El Padre es el que custodia y cultiva la unidad entre Jesús y los hombres (Pascua 5 B 2018)

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el Viñador.

Todo sarmiento que en mí no porta fruto, lo corta,

y a todo el que da fruto, lo limpia, para que porte frutos más copiosos.

Ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado.

Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.

Lo mismo que el sarmiento no puede cargar fruto por sí mismo,

si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí.

Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése porta mucho fruto;

porque separados de mí no pueden hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca;

luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecen en mí, y mis Palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán (Jn 15, 1-8).

Contemplación

         La imagen de Jesús como «la vid verdadera» es una imagen que me suena tan familiar como la de «el buen pastor», aunque está menos desarrollada. Al poner atención hoy en la imagen del agricultor (ge-orgós, «el que trabaja la tierra» – Jorge –), caí en la cuenta de lo poco «trabajada» que tengo esta imagen. Es paradójico, porque se trata precisamente de la imagen del Padre como un trabajador al que el tipo de tierra que cultiva -la viña- le da el nombre: Viñador.

La imagen es grande y humilde a la vez. Yo diría que lo que pasa es que me he quedado con la imagen de «el Padre del cielo». Y esta otra «del Padre que trabaja la tierra» ha quedado más oculta. En este caso, Jesús se compara a sí mismo con la Vid, pero en otra parábola se comparará con el viñador que intercede ante el dueño de la viña para que no corte una higuera que no está dando fruto (Lc 13, 7). Es decir, podemos ver la unión entre el Padre y el Hijo bajo estas imágenes relacionadas con los que trabajan las plantas, uno que Poda y el otro que Intercede.

Me preguntaba por qué no resuena más profundamente en mis contemplaciones del Evangelio esta imagen de nuestro Padre como «el que trabaja la tierra». Lo que Juan nos dice es que «el Padre es el que custodia y cultiva la unidad entre Jesús y los hombres «. Eso quiere decir que poda los sarmientos de la vid. Creo que no quiere decir, como se suele entender, que «corta personas» y las mande al fuego del infierno como sarmientos secos y estériles y cosecha para el cielo racimos de santos. Aquí la alegorización se va para el lado de la escatología que es verdadera pero no nos toca a nosotros. Si tenemos en cuenta que el Padre no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos y que Jesús va a buscar la oveja perdida, comparar las ramas secas con personas no me parece que deba acaparar todo el sentido de la parábola. Como pasa también con la del trigo y la cizaña. Es verdad que en la explicación el Señor dice que «la cizaña son los hijos del maligno». Pero me parece que identificar muy rápido esta tarea final que solo hará Dios y dividir desde ya la historia en buenos y malos no es a lo que apunta el Señor con sus parábolas.

El Padre que trabaja la tierra, este Padre agricultor y viñador, apasionado por su viña, que despedrega el terreno, planta cada cepa, edifica una torre y un lagar, este viñador enamorado de su viña que invita a sus hijos a trabajar en ella y en tiempos de cosecha sale a buscar cosecheros a todas horas y les paga bien, este Paisano que poda las cepas con sus manos, no está preocupado por mandar ramas secas al fuego sino por que crezcan abundantes y bien ordenados todos sus racimos. La Vid es un solo  organismo, y todo lo que fructifica en Ella forma una unidad viviente, un solo cuerpo, en el que lo que se poda es, justamente, las partes que se han secado. Pero son aspectos, partes, no personas. Imagínense! Si estamos hablando de un Padre que se conmueve cuando se muere un pajarito! Como vamos a andar sacudiendo a otros con que el Padre los mandará al infierno. Si Jesús usa estas imágenes es para que cada uno se las aplique a sí mismo y esté atento y no para que haga sociología y vaya eligiendo desde ahora a los que irán para allá abajo.

