El pueblo de Dios escucha la Palabra abrazando a Jesús con su fe y cariño. Sin este ámbito la palabra es solo un rumor (Domingo 10 c 2016)

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Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina (Lc 7, 11-17).

 

Contemplación

 

Hay noticias que se transmiten solas. En un mundo que inventa noticias, que las arma y las difunde con medios poderosos, hay otras, que por la fuerza misma de su verdad, se transmiten boca a boca y se imponen por sí mismas. Los intentos de manipulación vienen después y a veces logran confundir, pero cuando una buena noticia se difunde es imparable. Ha ocurrido algo maravilloso, único. Por eso la noticia vuela con una fuerza que se contagia, que no se puede callar. “Viste lo que pasó?”. “Supiste lo que hizo Jesús?” Así se difunde boca a boca la buena noticia de la resurrección del hijo único de la viuda de Naím. Qué no fue solo una resurrección maravillosa en cuanto hecho físico e individual. La gente vio cómo Jesús “se conmovió y lleno de una compasión entrañable y sin que nadie le pidiera nada, resucitó a este joven en un impulso que le nació del corazón y se lo devolvió vivo a su madre”. Esto fue lo que la gente comentaba: todo lo que vivieron todos en esa resurrección.

 

Me llamó la atención que una traducción que tenía hablara de “rumor”: “El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina”. La palabra que utiliza Lucas es “logos”: el “logos” de lo que había hecho Jesús…

Fui a ver las traducciones en otras lenguas y todas eran distintas. Una francesa decía: “el ruido” de lo que había hecho Jesús. Rumor no en el sentido de “una noticia no confirmada” sino en el sentido de algo que “hace ruido”, como decimos. Una alemana prefiere decir: “la narración de esta historia”, porque “logos” significa también “narración” o “una historia que se cuenta”. Los italianos traducen “este dicho” de lo que Jesús había hecho, y otra: este razonamiento en torno a él”. Porque “logos” es “razonamiento”, en el sentido de que no se cuenta un hecho nomás sino que se interpreta –con razón- como algo único. Los ingleses, más asépticos, traducen: “el informe o reporte” de lo que Jesús había hecho.

Y así, cada lengua matiza distinto. Es que “logos” es una palabra común, pero cuando se refiere a Jesús, que es “el Logos hecho carne”, adquiere una fuerza especial. Lucas quiere hacer notar que el pueblo, la gente, vivió la resurrección del hijo de la viuda como lo que era: un milagro inmenso. Se apoderó de ellos el temor de Dios, dice Lucas, y glorificaban al Señor con palabras de la Escritura. Veían a Jesús como “un gran profeta que ha surgido entre nosotros” y decían llenos de alegría: “Dios ha visitado a su pueblo”.

La frase “ha surgido” (egerthe) significa “se ha puesto de pie” y los evangelios la usan para hablar de la resurrección de los muertos. La gente siente que en ese joven han resucitado todos, que Jesús mismo es como un profeta resucitado.

Esta es la experiencia doble del milagro de la resurrección del joven: por un lado, la gente siente que El que lo resucita “es” Él mismo resurrección y vida; por otro, la gente siente que se trata de una visita de Dios a todo su pueblo: si resucita un joven, resucitamos todos.

En Lucas la experiencia de fe del pueblo de Dios es como un abrazo lleno de amor y de devoción que envuelve a Jesús creyendo en Él, esperando todo de Él, acompañándolo con atención, bebiéndose sus palabras, grabando en los ojos del corazón todo lo que hace. Jesús actúa en medio de su pueblo, haciendo las cosas –las obras buenas del Padre- para suscitar la fe en la gente, para que crean y reciban vida. No había mediación entre Jesús y su pueblo en aquella época. Las noticias no llegaban a la gente a través de los medios. Los que habían visto el milagro lo contaban en su casa, a su familia y a sus amigos. Y estos a los suyos. Por eso la fe que nos transmite la Iglesia, es una fe viva, en la que importa no sólo lo que Jesús hace –los milagros- sino cómo lo recibe la gente, cómo lo entiende y cómo interactúa con Jesús, haciendo que se manifieste.

El evangelio no es un libro de escritorio. Se nos cuentan los “logos” de Jesús, las historias de lo que hizo, tal como las veía, experimentaba y transmitía la gente que lo rodeaba. Y lo que Jesús hacía y decía era en respuesta y en diálogo con esa gente, con ese pueblo suyo. Nosotros solemos dejar de lado las expresiones que nos cuentan cómo se alegraba la gente o que la noticia corría de boca en boca. Y sin embargo esta recepción y esta fe de la gente es parte constitutiva del Evangelio, es la buena noticia que Jesús hace que la transmita la gente misma. Los evangelios como libro son luego una expresión (no exhaustiva ni mucho menos) de esta fe y evangelización viviente que suscitó Jesús en su pueblo, haciendo exclamar a la gente: Dios ha visitado a su Pueblo.

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Este jueves y viernes, los sacerdotes venidos de muchas partes del mundo, tuvimos un día de Ejercicios Espirituales que nos dio el Papa Francisco. Y luego una misa, en la que Francisco se quedó saludando largamente a sus sacerdotes. La experiencia fue única y se notaba la consolación en los curas. Uno me escribió después:

“Francisco hablo como un padre que comunica la vida a sus hijos. No una clase. Transmitía vida. Si hubiera podido nos hubiera abrazado a todos”.

Me llegaron de manera muy especial estas frases: “transmitía vida” y “nos hubiera abrazado a todos si hubiera podido”.

Es lo mismo del evangelio de hoy, lo mismo que el pueblo de Dios sentía con Jesús. Las dos experiencias: la de la persona misma que está transmitiendo vida y el sentirse todos abrazados en el abrazo que da a cada uno. Cuando alguien habla abrazando no se lo puede escuchar sino abrazándolo. Así escuchaba el pueblo fiel de Dios a Jesús. Y ese abrazo el Señor obraba y enseñaba.

En ese abrazo, el Logos es Palabra que comunica vida a sus hijos, Palabra que resucita y brinda la Alegría del Evangelio.

Fuera de ese abrazo, el logos será un rumor, un informe, una historia de algo que pasó…

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Diego Fares sj