Jesús, para mostrarles que es necesario orar siempre sin desanimarse
les proponía una parábola diciendo:
«Había un juez en cierta ciudad que no temía a Dios ni le importaba lo que los hombres pudieran decir de él.
Había también en aquella misma ciudad una viuda que recurría a él siempre de nuevo, diciéndole:
«Hazme justicia frente a mi adversario.»
Y el Juez se negó durante mucho tiempo. Hasta que dijo para sí:
«Es verdad que yo no temo a Dios ni me importan los hombres, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia, para que no venga continuamente a fastidiarme» (no vaya a ser que termine por desprestigiarme con sus enredos)».
Y el Señor dijo:
«Oyeron lo que dijo este juez injusto?
Y Dios, ¿no se apresurará en auxilio de sus elegidos, Él que los escucha pacientemente, cuando día y noche claman a él? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18, 1-8)
Contemplación
La parábola es sobre el Padre.
Sobre el Padre Presente y Atento, lleno de cariño para socorrernos y rápido para actuar.
En segundo lugar, se habla sobre la insistencia en la oración. Pero en primer lugar para Jesús está revelar esta imagen de su Padre y Padre nuestro.
Porque detrás del desánimo en la oración puede estar la imagen de un padre ausente. Y el mal espíritu que la fogonea con razonamientos falaces…
- Tu padre no te escucha. ¿Para qué le rezás…?
- ¡Claro que los escucha! Es vuestro Padre, ¿cómo no los va a escuchar?
Aquí, al igual que en la parábola del hijo pródigo, lo que Jesús quiere es revelarnos cómo está de atento y cuán presente está el Corazón de nuestro Padre Misericordioso. No cae un pajarito, dice en otro lado Jesús, sin que mi Padre “esté”, sin que lo sienta caer sobre la hierba y lo reciba en sus Manos Buenas.
El Señor hace contra enfáticamente a esa insidia del demonio que nos induce a pensar que, porque a veces tarda o no nos da lo que pedimos, nuestro Padre no nos escucha.
Y el Señor va con fuerza contra esta tentación poniendo el ejemplo del juez inicuo, que es realmente detestable. Como diciendo, si hasta uno así escucha y sabe, cómo no va a saber tu Padre.
Un juez a quien no le importa la justicia es la peor peste que puede tener una sociedad. El juez inicuo es peor que el rico insensible. Y el hecho de que se vea en la obligación de hacer justicia a la viuda sólo por cuidar su imagen, lo vuelve más falso todavía. Los que están en otros cargos públicos de la sociedad pueden cometer faltas, pero un juez que introduce la mentira en la justicia misma, corrompe de raíz toda la vida social. Pues bien, hasta un personaje como este –dice Jesús- es capaz de escuchar. ¡Cómo no nos va a escuchar nuestro Padre!
No solo nos escucha, sino que Jesús da testimonio de que nos escucha con todo su corazón. Eso quiere decir que escucha con paciencia y con magnanimidad.
Y además, se apresura en venir a nuestro auxilio.
Más aún: nos hace justicia en un abrir y cerrar de ojos.
Algo así sólo pasa en una familia. Cuando una madre, apenas siente que su hijito pequeño grita, corre a ver qué le pasó y si se ha caído o ha quedado encerrado, inmediatamente lo socorre y consuela su llanto.
Así obra nuestro Padre, dice Jesús.
Uno duda. Pero convengamos que las dudas no son espontáneas ni naturales.
¿Acaso un hijo pequeño duda intelectualmente de su madre o de su padre?
No. La vida no se estructura desde la duda y la sospecha. La vida confía y cree en el amor.
Somos creados para alabar y adorar… y para no dudar.
La duda viene después. Es tentación. Fue un enemigo el que sembró la cizaña de la duda en mi corazón.