Este problema de «alegorizar todo» (en este caso los sarmientos secos) ha sido detectado como algo que afecta a las parábolas y les quita su jugo y su vitalidad esencial. Pero así como la tendencia a alegorizar cada palabra puede terminar por desplazar el acento al destino final de las ramas secas, también está la tendencia a quitar todo valor a la alegoría y pensar que el Señor compara demasiado rápido al Padre con el Viñador y a sí mismo con la Vid. Por eso es que a la de la Vid no se le suele llamar parábola sino alegoría cosa que en mi mentalidad de uno que no es biblista suena a algo menor.

Sin embargo, insisto en que la imagen del Padre Agricultor es una imagen potente si uno mira su accionar. El Señor que en otros pasajes nos ha revelado que su Padre trabaja, que siempre está trabajando, no se anda con vueltas a la hora de compararlo con un simple campesino para que la parábola vaya directamente a revelar «cuál es su trabajo específico».

En qué trabaja el Padre? Solo «creando», como solemos pensar? Aquí nos hace ver que también trabaja «podando». Lo decimos de nuevo: el Padre, que es el Terrateniente, el que plantó la viña y el que la alquila (y le va mal con unos que no le quieren pagar los frutos), el que contrata e invita a todos a trabajar en ella, es aquí el Podador. Es el que con su poda, ordena la planta para que de mas fruto y lo dé de modo armónico.

Se trata de una tarea muy precisa y que se hace a mano. Hace unos días me decía un amigo que tiene unas hectáreas de viña en Bríndisi, que las máquinas cosechadoras son hoy en día increíbles. Sin dañarlos logran cosechar todos los racimos de manera rápida y eficaz. Pero la poda, hay que hacerla a mano. Hay que saber elegir dónde están las yemas mejores, las más cercanas al tronco de la cepa, para que reciban la savia con más fuerza; hay que cuidar los sarmientos que se van para arriba o que se mezclan con los de la parra vecina y ordenar cada una de las dos ramas que se dejan para que carguen igual cantidad de racimos. Estas y muchas otras cosas más son las que realiza el viñador.

Es decir, aquí, el Señor nos regala una imagen poco desarrollada de un Padre trabajador, que con sus manos expertas y sus tijeras va podando… aspectos de su mismo Hijo y de los que estamos adheridos a Él. El trabajo es cuidar la unidad de su Hijo con los hombres. Von Balthasar dice que esta unidad es el acontecimiento central del mundo y de la historia. Si estamos adheridos a Cristo, si «permanecemos en Él, por la fe y por nuestras obras de misericordia concretas que nos tienen unidos a los más pobres, colaboramos a la historia de la salvación. Si no, desparramamos, como dice Jesús en otra parte.

El Padre mismo se ocupa de cuidarnos en esta misión, de hacer que la Vida que proviene de su Hijo, brote con fuerza y crezca ordenada en la vid de modo que los otros puedan cosechar los frutos.

Esto es como decir que el Padre mismo se ocupa de que al salir a la misión a la que nos manda Jesús, nuestra relación con Él sea solida, limpia, bien ordenada.

Esto nos da un punto concreto donde focalizar la mirada cuando rezamos el Padre nuestro. Un punto que no es en lo indefinido del Cielo, a donde solemos apuntar cuando rezamos y que hace que nos quedemos en babia como los discípulos cuando se quedaron mirando al Cielo después que la nube tapó al Señor en la Ascensión. Nada de eso, a nuestro Padre agricultor hay que verlo con las manos en la maraña de hojas y ramas entremezcladas de nuestra vida, podando y limpiando, en orden a la misión. Misión que consiste en dar frutos pero no de cualquier manera o como si uno llevara productos a supermercados extranjeros. El Padre cuida que demos frutos unidos a Jesús.

Una imagen panorámica de la tierra lo primero que nos dice es que la viña está «desordenada». Que hay lugares donde hay exceso de racimos (y una maraña de ramas secas que tuvieron vida en un tiempo y que hoy son esas basílicas-museos que abundan en Europa, por ejemplo) y en otros la vid no se ha extendido lo suficiente.

Cuando el Papa nos habla de una Iglesia en salida, está hablando de una Iglesia que se deja guiar, ordenar y podar por las Manos del Padre, que la orienta a dar fruto en toda la tierra de manera bien distribuida y cosechable. Es la Iglesia misionera en todos sus miembros y no solo en algunos.

