Guardar su Palabra es cuestión de amor (no de palabras) (Pascua 6 C 2016)

 

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 Le pregunta Judas (no el Iscariote): Señor ¿qué pasa que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?

Respondió Jesús y le dijo:

«El que me ama guardará fielmente mi palabra, y mi Padre lo amará;

y vendremos a él y en él haremos morada.

En cambio el que no me ama no guarda a mis palabras.

La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.

Yo les he dicho estas cosas mientras permanezco con ustedes;

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre,

Él les enseñará a ustedes todas las cosas

y les recordará todas las cosas que les dije.

Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo.

¡No se inquiete su corazón ni se acobarde!

Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes».

Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre,

porque el Padre es mayor que yo.

Les he dicho esto antes que suceda,

para que cuando se cumpla, ustedes crean».

Ya no hablaré muchas cosas con ustedes porque viene el príncipe del mundo. A mí no me hace nada, pero es necesario que el mundo conozca que amo al Padre y que hago las cosas tal como el Padre me las mandó. Levantémonos, vámonos de aquí (Jn 14, 22-31).

Contemplación

Nos centramos en la respuesta de Jesús a Judas Tadeo. Judas pregunta “qué pasa”, por qué decís que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo… Por la respuesta del Señor vemos que preguntó con inquietud, como quien no entiende y no está de acuerdo con algo que otro dice y lo interrumpe en un punto. Jesús aprovecha y hace una explicación sobre las actitudes que tenemos que tener con su Palabra.

Guardar fielmente la Palabra

La primera actitud es de cuidar la Palabra. Guardarla, protegerla, conservarla en el corazón: serle fiel.

La parábola de la semilla que cae en tierra buena nos muestra la actitud que el Señor quiere que cultivemos: el deseo de ser tierra buena, que acoge la Palabra y la deja echar raices profundas en el corazón.

La imagen contraria es la de los que no guardan la Palabra, sea porque su corazón es superficial como una calle, sea porque es pedregoso y tiene muchas ideas propias, sea porque hay en él yuyos de otras palabras que echaron raíces y le quitan alimento a la Palabra de Dios.

Guardarla por amor a Jesús

Guardar la Palabra y protegerla no es cuestión teórica sino que es cuestión de amor. En esto se confunden muchos que creen la Palabra se cuida con otras palabras. Y no es así. La Palabra se cuida con Amor. Por eso Jesús manda el Espíritu Santo, el Espíritu que es puro Amor. El Espíritu, como el Amor, no es nada si no hay dos que se aman. El Amor cuida la Palabra de Jesús. Que no es sólo suya, como dice, sino que es Palabra del Padre que lo envió. Esto es importante para nosotros. Porque la Palabra de Jesús a veces no es fácil de entender y menos facil aún es ponerla en práctica. Cuidarla y tener paciencia mientras crece, como una semilla, y se va volviendo clara a medida que da frutos en nuestra vida, es cuestión de amor. Si lo queremos a Jesús, si nos dejamos querer por nuestro Padre misericordioso, que no se cansa de perdonarnos, entonces podremos “guardar fielmente su Palabra”. Si no, es imposible.

Y ya sabemos lo que pasa con los que no cuidan la Palabra: o se vuelven sordos a todo lo que dice el Evangelio y no le hacen caso o, lo que es mucho peor, se vuelven celosos guardianes de “algunas palabras” que les vienen bien y que cuidan a su modo. Estos son los que se vuelven como los fariseos y los escribas. Distinguen hasta un mosquito cuando se trata, por ejemplo, de moral sexual y se tragan un camello cuando se trata de moral con el dinero o con la fama, como les decía el Señor en su época. No amaban a Jesús, no les agradaba su persona, su modo de ser… Se fijaban solamente en la literalidad de sus palabras, atentísimos a lo que decía, para entramparlo: “esta palabra que vos decís va contra esta otra que está en la Ley!” Su manera de cuidar la palabra era compararla con otras palabras. No veían los frutos que la Palabra de Jesús daba en el corazón del pueblo, los milagros de sanación que hacía, cómo perdonaba a la gente y la gente se volvía más buena, cómo los liberaba de sus malos espíritus y les enseñaba a amar a Dios en todas las cosas de su vida. La Palabra de Jesús es una Palabra viva, que hay que poner en contacto con la vida de la gente, no con las palabras de otros libros para que se quede guardada allí y no salga.

Guardar la Palabra como quien hospeda a un amigo

El amor con que se cuida la Palabra es como el amor con que uno hospeda a un amigo. Por eso el Señor dice que el Padre amará al que lo ama a Él y que los dos vendrán y se hospedarán en su casa. Y estando ellos dos así como en su casa, el Espíritu del Amor que se tienen, tomará a su cargo ir enseñando todo lo que la Palabra quiere decirnos. El Espíritu lo hará paso a paso, como cuando uno charla con un amigo y le deja todo el tiempo que necesite y tenga ganas para contar sus cosas y explicarlas detalladamente, a fondo. Esta es la característica de la amistad: que uno sabe que tiene todo el tiempo que quiera para charlar con un amigo. Que puede pedirle charlar en cualquier momento que necesite y el otro deja todo. Que puede contar esos detalles que otro no escucha porque le dice que eso ya lo dijo. Cuando un amigo cuenta sus cosas puede repetir lo que quiera y extenderse todo lo que quiera, porque uno sabe que no es cuestión de palabras, no es cuestión de entender qué quiere decir. No es una “cosa” lo que quiere decir. Está abriendo su corazón a través de las palabras que dice… Así es con la Palabra de Jesús: conservarla, no es ponerla en la biblioteca ni menos en el freezer, para descongelarla cuando haga falta. Conservarla es hospedarlo a Él para que Él mismo la conserve y nosotros tener el oído atento para “ponerle la oreja” –para escucharlo- cuando quiera hablar.

Guardar la Palabra como la de alguien que se jugó por mí

El amor con que se cuida la Palabra es el amor eternamente agradecido que uno tiene con una persona que, en su momento, se jugó por nosotros. Si alguien nos habla mal o nos dice que dijo algo que no corresponde, antes de pregunta qué dijo uno ya lo está defendiendo. Fijémonos que Jesús hizo eso antes de la Pasión. Él ya le había hablado al Padre bien de su amigo Simón, sabiendo que lo iba a traicionar, para que después, cuando se recuperase, volviera bien, para que no perdiera la fe. Y a los discípulos, Jesús les adelanta todo lo que va a pasar para que no se escandalicen cuando lo vean acusado como blasfemo y crucificado en una Cruz.

