Los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe.»
El respondió:
«Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa morera que está ahí:
«Erradícate y trasplantate en el mar,» y les obedecería.
¿Quién de ustedes si tiene un servidor para arar o cuidar el ganado, cuando este regresa del campo, le dice:
«Ven pronto y siéntate a la mesa»?
¿No le dirá más bien:
Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ordenó, digan:
«Somos simples servidores, lo que debíamos hacer, solamente eso hemos hecho» (Lc 17, 5-10).
Contemplación
Jesús estaba diciendo: “si tu hermano peca, repréndelo. Y si se arrepiente, perdónalo” Y si se repite la cosa siete veces por día, perdónalo. Aquí es donde los Apóstoles, a coro, dicen ese “Auméntanos la fe!”.
Mateo alarga un poco el episodio y nos cuenta que Pedro, como veía que el Señor se iba entusiasmando con esto del perdón y quizás notó que alguno de los discípulos ponía cara o hacía algún gesto, fue al frente como siempre y le preguntó como para precisar la cosa: “A ver, entonces cuántas veces tendríamos que perdonar? Hasta siete veces?”.
Me parece escuchar aquí el tono que luego dio lugar a otros tonos (y tonitos) que ponen los que saben teología o derecho canónico o alguna otra ciencia y cuando escuchan hablar del amoor y de la misericooordia bajan la charla de su nivel romántico –por decir una palabra- y le ponen números. Pedro lo hizo por primera vez y se mandó con ese “… hasta siete veces?”, que habrá sonado bárbaro para la línea misericordiosista y demasiado jugado para la línea juridicista.
El Señor respondió lo de “setenta veces siete”. Entonces todos exclamaron -como muchos que leen Amoris Laetitia-: “Auméntanos la fe”.
Ese auméntanos la fe coral suena a como si dijeran: Aceptamos que hables a nivel ideal, pero si realmente querés eso, Señor, entonces la cosa cambia. No nos hagas cargo a nosotros de cosas imposibles. Sos Vos el que tenés que darnos más fe.
Me detengo un poco aquí y hago notar cómo estas exigencias del Señor, que suscitan un diálogo franco con Pedro y los otros, un diálogo en el que el Señor plantea un perdón y una misericordia incondicional, grande, generosa, y los discípulos le expresan lo difícil que es y cómo para algo así necesitarán ayuda, suscita en muchos hombres de iglesia un tercer tipo de postura. Es el de los que aceptan que la misericordia es infinita y también aceptan que para vivir en este mundo y llevar adelante una organización como la Iglesia, lo que hay que hacer es “perdonar, sí, pero con condiciones”. Son los que escuchan la palabra misericordia, pero enseguida van al “si se arrepiente”, y allí se sientan en la cátedra de Moisés y empiezan… con las condiciones del arrepentimiento, que al final son tantas que nunca se puede perdonar no digo siete veces sino ni siquiera una. O sólo se pueden perdonar pequeñeces y no ningún pecado de verdad, ninguna falta ni metida de pata en serio.
Un ejemplo que me quedó resonando en estos días fue una expresión que usó un cardenal muy importante de la iglesia italiana que, hablando del Papa y de lo “innegable que era todo el bien que hacía” dijo (y cito): “Rezo al Señor para que la indispensable búsqueda de las ovejas perdidas no ponga en dificultad las conciencias de las ovejas fieles”.
La frase me pareció terrible, sinceramente. Y más cuanto más inteligente se cree y más consenso tiene y busca obtener en esas “conciencias de ovejas fieles”. Los diarios pescaron inmediatamente la cosa y titularon: “el doble discurso del cardenal…”
Discerniendo, lo de “ovejas fieles vs ovejas perdidas” es una tergiversación de la parábola, ya que consolida precisamente lo que el Señor quiere, combatir, que es la conciencia de los “que se creen fieles y superiores a los demás”. Para ellos cuenta Jesús la parábola: para los fariseos que se escandalizaban de que él comiera con los pecadores, como dice Lucas al comienzo del capítulo 15.