Lo que quiero decir es que no se trata de una simple alegoría sino de una parábola dramática. Sólo que no se trata aquí de una imagen tomada de la vida cotidiana para ilustrar las cosas del cielo, sino de una rápida subida al cielo, conectando la imagen del Viñador con el Padre, para bajar ahí nomás a las cosas de la tierra – a la poda – y mostrarnos en qué consisten esas «cosas del Padre» en las que Jesús trabaja codo a codo con Él.

Jesús nos unió consigo para siempre. Unió su destino al nuestro, al pasar por la pasión y la muerte en Cruz; se quedó con la marca de las llagas como signo de que su unión con nosotros es bien carnal, sin alegoría alguna. Nos alimenta con su mismo Cuerpo y Sangre y nos restaura con el sacramento de la reconciliación cada vez que nos apartamos de él. Nos dio su Espíritu que nos hace «alegrarnos y exultar de gozo» en esta unión con Jesús resucitado. Pero el Padre se reserva para trabajar con sus propias manos el que toda esta gracia «se ordene» para bien de todos sus hijos.

En concreto, esto se discierne ahí donde hay que meter tijera, en la poda, en el corazón de los conflictos, donde hay que podar sin asco (no arrancar cizaña de un trigal sino podar una rama seca en una vid) y elegir el mejor lugar para que crezca el racimo y de buen fruto. Ahí, en las decisiones que hacen a la «circulación» de la vida de la Iglesia de modo que alcance a todos, especialmente a los más alejados y necesitados, ahí está el Padre, el Antiburócrata!, el que le corta la carrera a todos los trepadores, que usan sus «zarcillos» para trepar ellos solos y no para adherirse a la Vid de modo que se extienda.

Y el discernimiento es entre un modo de obrar «paternal» y un modo de obrar «no paternal». Hay un solo modo de ser padre y mil modos de no serlo. Y esto no se puede explicar con palabras. Todo hijo «sabe» (aunque a veces patalee y tarde en darse cuenta) lo que es una  decisión amorosa por parte de su padre. Las actitudes no paternales para podar conflictos las conocemos. Van desde las excusas técnicas de los que hacen recortes en los sueldos y subas de tarifas hasta aquellos para los que despenalización significa desresponsabilización, porque solo conciben la actitud legislativa de un Padre bajo la forma de «si no te castigo, hacé lo que quieras y arreglate».

La paternidad – que es también maternidad – es el criterio de discernimiento para saber «de qué lado está Dios». En el Concilio un obispo africano decía que para ellos no era importante «definir» a Dios sino saber «de qué lado está». Pues bien, en las podas de la historia, el Padre está del lado de lo que une vitalmente a sus hijos con su Hijo. Si poda algo es porque está seco, no poda nada vivo porque le moleste: su Gloria es que el hombre viva. Todos los hombres, todo el hombre, sin mirar su condición, situación o grado de desarrollo.

Si nos conmueve mirar a Jesús apasionado (envuelto por los golpes de la pasión), más puede conmovernos imaginar a nuestro Padre con la rodilla en tierra, metido entre sus cepas, podando sarmientos y eligiendo racimos.

Pedimos al Santo Espíritu que nos haga sentir en nuestras manos, cuando nos arremangamos y las metemos en la masa y nos embarramos, las manos paternales de nuestro Padre, que trabaja en la tierra como en el cielo. Trabaja para que venga su reino y nos poda para que el reino llegue a todos y no lo enterremos en nuestros territorios privados y en nuestros salones de invierno, esta es su voluntad. Trabaja para que tengamos pan y nos poda  no tanto los pecados (esos los perdona) sino nuestras «tendencias», especialmente las que impiden que el fruto llegue a los otros y no tanto los que nos molestan a nuestro perfeccionismo vanidoso. Trabaja para que no caigamos en la tentación, no solo de la carne sino en la tentación del espíritu Maligno, que nos divide entre nosotros y quiere dividirnos (por algo es «diablo») del Amor de Jesús.