El niño cree en el amor. Por eso llora desconsoladamente e insiste hasta que es escuchado. Es más, a veces los chicos pequeñitos, cuando se caen o golpean, antes de llorar buscan con la mirada a su mamá y, cuando la ven, recién ahí sueltan el llanto.
Por eso uno tiene que examinar qué ideas falaces se le metieron en la cabeza y cómo sin espíritu crítico las dejó crecer y permitió que le fueran instilando estas sospechas y dudas.
Jesús, en cambio, apunta a nuestro instinto filial para disolver toda imagen falsa de un Dios sordo, que no escucha, a quien no le importa…
Él es la prueba viviente de que el Padre sí nos escucha. Y da la vida para testimoniarlo.
“Te doy gracias Padre. Yo sé que Tú siempre me escuchas” (Jn 11, 42).
Reconocemos en el Dios de la parábola al Padre misericordioso que corre a abrazar al hijo pródigo que regresa. Ese estar atento y verlo venir desde lejos, es lo que Jesús describe aquí como un “apresurarse a socorrer a sus elegidos”.
Y el abrazo del Padre misericordioso al hijo pródigo es equivalente a este “hacer justicia en un abrir y cerrar de ojos”. El Padre lo arregló a su hijo con ese abrazo.
Así, esta imagen entrañable es la que Jesús quiere que nos grabemos en el corazón. Para que cuando vayamos a rezar y a pedir algo que necesitamos mucho, no perdamos ánimo si es que nos parece que Dios tarda una eternidad en venir a ayudarnos.
Jesús promueve esta fe y esta confianza imperturbable en el Padre. Como si nos dijera: ¡Tomen en serio a Dios! El hace milagros y su misericordia con los suyos es la cosa más cierta que hay. El escucha siempre la oración de sus elegidos.
Ahora bien, así como es una tentación grosera consentir al pensamiento del mentiroso y del acusador que nos tienta diciéndonos que Dios no nos escucha, también es una tentación –más sutil quizás- intentar explicarlo con frases hechas y cayendo en lugares comunes.
Esta tentación hace que, con el tiempo, uno termine por desilusionarse peor que cuando se queja con enojo. Es mejor quejarse amargamente como Jesús, diciendo: “Padre, por qué me has abandonado”, que tapar la queja con razonamientos del tipo: “Si no te da lo que querés ahora es porque no te conviene o te lo dará después…”. Estas frases hechas, que a veces usamos para contrarrestar la queja de alguno que sufre o para contentarnos a nosotros mismos, son una tentación.
Jesús no dice: Dios te escucha, pero dentro de su plan racional, lo que vos le pedís te lo dará a su debido tiempo. Jesús dice que el Padre se apresura a socorrernos y que nos hace justicia en un abrir y cerrar de ojos. La imagen es la de un padre que corre a socorrer a su hijito, no la de un funcionario que te hace hacer la cola y te muestra a todos los demás que también están pidiendo lo mismo. El consuelo es personal, más allá de “la cosa” que pedimos. Los papás explican por qué actúan de una manera y charlan con sus hijos…
Entonces, para reflexionar y meditar y para corregir nuestras imágenes falsas –racionalistas y sentimentalistas- de Dios, es mejor tomar en serio las palabras que usa Jesús.
Si quiero ver la acción de mi Padre tengo que tratar de ver –con los ojos de la fe- dónde “se apresura” a socorrerme.
Y también tengo que entrenar mi mirada para captar su justicia, porque, así como se hace en un abrir y cerrar de ojos, así también si se pasa el momento, hay que volver a estar atentos. La justicia, como es virtud relacional, está en constante cambio. Basta una nada para desequilibrar la balanza…
Me gusta mucho esta imagen de un Dios velocísimo –más que Flash-, de un Dios que obra en “abrires y cerrarses de ojos”. Podríamos decir que la de hoy es la Parábola del Padre que hace justicia: nos socorre en la cercanía de Jesús a toda velocidad.