El Señor nos cuida a nosotros de nuestras propias palabras, aunque sean de negación a Él, como fue en el caso de Pedro.

Cómo no vamos a cuidar las suyas, las del que jamás nos traiciona, las Palabras del que siempre nos es fiel.

…….

Tengo un amigo que en este momento no puede pronunciar palabras. Las escribe en una pizarra, lo cual, dada su simpática locuacidad natural, es un límite considerable. No por eso ha perdido su humor, según me dicen y sus “discusiones con la nutricionista” en pocos renglones dejan traslucir que se está recuperando raudamente del problema que lo dejó sin habla.

Transcribo (dando espacio a la  narración) el mail de su hija que cuenta los Whatsapp de su hermano menor donde va mensajeando en tiempo real la desigual discusión entre la nutricionista parlanchina y mi amigo con su pizarra en mano.

Whatsapp del hijo menor:

[29/4 09:09] Discusión entre Papá y la nutricionista:

–       Nutricionista: (con voz de cariño profesional, imagino yo) “Le voy a mandar un Ensure y con un Espesan que le dejo, lo llevan a la consistencia de un yogurt. Si?».

–       Papá: (en la pizarra) «Y si directamente me traés un yogurt y nos dejamos de joder?”

…….

Whatsapp del hijo:

[29/4 09:11]:

“La nutricionista palideció”.

………

Otro Whatsapp del hijo:

[29/4 09:22]

“Ahora papá le está escribiendo una nota al doctor y si no le dan de comer algo más sólido pronto va a morder a la nutricionista”.

……

Jacques es el que prepara los almuerzos de los domingos en la Casa de la Bondad. Los prepara como los de “La fiesta de Babette”, que dicho sea de paso, es la imagen que usa el Papa para expresar, en una sóla parábola, lo que quiere decir con toda su Exhortación Apostólica “La alegría del amor en las familias”. Cómo Jacques me ha dicho que desde que comenzó su enfermedad se va sintiendo menos voluntario de la Casa y más Patroncito, me tomo la libertad de transcribir esta escena ya que lo muestra de cuerpo entero como uno de los patroncitos cuando no les gusta la comida que les proponen. Así como él, con infinita paciencia y creatividad, le va pescando el gusto a cada uno y de a poquito logra preparar el banquete que se adapta a su gusto y a su estado de ánimo espero que la nutricionista logre aprender de este paciente tan especial que tiene a cargo y que ha ejercido esta tarea de “nutricionista-Chef” con los enfermos en estado terminal de la Casa de la Bondad.

Pero lo que más me interesa compartir es cómo los hijos “guardan las palabras de su padre”.

Diego Fares sj

Las diez señales de que Jesús responde al amor (Pascua 5C 2016)

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Después que Judas salió, Jesús dijo: 

«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado

y Dios ha sido glorificado en él. 

Si Dios ha sido glorificado en él, 

también lo glorificará en sí mismo, 

y lo hará muy pronto. 

Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

Les doy un mandamiento nuevo: 

ámense los unos a los otros. 

Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. 

En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos

en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13, 31-35).

 

Contemplación

Amense, nos dice Jesús. Así como Yo los he amado. Eso hará que la gente crea que ustedes son mis discípulos. Es decir: gente que aprende de Mí, gente que va ha hacer las cosas como Yo le diga (como en Caná).

No les van a creer porque ustedes muestren que han estudiado bien mis palabras y que sus interpretaciones son ortodoxas, dogmáticas, infalibles, fieles a la tradición. Los consideraran una secta o una religión más: gente que vive según unos valores y los defiende de manera tal que no deja entrar sino a los que piensan como ellos. La gente, también la ovejas mías que viven en los rebaños de otras culturas y religiones, intuye que Yo vine por algo más grande. Por eso sólo les creerán si se aman entre ustedes. Si se aman hasta el punto de crear comunidades abiertas y miseriocordiosas, capaces de incluir a todos, como dice Francisco.

El amor que nos manda poner en práctica Jesús más que un mandamiento es un don. Si escuchamos bien el mandato de amarnos entre nosotros tiene una condición: con el amor con que Yo los he amado. Ese “los he amado” apunta al Evangelio: allí se encuentran los gestos de Amor de Jesús. Desde los más pequeñitos, como cuando bendecía a los niños, hasta el más grande, el de su muerte en la Cruz.

Nos preguntamos: este amor ¿sólo está en el Evangelio? Tenemos que leer, llenarnos de sus hermosas imágenes y luego ¿con qué fuerza lo aplicamos? ¿Con las nuestras?

Justamente no. Todo lo contrario. Humanamente, cuando uno ha sido amado ese amor sigue activo en uno. En los besitos que una mamá da a los piecitos de su bebé está vivo el mismo amor con que su mamá la besó a ella. En la hospitalidad de uno para con sus amigos está vivo el amor de su abuelo que uno heredó a través de la hospitalidad de su padre…

Pero yo no siento, dirá alguno, esa fuerza del Amor con que Jesús me amó. Apenas decirlo y ya uno se da cuenta de que no es verdad. Al menos a veces la ha sentido. O la siente todo el tiempo cuando ama, pero el problema está en que siente más fuerte la fuerza contraria, la del amor egoista, la del amor con que uno se ama a sí mismo.

Hay algún modo para amar con el Amor con que me ha amado Jesús?

La fórmula en pasado perfecto lo salva al Amor, porque puedo volver a ese Amor tal como está en su fuente, en el Evangelio. Yo he amado con ese Amor, pero luego, por mis costumbres y hábitos, lo “reduje” al mío, digamos así. Amo con el amor de Jesús pero diluído, mochado, puesto en pausa, dejado de lado directamente, cada vez que me muevo por mis intereses egoístas.

Para amar con el amor con que Jesús me ha amado pueden ayudar tres cosas simples:

Una, volver a gustarlo reviviendo en la contemplación alguna escena de amor del Evangelio. Lo importante es esto: leer un pasaje o quedarme en un detalle, pero yendo a buscar sólo el amor que puso allí Jesús. Porque eso es lo que busco ver bien, contemplar en toda la riqueza de sus recursos, en toda la profundidad de  su entrega, en toda la  altura de su estima, en todos los más pequeños detalles de su ternura.