El Señor nos dice que si dejamos que el Padre meta mano así en nuestras fibras más hondas, si nos dejamos «expropiar» para «pertenecerle a Él» podemos pedir lo que queramos que nos los concederá. No es poca cosa esta promesa para un corazón misionero que siente cuánto hay que pedir para los demás!

Diego Fares sj.

La cooperativa (para no terminar siendo algún tipo de mercenario) (Pascua 4 B 2018)

Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El que es asalariado, en cambio, y no pastor, como no son suyas las ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona las abandona y se escapa -y el lobo las arrebata y las dispersa- porque es mercenario y no le importan nada las ovejas. Yo soy el Pastor hermoso; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para tomarla de nuevo; esa es el mandamiento que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 11-18).

Contemplación

No sé si será tan así como lo voy a decir, pero para mí que a la imagen del mercenario no hay que oponerle la de un buen pastor individual sino la de una cooperativa de pastores. Porque, como decía un cura amigo, Jesús eligió pescadores, no pastores. En los pescadores se ve mejor esta imagen de cooperativa, ya que ni siquiera es posible imaginar un pescador que se lance al mar a pescar solo. Los pescadores solos pescan con caña y lo hacen más bien por hobby. El Señor eligió pescadores que sabían trabajar en cooperativa: compartir barcas, redes, costos y ganancias. Con los pastores imagino que sería también algo así. Por algo guardaban varios rebaños juntos y cada uno llamaba a las suyas por su nombre. Más se confirma esta idea cuando sentimos que Jesús nos habla de que habrá un solo rebaño. Cooperativa de ovejas, digamos, requiere cooperativa de pastores. El único Pastor patrón, si aún queremos usar esta imagen, es Él: el Pastor bueno y hermoso. Y aunque era el dueño se cooperativizó con los apóstoles y el modelo va por ahí. El asunto es que al mercenario no se le opone el dueño como patrón sino la cooperativa.

La imagen de la cooperativa es de Don Tonino Bello, obispo de Molfetta, donde fue ayer el Papa ya que se cumplían 25 años de la muerte de este siervo de Dios. Le preguntaban sobre la oración, la suya y la de su diócesis, y que le aconsejaría a uno (de sus curas) que dijera que le costaba encontrar tiempo para rezar. Don Tonino decía que las exhortaciones verbales no servían mucho, ya que en el seminario estas cosas se dicen hasta el cansancio, pero que quizás sirviera hablar desde la experiencia. Y testimoniaba que: «quizás un poco tarde, me dí cuenta que habría podido invertir mejor mis recursos asociándome en cooperativa con el Señor. Cosa que hice apenas me di cuenta. Es verdad que esta nueva forma de empresa me obliga a perder un tiempo considerable con mi  Socio para la planificación consensuada del trabajo, para la elaboración bilateral de los proyectos, para la verificación de las actividades y la revisión contable: sin embargo, a parte del placer de gozar de la amistad y de la confianza de este Socio de verdad excepcional, tengo que decir que el peso del trabajo y el cansancio se reparten y que las cuentas dan. Palabra de hombre».

Me gustó mucho esta imagen de la cooperativa: cooperativa con el Señor en la oración y en el trabajo… cooperativa entre pastores, cooperativa entre pastores y ovejas… Un solo rebaño es una imagen conclusiva. Nuestro único dueño se cooperativizó libremente. Esto como para terminarla de una vez con el papa rey, los obispos príncipes, los curas patrones de estancia y los laicos que se las tiran de ovejas para no asumir sus responsabilidades (como no soy príncipe ni patrón que se arreglen los curas, no vaya a ser que me pidan responsabilidades). Este mutuo negocio se llama «clericalismo» y está mal consentido por muchos pastores y muchas ovejas. Es un negocio de peluquería, como decía Bergoglio en sus años jóvenes, en el que los pastores son peinadores de ovejas y a las ovejas les gusta juntarse en rebañitos selectos y no mezclarse con los otros rebaños.

