especial y común, son rasgos que aporta a los amigos Alguien como Jesús y que todos podemos incorporar y aprovechar a nuestro modo. Digo a nuestro modo porque con las cosas entre amigos pasa algo curioso: si uno quiere copiar lo de otros, no tiene sentido. No solo no se puede sino que se logra el efecto contrario. Pero si uno pesca algún dinamismo de los otros y lo sintoniza con el propio, su amistad crece y se potencia. No siempre sirve contar los chistes de un grupo de amigos a otro, por ejemplo, pero sí contagiarse del espíritu del buen humor.

Termino con esta reflexión: el hecho de que el Señor los llamara amigos significa que entre ellos reinaba mucho el buen humor, esa alegría y esos comentarios que condimentan las charlas y reuniones entre amigos. En Alégrense y regocíjense, el Papa habla del buen humor como una de las «cinco notas» de la santidad que espera que «resuenen de manera especial» en nuestra vida.

La alegría y el buen humor es una de esas características «indispensables para comprender el estilo de vida al cual el Señor nos llama» (GE 110).

La santidad -como la amistad- no puede ser ni «triste, ni ácida, ni melancólica, ni tener un perfil bajo y sin energía» (GE 122).

Un proverbio chino dice que «La fuerza con que los amigos se hacen el bien es menor de aquella con que los enemigos se odian«. Es terrible esto. A mí me lleva a examinarme seriamente acerca de cuánta energía positiva y cuánta creatividad le pongo a cultivar mi relación con mis amigos. No para ponerme triste o melancólico por lo que he pecado de omisión en esto, sino para ponerme con renovada energía a imaginar gestos que puedan acercarles alegría y buen humor. Mis amigos son gasoleros y con poco andan un trecho largo.

La última nota de buen humor del Papa va por el lado de «no complicarla»: «El Señor nos quiere positivos, agradecidos y no demasiado complicados» (GE 127), dice el Papa. Y cita al Cohelet: «En tiempo de prosperidad, disfruta (…) Dios ha creado a los seres humanos rectos, pero ellos van a la búsqueda de infinitas complicaciones» (Qo 7, 14-15).

Es propio entre amigos de gozar con el bien del otro sin envidias ni mezquindades. Por eso es que caminan, codo a codo, la amistad y la santidad, o mejor, los amigos y los santos.

Diego Fares sj