La segunda es reflexionando y agradeciendo, porque ese amor que Jesús puso allí ha tenido mucho que ver conmigo.

La tercera es elegir poner en práctica algún aspecto, el que tenga más a mano en  este momento, respondiendo con el gesto de amor que mi prójimo más inmediato me pida.

Estas tres actitudes de la oración, cuando me lleven a la practica, mientras esté haciendo ese gesto de amor “con el amor de Jesús” tal como lo vi, agradecí y elegí en la oración, tendrá una respuesta por parte del Señor. El responde inmediátamente a los que aman a sus pequeñitos: nos hará sentir un “a mí me lo hiciste, es a mí que me lo estás haciendo”.

Esta respuesta de Jesús es un amor presente. Yo diría que al hacer algún gesto con ese amor suyo, nosotros “entramos en el tiempo y en el espacio del evangelio”, entramos en el ámbito de su Reino, donde todo amor es presente.

Aquí, recordando una contemplación del 2010, me parece bueno listar diez señales de que Jesús responde confirmando la presencia real y motivante de su Amor en nuestro amor.

  1. Distingo claramente que sigo siendo un pecador, pero estoy amando a otro con el Amor de Jesús. El sentimiento es de alivio y paz, porque este amor le quita fuerza a la culpay me permite pedir perdón serenamente de mis pecados.

El amor de Jesús lava las culpas.

  1. La segunda señal viene de los otros. De repente alguien en la familia o entre los amigos nos hace notar que estamos un poco monotemáticos: hablamos mucho de la obra en que trabajamos. Se nota que la queremos.

El amor de Jesús hace hablar oportuna e inoportunamente.

  1. La tercera señal tiene que ver con un modo nuevo de (no) sentir el tiempo: pasa cuando uno se quedó trabajando en tanta paz y no se dio cuenta de que se pasó la hora.

El amor de Jesús trae una paz que no es como la que da el mundo

  1. La cuarta señal es una experiencia del yugo: lo que antes era difícil ahora se hizo fácil lo pesado se volvió liviano.

El amor de Jesús es un yugo suave y llevadero

  1. La cuarta señal es un sentimiento de gustoque da hacer bien el bien. Se nota por ejemplo en que uno empiece a llegar más temprano y se vaya más tarde…

El amor de Jesús nos hace gustar el bien.

  1. La sexta señal de que Jesús responde cuando amamos con su amor es un volvernos como cuando eramos niños: uno experimenta que puede trabajar como quien juega. De hecho se ríe mucho y se divierte con los compañeros.

El amor de Jesús nos hace como niños.

  1. La séptima señal es que se nos despierta algún tipo de creatividad: uno siente que le viene una cierta caradurez para hacer cosas nuevas, distintas de “lo que siempre se hizo así”.

El amor de Jesús hace hacer cosas siempre más grandes.

  1. La octava señal tiene que ver con fidelidad: uno agarra el bien y no lo suelta. Da testimonio en las malas y hasta se alegra con las persecuciones.

El amor de Jesús crea lazos de fidelidad.

  1. La novena señal es la alegría interior: un brillito en los ojos en medio de las tareas más humildes y escondidas.

El amor de Jesús nos da una alegría que nadie nos puede quitar.

  1. La décima señal es una transfiguración de la realidad, un solcito interior que ilumina la belleza en las almas mas pobres y hace que uno sienta que recibe calidez al mismo tiempo que la da.

El amor de Jesús glorifica lo que toca.

 Estas “respuestas de Jesús”, esto hay que decirlo, son muy respetuosas de nuestra libertad. Uno puede hacer de cuenta como que no las sintió y el Señor no insiste. Deja constancia que estuvo y cada tanto regresa y nos hace sentir su amor. Pero Él espera que como los de Emaús, respondamos a esa “calidez que sentimos en el corazón” con un gesto de hospitalidad de corazón: Quédate con nosotros, que atardece.

Una cosa linda de estas “respuestas” de Jesús a los gestos que hacemos con su amor es que puede responder con la uno o con la diez. Hay gente humildísima que vive con el brillito en los ojos del noveno paso toda la vida y hay gente que siempre está en el primer paso, de necesitar sentir de nuevo el alivio de su culpa. Santa Teresita dice que cuando se daba cuenta de su fragilidad decía: otra vez estoy en el primer escalón. Pero lo decía sin enojo ni desilusión para consigo misma. Le alegraba poder ofrecer siempre de nuevo su imperfección.

Diego Fares sj

 

Una presentación de Amoris Laetitia en clave contemplativa (Pascua 4 c 2016)

 

En aquel tiempo, Jesús dijo:

«Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen.

Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás

y nadie las arrebatará de mis manos.

Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos

y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.

El Padre y yo somos uno» (Jn 10, 27-30).

 

Contemplación

El acontecimiento más fuerte de esta semana ha sido la presentación de la Exhortación apostólica Amoris Laetitia, del Papa Francisco. Y el evangelio del Buen Pastor –ese al que sus ovejas escuchan y reconocen- nos da una clave linda de lectura contemplativa. Contemplativa en el sentido de reconocer a Cristo en el otro con los ojos y también con los oídos.

Contemplar con los ojos

“Como los Magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a su Madre (y a José), a postrarse y adorarlo” (AL 30).

Jesús, María y José

en vosotros contemplamos

el esplendor del verdadero amor,

a vosotros, confiados, nos dirigimos (Oración final).

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Esta imagen tan linda, la fotografié ayer en nuestra Casa de Roma que está sobre la enfermería, para mandarle a una amiga carmelita, que fue la que me hizo notar la presencia de la mujer en la escena. San Ignacio dice, en la contemplación del Nacimiento:

“El primer punto es ver las personas, es a saber,

ver a nuestra Señora y a José y a la ancila

y al niño Jesús después de nacido,

haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno,

mirándolos, contemplándolos y

sirviéndolos en sus necesidades,

como si presente me hallase,

con todo acatamiento y reverencia posible;

y después reflexionar en mí mismo

para sacar algún provecho” (EE 114).

 

Esta “ancila”, empleada o criada en castellano antiguo, es esa mujer que cuida a los hijos y es parte de la familia.

Esa es la actitud con la que Ignacio entra él mismo y nos hace entrar en la contemplación: como si fuéramos un “pobrecito y esclavito indigno”.

Como esa criada: con todo el respeto del mundo pero también con toda su familiaridad.

