Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron:«Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.» El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomando los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió, y se los iba dando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas (Lc 9, 11 b-17).
Contemplación
El jueves, en la misa del Corpus en San Juan de Letrán, una frase del Papa me gustó para compartirla. Habló de dos pequeños gestos que son parte de la Eucaristía: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos y recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.
Decía así Francisco, acercar del mandato del Señor:
«Denles Ustedes de comer». En realidad, es Jesús el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos. Y Jesús quería precisamente eso: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían.
Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es «hacer» (la Eucaristía) con Jesús, es «dar de comer» con él. Es evidente que este milagro no va destinado sólo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad ofreciendo su carne y su sangre. Y, sin embargo, hay que pasar siempre a través de esos dos pequeños gestos: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos; recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos. (Francisco, Misa del Corpus, 2016).
Se trata, entonces, de dirigir rápido la mirada a esto pequeño. Cuando contemplamos el hambre de la humanidad, los ojos de los niños, los rostros de los papás que llevan a su familia escapando de Siria, las mamás que abrazan a sus bebés en los barcones atestados de refugiados…, hay que buscar algo pequeño. Algo nuestro, para ofrecer y algo (también pequeño) de Jesús, para recibir y distribuir. Lo nuestro es fácil: unas monedas, ropa linda que tenemos y no usamos, un ratito de nuestro tiempo para hacer una llamada o una visita… Pero ¿cuáles son los pequeños gestos de Jesús que podemos recibir y compartir?
Me gustó esta imagen de que también Jesús realiza “pequeños gestos”. Incluso los grandes gestos, como este de convertir los cinco pancitos en panes para cinco mil personas, lo fue haciendo de a poquito, dándole a cada discípulo el pan y los peces que debían llevar a cada grupo de cincuenta.
Contemplamos los pequeños gestos de Jesús con el pan.
Digamos ante todo que son los mismos que hace cuando instituye la Eucaristía.
Yo no soy exegeta y el pasaje está muy estudiado, por supuesto, pero uno puede ver que la actitud de Jesús para con los pancitos, que le sale espontánea, es marcadamente especial. Alzar los ojos al Cielo, pronunciar la bendición, partirlos… son pequeñas acciones del Señor que quedaron grabadas para siempre en los ojos y en el corazón de los discípulos. Repetirlos no fue un intento de apropiarse mágicamente de sus gestos. El Señor mismo mandó que “hiciéramos esos gestos” en memoria suya. Además, como son gestos con el pan, a todos nos salen naturales. Son gestos de madre y de padre que simplemente parten el pan para sus hijos y lo hacen bendiciéndolo de corazón, sin nada especial, con el amor mismo cotidiano, que en algún momento contempla al hijito que toma el pan con sus deditos y uno agradece a Dios y sonríe interiormente y atesora esa imagen en el corazón. Son esas imágenes que alimentan el alma y dan sabor y fuerza a la vida.
Los pequeños gestos de Jesús para con el pan conforman un solo gesto en el que todo está integrado: tomar-alzar los ojos/pronunciar la bendición-partir-repartir.
Se trata de una acción que fluye, espontánea, sin titubeos ni apuros.
Pero no es algo que le salga así nomás a cualquiera.
En una mesa familiar el tomar y partir y repartir se hace con espontaneidad y cariño. Quizás el momento de alzar los ojos al cielo y bendecir, queda medio como sobrentendido. La bendición de la comida no siempre está integrada perfectamente a la acción de servir y compartir.
En Jesús ese alzar la mirada buscando la bendición del Padre es algo connatural, algo que entra en el ritmo habitual de su vida y es parte de cómo hace las cosas. En mucha gente sencilla esta bendición, esta conexión con el Padre forma parte del lenguaje. Los musulmanes, por ejemplo, en medio de su conversación dicen muchas veces “alabado sea Dios”; también muchos pentecostales. Nosotros usamos el “Dios quiera” como modo de referirnos a lo alto cuando expresamos un deseo…
La otra espontaneidad del Señor, que no es tan fácil para nosotros, es la de tomar con sus manos los pocos panes en un gesto que está referido a la multitud: los toma con intención de repartir. En nosotros esto no es tan espontáneo. Si vemos que no va a alcanzar no queremos ni agarrar. Nos alejamos del pan, tomamos distancia. Lo espontáneo más generoso sería no comer tampoco nosotros, o guardarlos para después, como parece que habían hecho los discípulos…
Jesús, así como une el pan con el Padre une también los pancitos para sí y los pancitos para los otros, une con sus gestos lo poco y lo mucho, lo poquitito y lo desmesuradamente mucho. Esto es bien de Él.
