La hora décima,  la de las elecciones maduras, en las que uno puede gozar sintiéndose amigo de sus maestros y discípulo de sus amigos (2 B 2018)

Estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?»

Ellos le respondieron: «Rabí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»

«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde (la hora décima).

Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro” (Jn 1, 35 2).

Contemplación

Un Maestro! Querían un Maestro.

“Jesús se dio vuelta y viendo que lo seguían les preguntó: “Qué quieren?

Y ellos le respondieron “Rabbi” -Maestro, dónde vives?”.

De chicos, nuestros maestros los eligen nuestros padres. Si todo va bien, son los maestros comunes que pone la escuela. Pero ellos eligen el colegio y si hay problemas nos cambian. Entre todos los maestros, uno siempre elige su maestra o maestro especial. Los otros, simplemente pasan.

Yo tengo muy grabada la imagen de mis maestros de primaria. El hermano Antonio que se aplicó a enseñarme a escribir… Aunque no logró mucho con mi caligrafía, sí hizo bastante por mi ortografía. El hermano Santiago y el Hermano Humberto que contaban tan bien las historias bíblicas que me las grabaron para siempre en el corazón. Allí está la fuente primera de mi amor por la Biblia, de mi gusto por el Evangelio.

Borges, hablando del Quijote, dice que el tema es la amistad entre el Quijote y Sancho. Que las aventuras son la excusa para sus diálogos de amigos. Y que el genio narrativo de Cervantes es haber logrado que nos pudiéramos sentir amigos reales de sus personajes.

Para mí, se ve que estos hermanos maristas eran buenos narradores porque hicieron que me sintiera amigo de los personajes bíblicos, y de Jesús, por supuesto. Lograban que uno se interesara por la persona misma de José, el soñador vendido por sus hermanos y que luego los salva; de Abraham, que era “amigo de Dios”; del Rey David: su lucha contra el gigante Goliat y contra los celos de Saúl y la amistad fiel de Jonatán…

Al leer luego la vida de Jesús, todos estos personajes bíblicos estaban vivos en Él. Jesús dialoga como amigo con todos ellos… Y cuando uno lee el evangelio con el alma poblada de estos amigos del Señor, pasa como con los diálogos entre Quijote y Sancho: uno siente que puede unirse a ellos, que hay espacio en su amistad, aunque sean personajes literarios.

El tema da para mucho. Borges dice que, en el fondo, todo amigo es “un personaje literario” para sus amigos. Y es verdad. Por eso uno disfruta pidiendo a sus amigos que cuenten -otra vez- lo que les pasó. Recuerdo en nuestro juniorado cómo todos esperábamos el recreo después de cena del sábado, para que Rossi nos contara alguna aventura que había tenido en el barrio. Las habíamos vivido juntos, pero él las contaba de manera especial y nos descostillábamos de risa con sus imitaciones de los personajes.

………..

Estas reflexiones vienen de contemplar cómo los discípulos buscaban un Maestro y encontraron, además, un Amigo. Uno que los invitó a quedarse con Él aquella tarde y, luego, a seguirlo toda la vida. Fue siendo amigo que pudo ser verdaderamente el Maestro.

Uno aprende de sus amigos -incluso de los más desastrosos, de los más opuestos, de los más distintos en ideas y valores… Cómo es posible, me pregunto? Creo que la amistad implica estar – y sentirse y poder ponerse- con el otro al mismo nivel ante las cosas decisivas de la vida: ante la muerte, ante la lealtad y ante el jugárselo todo cuando toca. Estar y ponerse al mismo nivel, digo, en el sentido de poder aprender cómo mide el otro estas cosas y, sintiendo que las mide igual que nosotros, aprender de su modo de medirlas, de su intensidad particular para vivirlas, de la calidad de su adhesión a las cosas buenas y de la radicalidad de su rechazo a las deshonestas.

No digo que esto sea una verdad general pero al menos en mi caso, si no puedo aprender de otro, es que nuestra relación no cayó aún del lado decisivo de la amistad o comenzó a enfriarse. El lado decisivo es ese lado hacia el que se inclina la balanza y hace que (tengo que decirlo con descripciones porque no se puede decir de manera abstracta), por ejemplo: en una reunión, me interese que esa persona esté, sí o sí, aunque no diga nada; ante algún hecho, me interesa saber lo que pensó mi amigo y no lo doy para nada por descontado, no digo “ya sé lo que este piensa”, sino que pienso: “sé que coincidimos pero me muero por compartirlo igual”; cuando hay una discusión, es esa persona que no dudo en ponerme instintivamente de su lado.