Es decir: nos mete en la escena.

Por el lugar más humilde pero como protagonistas, no como espectadores.

Por aquí van los sentimientos del Papa a la hora de contemplar a la Sagrada Familia y a las familias del mundo actual.

Contemplar la familia del Cielo

En el número final, el Papa nos pide contemplar la plenitud familiar que todavía no alcanzamos. Por un lado, para desear más y nunca renunciar a dar un pasito adelante de madurez en nuestro amor familiar. Allí está una gran fuente de alegría para toda la sociedad. Por otro lado, para poder relativizar bien el camino histórico de nuestras familias, sin desesperar por nuestros límites ni juzgar duramente ninguna fragilidad (AL 325).

El Papa mismo se puso en esta clave contemplativa: “Agradezco –dice al comienzo- por tantos aportes que me han ayudado a contemplar los problemas de las familias del mundo en toda su amplitud” (AL 4).

La Iglesia de Papa Francisco contempla los acontecimientos de cada una de nuestras familias, con los ojos de la Virgen, ya que María conserva cuidadosamente en el tesoro de su corazón todo lo que nos pasa (AL 30).

“Quiero contemplar – dice el Papa- a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo” (AL 59).

Contemplar sintiendo amor por la familia

Ayer, en una presentación que el Padre Yáñez y su equipo de pastoral familiar hicieron en la Gregoriana, un Psicólogo decía que había que ponerse desde perspectiva del Papa Francisco, esto es: no solo la del “amor en la familia” sino la del “amor por la familia”. Es decir: no se trata de una reflexión sobre el amor sino de compartir el amor por las familias que muestra el Papa y la mayoría de los padres Sinodales.

La Exhortación nos propone una mirada “estética”, capaz de mirar la belleza de la familia real con la mirada creativa del que mira con amor, valorando (AL 128).

Cuando digo real hablo tanto de las familias perfectas del cielo como de las familias imperfectas de la tierra. Real es “lo concreto y lo actual” y se opone a “abstracto” y a lo “meramente posible”. Abstractas son las familias que sólo están en los papeles, sean los papeles del estado, sean de los imaginarios sociales publicitados, sean los de la misma Iglesia, cuando se conforma con puntualizar las formulaciones generales en sí mismas, multiplicando normas para “casos” abstractos, sin contacto con la gente real (la real del cielo –los santos- y la de la tierra –nosotros-).

Las heridas del no contemplarnos

El Papa refuerza esta mirada amorosa cuando nos hace ver cómo “Muchas heridas y crisis se originan cuando dejamos de contemplarnos” Es el reclamo que muchas veces escuchamos en la familia: « Mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible». « Por favor, mírame cuando te hablo ». « Mi esposa ya no me mira, ahora sólo tiene ojos para sus hijos » « En mi casa yo no le importo a nadie, y ni siquiera

me ven, como si no existiera ». El amor abre los ojos y permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano. (AL 128).

Y la imagen más linda que pone el Papa de ese amor contemplativo es la de la Fiesta de Babette, ese film en que la “empleada” transforma una familia amargada en una familia gozosa con la exquisitez de una cena preparada con infinito amor:

“La alegría de ese amor contemplativo tiene que ser cultivada.

Puesto que estamos hechos para amar,

sabemos que no hay mayor alegría que un bien compartido:

« Da y recibe, disfruta de ello » (Si 14,16).

Las alegrías más intensas de la vida brotan

cuando se puede provocar la felicidad de los demás,

en un anticipo del cielo.

Cabe recordar la feliz escena del film La fiesta de Babette,

donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio:

« ¡Cómo deleitarás a los ángeles! ».

Es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás,

de verlos disfrutar” (AL 129).

El Papa termina revelándonos la clave de cómo mira él a todos y cómo es esta mirada la que impregna toda la Exhortación:

“Es una honda experiencia espiritual

contemplar a cada ser querido

con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él.

Esto reclama una disponibilidad gratuita

que permita valorar su dignidad.

Se puede estar plenamente presente ante el otro

si uno se entrega « porque sí »,

olvidando todo lo que hay alrededor.

El ser amado merece toda la atención.

Jesús era un modelo porque,

cuando alguien se acercaba a conversar con él,

detenía su mirada, miraba con amor (cf. Mc 10,21)” (AL 323).

Contemplar con los oídos

El Señor define la pertenencia a su familia en clave de escucha y práctica: « Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra » (Lc 8,21).

Cuando lo que se escucha es verdaderamente la Palabra de Dios, la Palabra encarnada, esta no se queda en el papel sino que se pone inmediatamente en obras.

Una sana autocrítica

El criterio de discernimiento se da en la práctica: allí, en los frutos de amor (de los cuales la alegría es el fruto interior y contagioso más notorio) se comprueba la veracidad de la Palabra. Una palabra que no da frutos, que sólo produce distinciones bizantinas y discusiones interminables e ininteligibles, no es Palabra de Dios. Será un estuche que la contuvo en alguna época, pero esto se debía a que ese envoltorio o formulación cultural “tocaba” el corazón de la gente.

Cuando una palabra deja de tocar el corazón de la gente no siempre es porque el corazón de la gente sea duro. Muchas veces es porque la formulación se ha endurecido, se ha esclerotizado.

Puede ser que si hablamos de “dinero”, las formulaciones de la Iglesia les parezcan duras a muchos por la avaricia que les endurece su corazón.

Pero si hablamos de familia, de hijos pequeñitos, de amor de esposos que luchan todo el día codo a codo por hacer su casita y criar a sus pequeños, no podemos pensar que allí sea la dureza del corazón el problema.

Más bien hay que pensar, como dice el Papa, que ha sido el lenguaje de algunos eclesiásticos el que ha contribuido a crear el problema del que nos lamentamos y por eso “nos corresponde una saludable autocrítica” (AL 36).

Escuchar lo esencial: el júbilo del amor familiar

La alegría del amor de las familias es el júbilo de la Iglesia. El júbilo son esos gritos de alegría que salen del corazón y la mejor imagen son las carcajadas de los niños que alegran el clima familiar.

La propuesta del Papa va por el lado de “volver a escuchar lo esencial” (AL 58), la risa de la alegría del amor familiar que encanta el alma de los jóvenes, despertando el deseo de formar familia, y dilata serenamente el corazón de los abuelos, haciéndoles sentir que valió la pena tanta lucha para formar una familia.

