Dios no se ahoga o «los tres años de pontificado de Francisco» (Cuaresma 5 C 2016)

 

la pecadora perdonada (1)

Jesús se fue al monte de los Olivos. Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba. En esto, los maestros de la ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos y preguntaron a Jesús:

– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres sean apedreadas. ¿Tú qué dices?

Esto lo decían tentándolo, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús inclinándose hacia el suelo escribía con el dedo en la tierra. Y como ellos persistían con la pregunta, se levantó y les dijo:

– El que esté sin pecado de ustedes, que sea el primero en tirarle a ella una piedra.

E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Al oír esto uno por uno empezaron a retirarse, comenzando por los más viejos, y permaneció sólo, con la mujer allí en medio, parada. Levantando la cabeza Jesús le dijo:

– Mujer ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

Ella dijo:

– Ninguno, Señor.

Dijo entonces Jesús:

– Yo tampoco te condeno.

Anda y de ahora en adelante ya no peques más (Jn 8, 1-11).

 

Contemplación

Mañana celebramos tres años del Pontificado de Francisco. Digo “pontificado” y primero me suena solemne. Pero pienso un poco en la palabra misma y me viene la imagen de una “red de puentes” que se han tendido entre el Papa Francisco y la gente y los pueblos de todo el mundo. Puentes de mil años como el que tendieron con el Patriarca Kirill.

Puentes lejanísimos, como el de la puerta santa en Banghí, en el corazón de un África olvidada. Puentes a donde nadie quiere ir desde Europa y al que todos quieren llegar desde el África, como el de Lampedusa.

Puentes con lugares de frontera existenciales enterrados en la frontera misma geográfica, como el del Centro de Readaptación Social (CeReSo) 3, de Ciudad Juárez.

Puentes sobre muros, como el de Jerusalen.

Puentes virtuales, como ese mensajito de texto que le hizo llegar al celular a un amigo con cáncer y que recibió mientras manejaba, apenas unos minutos después que le había hecho llegar al papa un mail pidiéndolo oraciones. Y se tuvo que parar, en medio de la calle.

Puentes que se tienden con una mirada buena al pasar en el auto por en medio de la plaza. Puentes de un apretón de manos, que no se quieren soltar.

Puentes y puentes…

En la película El puente de los espías se ve lo que cuesta atravesar esos puentes rodeados de alambres de púas y barreras, reflectores, perros y soldados armados.

Así son las relaciones entre algunos países.

Con bloqueos navales, fronteras cerradas y muros dentro de las ciudades o a lo largo de kilómetros de desierto.

Y nuestro papa ha tendido puentes En muchos casos los ha creado, se los ha inventado.

Los puentes de Francisco, por todos lados.

Muchos penden de un hilo, es cierto.

Pero nadie podrá decir que al menos una vez no fue posible caminar de ida y de vuelta por ellos.

Hay también abismos infranqueables que Francisco pasó con un saltito, con una frase, con un pequeño gesto.

Como cuando no se cambió los zapatos negros,

como cuando dijo quien soy yo para juzgar a nadie,

como cuando se dejó un momento el rosario que le tiró alguno y se le quedó en la oreja.

Así, el 13 de marzo celebramos los tres años con un pontífice.

Es una celebración para todos los que están dispuestos a su mitad –porque sabemos que un puente es mitad y mitad-. Una celebración que festeja el que está dispuesto a construir su mitad, a mantener las bases en su territorio, a salir hacia la otra orilla.

Y con esta celebración también hacemos una condena: no solo a todos los que dinamitan puentes, también a los que piensan que no vale la pena construirlos.

Y hacemos una mención especial de condena a los que convencen a otros que el puente es demasiado largo para caminarlo o que es demasiado duro el pavimento y frío el aire que lo surca (me acordé de una mañana de invierno en Washington en que nos largamos a cruzar el puente que atraviesa el Potomac, que estaba hecho hielo, y a mitad del puente el viento casi nos congela. Igual pasamos al otro lado).

Bueno, me quedé con los puentes.

En estos días me pidieron entrevistas sobre los tres años del papa y no me animé. Las preguntas que se hacen por ahí me inhiben y más en italiano. Siento que las cosas que tengo para decir no son para un público “en general”. Estas contemplaciones son un puente tendido de muchos años a muchos corazones. Y desde cada uno sale por ahí un puente a otro, a quien se las envían. Pero un puente siempre tiene dos bases de contacto precisas.