Además, se reduce al absurdo a sí misma, ya que, si alguna conciencia fiel se siente perdida y en dificultad, pasa a ser una “oveja perdida” a la que el Señor irá a buscar con igual cariño que a la otra. Esto es lo que sucede en la parábola del hijo pródigo, que la conciencia del hijo mayor encuentra dificultad en comprender cómo es que el Padre le hace una fiesta al hijo pródigo y el Padre con el mismo amor va a buscarlo y a dialogar con él. Así que con cariño de hijos le decimos al cardenal que rece pero que no haga más este tipo de declaraciones. Que él y todas las ovejas fieles están y han estado siempre con el Señor y que todo lo de la Iglesia es suyo. Pero que es justo hacer fiesta por tantos que estaban lejos de casa y que ahora vuelven y que es bueno alegrarse. Y que esas mismas ovejas perdidas que regresan lo hacen humildemente, saben mejor que nadie que no tienen todos los papeles en regla y no quieren poner en dificultad ni cuestionar a las ovejas fieles, sino recibir el abrazo del Padre y el perdón del Señor.
Bueno, y ahora sigue la respuesta de Jesús a ese suspiro del auméntanos la fe. Si tuvieran fe como un granito de mostaza…
Siempre he interpretado la frase como si el Señor dijera: la verdad es que sí, que necesitan que les aumente la fe, porque no tienen nada de nada. Les bastaría con una fe chiquita como un granito de mostaza… Es decir: se las tengo que aumentar, pero tampoco es que la tenga que aumentar mucho… Bastaría con un poquito…
Sin embargo, hoy leo distinto y me parece que el Señor responde dando vuelta la cosa: no se trata de que Él nos aumente la fe sino de que nosotros nos ubiquemos como lo que somos: simples servidores. Y lo primero de un simple servidor es no andar retrucando al patrón. Como si uno cada vez que el patrón nos manda algo suspirara y le dijera: para eso, primero me aumenta el sueldo y me pone otro que ayude. Si uno dice algo así en un empleo, seguramente le muestran la cola que hay afuera esperando el puesto sin tantas condiciones.
Jesús nos enseña que tenemos que hacer todo lo mandado y más y encima después que hicimos nuestro trabajo y encima perdonamos al otro con la poca o mucha fe que tenemos (que con la gracia suficiente nos basta) debemos decir: somos servidores inútiles. Inútiles en el sentido de simples o pobres servidores. Esto no lo dice para desvalorizarnos sino para ubicarnos. La fe no es “nuestra fe” sino la fe en Él. En que si perdonamos en nombre suyo Él cambiará a las personas.
No se trata, por tanto, de tener una fe de grandes señores sino de pobre servidores. Por aquí me parece que va la cosa.
El Señor va contra una mentalidad bastante extendida de que para ser cristiano y cumplir con el evangelio uno tendría que ser una especie de Superman, porque que esas exigencias son cosas para los grandes santos. Y en cambio el Señor nos dice que son cosas para simples servidores! Pone la fe al nivel de la obediencia sencilla de los empleados, que naturalmente obedecen y sirven.
Así tenemos que recibir su evangelio y cuando nos dice que perdonemos tenemos que perdonar, como un empleado al que su patrón le dice vos vas a trabajar con este y uno se lo banca aunque no le guste; y si el jefe le dice ahora me trae esto o hace aquello, el empleado obedece, simplemente, porque es un empleado y lo tiene claro. Y al final del día no se hace el héroe porque hizo todo lo que le dijeron sino que simplemente dice “hice mi trabajo. Soy un simple empleado”.
Entonces, de lo que se trata es de valorar bien quién es Jesús y lo que nos dice acerca de cómo debemos obrar cuando obramos en su Nombre. Si Él nos manda que creamos, creemos. Si él nos manda que perdonemos, perdonamos. Sí él nos dice que recemos, rezamos. Y lo hacemos por obediencia. Una obediencia de empleado. De uno que tiene claro no sólo quién es Jesús que nos manda sino quién es uno. Como el centurión –genio- que saca la conclusión de que si a él, sus soldados le obedecen, cuánto más le obedecerá la enfermedad a Jesús y le dice que “basta con que diga una palabra y su siervo quedará sano”. Así nosotros, cuando perdonamos, debemos confiar que con una palabra del Señor, tanto nosotros como la otra persona nos podemos convertir.
Diego Fares sj