Exigir a la libertad más que a las pasiones

La exhortación nos propone a todos –familias y pastores- un ejercicio ascético exigente. No va por el lado del ascetismo de las pasiones, como estamos acostumbrados. Sino por el lado del ascetismo de la libertad que “consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba” (AL 137). En esto vemos la pedagogía de Francisco, que no pone el acento en querer “dominar perfectamente las pasiones (la sexualidad sobre todo)” ya que “de nuestras pasiones solo tenemos dominio político, no monárquico”, como dice Santo Tomás, sino que pone el acento en educar la libertad. Ser inflexibles con nosotros mismos si no nos hemos ayudado con nuestra libertad para “escuchar” al otro –al esposo o a la esposa, a los hijos, con sus reclamos, a los nonos con sus quejas (AL 191) …- es una exigencia posible difícil pero posible de cumplir.

Los consejos del Papa revelan su sabiduría (y su calle): Escuchar…

“… Requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado.

En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos,

hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir.

Esto implica hacer un silencio interior

para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente:

despojarse de toda prisa,

dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio.

Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas,

sino ser escuchado.

Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño.

Pero son frecuentes lamentos como estos: « No me escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está pensando en otra cosa ». « Hablo y siento que está esperando que termine de una vez ». « Cuando hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas rápidas para cerrar la conversación»” (AL 137).

Toda familia es oveja capaz de escuchar la voz del Buen Pastor

Al mismo tiempo el Papa confía en que los esposos son capaces de “escuchar más en su conciencia a Dios y a sus mandamientos y de hacerse acompañar espiritualmente” de modo que sus decisiones sean íntimamente libres de subjetivismos y acomodamiento a la mentalidad de moda (AL 221).

Esta confianza en que las ovejas “escuchan” la voz del Pastor, lleva a ayudar a “formar” las conciencias, no a querer sustituirlas (AL 37) con normas generales para todo caso que llevan a una inmadurez espiritual.

Los pastores desconfiados

Aquí está la clave de muchas críticas al Papa y a la Exhortación. Hay pastores que no confían en que cada persona del pueblo fiel de Dios “escucha la voz de Jesús” en su interior. En que la escucha y la entiende perfectamente, en el sentido de que siempre está abierta a escuchar más y mejor y a dejarse guiar y corregir. A algunos esta confianza en la madurez de la conciencia de la gente, que se muestra en no “explicitar todo con normas canónicas” les parece infidelidad a la ley. Si no ven escrita una prohibición en el papel piensan que se es infiel a la doctrina revelada. No ven que hay una ley que el Buen Pastor mismo escribe en los corazones y que muchas veces se escribe “con renglones torcidos”.

Un magisterio extraordinario

Un magisterio que confía en el buen sentido y en la fidelidad de las personas, especialmente cuando se trata de “personas en familia” es un magisterio más profundo, valiente y serio que un magisterio que sólo se preocupa de mantener la coherencia entre lo escrito en un concilio y lo formulado en otra encíclica. Sin dejar de lado esta letra escrita en papeles, el magisterio se juega a la letra escrita en los corazones, que lleva más tiempo leer y se lee de manera íntima y personal, en diálogo serio y dócil con la Iglesia, que es Madre y Maestra.

El amor necesita tiempo

“Este camino – que propone el Papa- es una cuestión de tiempo. El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación” (AL 224).

Tiempo y un “saber escuchar afinando el oído del corazón” (AL 232). Porque “el amor

tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible” (AL 255).

Así, el Papa “invita a los pastores a escuchar con afecto y serenidad” a las familias para ayudarlas a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia, dejando de lado una “fría moral de escritorio” y “situándose en el contexto de una discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso” (AL 312).

Diego Fares sj

 

 

Criterios de amistad (Pascua 3 C 2016)

 

Jesús y Pedro 

Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. En esto dijo Pedro: Voy a pescar.

Los otros dijeron: Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca; pero aquella noche no lograron pescar nada.

 

Al hacerse claro el día Jesús estaba en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron.

Jesús les dijo: Muchachos, ¿no tienen algo de pescado para comer?

Ellos contestaron: No.

El les dijo: Echen la red al lado derecho de la barca y pescarán.

Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla.

Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!

Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra; tan sólo unos cien metros. Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan.

Jesús les dijo: Traigan ahora algunos de los peces que han pescado.

Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo: Vengan a comer.

Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces.  Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos.

 

Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Entonces Jesús le dijo: Apacienta mis corderos.

Jesús volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Pedro respondió: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dijo: Pastorea  mis ovejas.

Por tercera vez insistió Jesús: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres como amigo?

Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo quería, y le respondió: Señor, Tú todo lo sabes, Tú conoces que te quiero.

Entonces Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir. Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: Sígueme” (Jn 21, 1-19).

 

Contemplación

Se aclara el día, se aclara la fe.

Juan ve a Jesús en la orilla y le dice a Pedro: Es el Señor.

Fuego encendido. Nadie se anima a preguntar: Quien eres? porque saben muy bien…

Jesús se hace de nuevo Eucaristía. Les parte el pan…

Después de comulgar, se aclara el amor.

El Señor lleva el diálogo con sus preguntas hasta llegar a la amistad.

Me quieres como amigo?

Allí Simón Pedro se rinde.

Pensaba que ese amor ya estaba roto. Que quizás quedara la posibilidad de un amor de segunda, digamos. Como el hijo pródigo que tenía claro que ya no merecía ser llamado hijo…

Jesús le dice que a la amistad no le pasó nada. Que apaciente sus ovejas como un amigo a quien su amigo le confía el rebaño.

Ya la vida le dará oportunidad de “pagar” la deuda de haberse escapado cuando a Jesús lo tenían preso. A él también lo “llevarán a donde no quiere” y podrá dar gloria a Dios.

Pero ahora Jesús quiere que lo siga como amigo.

Tú sígueme. Como amigo.

Sin importarle lo que haga Juan, su otro amigo.

…..

Es curiosa la amistad con Jesús.

Claro que a Pedro le importa Juan.

Es el que le dice: Es el Señor.

Juan es su amigo en el Señor.

Así como la comunidad de amigos en el Señor le dice a Tomás: Hemos visto al Señor.

Juan es que primero discierne a Jesús por los gestos.

Lo ve en la acción. Cuando las cosas pasan de cierta manera, Juan se da cuenta de que es Jesús el que está moviendo las aguas, el que está conduciendo el proceso.

