Tratar de embalsamar las parabolas de Jesus: una operacion del mal espiritu y sus secuaces (C 22 2016)

Un sábado Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando que los invitados se elegían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
«Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el puesto principal, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al revés, cuando te inviten, ve a sentarte en el último puesto, de manera que cuando llegue el que te convocó, te diga: “Amigo, sube más arriba”, y así quedarás bien ante de todos los comensales. Porque todo el que enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Después dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Dichoso tú, porque ellos no tienen cómo pagarte, te pagarán en la resurrección de los justos!» (Lc 14, 1. 7-14).

Contemplación
Jesús inventa dos parábolas de mirar a la gente nomás, con solo ver un detalle, eso que se hace evidente cuando todo el mundo busca el mejor lugar en una fiesta. Es algo espontáneo: al entrar en un lugar donde hay puestos, miramos eligiendo. Están los que les gusta el primer lugar y los que prefieren algo más discreto, por el medio; los que van derecho a ubicarse apenas llegan y los que dejan pasar un rato… Pero son pocos los que eligen directamente el último puesto. El consejo del Señor es directo: al gesto de querer enaltecerse le opone el de abajarse.
Es lo que captó Ignacio en las meditaciones de los Ejercicios Espirituales que sirven para disponer el corazón a una reforma radical de la propia vida, las Dos Banderas, los Tres Binarios y las Tres maneras de humildad. Ignacio estructura toda lectura y contemplación del evangelio en el modo de un diálogo: nos hace charlar con la Virgen, con Jesús y con el Padre. Y el tema es este: el de humillarse. Va junto con la otra bienaventuranza, la que dice “dichosos los pobres”, que es de lo que trata la segunda parábola. Invitar a los que no pueden retribuirnos es una manera de empobrecernos, ya que uno da sin esperar recibir.
Dichoso el que se abaja, porque será enaltecido. Dichoso el que se empobrece para enriquecer a los más pobres, porque los más pobres le pagarán en la resurrección de los justos.
…..
Lo primero que me viene con estas dos parábolas es eso que hace el Papa Francisco de poner las palabras en acción, de cambiar sustantivos por verbos: misericordiar y ser misericordiados, por ejemplo. Aquí no se trata de “la pobreza” y de “la humildad”, ni menos aún de “ser humilde” y de “ser pobre”. Se trata más bien de dos gestos: uno improvisado –cuando todos eligen el mejor puesto agarrar para el otro lado e ir a sentarse al último-; el otro gesto, más trabajado: organizar una fiesta e invitar a los excluidos.
Una de las más grandes tentaciones del cristianismo, creo yo, es una operación –aparentemente mínima- que el mal espíritu ha llevado a cabo en la modalidad misma de las palabras importantes del Evangelio. No se trata de una operación que se pueda categorizar de modo general. Hay que motivar a que cada uno ponga en acción su capacidad de discernir y se vaya dando cuenta de todas las implicancias. Se trata de advertir pequeños cambios en las palabras que modifican el sentido. Podemos poner como ejemplo lo que sucede en la parábola del invitado que se enaltece por sí mismo. Esto es lo que hace el mal espíritu cuando logra que que algunas palabras del Evangelio “ocupen los primeros puestos”, se “enaltezcan” a sí mismas (o dejen que algunos Legalistas y Fariseos actuales las enaltezcan de más). La Humildad, por ejemplo. Si uno habla de ella como si fuera un Valor con mayúsculas y la sienta en un trono, termina convirtiéndola en una estatua, la vuelve admirable e inaccesible. Una humildad poco humilde, digamos.
Por eso Ignacio Prefiere hablar de “humillaciones”, que si uno acepta, va llegando a la humildad. Para ver si uno es verdaderamente humilde tiene que experimentarse a sí mismo viviendo alguna humillación concreta, como esta de que le digan que ha sido invitado otro más importante y tenga que ceder el puesto de honor (Ahí me quiero ver!!!).
Jesús predica parábolas en las que la humildad se describe en una acción cotidiana. No consagra Valores abstractos. Como hay palabras que son esenciales y que expresan valores últimos, como la humildad, la misericordia, la caridad…, el mal espíritu opera sobre ellas “enalteciéndolas tanto” que terminan por quedarnos lejos. Las vuelve abstractas. Todo lo contrario del Señor que narra parábolas simples y reales en las que esas virtudes se ven en acciones pequeñas y concretas, al alcance de la mano.