Borges dice que la diferencia entre las películas norteamericanas y las argentinas es que en los film americanos, el policía se hace amigo del delincuente para llevarlo, de última, ante la justicia del estado. En argentina, la amistad se entiende de otra manera. No sabría decir si porque la justicia estatal no nos parece tan justa o porque la amistad es una pasión más fuerte que todas las otras. Borges dice que viene de un valor hispánico y cita la frase en la que el Quijote le dice a Sancho: “No es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Es decir: una cosa es no justificar a un amigo si hace algo mal y decírselo personalmente. Otra muy distinta es ser uno mismo el que alegremente lo entregue o hable mal de él en público. Tomando esto del Quijote, Borges pone como emblemática de la literatura argentina “esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro”.

Me distraje con Borges porque en estos días lo han usado para criticar a un valiente por los amigos que tiene, diciendo que son impresentables. Lo acusan de que “con el pretexto de acoger pecadores arrepentidos, recibe a corruptos no recuperables». Hasta aquí, aunque parezca un modo de pensar más de film norteamericano que argentino, vaya y pase. Pero que se diga que Borges “se divertiría” viendo estos personajes “que parecen prodigios surgidos del género fantástico” (queriendo decir que son amigos impresentables) ya es demasiado. En mi artículo “Ayudas para discernir los lenguajes tramposos”

(https://ejerciciosespirituales.wordpress.com/2018/01/10), trataba de hacer ver cómo hay que estar atentos a los detalles, ya que los maestros de la retórica engañosa, esos que dicen muchas verdades pero con mal espíritu, en algún punto se pasan de listos y muestran la hilacha. Este caso, de usar a Borges para reírse de alguien diciendo que tiene amigos delincuentes, es uno de esos casos en que uno dice “no puedo creer cómo mostraron la hilacha sin darse cuenta!” Por supuesto que para darse cuenta de estas falacias literarias hay que darse el gusto de leer a Borges, que es un maestro. Borges sería incapaz de burlarse de alguien usando a sus amigos!

Pido excusas si me excedo en ironías pero es que la cuestión de “robarnos a los Maestros” es una cuestión clave. En el fondo ataca el deseo de “buscar un Maestro” y de buscarlo por el lado de la amistad.

El demonio, que es padre de la mentira, se disgusta mucho cuando la gente encuentra un maestro y mucho más cuando ese maestro es alguien cercano y amigo. Por eso es por lo que los ataques son tan fuertes: el demonio sabe que si uno tiene un maestro bueno, no en el sentido de que no tenga defectos, sino en el sentido de que sea alguien de fiar y que le enseñe a discernir, sus engaños quedarán desbaratados. De ahí el intento de descreditar a los maestros reales y, más aún, de crear tal estado de escepticismo, que la gente ni se proponga encontrar un maestro de vida. No podés confiar en nadie. Todos son unos interesados. Nadie te va a ayudar a descubrir la verdad… son las frases que sugiere el mal espíritu.

Haciendo contra con toda el alma a estas tentaciones, nosotros vamos por el lado de afirmar que el deseo de encontrar a ese Maestro que sea al mismo tiempo un amigo es evangélico, y que vale la pena dedicarle la vida entera a esta tarea. No hay que separar estas dos cosas: amistad y verdad.

Digámoslo negativamente: si uno tiene por un lado sus amigos y por otro sus maestros, para mí, es que no entendió nada de la vida. Esto me lo digo para mí y no se la diría a otro, ya que son cosas muy personales. Yo tengo para mí que con los que fueron y son mis maestros, es vital cultivar la amistad, y con los que son mis amigos, es vital estar atento a qué puedo aprender de ellos.

O dicho de otra manera: cuando siento que un maestro es tan grande que resulta inaccesible para mí, por el motivo que sea, eso significa que no podré aprender mucho de él. Y si un amigo hace tiempo que no me enseña nada, es que la amistad se está apagando. Falta mantenimiento…

Estas consideraciones son propias de la hora décima. Esa que Martini dice que es la hora de las elecciones maduras, las que uno hace por experiencia propia y que son definitivas.

La hora décima es el tiempo de los llamados, es una hora que no pasó, una hora en la que uno entra porque su puerta está siempre abierta. Allí o “entonces”, las palabras maestro y amigo son como dos planetas que acercaron sus órbitas y ahora giran juntos, sin fundirse ni dispersarse. Y uno puede gozar sintiéndose discípulo de sus amigos y amigo de sus maestros.

Jesús se dio vuelta y viendo que lo seguían les preguntó: “Qué quieren?

Y ellos le respondieron “Rabbi” -Maestro, dónde vives?”. Y Él les dijo: “Vengan y lo verán”.

Diego Fares sj

 

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