Hoy decimos el que sabe leer los signos de los tiempos.

Es el que cree primero.

Pero eso no quita que Pedro, como amigo, tenga con Jesús un trato único.

Su amistad es a la vez comunitaria. Se ordenará al bien de los demás. Para bien de todo el rebaño…, pero eso no quita que la amistad de Jesús con Simón Pedro sea única.

Y lo que Juan y los demás evangelistas hacen explícito de la amistad entre Jesús y Pedro, nos ayuda a ver lo especial de al amistad de Jesús con cada uno de los demás (y de nosotros).

Se entiende mejor el trato especial a Tomás, el amigo que necesitaba tocarlo, verlo en persona. Puede resultar curioso porque la “forma del reproche” pareciera que ocupa el centro de la escena. Pero si uno mira bien, Jesús le concede ese trato especial que necesitaba Tomás para decirle “Señor mío y Dios mío”. Ahí nomás el Señor “usa” la situación como ejemplo para dar una bienaventuranza comunitaria, que nos servirá a todos los que vengamos después: Felices los que creen –en Jesús resucitado, que nos da la misión del Padre y el Espíritu del perdón- sin haber visto (los que creen en el anuncio de los testigos). Pero entre Jesús y Tomás la amistad se terminó de consolidar cuando Jesús le respondió a las preguntas interiores que Tomás tenía.

La amistad es un diálogo entre dos. Un diálogo interior que sólo los amigos comprenden y que se puede mantener en medio de otras cosas, hablando con otros de otras cosas…

Y así como lo tiene con Pedro, el Señor lo tiene con Tomás (y con los que queremos tener este diálogo de a dos con Él).

Con María Magdalena, el diálogo de amistad que retoma el Resucitado tiene pocas palabras: Mujer por qué lloras; a quién buscas… Una sola palabra –María- bastará para que ella diga la suya: Mi maestro, mi Rabbuní. Enseguida el Señor modera la efusión afectiva de María que se echa a sus pies y quiere abrazarlos… Le da la misión y la tarea. Pero ya quedó consolidada la amistad única.

Toda la apasionada carrera de María Magdalena para ir a anunciar a los discípulos que ha visto a Jesús y lo que Él le ha dicho, está motivado por esta amistad única entre ella y el Señor.

La amistad se motiva desde adentro.

La amistad es una alegría que uno lleva consigo permanentemente. Basta pensar nomás en un el amigo.

Con los de Emaús será necesaria una larga charla. Son de esos amigos que necesitan contar tooodo lo que les pasa. Y el Señor los ve de lejos y con gusto se les vuelve encontradizo y los acompaña por el camino y los hace hablar. Es signo de amistad clara esto de acercarse a uno que sabemos que nos llevará toda la tarde escucharlo. Si no sos amigo, te escapás o en cierto momento decís que te tenés que ir. El Señor hace al revés. Después que les escuchó todo y logró que ellos lo escucharan a Él con gusto, se deja invitar. El “quédate con nosotros que atardece”, es la clave de una amistad que quiere ser cultivada. Es la clave de todas las amistades con Jesús: si lo invitamos a nuestros atardeceres. En el atardecer de la vida serás juzgado por el amor. Cada atardecer es para celebrar este juicio. Para invitar a Jesús a cenar con nosotros. Para quedarnos “juzgando” las cosas que vivimos “en el amor”.

La amistad es cuestión de atardeceres.

Con Juan, la amistad ya estaba “consolidada” de antes.

Desde la cena, en la que el Señor lo dejó recostarse sobre su pecho.

Desde mucho antes, seguro.

Yo diría que desde el primer día, en que se quedaron con Él toda la tarde.

La amistad de Juan con Jesús es de esas en las que en un momento uno ve toda la vida del otro, si se puede decir así.

Con Jesús esto es posible si Él lo da como gracia.

Debe haber sido algo que pasó aquella tarde, a la hora undécima (la de las amistades maduras).

Juan será el que en cada signo “vea” al Señor.

Lo vio traspasado en la Cruz.

Lo vio en el sudario doblado.

Lo ve ahora en la orilla del lago.

Hay amigos que pueden ver mucho en sus amigos. En Jesús, como es un transfigurado, se puede ver todo todo, si él se manifiesta, si él “cuenta todo lo que le ha dicho el Padre” como hace un amigo con sus amigos. Y Juan es de estos.

Y su evangelio es el fruto que comparte con todos nosotros, como un buen amigo que todo lo que tiene lo comparte.

La amistad se la pasa viendo lo que es invisible a los ojos

…..

Así, cada uno de nosotros tiene que descubrir su amistad “especial” con Jesús.

Puede ayudarnos algo muy lindo que dijo el Papa hace unos días: que el Evangelio es el libro de la Misericordia y Juan nos dice que “no todos los gestos de misericordia de Jesús quedaron registrados allí”. Y que eso es una invitación a seguir descubriendo y escribiendo nosotros los gestos escondidos y los gestos que faltan.

Lo mismo podemos decir de la amistad. Cada uno tiene que escribir el evangelio de “su amistad” con Jesús.

Para eso hay que entrar por el lado de alguno de estos “ejemplos” de amistad especial de Jesús con algunos de sus amigos (no hablamos de Lázaro, de Marta y María, de tanta gente sencilla que se hacía amiga de Jesús –de Zaqueo, de Natanael, de Mateo…-).

Y también hay que conocer las propias necesidades y lo que uno tiene para dar. Las preguntas que tenemos, los sueños de amistad…

Jesús está siempre “respondiendo” a estos anhelos profundos. Somos nosotros los que a veces no los consideramos “dignos de atención” o son deseos tan fuertes que nos ciegan, como le pasaba a María Magdalena, cuyo llanto desconsolado no la dejaba ver a Jesús a quien tenía delante de los ojos.

….

Volvemos a Simón Pedro.

La amistad resucitada con Jesús –esa amistad que Pedro había considerado muerta con la negación- la amistad resucitada, digo, será el criterio para tratarse a sí mismo (para dejarse lavar los pies y perdonar las culpas) y para tratar a los demás, para pastorear a las ovejas y a los corderitos. El dirá en su carta que hay que pastorear no por obligación ni maltratando a la gente sino como buen pastor. Como amigo del Buen Pastor, quiere decir.

