La Palabra se hizo carne, no tengamos miedo de encarnar la espiritualidad (Navidad A 2016)

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En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto,

ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.

Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.

Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea,

y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;

y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales

y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz.

Ellos sintieron un gran temor, pero Ángel les dijo:

«No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:

Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

Y junto con Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial,

que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lucas 2, 1-14).

 

Contemplación

La contemplación de Navidad debe ser sencilla. Porque la Palabra se hizo carne y entonces no tenemos que andar dando muchas vueltas para “bajarla a la realidad”. Porque ya bajó.

Más bien tenemos que partir de nuestra realidad, allí donde nuestra carne nos es más cercana: allí donde cada familia tiene a sus niños más pequeños, a sus bebés, los que han nacido en estos días; allí donde cada pueblo tiene a sus niños que vemos que sufren y necesitan ser atendidos inmediatamente, ya sea que se encuentren en una maternidad, en casa, en una barcaza en el Mediterráneo o en medio de un bombardeo en Alepo o en Mosul.

Como la Palabra se hizo carne y nació en un pesebre, hay que salir buscar los pesebres de hoy. No es complicado ni hay que buscar necesariamente los pesebres más lejanos o peligrosos. Por todos lados hay “pesebres”-situaciones precarias que sostienen la carne frágil de los niños-.

En realidad todas las situaciones de los niños son precarias, frágiles, necesitan constante atención y cuidado.

Y allí hay que ir. Con pañalitos para limpiar y abrigar, como la Virgen cuidando que las pajitas no pinchen al Niño. Con manos fuertes para consolidar el pesebre, como San José, con dos golpes que lo asientan y enclavijan bien.

Se pueden llevar también regalitos simples, como los de los pastores. O regalos más para elaborados y para el largo plazo, como el incienso o el oro de los Reyes Magos. Todo sirve.

Pero cada uno tiene que encontrar “su pesebre”, porque lo que la Palabrita que Dios tiene para decirle esta Navidad sólo la escuchará yendo a adorar allí y no en ningún otro lado.

Como la Palabra se hizo carne, el Evangelio hay que aplicarlo inmediatamente. Con un bebé –lo experimentamos- todo es “inmediatamente”: lavarlo, abrazarlo, amamantarlo, vestirlo, acunarlo…

Después la vida irá poniendo distancias entre la palabra y la acción. Al comienzo no. La carne requiere todo ya.

Y lo mismo pasa con la carne de los que tienen hambre, de los que tienen frío, de los que no tienen casa ni patria, de los que están solos: hay que atender su carne ya. No sirve hablar de problemas que vienen de antes ni de los plazos de la macroeconomía.

Eso es mentira.

Y la prueba es que las finanzas funcionan en un constante ya. Por eso es que el dinero se transforma en ídolo y es el estiércol del demonio. No porque vaya contra Dios en abstracto sino porque va contra el Dios que se hizo carne.   La instantaneidad del dinero –esa que hace que algunos ganen millones de dólares en segundos y otros no logren juntar un dólar y medio para entrar en el Indec como pobres en vez miserables-, roba el derecho a la instantaneidad que tiene nuestra carne cuando se ve en riesgo.

Porque en un instante se muere un niño, en un instante nace una vida.

Como la Palabra se hizo carne, habrá que arreglar las cosas de la carne, no las del espíritu. Lo que quiero decir es que no se trata de que nuestra carne haga una pausa y se vuelva un poco más espiritual, cantando algún villancico o elaborando alguna ingeniosa tarjeta de navidad.

Es totalmente al revés: de lo que se trata es de que nuestro espíritu se haga carne; de que nuestro espíritu, tan acostumbrado a “reflexionar” mirándose al espejo, vuelva la mirada a los demás; de que nuestro espíritu, tan despierto siempre para lo que le conviene a él, se abaje y se ponga a pensar cómo volverse más carnal en el servicio, en la misericordia y en la ternura.

Navidad es para que nuestra espiritualidad se encarne, no para que nuestra carne se espiritualice.

Pero para esto hay que salirse de esa discusión entre carne y espíritu y hay que entrar en el corazón. Entrar en nuestro corazón y en el de los demás, como quien entra en la gruta de Belén; sentir al Niño en nuestro corazón y en el de los demás, como recién recostado por su Madre en el pesebre.

La Palabra se hizo carne primero en el corazón de María y de José. Cuando se dice que María concibió primero en la fe, no se trata de una fe “mental” sino en la fe del corazón, allí donde se unifica la carne y el espíritu. Un corazón de madre y de padre intuye esto. Fuera del corazón, afirmar cosas como “la Palabra se hizo carne”, es algo muy extraño.

Si no ponemos el corazón, si no vamos al pesebre con el regalito de nuestro corazón en las manos, si no vamos a ponerle la oreja en el pecho para sentir cómo late su corazoncito (así dicen que rezaba el papá de Orígenes, después de bautizar a su hijito, poniéndole el oído en el pecho para escuchar a Dios en el latido de ese corazón), la Navidad termina siendo una fiesta muy extraña. Con algún plato de comida muy carnal y algún deseo de paz muy espiritual, con algún regalito muy carnal y alguna tarjeta con un pensamiento muy espiritual.

Si le ponemos el corazón, la comida, el regalito, el pensamiento y el deseo, serán palabra hecha carne. Pero carne como la del corazón!

Y todos sabemos –podemos sentir y gustar- que, cada uno en su corazón, es único y al mismo tiempo igual a los demás. Igual a todo ser humano. También a Jesús.

captura-de-pantalla-2016-12-24-a-las-8-53-08            Y gracias a él sabemos que nuestro corazón es igual al de nuestro Padre. E igual al corazón del más pequeñito recién nacido que llora reclamando a su madre (y también al corazón de los niños de Alepo, que como ven que lloran sus madres, ellos han dejado de llorar).

En el corazón no hay que separar las imágenes de los que sufren y las de los que ríen. Compartimos de corazón las alegrías y las penas, las esperanzas y los sufrimientos de cada corazón.

Padre Diego