Así como está instalado que Dios obra en la pequeñez, tenemos que instalar también que Dios obra “rápido”.
La imagen clásica es que Dios obra a laaargo plazo,
que sus cosas son “eternas”,
que su obra se ve luego que pasan generaciones y generaciones…
Esto es verdad, pero es solo un polo de la verdad.
Porque el otro polo es que este Dios que espera miles de años, de repente comienza a obrar…
Y Jesús se encarna en lo que dura el Sí de la Virgen.
Y cuando se viene el parto, los agarra donde los agarra y tuvo que nacer en el pesebrito de Belén.
Y lo mismo pasó cuando salió a predicar.
Estuvo el Señor largos años en la tranquilidad de la vida de Nazaret, pero cuando comenzó su vida pública todo se volvió vertiginoso.
Todo fue ya, ahora, sólo esta vez.
El Señor pasó haciendo el bien y al que se le pasó se le pasó para siempre
y los que, como Bartimeo y Zaqueo y Juan y Pedro y el leproso agradecido y el paralítico y la hemorroisa y la Magdalena y el sordo y la de la espalda encorvada y el chico de los cinco pancitos…, lo pescaron al vuelo, el Señor los curó y los bendijo en “un abrir y cerrar de ojos”.
El Dios rápido que nos revela Jesús es su Padre.
Por eso, es en la cercanía de la carne de Jesús que el tiempo se vuelve veloz y que las cosas buenas suceden rapidísimo y a cada momento.
Lejos de Jesús, pareciera que Dios se vuelve más lento, como indicándonos que no nos alejemos de la fuerza de gravedad benévola con que nos atrae el peso del amor de Jesús.
Así, nuestra fe debe estar atenta a cómo hace justicia Dios en Jesús, en un abrir y cerrar de ojos.
¿En qué podríamos ver que Dios hace justicia hoy a sus elegidos?
Como la justicia del Padre se realiza en la cercanía de Jesús,
es algo que cada uno solo lo puede ver en su propia vida.
No nos es dado verlo siempre “en general”.
Yo puedo dar testimonio de que el Señor ha sido justo siempre conmigo.
Y no solo justo, sino muy paciente y bondadoso con mis defectos
y generoso en extremo con las gracias y dones que una y otra vez me ha dado y vuelto a dar cada vez que malogré una oportunidad.
Y que si no ha hecho más conmigo no es solo por mis pecados sino por su gran sabiduría, para no sacarme antes de tiempo del horno y que le saliera medio crudo o mal levado o inmaduro.
Si miro mi vida no puedo sino ver cómo, cada vez que incliné mal la balanza, el Señor compensó mis desequilibrios; y cada vez que empecé a desbarrancar, él se me puso al lado y me fue subiendo, con su tranco firme y sereno, como decía Brochero que había que sacar a la gente díscola que se desbarrancaba, sin darles coces y empujándolos suavemente con el anca, como su mula. Así ha obrado el Señor conmigo.
El discernimiento espiritual, como dice el Papa Francisco, es cosa del momento. Cuando uno discierne, elige el bien que el Señor le ofrece y rechaza el mal que le presenta el mal espíritu, en un abrir y cerrar de ojos, encuentra socorro, consuelo y se le hace justicia. Pero estos abrires y cerrares de ojos de la justicia de Dios sólo se pueden experimentar en la propia experiencia personal.
Brochero utiliza una palabra linda para esto del abrir y cerrar de ojos. Decía en 1905: “He podido pispear que viviré siempre, siempre en el corazón de la zona occidental, puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos”. El santo cura, con sus ojos ciegos casi al remate, nos enseña a pispear con picardía y fe en las cosas de nuestro padre Dios.
Mañana, si Dios quiere, en un abrir y cerrar de ojos, el Papa Francisco lo declarará santo y su vida y obras quedarán transfiguradas ante nuestros ojos, en la fe.
Diego Fares sj