Al otro día, Juan Bautista ve a Jesús viniendo hacia él y dice:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es Aquel de quien yo dije: ‘Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”.
Y Juan dio testimonio diciendo:
“He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1, 29-34).
Contemplación
En este tiempo estoy rezando con “El canto del Espíritu”, un libro de Raniero Cantalamesa, el predicador del Papa. En nuestra casa no faltan libros –la biblioteca tiene más de 400.000- pero este lo pesqué del escritorio del Hermano Rizzo (91 años muy activos) que lo tiene también en casetes y lo usa para hacer sus ejercicios cada año.
Al contemplar al Espíritu que desciende sobre el Señor, pensaba que puede ayudarnos decir “no” a dos imágenes del Espíritu Santo que lo alejan de nuestra vida cotidiana.
Primer no. Nunca tenemos que pensar al Espíritu Santo solo, aislado.
Siempre tenemos que pensarlo “con” otros: con Jesús, con la Comunidad, tejiendo relaciones buenas entre las personas. Él es el Espíritu de Jesús. Es el Espíritu de la Iglesia.
Es verdad que el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad y que es muy misteriosa la relación que se da entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo… Pero el evangelio de hoy nos lo muestra “descendido”, aterrizado, posado sobre Jesús, acompañándolo durante toda su vida.
Se usan muchas imágenes para nombrar al Espíritu Santo: Viento, Fuego, Agua, Paloma… Son ideas muy lindas y buenas, pero no sirven si las pensamos aisladas. En cambio, tienen mucho sentido si las unimos al Jesús.
El Espíritu es Viento, pero no como el viento que mueve la copa de los árboles. El Espíritu es el Aliento que respiraba Jesús.
Es el Aire que exhaló Jesús en la Cruz: “Jesús inclinó la cabeza y entregó su Espíritu” (Jn 19, 30).
Es el Viento que Jesús les sopló a los apóstoles cuando les dijo: “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).
Entonces, focalicemos bien la imagen: el Espíritu Santo acompaña y conduce toda la vida de Jesús. También conduce y acompaña la vida de nuestra familia y de nuestra comunidad. Si lo imaginamos de alguna manera no puede sino ser cercana!!
Cuando nos imaginamos el Espíritu como Aire y como Aliento de Vida, podemos imaginar a Jesús cuando suspira hondo porque las discusiones de los suyos lo impacientan; también cuando silba como un pastor que llama a sus ovejitas, cuando ronca durmiendo en la barca, o cuando canta rezando los Salmos…
Cuando decimos que el Espíritu “sopla” o “nos inspira” recordemos que el Espíritu:
+ sopla de los labios de Jesús
+ nos inspira buenos sentimientos desde el Corazón de Jesús.
+ renueva y refresca el Aire que respiramos en la Iglesia.
Segundo no. No tenemos que pensar al Espíritu Santo como algo puramente inmaterial.
Cuando decimos que una persona es muy espiritual muchas veces nos imaginamos a alguien que está alejado de las cosas carnales y terrenas.
Es un poco como si “espiritual” fuera cantar en la iglesia y “material” fuera trabajar en el supermercado.
Esta imagen no tiene nada que ver con el Espíritu Santo, porque Jesús es la Palabra hecha Carne y su Espíritu es un Espíritu que actúa en la carne, en la historia, en la vida cotidiana de la gente.
A veces pensamos que el Espíritu inspira sólo “ideas espirituales”. Pero la verdad es que las “ideas espirituales” suelen ser objeto de muchas tentaciones. Cuando discutimos y peleamos en familia y en la Iglesia, suele ser por causa de “ideas que uno cree que son mejores que las de los otros”, que son “la verdad”.
Esto es una gran tentación contra el Espíritu. Porque la verdad del Espíritu nunca es para pelear.
Por eso creo que, cuando pensamos en el Espíritu Santo –el Espíritu de Jesús- es bueno conectarlo con los sentidos antes que con las ideas. Creo que al Espíritu Santo le cuesta mucho “hacernos pensar como Jesús”. Fácilmente las diferencias de ideas degeneran en peleas y no somos dóciles a la acción del Espíritu en cuestiones de ideas. En cambio, en la práctica, en las cosas que hacemos usando nuestros sentidos, suele ser más fácil dejarnos conducir por el Espíritu.
Podemos ejercitarnos en sentir al Espíritu actuando en el sentido del tacto:
cuando una mamá acaricia a su bebé: el suyo es un sentido totalmente del Espíritu Santo, porque es pura bondad y ternura.
Cuando una enfermera cura una herida y va tocando con la presión justa para curar haciendo doler lo menos posible y siendo rápida y eficaz, allí “toca” el Espíritu Santo.
Hace poco ví en YouTube un video de niños trabajando en una mina de “coltán” en el Congo. El coltán es ese material que usan nuestros Smartphone, por el cual a los que trabajan en las minas les dan un euro por kilo. El niño, después de haber roto la roca con una barra, separaba, con sus manitas embarradas, el coltán de otros materiales y sonreía.
Cómo es que sonreía en medio de ese trabajo extenuante y de esa explotación tan injusta?
Sonreía porque él trabajaba para ayudar a su familia. Y el mismo Espíritu que sonríe en sus manos que tocan el mineral que alimenta a su familia, debe llorar en nuestros ojos tocados por esa imagen que indigna el corazón.
Podemos ejercitarnos en escuchar al Espíritu. Se puede oír su paso, se lo puede escuchar en el silencio, no “entendiendo” todo lo que dice –porque más que hablar, gime con sonidos inefables- pero sí “sintiendo” que reza en nuestro interior. Podemos “sentir” su quietud y reposo.
Podemos ejercitarnos en gustar al Espíritu, sintiendo el buen sabor del evangelio, el gusto que dejan en la boca las buenas acciones, los cantos y oraciones de alabanza, las gracias bien dadas…
Podemos ejercitarnos en olfatear al buen Espíritu que deja sentir su presencia allí donde percibimos que alguien obra desinteresadamente, con amor y humildad. Y distinguirlo perfectamente del mal espíritu, que se huele allí donde hay soberbia, maltrato, mentira y falsedad.
Podemos ejercitarnos en ver al Espíritu de Jesús, pero no con ojos televisivos, que quieren ver todo rápido, pasando de una imagen a la siguiente, sino con ojos más lentos y serenos, con los ojos del corazón, que miran complaciéndose en agradecer y en desear el bien a los que amamos. En esta semana diremos muchas veces al Espíritu: “Ven Creador, Espíritu de Jesús, y enciende con tu luz nuestros sentidos.
Si nuestros sentidos lo buscan sepamos que el Espíritu:
puede llenar nuestra soledad, como un buen Amigo;
puede defendernos del maligno, que se aprovecha de nuestras debilidades;
puede suplir todo lo que nos falta cuando tratamos de rezar y no quedamos contentos y cuando queremos hacer bien al prójimo y no sabemos bien cómo;
puede perdonar y sanar nuestros pecados, si lo dejamos que nos trate bien, dándonos paz y serenidad y ayudando a que nos aceptemos a nosotros mismos y nos tengamos paciencia.
Diego Fares sj