Estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genesaret
y la gente se agolpaba para oír la palabra de Dios.
Vio entonces dos barcas a la orilla del lago;
los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, que era de Simón,
y le pidió que la separase un poco de tierra.
Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:
–Navega mar adentro y echen sus redes para pescar.
Simón respondió:
–Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada,
pero como tú lo dices, echaré las redes.
Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces.
Como las redes se rompían,
hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos.
Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.
Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo:
–Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.
Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado; e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús dijo a Simón:
–No temas, a partir de ahora serás pescador de hombres.
Y después de llevar las barcas a tierra, dejado todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11).
Contemplación
Dice el dominico Bernard Bro, en su conmovedor librito “Se necesitan pecadores” (en castellano pusieron “Dios necesita pecadores”) que Simón Pedro no comprendía cuál era su pecado porque no había visto el rostro de Jesús, la verdadera mirada con que Jesús lo miraba. No había visto esos ojos de amigo que vió después de haberlo negado, cuando Jesús lo miró al salir del Sanedrín. Ahí sí los vió y lloró amargamente.
Por eso Jesús lo terminará de curar examinándolo sobre el amor de amigo y no sobre otras cosas. Los otros pecados o eran insignificantes o venían de este, de haber mirado más la misión que el rostro de Jesús.
Pedro, dice el padre Bro, rechazaba perderse en la adoración de su amigo, como hizo Juan en la ultima cena. Rechazaba que Jesús le tuviera que lavar los pies, le daba vergüenza que los fariseos le dijeran que su Rabbí no pagaba los impuestos, sentía que era un escándalo que Jesús hablara de su pasión… Y por eso, aunque parecía que estaba dispuesto a dar la vida por él y hasta se procuró una espada e hirió a uno de los que fueron a detener a Jesús, apenas vio que lo estaban juzgando, lo negó ante una empleada.
Quizás todo nació aquí, luego de la pesca milagrosa. Pedro cayó a sus pies y le dijo espantado “apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”.
Simón tenía bien elaborada la definición de sí mismo. Un hombre y un pecador.
Uno podría decir: bueno, esa definición también la tengo yo de mí. Pero puede que no signifique para todos lo mismo. Hombre pecador.
Podemos ver algo de lo que siente Simón en la conclusión que saca de esa imagen de sí mismo: la conclusión es decirle al Señor “apártate de mí”.
Es curioso, porque otros –la prostituta que fue lavarle los pies con sus lágrimas, por ejemplo, y también los enfermos y endemoniados- al sentirse hombres y mujeres pecadores, se acercaban a Jesús o le pedían que se acercara él.
Este apártate de Simón quizás no tiene que ver con su pecado como persona, ya que es alguien que se deja corregir humildemente por el Señor, una y otra vez.
Creo que tiene que ver con la misión.
Pedro no soporta la misión que el Señor le quiere confiar, la misión que le confió de hecho apenas lo vio, cuando le cambió el nombre de Simón por el de Pedro.
Hay algo de rechazo en esto de que le dieran una tarea “sin conocerlo” que hizo que aprovechara este momento del milagro de la pesca para decirle al Señor estas palabras que había ido preparando en su interior: “alejate de mí”.
Como diciendo: Yo no me puedo alejar si vos sos quien sos. Alejate vos por favor. No me pidas que te siga.
Pero el Señor redobla la apuesta y como si no lo hubiera escuchado (primero lo había llamado “Piedra de mi Iglesia”) ahora lo bautiza “Pescador de hombres”. Y en el último encuentro lo llamará “Pastor de mis ovejas”.
La misión es la misión y el Señor llama a los que Él quiere. Sus pecados y fragilidades los tendrá que soportar y tratar de corregir Simón Pedro como cualquier otro, pero no tienen que ver con la misión, con pescar gente para Jesús, con ser roca donde otros se apoyen y sobre la que construyan, con pastorear cariñosamente a las ovejitas.
Es como cuando un papá o una mamá tienen un hijito. Se las tienen que arreglar con sus pecados y con la relación entre ellos, pero a la misión de hacer crecer bien, con cariño, a su hijito, no le pueden poner condiciones. Uno no puede decirle a un hijito: alejate de mí que no soy un buen padre. Porque el hijo dirá: no me importa. Vos sos mi mamá. Te quiero cerca.
Algo de esto intuyo en la actitud de Jesús, en que parezca que no lo escucha a un Simón que le dice que quiere huir, que lo deje tranquilo con su vida de pescador sin pescas milagrosas (aunque Simón deberá reconocer que también le gustaba eso de “caminar sobre el agua” y de que Jesús lo elogiara cuando acertaba a escuchar la voz del Padre).
Pero se ve que a Simón Pedro siempre le daba vueltas esta tentación de “alejarlo a Jesús”. Y tiene que ver, me parece, no tanto con Jesús sino con él mismo.
Con la imagen que Simón Pedro tiene de sí; con lo que encierran esas palabras: “soy un hombre” y “soy un pecador”. O con la suma de las dos características.
Algo hay ahí que no le deja ver el verdadero rostro de Jesús, esa cara de bueno que veían tan facilmente otros “hombres y mujeres pecadores”.
Quizás fue que Jesús lo apuró con el llamado y a él el entripado se le quedó adentro. Pero si no lo hubiera llamado, si Jesús hubiera esperado a que Simón resolviera sus cuestiones de imagen, no lo habría seguido nunca (y quizás no se hubiera conocido a sí mismo nunca, si su relación hubiera sido sólo con peces y compradores de pescado).