La actitud de partir el pan, en cambio, es más de todos. Espontáneamente el pan invita a ser partido y repartido. Su estructura misma es así: fácil de partir y no sujeta a mucho cálculo. Un chocolate se puede partir en pedacitos iguales. El pan es distinto. No es tan cuantificable, digamos. Está fuera de la lógica del sistema, que se maneja con ese dios cuantitativo que es el dinero. Si uno parte muy igualito el pan queda medio ridículo. En cambio si uno no parte parejo un chocolate o una torta, queda medio egoísta.
Como vamos viendo y sintiendo, en estos pequeños gestos de Jesús con el pan, hay cosas que son muy comunes y fáciles para nosotros, como el tomar y partir y repartir en un ámbito pequeño, y otras que son más de Él, como el hacer esto refiriéndose al Padre y a todos los hombres.
Este es el Evangelio de los pequeños gestos eucarísticos de Jesús.
Nos evangeliza porque se encarna en nuestra cultura humana, familiar, y haciendo lo mismo que nos gusta hacer a nosotros, lo mejora infinitamente con su amor. Todo sin que se note demasiado, sin hacer alarde. Pero abierto a que uno “abra los ojos” –porque cuando el Señor parte el pan se nos abren los ojos- y aprenda a sentir y a recibir un amor grande y tierno como un pan en una pequeña Eucaristía.
Miramos ahora unos instantes los tiempos que el Señor se toma y el modo como realiza sus gestos. Sin ser exegeta uno ve que Lucas usa tiempos verbales distintos: no dice “tomó” los panes sino “habiendo tomado o tomando los panes”; y la referencia al Padre no es “alzó” los ojos sino un “habiendo alzado o alzando los ojos al cielo”.
Tomar y abrazar lo nuestro, lo poquito de nuestros cinco panes, es algo que el Señor hace de una vez para siempre y lo está haciendo de manera constante. El está “tomando y abrazando nuestra humanidad”. Lo mismo sucede con su estar en contacto constante y directo con su Padre.
En el centro del gran gesto vienen dos acciones precisas y puntuales: bendijo y partió los panes.
Y luego una acción que se extiende en el tiempo: “les iba dando” los panes para que los sirvieran.
Lo que uno siente es que el Señor bendijo los panes que tenía abrazados mientras estaba mirando al cielo y que luego los partió decididamente y comenzó la larga tarea de repartirlos.
Detenernos en estos pequeños gestos del Señor es un modo de entrar en comunión con Él, de ir haciéndonos a su ritmo, a su modo de hacer las cosas.
Invirtiendo los términos, nosotros, que estamos metidos en ese ir y venir de los discípulos que llevan las canastas con panes y peces y las ponen delante de cada familia y de cada grupo de cincuenta y que vuelven al Señor con las canastas vacías a buscar más panes y peces; nosotros que luego tenemos que juntar las sobras para que nada se pierda… podemos imitar la actitud de Jesús que toma y abraza todo lo nuestro y tomar y abrazar nosotros todo lo suyo; y con el mismo sentimiento de hijos,
podemos alzar los ojos al cielo y centrarnos en el Padre que es nuestro referente último,
al que todo agradecemos y de quien todo recibimos y esperamos;
con la misma fuerza con que Jesús abraza nuestros pecados y nuestra Cruz,
podemos abrazar nosotros su misericordia y su perdón;
con la misma alegría con que Él toma nuestros pocos panes,
podemos tomar nosotros sus dones, que aunque son grandes, inmensos,
se nos dan bajo forma contraria, envueltos de pequeñez, de simples gracias cotidianas.
Podemos tomar y recibir (sabiéndolos discernir…):
los pequeños gestos de Jesús, que está con nosotros todos los días de la historia y se nos aparece por el camino en la persona de algún hermano y nos acompaña un trecho…
los pequeños gestos de Jesús, cada vez que recibimos la Eucaristía en la misa…
los pequeños gestos de Jesús, cada vez que una simple palabra del Evangelio se nos enciende como una velita y nos ilumina una situación…
los pequeños gestos de Jesús, en la mirada agradecida del que servimos…
los pequeños gestos de Jesús, en la compasión que compartimos con el que padece.
Diego Fares sj