La operación del mal espíritu consiste en sustituir la flexibilidad de la humildad, que se concreta en un pequeño gesto como el del que decide, sin que nadie lo note, elegirse el último puesto, de sustituir digo, este carácter concreto, momentáneo, de abajarse en vez de enaltecerse, por la grandilocuencia de hacer de la humildad una especie de ídolo “bueno pero abstracto”. Nos dice el mal espíritu: ojo humanos, que Jesucristo les está predicando “La Humildad”. Entendieron bien? No pueden seguirlo si no son HUMILDES. Están seguros de que podrán caminar toooda su vida por este camino? En cada fiesta que vayan, van a tener que elegir siempre el último puesto, eh?”.
Y con discursos de este tipo nos desalienta
El mal espíritu convierte en estatuas palabras vivas, convierte en conceptos abstractos (eternos) palabras que Jesús narra simpáticamente para que uno por sí mismo dosifique lo que puede recibir y practicar dando un pasito adelante en su vida de cada día.
Jesús no está hablando de “La humildad”, sino de gozar de una fiesta sin dar codazos por una silla. Jesús no está hablando de “La Gratuidad del que regala todos sus bienes” sino de darse el gusto de hacer un regalo sin calcular qué te regalarán a cambio.
Jesús va a la raíz de algo tan humano como el invitar y el ser invitado y nos invita a discernir los dinamismos que se ponen en juego en nuestro interior: donde uno es invitado, aconseja dar lugar al dinamismo de esperar a que el que nos invitó nos ubique; donde somos nosotros los que invitamos, nos invita a dar lugar al dinamismo de preferir a los más pobres.
Lo que está diciendo es que invitar y ser invitados son gestos gratuitos por sí mismos y no los tenemos que contaminar con cálculos egoístas. Pero el Señor habla de estas cosas poniendo el acento en los gestos pequeños, espontáneos, improvisados en el momento. Gestos vivos, de esos que surgen cuando uno mira a los ojos a las personas. El Señor no intenta hacer un manual de comportamientos para fiestas, un Código de Derecho sobre Invitaciones. Volver abstractos los valores vivos del evangelio es propio del espíritu farisaico, y embalsamar las parábolas además de feo y triste es demoníaco, porque las parábolas son lo “anti-abstracto”, son palabra viva en acción, lista para practicar. Y hay una parábola para cada situación de la vida.
El papa decía a los jesuitas polacos, en su reciente viaje, que la gente sale muchas veces desilusionada del confesionario porque siente que le aplican un código abstracto. Y en cambio, la actitud correcta sería la de ver, antes que nada, qué parábola se aplica al penitente. No clasificar el tipo de pecado sino de ver qué parábola está en acción en ese momento: si se trata de un hijo pródigo al que hay que abrazar sin dejarle que diga nada o de un hijo mayor al que hay que hablarle con paciencia y explicarle todo de nuevo, detalladamente. O si es una oveja que uno mismo sale a buscar y perdona sin que la oveja lo pida…
Lo mismo en nuestras obras de misericordia, que son como una fiesta para los excluidos: en cuanto invitados (y aceptados) como colaboradores, el Señor nos invita a vivir nuestro servicio en la dinámica de elegir siempre el último puesto y no adueñarnos de espacios de poder (sean cargos o esos espacios que generamos con la lengua cuando todopoderosamente juzgamos de todos y de todo); y en cuanto somos los que invitan (en el ámbito de servicio que nos ha sido encomendado) el Señor nos invita a vivir en la dinámica de la gratuidad, sirviendo a los más excluidos sin esperar otra recompensa que la que ellos nos quieran dar con su cariño, en el presente, los que puedan, y los que no, el día de la resurrección¡, como dice el Señor.
Diego Fares sj

Como si fuera un salmo, sonaba el rap del taxi por la ciudad (21 C 2016)

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

Una persona le preguntó:

«Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»

El respondió:

«Luchen con empeño para entrar por la puerta angosta,

porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo:

«Señor, ábrenos.»

Y él les responderá:

«No sé de dónde son ustedes.»

Entonces comenzarán a decir:

«Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.»

Pero él les dirá:

«No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!»

Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes echados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y serán admitidos en el banquete del Reino de Dios.

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros,

y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 22-30).

Contemplación

Entren por la puerta angosta, es el consejo de Jesús.

La puerta angosta no es la del esfuerzo ascético. 

Me gusta pensar que es la puerta de la fe.

De la fe en Jesús, en primer lugar.

La fe de confiar en eso que nuestro corazón siente al pensar en Jesús: es alguien bueno, de quien me puedo fiar, sus enseñanzas no tienen doblez ni engaño, Él es uno que dio testimonio hasta el final.

Dando clases en el Máximo, en estos días, salió varias veces el tema del martirio. Hablábamos de que la vida entera se puede unificar en un solo gesto, en la confesión de la fe. Allí la fe se convierte en la puerta estrecha, en esa que, al abrirla, se cierran todas las otras salidas, y uno entra a lo esencial.

Entrar por esta puerta estrecha de la fe es algo que podemos hacer muchas veces en el día: cada vez que una situación nos pone en el compromiso de confesar a Jesús y hacer un bien o zafar y pasar de largo, o de hacer algo a medias o directamente de pecar haciendo algo malo.

Confesar la fe! Invocar el Nombre de Jesús, santificar el Nombre del Padre, diciendo de corazón y en un susurro repetido: “Abba”. Pedirle al Espíritu Santo que venga en nuestro ayuda, llamándolo: “Ven”, “vení a mí. Te estoy llamando”.

Oraciones de la fe que tenemos incorporadas y salen espontáneamente en los momentos de apuro o cuando menos lo pensamos. Quién no dice “Dios mío”, ante una desgracia imprevista o inminente.

Pasaba ayer a la noche ante un local que resultó ser un templo protestante y un Señor, que sería el pastor, estaba parado en la puerta de vidrio y decía “Gloria a Dios!, Gloria a Dios!”. Yo pasé a su lado y respondí en voz alta: “Gloria a Dios!” Y sentí que él replicaba diciendo de nuevo “Gloria a Dios” con un matiz de pesca, pensé yo, como diciendo “este es de los nuestros” a lo que respondí interiormente mientras seguía mi camino: no de los tuyos pero sí –ambos- de los de “El”.

La confesión de fe! La tenemos todos, por gracia, como digo. Y surge cuando el Espíritu la suscita. Se trata, pues, de cultivar la semilla buena. No diría de hacerla crecer, porque la fe crece por sí sola, sea que uno duerma o esté despierto. Pero sí de despejarle el camino. Se tratad de comprender su valor, el valor absoluto de cada acto de fe, pronunciado en el secreto del corazón o ante las burlas, las seducciones y las amenazas del mundo. Se trata también de quitar algunos yuyos para que la invocación resuene clara en un jardín desmalezado y no mezclada con otras interjecciones y frases que nos surgen mientras avanzamos por nuestros días.

….

Miraba ayer desde atrás las caras del taxista en un largo viaje desde Chacarita a Congreso que tuve la mala suerte de tomar después de venirme en tren con las valijas. La Capital estaba colapsada, como decía él «porque aquí nadie se calienta por nada» y yo miraba algunas “invocaciones” que musitaba o daba a entender, ante la moto que pasaba haciendo zigzags, las mamás con chicos que se largaban medio a cruzar la calle aún con el semáforo en rojo, los que se distraían por la lentitud de la marcha y no arrancaban rápido cuando tocaba… A mí se me ocurrió rezar un poco: Abba, despejá el camino. Que lleguemos rápido… Y le hacía de coro a otras expresiones tipo “pero que b… el de la moto” o “flaco, despertate” o “fijate esa mamá, como cruza, no se puede creer..”.

Como si fuera un salmo, sonaba el rap del taxi por la ciudad:

Despertate, flaco, despertate

No se puede creer

Fijate como cruza

No se puede creer

Despejá la calle, Abba,

Despejá la calle,

Qué b… el de la moto

Qué b…

No se puede creer

Aquí a nadie le calienta nada

Abba, despejá la calle, Abba

No se puede creer

Aprender a rezar –la confesión de la fe- es cuestión de ritmo.

La letra la tenemos, nos la enseñó Jesús y nos la da la vida.

Es cuestión de ritmo.

La música y la melodía son para ciertos momentos de gracia, más tranquilos.