La imagen de la cooperativa de Don Tonino me pegó fuerte por todos los años que dedicamos a la cooperativa padre Hurtado en el Hogar, que anda caída ahora pero yo confío que resucitará, ya que si hay un proyecto válido y profético para todos, va por ese lado. La cooperativa nació de una idea un poco loca, siguiendo lo que decía Juan Pablo II sobre el trabajo. Que todo el mundo tenía que trabajar y tener trabajo y que si para los más pobres o con alguna discapacidad no había estructuras adecuadas había que «crearlas». Así de simple: crearlas. A como diera lugar. Y eso hicimos.

Con todos los errores humanos y todas las fragilidades del mundo y todo el desgaste, en primer lugar del laico que la presidió por muchos años y de todos los socios que, como iluminadamente dijo uno un día (y me hizo caer la ficha), compartían los gastos. Porque compartir ganancias puede resultar fácil, especialmente si son abundantes. Cuando son pocas, vienen los problemas. Pero animarse a compartir los gastos de otros, eso sí que es asociarse. Digo que me cayó la ficha porque comprendí dos cosas: una que eso era lo que había hecho Jesús: venir a compartir los gastos nuestros, hacerse cargo de las deudas de la humanidad. La otra, que los pobres que se habían hecho socios de la cooperativa, habían crecido en conciencia no solo más que los otros huéspedes y comensales del Hogar sino también más que yo como director y más que los otros colaboradores -voluntarios y pagos- que muchas veces seguíamos con nuestras pequeñeces de hacer cada uno la suya actuando cada uno como principito o princesita de su metro cuadrado de ciencia y de poder.

Cooperativizarte te humaniza. Ser socio -compañero de Jesús, como decimos nosotros los jesuitas- te hace crecer. Por supuesto que los modelos cooperativistas, dirá alguno, no siempre funcionan en el mundo salvaje de hoy y tienen sus contras. Un taxista que se quejaba de que ese día había trabajado ya ocho horas y todavía no había juntado la parte que era para el dueño, me decía que prefería esa esclavitud a juntarse en cooperativa con otros taxistas, porque eran tan individualistas que, además de los problemas del trabajo, tenían que lidiar con las discusiones infinitas entre ellos. Me pareció una imagen muy gráfica del mundo actual, en que preferimos ser esclavos de un patrón que nos asegura un sueldo, aunque sea poco, a juntarnos creativamente entre pares. Los movimientos populares, sin embargo, muestran otra tendencia, y con todos sus defectos, tienen esta virtud de fondo que es la de hacer de la cooperación el centro de toda empresa y actividad humana.

Pero el asunto no era tanto reflexionar sobre la coopertiva padre Hurtado o los  movimientos populares, que ya tienen quiénes los bendigan, sino sobre cómo hacer para no ser un mercenario.

Ser mercenario es una de las «mundanidades espirituales» de las que habla el Papa. Ser mercenario es separar el tiempo personal del tiempo de la misión, lo que a larga lleva a tener dividido el corazón, porque el amor se alimenta de tiempo, fundamentalmente. Y sobre todo de tiempos libres, que es lo que en una cooperativa se usa para las reuniones de planificación, de verificación y de balance, o sea, en nuestro caso, para la oración entre socios, diríamos. Aquí, dado que siempre estoy en rojo en mi balance, me ayuda otra imagen de Don Tonino, que dice que la oración es como los vasos comunicantes y la de algunos que rezan mucho llena la de todos y tapa muchos huecos. Es así que en esta cooperativa de la oración, a la que estas contemplaciones desean estimular a que muchos participen pensando en el bien propio, la oración de algunos de ustedes llena los baches que tenemos otros. En el fondo, mandar estas contemplaciones cada sábado, para mí, siempre ha tenido (aunque yo no lo supiera desde el comienzo) la intención de cooperativizar mi oración para recibir la ayuda de la de muchos otros que al rezar ellos también rezan por mí. Como decía Camargo, en una expresión cooperativa: cuando uno reza por todos, todos rezan por él. Así que rezamos todos por todos y -concluía, con una expresión de esas que se imprimen en la memoria, al estilo Brochero- «el que no reza es un chancho».