Y también hay que reconocer que si bien el Señor lo apuró con sus “sígueme” y con los títulos – Piedra, Pescador, Pastor… y Mayordomo, Portero, Servidor fiel, y Definidor de quién es Jesús, y Portavoz de los otros…. (la verdad es que el Señor lo llenó de títulos a su amigo, no le aflojó en esto de “consolidarle el rol y la misión”) – también le tuvo una paciencia infinita.Así que vamos viendo que, si bien lo apuró, también le tuvo paciencia.
Son dos cosas estas que sólo hacen los amigos, que si bien a veces nos apuran, como si estuviera todo dado por hecho, también nos tienen total paciencia si ven que nos complicamos o nos atoramos.
Sea lo que se que se le atragantó a Simón, lo que resulta claro es que es algo que no le dejaba ver a Jesús como Amigo. Lo veía como Señor, pero no como Señor Amigo, como Cristo y Mesías, pero no como Cristo Amigo.
Decíamos que el problema parece estar en algo que Simón Pedro piensa de sí mismo. Quizás sea presunción. Una mirada muy alta de cómo tiene que ser alguien con una misión así.
O no querer que se vean sus miserias. Dicen que cuando uno sube más alto en la escalera más riesgo tiene de que se le vea al trasero.
Pero aunque todo esto pueda ser que le moleste un poco, Pedro es alguien que siempre se deja corregir. No se endureció como Judas. A regañadientes a veces, pero siempre volvió a Jesús, siempre tuvo ese “y a quién iremos”. Es decir: no quería (ni podía) alejarse de Jesús. Pero le pide que “se aleje Él”.
Como si no se soportara a sí mismo con Jesús cerca. La bondad del Señor le hace doloroso verse a sí mismo tan hombre pecador. Algo de esto sentimos cuando nos da vergüenza estar cerca de Jesús con nuestros pecados, como cuando nos revisa el médico o nos corrige la maestra o el entrenador. También sucede algo así cuando nos elogian en público.
No resulta algo facil de entender por qué Simón le pide al Señor que se aleje. Y no una vez sino que siempre tuvo esta tentación de “a mí nunca me lavarás los pies”.
Quizás si miramos a Jesús, cómo lo va curando, qué remedios le da…
Por ahí podemos ver mejor desde la mirada del Señor ya que la de Simón está oscurecida por lo mismo que le duele y lo aleja y entonces, en las palabras y gestos que tiene se da algo contradictorio, que no permite ver qué es en realidad lo que le pasa.
Jesús lo cura con un cariño y un bancárselo a toda prueba. Lo retó mil veces en privado y en público pero jamás puso en duda su apoyo incondicional ni su amistad. Nunca dejó de ser el Amigo de Simón y el que se dejaba representar por Simón Pedro.
Y los remedios?
Me animo a decir que lo curó de mirada y de palabra. Pero sobre todo de mirada.
Recordemos la escena: Pedro lo está negando, acorralado por los sirvientes, por tercera vez, y Lucas nos dice que “en ese instante cantó el gallo y Jesús, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó sus palabras y saliendo afuera lloró amagamente” (Lc 22, 60-62).
Jesús le había dado la clave.
Yo creo que no fue tanto la mirada, que Jesús siempre mira igual, con amor, sino el momento. Pedro se da cuenta de que el Señor no estaba mirando ese momento vergonzoso de su negación sino que ya lo había visto antes, sabía todo, y lo había preparado para que la termines con esto de escandalizarte de vos mismo y de decirme que me aleje de vos porque sos un hombre pecador como si Yo no lo supiera ya, dale, rearmate que necesito que me ayudes a cuidar a los demás, de vos lo sé todo y te perdono todo. Vamos.
Lucas dice que fue un remedio amargo, que el llanto fue amargo. Es decir, que lloró su amargura. Hay amarguras que hay que llorarlas para que se vayan, para que las lágrimas las diluyan y pasen.
La amargura de Simón Pedro debe haber ido por el lado de sentir que “se había perdido a Jesús”, no del todo, por supuesto, sino que le había puesto distancia a Alguien así, con el que había convivido, al que había seguido… En ese momento se dio cuenta de que por mirarse a sí mismo y definirse y tratar de hacer un buen papel se había perdido a Jesús y que ahora se lo llevaban a la pasión y no tenía tiempo de decirle nada.
Por eso, que luego de resucitado el Señor haya tenido la delicadeza de preguntarle tres veces y con distintos matices si lo quería, fue lo máximo. Porque esta vez no lo apuró con la misión, esta vez Jesús lo entendió del todo (si es que se puede decir que antes no lo había entendido, pero Pedro necesitaba esto) y le preguntó primero por lo suyo. No le dijo, ya sé que me querés, y que sos un hombre pecador. Le preguntó por su amistad. Y en esa clave, le confió tres veces las ovejas. Como amigo.
Dicen que algo le cambió a Dios por el hecho de haberse encarnado. Aunque por definición Dios no cambie, el haberse hecho hombre algo le habrá cambiado. Algunos dicen que experimentó en carne propia el dolor, la muerte, el pecado… No sé cómo sea, ya que la experiencia de estas realidades es algo intransferible. Cada uno conoce su propio pataleo. Lo que sí sabemos es que en esta historia Jesús y Simón Pedro se hicieron amigos. Y el que tiene esta experiencia sabe que el hacerse amigo de alguien hace que cambie no “algo” sino todo, al mismo tiempo que lo demás sigue su curso habitual.
Diego Fares sj