Pero en medio de ajetreo cotidiano, en medio del trabajo y de la vida, rezar es cuestión de agarrar el ritmo. Basta repetir dos o tres veces una frase que nos vino, como las del taxista, y uno toma conciencia de lo que está diciendo. De lo que la calle le hace decir. Y se da cuenta de que es verdad que de la abundancia del corazón habla la boca. Y al escuchar las propias frases, uno puede cavar más hondo y conectar con la fuente profunda de su corazón. Un encuentra que hay otras palabras del Espíritu que “qué b… el de la moto” o “no se puede creer”. Que uno también puede decir: Abba, fijate en la mamá, cómo cruza, y pedirle que la bendiga, y que despierte al flaco para que arranque de una vez y se ponga las pilas y rogar para que todos nos calentemos un poquito más por las cosas comunes…

Basta con repetir Abba, Padre. Muchas veces, todas las que uno pueda.

Es la confesión de la fe, la que abre la puerta estrecha, la que despeja la calle y abre un cielito de esperanza en medio del gris de la ciudad y le pone un poquito de ritmo y de sonrisa a la marcha, como un salmo que suena a ritmo de rap en un taxi por la ciudad.

Diego Fares sj

El fuego que trae Jesús es el de la misericordia doble (20 C 2016)

fuegofuego

Ven, Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor

 

Jesús dijo a sus discípulos:

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra ¡y qué deseo si ya está encendido!

De un bautismo tengo ser bautizado. ¡Y cómo me angustio hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12, 49-53).

Contemplación

El Señor viene a traer fuego y ese fuego, tiene un aspecto purificador. Decía Hurtado: tenemos que dejar que el fuego de Jesús elimine “todo lo que choca, molesta, apena, inquieta a los otros, todo lo que les hace la vida más dura”. Me gusta esto de que San Alberto ponga la purificación en clave social, en clave comunitaria. No se trata, en primer lugar, de que el Espíritu me purifique de lo que me molesta a mí de mí mismo, sino de lo que hiere, lastima y molesta a los otros, en especial a los más cercanos.

San Ignacio, en la primera etapa de los Ejercicios, luego de hacernos reflexionar acerca de que nuestra vida está hecha para la alabanza y la adoración y antes de llamarnos a la misión y al servicio, nos hace experimentar la Misericordia de Jesús sobre nuestros pecados. Pero no solamente sobre todos los pecados en general sino yendo a buscar el que es la raíz de mi pecado: mi pecado capital.

Por supuesto que, como solemos decir, menos matar los tenemos todos. Pero de lo que se trata en los Ejercicios es de que la Misericordia de nuestro Padre cauterice la raíz de donde crecen todos los yuyos de nuestros pecados.

Los pentecostales dicen algo así como que, si no hay reconocimiento, no hay salvación. El fuego del Espíritu Santo tiene que bautizarnos allí donde tenemos necesidad de nacer de nuevo, allí donde está nuestro pecado principal. Por eso, reconocer ese pecado que nos vence y nos domina, como nuestro mejor aliado para acercarnos a un Jesús real, es la clave de la vida cristiana. El vino para ese pecado mío.

Por eso se trata de una conversión: la misericordia me hace cambiar la mirada. Aquello que sentía que me apartaba de Jesús es en cambio lo que me acerca. Mi pecado es el receptáculo para su Misericordia, como dice Francisco. El pabilo de la vela para que él encienda su fuego. Mi pecado no es lo que me impide ser amigo de Jesús sino lo que me permite relacionarme con él de la manera justa, como alguien que ha sido salvado, como uno que tiene un agradecimiento personal y siente como una cuestión de honor ser fiel a quien lo salvó de veras.

Esto es lo contrario de esa actitud legalista que parece que quisiera que la acción salvífica de Jesús toque solo las partes sanas y limpias. Para recibir el perdón habría que estar perfectamente arrepentido. Para recibir el alimento de la Eucaristía habría que estar perfectamente perdonado. Esto es verdad si lo consideramos “en absoluto”, pero si no tenemos en cuenta el proceso que implica llegar a la perfección, las mismas palabras pueden ser vividas como trampa. El primer contacto con Jesús tiene que ser de confianza y cercanía total del Señor conmigo como estoy. No importa si estoy arrepentido del todo o solo medio arrepentido. Es su gracia la que me purificará plenamente. Si espero a estar bien para acercarme no lo haré nunca. Eso significa que Él vino para los enfermos y pecadores y no para los sanos y los justos. Esto es lo que valoramos de Amoris Laetitia, por ejemplo: que se dirige a las familias tal como son, con sus imperfecciones. No le habla a la familia perfecta sino a mi familia, en la situación en que está llevando adelante la vida.