Y para terminar, ya que las cooperativas mezclan bien el trabajo y la contemplación, un cambio de nombre para estas contemplaciones inspirado en la genialidad de Don Tonino que ayer destacó el Papa y que nos viene al dedillo a los jesuitas. Don Tonino decía que todos tenemos que ser «contempl-activos». Síntesis verbal luminosa de la expresión ignaciana de ser «contemplativos en la acción». Así que a partir de ahora estas serán -desean ser- «Contemplacciones del Evangelio».

Pd. Les dejo una película casera sobre el Taller de Artesanías San Roque González que hizo Guillermina Lenz y en el que incluyó al final el único «corto» que filmé en mi vida, al quedar encantado una mañana contemplando cómo trabajaban en silencio con sus manos nuestros artesanos y al que le puse la música de Mercedes Sosa y se convirtió para mí en una maravilla

https://www.youtube.com/watch?v=o2Fa71_WRDE

 

El Señor no se cansa de darnos la paz. Los criterios de discernimiento que brotan de la alegría de Jesús resucitado (2 B Pascua 2018)

La imagen del Señor resucitado nos muestra una resurrección que se le sale por los dorados del mosaico: brilla en las llagas, en el vestido y el manto, en los cabellos y la barba, y más que nada, en el espacio que lo circunda y en la herida de su Costado abierto, en la llaga de su Corazón.

“Siendo tarde aquel día, el primero después del Sábado, Y estando las puertas cerradas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes». Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado.

Se alegraronentonces los discípulos viendo al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío.» Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían:

  • «Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó:

  • «Si no veo en sus manos la señal de los clavosy no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Vino Jesús estando las puertas cerradas, y se presentó en medio de ellos y dijo:

  • «La paz con ustedes.» Luego dice a Tomás:
  • «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no quieras ser incrédulo sino fiel.»

Tomás le contestó:

  • «Señor mío y Dios mío. »

Le dice Jesús:

  • «Porque me has visto has creído. Felices los que no vieron y creyeron.»
  • Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20, 19-29).

 

Contemplación

 

El Anuncio de la Resurrección requiere discernimiento. Hemos visto cómo las discípulas tuvieron que discernir que ese miedo que se apoderaba de ellas y las hacía callar el Anuncio, era del mal espíritu. Hoy los discípulos tienen que discernir la Paz que el Señor les da repetidas veces y la alegría que sienten al ver al Señor resucitado..

En qué sentido digo discernir? En el sentido de que no toda paz y toda alegría son lo mismo. La Paz de Jesús es algo totalmente especial. El Señor ya les había dicho que su paz no era como la que da del mundo. Y lo mismo podemos decir de la alegría: el Señor les había prometido una alegría que nadie les podría quitar. Hay que discernir, por tanto, entre paz mundana y Paz de Jesús, entre alegría que nos pueden quitar y Alegría que nadie nos puede robar.

Este fue el primer discernimiento que hizo Ignacio, el que «hizo que se le abrieran los ojos» cuando discirnió que la Alegría que experimentaba al leer el Evangelio y la vida de Cristo «duraba» después que había cerrado el libro. En cambio la alegría que le daban los libros de aventuras se esfumaba al terminar de leer. Más aún, la Alegría del Evangelio le daba deseos de ir a Anunciar el Evangelio a todos. Era una alegría misionera. La otra en cambio era una experiencia sólo suya (aunque uno cuente que le gustó una serie o una película no es que ande empujando a todos a que la vean. Cada uno tiene sus gustos).

 

Discernir la Alegría, discernir la Paz.

Con la Alegría de ver al Señor Resucitado a los discípulos les pasará una cosa que parece extraña y sin embargo es muy común. Uno de los evangelistas dirá después que «de la alegría que sentían no podían creer». A mucha gente le pasa en Ejercicios que cuando tienen una consolación grande y sienten algo que nunca habían sentido, primero gozan de esa experiencia única que los hace sentir amados por Dios y creer en Jesús, pero luego les vienen dudas. Será verdad algo tan especial? Y surgen los miedos: qué me irá a pedir Dios ahora?