Pedimos la gracia de dejar que sea Jesús –gracias sean dadas a Jesucristo, como dice Pablo- Amigo el que nos libre de esa lucha interminable entre las dos leyes que luchan entre nosotros: la de la carne y la del deber. Ninguna logra ni logrará vencer a la otra. Solo la amistad de Jesús es capaz de armonizarlas. Porque, como dicen los chinos (estoy leyendo el tratado del jesuita misionero en china Mateo Ricci sobre la amistad): la amistad es armonía.

La amistad de Jesús es lo único capaz de armonizar las diferencias –todas las diferencias que se consolidan muchas veces y se convierten en cruz- de modo tal que den vida.

La paz y la armonía, interior y comunitaria, es el criterio para discernir que está actuando Jesús, que su Espíritu está conduciendo con su modo bueno nuestras cosas y nuestra vida.

Recordemos que “el oficio de Jesús resucitado” es consolar y dar paz a sus amigos, como dice Ignacio en las contemplaciones de la Resurrección.

Porque la amistad tiene un solo oficio y un solo propósito: alegrar a los amigos

Diego Fares sj

 

 

 

 

Resucitar en una comunidad (Pascua 2 C 2016)

 

Institución del sacramento de la penitencia del P. Rupnik

(Cuando) llagado también llegue yo a verme,

Deja a tus dulces llagas acercarme,

Y en sus íntimos claustros esconderme

Y en su divina suavidad curarme.

 

 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

–La paz esté con ustedes.

Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo:

–La paz esté con ustedes.

Y añadió:

–Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes.

Sopló sobre ellos y les dijo:

–Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá.

Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús. Le dijeron, pues, los demás discípulos:

–Hemos visto al Señor.

Tomás les contestó:

–Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

–La paz esté con ustedes.

Después dijo a Tomás:

–Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

Tomás contestó:

–¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

–¿Crees porque me has visto? Bienaventurados los que creen sin haber visto.

Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo tengan en él vida eterna (Jn 20, 19-31).

 

Contemplación

Prestemos atención a este encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos.

Juan condensa todo en un momento. Pentecostés se adelanta al mismo Domingo de la Resurrección por la tarde.

“Presentándose en medio de ellos”, nos dice. Ya solo con ese modo tan suyo de situarse en medio de la gente, el Señor abre y establece el espacio eclesial. De ahora en más, donde dos o más nos juntemos a rezar o salgamos a misionar en su Nombre, Él estará en medio de nosotros.

Con el saludo de paz bendice y protege contra toda inquietud y contra todo mal este nuevo espacio. Es el espacio de la presencia y de la paz. En ese ámbito somos la Iglesia de Jesús.

La imagen de Tomás marca otro espacio posible. “No estaba con ellos cuando se les apareció Jesús”.

Hay un espacio de paz comunitaria que Jesús bendice con su presencia y un espacio individualista, que Tomás expresa a su manera, pero que puede tomar una forma distinta en cada uno de nosotros. En todo caso, será un espacio sin paz.

Tomás lo llena con su escepticismo y sus condiciones. Los de Emaús lo llenarán con su desilusión…

Son espacios de “no estar” y de “tomárselas”, espacios de fuga de la comunidad.

Una vez ganado el espacio de la paz, que es como el aire que se respira en el Reino, su clima, el ambiente, el buen espíritu…, el Señor lo moviliza todo.

El simple gesto de mostrarles las manos y el costado, crea lo que llamamos “el Memorial de la Pasión”.

Esas llagas no se borrarán nunca –ni en el cielo- de la memoria de la humanidad.

“Por sus llagas fuimos curados”.

E incluirán todas las llagas que se abrirán después en la carne de todos los que hayan sido traspasados por algún dolor y estén crucificados en algún tipo de cruz.

Una llaga no se hace en un momento ni se cura en un momento. Por eso las llagas abiertas y a la vez curadas de Jesús nos hablan del tiempo.

En esas llagas luminosas de las que brota la Misericordia se esconde el secreto de todo lo que “nos pasa” y deja huella en nuestra vida.

El dolor es una llaga abierta.

La pasión es una llaga abierta.

El gozo es una llaga que se cura…

Pero lo importante es que el Señor “les mostró sus manos y su costado”.

Se mostró a sí mismo como el que se entregó por nosotros.

Se mostró como el que nos da su en Carne el remedio contra todo mal.

Es entonces cuando les dice que los envía como el Padre lo envió a Él y les da su Espíritu para que perdonen los pecados. Eso se lo dice mostrándoles las manos y la herida del Corazón.

El gesto es claro: esto fue para esto. Estas llagas son para que ustedes puedan ir a perdonar y a sanar.

Y todo esto como comunidad y en total familiaridad con el Padre y con el Espíritu que ahora es de la comunidad. Todo con un solo Espíritu. Todo en Común.

Con esto contrasta la figura de Tomás.

No es solo cuestión de fe o de escepticismo. Diría que es más bien cuestión de individualismo o de comunidad.

Porque si nos fijamos bien, aunque el Señor toma en consideración a Tomás y sus problemas y le concede la experiencia que él quería tener, no se nos dice que le dé la misión del Padre y que le insufle su Espíritu de modo particular.

Tomás pasa a ser así el nexo con nosotros, con los que recibimos la misión y el Espíritu no directamente de Jesús, sino a través de la Iglesia, a través de la comunidad.

El es uno de “los que no estaban con ellos cuando se apareció Jesús”.

Igual que nosotros, aunque él se lo haya perdido teniendo la oportunidad de haber participado en ese momento único. Fijémonos que se perdió el estar en ese Momento único en la historia, el momento en que Jesús resucitado les compartió la misión del Padre y les dio su Espíritu para el perdón de los pecados! No hay comparación que encaje. No podemos decir: es como si se hubiera perdido un encuentro con el Papa o un acontecimiento histórico… Se perdió el momento más creativo de la historia por haberse ido vaya a saber a qué, embolado quizás de la espera en la que sus compañeros se mantuvieron unidos, aunque tuvieran las puertas cerradas por el miedo.

Pero gracias a este Tomás y a que después estuvo, nosotros recibimos esa bendición: “Bienaventurados los que creen sin haber visto”.