Ayer, en una charla a jóvenes, salió una frase que no había pensado, pero que me parece que expresó este espíritu. Les decía que el Papa sitúa la familia –la abraza- entre dos grandes gracias: una, la seguridad de la Misericordia absoluta de Dios; la otra, la de su invitación a crecer en el amor familiar sin que haya un techo. Y lo de la misericordia lo expresé diciendo que, para el que lleva adelante una familia, la misericordia de Jesús para con sus pecados es doble. El doble que si está solo. Porque el papá y la mamá, si están bien, contentos, perdonados, en paz, son fuente de bien para sus hijos. Una chica dijo sonriendo: Me voy a tener que buscar alguien pronto, entonces.

La división de la que habla el Señor es una división que va por este lado: es entre los que conciben que la familia requiere y merece “doble misericordia”, contra los que exigen que la familia “sea perfecta o no sea nada”.

El fuego de Jesús es el de una misericordia doble para sus discípulos, que al seguirlo sienten la fragilidad de su pecado y la necesidad de la ayuda redoblada del Señor para llevar a cabo la misión que encomienda.

Diego Fares sj

Feliz el servidor a quien el Señor encuentre ocupado en este trabajo (19 c 2016)

 Jorge sirviendo.jpg

Jesús dijo a sus discípulos:

«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre se ha complacido en darles a ustedes el Reino.

Vendan sus bienes y denlos como limosna.

Trabajen haciendo bolsas que no envejezcan y tesoros que no se agoten, en el cielo, donde no se aproxima ningún ladrón ni la polilla puede corroer.

Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón.

Estén preparados, ceñido el vestido y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.»

Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?»

El Señor le dijo: «¿Cuál es el ecónomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes. Pero si este servidor piensa en su corazón: “Se demorará la llegada de mi señor”, y se dedica a maltratar a los servidores y servidoras más pequeños, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente.

Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más» (Lc 12, 32-48).

Contemplación

En el evangelio de hoy escuchamos hablar a Jesús muy familiarmente con los suyos y todos sus consejos y recomendaciones apuntan a un solo punto: a centrarnos en Él.

No lo dice pero se trata de Él.

Son muchas las imágenes que salen de su corazón y con las cuales reviste su presencia.

En la primera imagen que usa dice que Él es como un señor que fue a una boda y al regresar encuentra a sus servidores velando. Otras veces se presenta como el esposo mismo, que regresa. Aquí como que se esconde más: parece un hombre cualquiera que se va a un casamiento y al volver parece que quiere que en su casa esté todo en orden y bajo control. Uno se pregunta ¿para qué hacer esperar a todos sus servidores despiertos? Parece exagerado… Sin embargo hay un detalle que traiciona la presencia de Jesús. ¿Se fijaron que la parábola habla dos veces de la felicidad de estos servidores? Son gente feliz, están felices de servir a este señor y el señor también está feliz con ellos. El detalle inusitado es que los ha hecho esperar para recogerse la túnica, hacerlos sentar a la mesa y ponerse el mismo a servirlos!

Si en las parábolas siempre hay un detalle que produce un quiebre en el sentido común, en esta, que parece una parábola menor, se esconde una riqueza igual a la de la oveja perdida. No es una parábola que tenga tanta fama como la otra, pero es más consoladora todavía. Porque no se trata de un pastor que se compadece y va a buscar su ovejita perdida. Cosa notable, pero al fin y al cabo, es su ovejita y se puede pensar que ir a buscarla y “perdonarla” es una manera de no perder algo suyo. Pero esta de los servidores va más allá. Porque se trata de servidores fieles y buenos, que hacen lo suyo con alegría. Cumplen con su deber y un “muchas gracias” o un regalo, aunque no fuera necesario, sería una buena forma de mostrar agradecimiento por parte del patrón. Pero ponerse a servirlos! Jesús nos da a conocer lo que siente en su corazón por nosotros, la alegría que le da haber creado otros seres a quienes puede hacer que se igualen a Él, que puedan experimentar su misma felicidad. Por eso expresa aquí las dos bienaventuranzas del servidor: “Feliz el servidor al que su Señor lo encuentra velando”; y más feliz si no tercerizó los tiempos y su Señor “lo encuentra velando personalmente a cualquier hora!”.