Para no crear puentes en el aire, como dice la expresión popular.

….

En el evangelio de hoy el Señor escribe en el suelo “el ABC” del evangelio, una de las cabezas de puente firmes desde donde salir y a donde desembarcar en el corazón del otro.

El ABC es “la no condena”.

Es una base que por ahí no se ve, pero está en como una roca firme en el corazón del que actúa distinto, del que no tira piedras sino que las usa para cementar una base sólida para relacionarse bien con los demás. Dios no condena. Jesús hasta en su Nombre mismo lo dice: Dios Salva. Dios no condena.

Siempre hay una mano tendida del lado de Dios, desde su corazón hacia nuestra miseria.

La misericordia es una palabra pontifical, una palabra puente entre el amor compasivo y la triste miseria.

Mujer, donde están? Ninguno te ha condenado?

Ninguno, Señor.

Yo tampoco te condeno.

Anda. Y de ahora en adelante ya no peques más.

Rupnik en su mosaico de Jesús y la adúltera, pone las piedras en montoncito y la mano de Jesús que es como que las tiene ahí, a raya, y con su otra mano, con el dedo, señala la tierra.

Quizás le muestra a la mujer lo que había escrito.

A mí la expresión de las dos manos me hace sentir un puente invisible tendido entre un pasado sin culpa y el mirar para adelante, el de ahora en más.

Como que el Señor abre un espacio para la mujer y la envía: anda!

Ese puente invisible tendido entre las manos del Señor es nuestra vida, el caminito que podemos recorrer cada día, desde cada cuaresma a cada pascua, desde cada conversión a cada comenzar de nuevo, desde una vida bajo el juicio de la mirada ajena a una vida libre bajo la mirada buena de Jesús.

Rezamos, pues, por este regalo de Dios de los tres años de Francisco entre nosotros. Agradecemos a toda la gente que le tiró y le tira puentes desde su lado, que lo invita, que lo recibe, que lo escucha, que le hace caso.

El pueblo de Dios ama peregrinar por los puentes que le tiende su Señor.

Lo vemos en las peregrinaciones a los santuarios, puentes humanos entre la gente y su Virgencita, entre el pueblo de Dios y sus santos.

La gente sencilla de nuestro pueblos más pobres huye desesperadamente de las guerras y la miseria y se lanza a esos puentes frágiles de las barcazas que muchas veces se hunden.

La gente busca puentes que la lleven a una oportunidad.

Nuestras obras solidarias nos enseñan que cuando uno tiende la mano no se ahoga, el otro no lo arrastra, el otro empuja y luego ayuda.

No hay que tragarse el mensaje implícito de la sociedad de consumo de que “si das una mano no alcanzará para todos”. Es el mensaje antipuente, el mensaje perverso que corroe lo más sagrado que tenemos, que es dar la mano, poner al otro de pie, abrazarlo y caminar juntos.

La sociedad tirapiedras es la única que “se ahoga” sola. En un mar de confort, por supuesto. Pero el egoísmo ahoga. La solidaridad, en cambio, aunque por ahí te tire al agua, te hace nadar.

En estos días ha salido el libro Querido Papa Francisco, en el que el papa responde a las cartas que jesuitas de todo el mundo le pidieron a chicos de sus colegios y parroquias que escribieran. Una de las nenas, Natasha, de Kenia, le pregunta: cómo es que Jesús camina sobre el agua. Y el Papa le responde que Jesús camina naturalmente…, y al final termina con un contundente: “Dios no se hunde. Sabes?”

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Esta es quizás la enseñanza más fuerte de estos tres años de Francisco: Se largó al agua con toda la Iglesia y nos ha hecho perder el miedo. Vemos que nuestro Dios no se hunde. No se ahoga por las aguas del mundo. Y que si nos tiramos con él, de su mano, también podemos ir adelante.

Goethe decía que la imagen del Pedro, caminando por el agua, es la imagen del hombre, el “mito” por así decirlo, que mejor simboliza nuestra realidad humana: lanzados al océano de la vida en medio de este universo y caminando sin “seguridades” hacia la esperanza de una orilla. La mano de Jesús, tendida a nuestra poca fe, es la gracia amiga que necesitamos. Y la esperanza en Él no defrauda. Porque Dios no se hunde. Sabes?

 

Diego Fares sj

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