Qué y cómo hay que discernir? Hay que discernir la Paz y la Alegría y hay que hacerlo volviendo a leer estos Evangelios de la Resurrección en los que se contienen todos los criterios de discernimiento que el Espíritu nos va revelando en la medida en que lo necesitamos cada vez.

Una clave que encontramos en este evangelio está en el hecho -significativo- de que Jesús les de la Paz tres veces. Es como si cada vez que se presenta y también durante su Visita, el Señor tuviera que darles de nuevo el don de su Paz.

Qué quiere decir esto? Entre otras cosas, significa que no tenemos que «dejarnos llevar» por el fluir de los sentimientos.

Nuestros sentimientos tienen su secuencia natural, distinta en cada uno, de acuerdo a su historia y a sus experiencias de vida. Recuerdo un comensal del Hogar al que la alegría que sintió cuando le dimos a soplar la velita en el festejo de los cumpleaños le trajo el recuerdo de que nunca le habían festejado uno. No tenía memoria de festejos de cumpleaños. Y la alegría presente se le mezclaba con la pena honda del pasado. Por eso digo que hay que discernir bien la Alegría del Señor Resucitado y separarla de las nuestras.

En los Ejercicios Ignacio hace pedir: «gracia para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» (EE 241). Es decir: pedimos la gracia de alegrarnos y gozar «por Otro«.

Humanamente todos tenemos experiencia de estas alegrías gratuitas, enteramente centradas en la alegría del otro. Es la alegría de los padres que ven que se recibe o se casa su hijo, es la alegría del amigo que ve premiado a su amigo. Cuando uno se alegra por la alegría de alguien amado, si surge algún sentimiento de autorreferencia, de comparación, de celos o de tristeza, rápidamente se disciernen como del mal espíritu y uno vuelve a concentrarse en gozar con el gozo del otro y alimentar ese sentimiento nos confirma en el bien.

Cuando uno se concentra en la alegría del otro, esa alegría es pura. Por que? Por que  uno se alegra de que el corazón del otro se dilate por el bien que recibe y eso nos hace comprender dos cosas: una, que el bien es difusivo de sí, el amor se irradia como irradia su luz y su calor el sol; la otra, que la medida para gozar y recibir un bien es única en cada uno. No puedo gozar como goza el otro. Si quiero alegrarme me debo dejar inundar por el mismo bien que dilata el corazón del otro y dejar que dilate el mío y me de su medida teniendo en cuenta la mía.

Este es el discernimiento base con respecto a la alegría. Podríamos decir así: es tentación (mala y mentirosa) entristecerse por la alegría de otro. Es tentación ese pensamiento que puede surgir y que dice: por qué yo no puedo alegrarme como el otro, como se alegraba Ignacio o como se alegró María Magdalena o los discípulos al ver a Jesús? La tentación quiere hacerme «sacar la mirada» de la gloria y gozo del Señor resucitado, de la alegría que sienten los discípulos y los santos, para que, en vez de dejar que me contagien y me incluyan, me mire a mi mismo, mire mis límites y siga el curso acostumbrado de mis sentimientos.

La Alegría del Evangelio es contagiosa, se irradia, es esencialmente misionera, se transmite íntegra de corazón a corazón por el kerigma, por la fuerza con la que un santo expresa que Jesús ha resucitado y le ha cambiado la vida. Por eso el punto es «no sacar la mirada» de la Alegría del Otro.

Y aquí viene de nuevo lo de la Paz. El Señor, cuando ve que su presencia produce estos movimientos de autorreferencia, vuelve a darles la Paz.

Esta segunda Paz viene a decir: estate en paz con tu alegría.

La primera paz ahuyenta el miedo. La segunda paz nos reconcilia con la alegría.