Cómo podríamos titular esta parábola: la del Buen Señor, en consonancia con el Buen Pastor…; me gusta más la parábola de los servidores felices, en contraposición con la de la oveja perdida.

Es la parábola que prepara el Lavatorio de los pies; esto se ve en el detalle de “recogerse la túnica”. Pero también alude al hecho de que, en la Eucaristía, el Señor no solo es Pan de vida, sino también el que lo sierve y lo reparte: “tomó el pan, lo partió y se los dio, diciendo…”. En la Eucaristía es el Señor mismo el que se nos da y se nos sirve. Al fin y al cabo eso es un Pan Vivo: un pan que se sirve él mismo, no hay que ir a comprarlo ni disponer nada para comerlo.

Si tomamos esta parábola como la de los servidores y servidoras contemplativos, felices porque velan, podemos pensar que a estos amigos el Señor les hace el trabajo.

La otra parábola sería para los de vida activa. Pedro pregunta si la primera es para todos y Jesús le responde regalándole otra parábola con bienaventuranza incluida. La dinámica es la misma, Jesús se presenta bajo la imagen del señor que cuando vuelve juzga cómo están las cosas en su casa. Pero la parábola es todo otro universo: aquí no se habla de velar sino de trabajar. Curiosamente, Jesús le responde comenzando con una pregunta: “¿Quién es el ecónomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?

La parábola se aplica a Pedro y a todos los que tienen a su cargo “la gestión”, como decimos hoy. La tarea de la que habla el Señor es la de administrar las raciones de trigo en el momento oportuno. Se requiere fidelidad al señor y prudencia para conocer los tiempos y la medida de las raciones para cada uno del personal.

En realidad, cuando Pedro pregunta, el Señor le responde con una parábola especial para él, que será a quien “pondrá” a cargo de su Iglesia. El mecanismo “esto lo decís para mí” siempre logra una profundización por parte del Señor y es signo de buena oración, de uno que reflexiona y saca provecho para sí, como dice San Ignacio. Actitud contraria por cierto a la del que escucha el evangelio en las partes que “se le aplican a los otros” principalmente.

La bienaventuranza es grande: El Señor dice que pondrá a este servidor “sobre todos sus bienes”. Es como si lo hiciera Papa, digamos, ya que lo “encontró ocupado en este trabajo”. No viene mal pensar que esta parábola la estamos viviendo con la elección del Papa Francisco, uno a quien el Señor lo encontró (y cualquier día o noche que lo hubiera venido a buscar, al menos desde que lo conozco, puedo testimoniar que lo habría encontrado igual) trabajando por dar la ración a cada uno de los suyos. Y lo puso al frente de todos sus bienes. Feliz de él (y pobrecito él).

La parábola tiene una malaventuranza que la concreta y la refuerza. No hay aquí condena al infierno sino castigos, más y menos severos, a los que piensan que el señor tardará y se dedican a comer, beber, emborracharse y, lo que es peor, a maltratar a los servidores y servidoras más pequeños. Desdichados de ellos, desdichados de nosotros si nos encuentra así. El Señor refuerza que el trabajo se debe hacer rendir, los talentos son para dar fruto, la gestión debe ser eficaz, porque se nos ha confiado mucho, pero el punto no son las cosas sino el trato a los empleados más pequeñitos. Esto es distintivo en la Iglesia: cómo trata cada uno a los empleados…

Se distinguen las actitudes del señor ante los que velan y ante los que gestionan. A los primeros los premia con una cena; a los segundos, con más trabajo –les confía todos sus bienes-. Son dos parábolas muy distintas y diría que la segunda –la de la gestión- se ordena a la primera –la del velar-. La segunda nos revela la actitud última del Señor: la de sentarnos a la mesa en su Reino y mostrarnos su Amor sirviéndonos, ya que nosotros somos sus hijos y creaturas y más que servirlo a él El nos da todo a nosotros. La segunda, al no hablar de castigos eternos, sino de más y menos, y de premios que son más trabajos y administrar más bienes, es una parábola más para la historia, para nuestro tiempo de servicio en esta tierra.