Ese “creer” me parece que es más amplio que un creer que Jesús resucitó. De hecho el Señor quiso que lo vieran. Es verdad que solo se apareció a sus amigos, a los que podían interpretar bien el sentido de su vida. Pero se mostró, se presentó, les hizo ver sus manos y su costado, comió con ellos y los acompañó por el camino…

Es decir: se hizo ver físicamente, pero para realizar en ellos, como comunidad, algo mucho más grande que una experiencia física individual. Se apareció para abrirles los ojos de la fe a su Vida y misión salvadora junto al Padre y al Espíritu.

En el rostro de sus compañeros que habían visto al Señor y que habían recibido la misión del Padre y el Espíritu para el perdón, Tomás debería haber sido capaz de “creer” que ya estaba inaugurado el Reino, que ya estaban activos y eficaces los frutos de la resurrección.

En esa primera tarde, el Señor inauguró la Vida nueva de su Iglesia. Abrió la puerta y brotó como un torrente la misión de llegar a todos del Padre y la fuerza perdonadora del Espíritu. Esto, aunque se aparecerá de nuevo, el Señor no lo repetirá.

Con la doble aparición, sin Tomás y con Tomás, san Juan nos enseña que hay algo que ya se dio de una vez para siempre y que recibimos sólo por la fe, y otras cosas que se pueden repetir o no, que se pueden ver o no y que el Señor dice que “si no las vemos individualmente es mejor para la fe”. Seremos más felices de “no ver” individualmente lo que podemos “ver” comunitariamente, con los ojos de la fe común.

Este es el punto. Porque la resurrección como hecho puntual, si se puede hablar así, pasó una vez, fue un momento y los que estaban preparados para “verla” en sus efectos momentáneos, digamos, fueron esos primeros testigos. A partir del primer momento –que en Juan se da en una mañana y en una tarde, lo que vendrá después será una resurrección con todos sus frutos comunitarios. Será un Jesús ya “junto al Padre” y actuando a través de un Espíritu que ya ha hecho florecer la primera Iglesia e incorpora gente de manera inaudita.

Este “Resucitado” – al que María Magdalena quiere agarrarle los pies y Él le dice que lo suelte porque aún no ha ido al Padre- es un Resucitado comunitario.

Han comenzado a resucitar con él los suyos que viven como resucitados y dan frutos de resurrección. Por eso es que somos más felices sin ver ese Jesús en tránsito, camino al Padre. Porque podemos ejercitarnos en una nueva forma de “visión”, la de los ojos de la fe que ven comunitariamente, que ven creyendo junto con otros.

Y aquí podemos volver a la figura de Tomás y a su enseñanza.

La verdad es que Tomás reaccionó muy bien y pasó de estar borrado a estar siempre en primera línea. A la semana siguiente estaba con la comunidad y se ve que no se escondía porque Jesús lo vio ahí nomás. Y estará al lado de Pedro en la barca cuando, como el Señor se hacía desear, Pedro “pescó” que había que volver a pescar, que lo encontrarían volviendo a la vida cotidiana.

Pero por ahí nos viene bien mirar a ese Tomás que da un poco de pena. Da pena porque se perdió algo tan grande y porque tardó ocho días en aprovechar una gracia que ya estaba actuando en la Iglesia.

Basta imaginarse la cara de alegría que tendrían los discípulos al anunciarle esas palabras que dos mil años después nos siguen consolando: “Hemos visto al Señor”. El escucha esto y ve el ambiente indescriptible –mezcla de serenidad y de gozo- que hay en la comunidad y les sale con ese discursito triste de si no veo las señales… y lo de meter el dedo en las llagas…

 

Me detengo aquí porque puede haber una enseñanza para nosotros en este tiempo de gracia que estamos viviendo en el año de la Misericordia que ha inaugurado el Papa Francisco.

Ayer le decía a un amigo que lo más triste con el Papa Francisco no son sus enemigos sino esos amigos que no se juegan por la alegría que se manifiesta en medio del pueblo fiel de Dios.

Ese es el discernimiento: no se juegan con todo su corazón por la alegría del pueblo, de las familias sencillas, de los enfermos que se le acercan, de los chicos, de los jóvenes y de los pobres, de los alejados

Hay gente que está viendo en la plaza un pueblo fiel que exulta de gozo y llora de emoción ante su pastor y ellos andan con discursitos tipo “está bien”, “vamos a ver”, “la verdad es que en este tema no veo bien qué quiere este Papa…”.

La verdad es que dan un poco de pena esos Tomás de hoy a los que no les basta la alegría de su pueblo para alegrarse. Como si la alegría de sus ovejas fuera de segunda. Como si ellos, al igual que Tomás, necesitaran experiencias más tocantes, dinámicas más de moda y teologías con definiciones un poquito más complicadas.

 

Qué decirles? A mí me ayuda mirar a la Comunidad tal como comenzó a ser a partir de aquel día.

La comunidad estaba tan consolada que nadie le reprochó nada a Tomás.

Y se ve que él algo vio de este nuevo clima, porque a la semana siguiente estaba con ellos. No se hizo el interesante, ni el escéptico, ni el superado, sino que se quedó con los suyos y recibió el cariñoso reproche del Señor con toda humildad y para provecho nuestro.

 

Ahora, el problema es cuando Tomás no es uno o dos sino que hay “Comunidades-Tomás”, grupos enteros de “Obispos-Tomás”, de “curas-Tomás”, de “Congregaciones religiosas-Tomás”… Grupos que se cuentan a sí mismos su escepticismo y no  corren de corazón a encontrar su propio puesto en la Misión del Padre y en la Misericordia que el Espíritu quiere derramar a través de sus manos.

Aquí no hay con qué darle. Cuando la “tentación de Tomás” invade el aire que respiran grupos grandes de gente, el único remedio es el pueblo fiel de Dios. En el Evangelio está  representado por las primeras discípulas que fueron a anunciar con alegría la buena noticia a una Comunidad que las recibió con “cara de Tomás”.

Estas simples mujeres de pueblo tampoco le reprocharon nada a los discípulos. Esperaron a que el Señor mismo los consolara con la alegría del Evangelio. Esa que comienza por darse comunitariamente a los de corazón simple; a los que la reciben inmediatamente y no ponen peros; a los que enseguida la comunican y, sin pensar en sí, se ponen a ayudar ellos mismos, incondicionalmente, a los demás.

Si te sentís raro, como si te hubieran robado en Pascua la alegría del Evangelio, seguro que te contagiaron el virus de Tomás. Mezclate en algún lado con tu pueblo, allí donde reza o ayuda, y vas a ver que enseguida se te pasa.

 

Diego Fares sj