Tan importante como vencer el miedo es, en un segundo momento, dejar que se establezca -que reine- la alegría. La alegría hay que dejarla que dure, que se expanda todo lo posible, inundando de luz todos los rincones del alma, sanando las heridas que produjeron las alegrías a medias, esas que la vida «nos dio y nos quitó» y que dejaron marcas de desilusión.

El Señor establece el Reino de su alegría asegurando que «nada ni nadie nos la pueda quitar». Pero fijémonos que esta «inrobabilidad» de la alegría no es algo nuestro. Lo que no nos pueden robar es el hecho de que el Señor nos la vuelva a dar una y otra vez, incansablemente. El Señor no se cansa de darnos la paz.

Es decir: no se trata de una alegría que se nos de «en posesión», como si fuera cosa nuestra. Esto no tiene sentido, porque se trata de Su Alegría, de la Alegría que Jesús experimenta en su Carne resucitada, amando al Padre no solo como Espíritu sino como Dios-hombre, como Palabra encarnada. Nadie nos puede robar esto que sentimos cuando Jesús se nos acerca lleno de Alegría, cuando se hace presente en medio nuestro, cuando nos parte el Pan o nos explica las Escrituras, cuando nos perdona los pecados y cuando nos sopla su Espíritu para que vayamos a dar la paz y el perdón a todos los pueblos y naciones. Esta es la alegría misionera que nadie nos puede quitar. Y tenemos que discernirla de las alegrías «nuestras», esas que van y vienen de acuerdo a cómo es cada uno.

Ponernos en paz con su Alegría, ese es el oficio de Jesús resucitado. Ignacio lo llama «consolar como un amigo consuela a otro amigo». Consolar es quitar el miedo y establecer la alegría, haciendo que reine, que juzgue sobre cada cosa, que legisle y que imprima el tono con que deben hacerse las cosas.

En este sentido podemos decir que todo el magisterio del Papa Francisco consiste en compartirnos los criterios de discernimiento que brotan de la Alegría.

En Evangelii gaudium, Francisco nos enseña que la alegría del Evangelio es una alegría misionera, que si no la dejamos salir, se nos convierte en algo extraño: la Iglesia que no sale a anunciar la alegría del evangelio y se dedica a querer custodiarla dentro de sí, se vuelve rígida, intemperante, se endurece en su verdad y se le agría el corazón. No tiene sentido querer «custodiar» y defender una alegría que el Señor nos dio y nos tiene que dar de nuevo, como la Eucaristía, cada día!

En Amoris Laetitia, Francisco nos enseña que la alegría del amor familiar es la de un amor que abraza toda la vida de las personas, un amor cuya lógica es la de «reintegrar» y no la de «marginar» (AL 294). En esta exhortación a las familias el Papa Francisco y los dos Sínodos hicieron entrar el discernimiento como trabajo del que ningún cristiano puede excusarse. Nadie puede sustituir mi conciencia y mi responsabilidad personal. Ese discernimiento toma a cada familia concreta -«no existen familias perfectas»- como está, y la acompaña en su camino hacia adelante: hacia el logro de un mayor abrazo de todos sus miembros, especialmente de los niños y ancianos. La iglesia saca la mirada de la lógica abstracta del «esto se puede, esto no se puede» e invita a las familias a poner la mirada en la lógica del amor: un amor que usa los criterios de la misericordia para con los pecados, los criterios de la esperanza para apuntar siempre a una mayor perfección y los criterios de la concretez, para el paso adelante que cada uno puede dar hoy para crecer en ese amor.

En la Encíclica Laudato sii, Francisco nos invita a hacer un discernimiento ampliado: nos hace ver que la alegría es personal, social y ecológica a la vez. No hay alegrías privatizadas: la alegría verdadera, hoy más que nunca, debe abrirse a abarcar todas las dimensiones del ser humano y del planeta.

Y ahora, como anunció hace dos días, Francisco nos compartirá una nueva exhortación apostólica sobre la santidad en el mundo actual. Se llama «Alégrense y exulten» y del título mismo se ve cómo se afianza este discernimiento de y por la alegría en el que Francisco insiste en este momento histórico de gracia que nos toca vivir.

 

Diego Fares sj