¿Cómo le podríamos llamar a esta segunda parábola? Está en el género de las parábolas de la promoción social, digo yo. La solemos llamar la del administrador fiel y previsor. Esta frase siempre se aplica a San José, porque es el único que está a la altura, digamos, de un cargo así en la familia del Señor. También puede ser la del Patrón exigente, como el de la parábola de los talentos. Me gusta pensarla desde el detalle de “distribuir la ración de trigo en el momento oportuno” vs “pensar que el señor tardará en llegar”. Yo la llamaría: la parábola del administrador con sentido del tiempo. Este sentido tiene que ver con las personas, con el conocimiento de los tiempos de las personas: cuánto tarda en volver un Señor que nos ama, cuándo necesitan su ración los servidores y servidoras más pequeños… El detalle de los “servidores y servidoras pequeños” (paidas y paidiskas), es significativo. Pensemos que nuestra Señora se define como “servidora pequeña” y que Jesús se identifica “con uno solo de estos pequeñitos”. Si en la otra Jesús se reviste de “señor que sirve”, en esta se reviste de “servidor pequeñito maltratado o servido con la ración justa en el tiempo oportuno”. Diría que si la otra la titulamos “la parábola de los servidores felices de ser atendidos por Jesús” a esta la podríamos llamar: “la parábola de los servidores pequeñitos, maltratados por el que Jesús dejó a cargo”. Y así las dos parábolas hacen una sola: si ponemos en el centro a los pequeñitos de Jesús –los que velan su llegada, los que se dejan consolar por Él, los que son bien cuidados y tienen su ración en el momento oportuno y a veces son maltratados por los que están arriba.

 

Son estas dos parábolas de la misericordia especiales. Nosotros pensamos la misericordia solamente como perdonando pecados. Lucas, que es el que escribió las del Hijo pródigo, la oveja perdida y la dracma perdida, es también el que escribe estas que nos muestran una misericordia que va más allá de perdonar los pecados. Es la misericordia del señor que se compadece de que sus servidores hayan estado esperándolo y hayan dejado la casa impecable y les regala una cena servida por él mismo. Así como Jesús se compadece de la gente que anda como ovejas sin pastor, también se compadece de los servidores fieles, que se matan trabajando y tratan de hacer las cosas bien y, por supuesto, se cansan. Por eso es que el regalo de servirlos es también una obra de misericordia. Consolar al triste, quizás…, incluyendo lo de dar de comer al hambriento…

Es que a veces, luego de hacer todo bien, uno queda medio triste si no es reconocido o si alguno nota sólo lo que faltó… La misericordia también se vuelca –desbordante- sobre este aspecto de nuestra condición humana que se alegra tanto cuando descubre que el Señor no es un amo ni un patrón sino un amigo.

La otra parábola, la del trabajo, nos habla de una misericordia que se vuelca en los detalles –la ración justa en el momento oportuno, para los más pequeños-. Es algo que está a nuestro alcance y que el Señor valora muchísimo, tanto que premia desmesuradamente un vasito de agua dado a un pequeño y castiga severamente al que maltrata a los empleados pequeñitos. Esta misericordia es la nuestra, la que se nos regala para dar. Los cargos en la Iglesia son para hacer misericordia con los pequeños, no para gestionar el reino. Imaginense! Gestionar el reino de Uno que ni siquiera se pudo salvar a sí mismo, ni morir con algún decoro al menos!

La verdad es que hay algunos que, si uno mira cómo se visten, en qué autos van y en qué casas viven (me incluyo en lo de la casa) y sobre todo, cómo se comportan con los empleados, pareciera que se creyeron que el cargo de administrar que les han dado es para “gestionar el reino” y no para “hacerse amigos con el dinero de la iniquidad y purgar así sus pecados”.

La parábola del ladrón, que está en medio de las dos parábolas, sirve de despertador para los adormecimientos en las cosas del reino que suelen ir unidos a las trasnochadas de “divano-felicidad”, como le llamó el papa a la tentación de apoltronarse en vez de salir a servir.

Diego Fares sj