Selfies. Como gente que tiene escondida una promesa y lleva en sí una semilla de paz y oculta dicha (Domingo 2 C 2016)

 

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Tres días después (del llamamiento a los primeros discípulos) unas bodas se celebraron en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Y también Jesús fue invitado con sus discípulos a las bodas. Y como faltase el vino, la Madre de Jesús le dice a él: «No tienen vino».

Y Jesús le dice a ella: «¿Y qué a mí y a ti, mujer? Aún no ha llegado mi hora.»

Le dice su madre a los sirvientes:

«Cualquier cosa que El les diga, ustedes háganla.»

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.» Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento.»

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él (Jn 2, 1-11).

 

Contemplación

Sobre la fe de María dice el padre Lucio Gera (lo cito separando los renglones según esa cadencia poética que tiene su prosa cuando rima: dicha, escondida, alegría y vida):

“La fe constituía la dicha de María,

la bienaventuranza primera y más radical.

Aquella por la que en el creyente

hay una semilla de paz y oculta dicha”.

“Feliz el que cree, el que sabe descubrir

que detrás del escenario doloroso

de este mundo y de su propia vida,

hay una mano protectora; feliz quien cree

que el mal y el sufrimiento no tendrán

la última palabra; feliz quien es pobre

pero la fe le permite tener escondida

dentro de sí una promesa, y con ella,

una profunda y paciente espera y alegría.

Feliz quien por la fe, ha dado con un sentido de su vida,

aunque más no fuera por el hecho de saber

que un sentido está oculto en el corazón de Dios”.

Así la contemplamos a Nuestra Señora en Caná: con esta semilla de paz y oculta dicha, que da a sus manos y a sus ojos –los ojos de María- ese saber hacer las tareas cotidianas.

María trabaja  viendo lo que falta y quién puede ayudar, mira cómo ganarse el corazón de su Hijo y dice la palabra justa a los servidores. Pone a todos en comunión para que el milagro del vino anime la fiesta de los esposos de Caná de Galilea.

Lo lindo del padre Gera, para mí, es que cuando escribe pareciera que contempla la fe de María tal como la vive nuestro pueblo fiel.

En esas mujeres de nuestro pueblo, empleadas por hora, amas de casa, en cuyos ojos cuando regresan cansadas a su hogar, uno puede ver, si espía un poco, en los colectivos llenos del gran Buenos Aires al atardecer, esta semilla de paz y oculta dicha.

En esos papás trabajadores, pobres, como desprotegidos de madrugada, que van a su tarea apenas con un bolsito, uno puede ver, sin necesidad de mirar los ojos, viendo las manos nomás, que son gente que no tiene nada salvo, esa sí que la tienen, escondida dentro de sí una promesa. En esa gente sencilla que sabe –porque uno puede ver que lo saben, cuando peregrinan a Luján, por ejemplo- que lo que no tiene sentido visible, alguno sí que lo tiene y lo debe tener, oculto en el corazón de Dios y por eso caminan toda la noche y sólo a Él se refieren cuando los golpea la desgracia.

La comunión de nuestro pueblo con María es algo que va por dentro. Es una comunión entre gente que tiene escondida una promesa y lleva en sí una semilla de paz y oculta dicha.

Es la comunión con la que uno sabe que anda –que anduvo y que andará- por las cocinas.

Y no inofensivamente, sino atareada con el vino.

Los hombres sabemos que María es la única creatura, al fin y al cabo, que le pisó la cabeza a la serpiente venenosa.

En Caná vemos que se preocupa de que haya vino. Como si dijéramos que no le tiene miedo a las sustancias peligrosas. Y por eso puede haber onda con ella en todos los que experimentan esas carencias íntimas, de familia, de mamá y de papá, de autoestima, a quienes el mundo llena con sustancias adictivas.

María puede establecer la conexión entre aquellos a los que les falta el vino, los servidores y Jesús, que es el único capaz de llenarnos con tinajas de su vino bueno, el que enfiesta y da coraje para enfrentar la lucha de la vida.

La vimos antes huyendo a Egipto, con su hijito en brazos, como las mamás que vemos con ojos desorbitados, cuando las rescatan de los botes inflables en que llegan a las costas de Grecia y de Lampedusa, aferrando a sus hijitos con los que se largaron al mar.

Ayer el padre General de los Jesuitas les decía a las personas refugiadas a quienes atendemos en nuestro Centro Astalli: Ustedes nos enseñan lo más débil de la humanidad y lo más fuerte. Lo más débil porque han experimentado el miedo, la angustia, la soledad. Lo más fuerte, porque han tenido el coraje de superar el miedo y la angustia tomando riesgos increíbles; porque han tenido la generosidad de superar su soledad siendo solidarios en su misma pobreza…

La comunión de estas personas con María es interior, es la de quien ha huido con la que ha huido, la de quien se ha jugado todo con la que se ha jugado todo.

La veremos a nuestra Señora como discípula, pidiendo ver a Jesús como una más, escuchándolo en medio de la gente. Nunca formó parte de ninguna corte. Cuando pudo se metió ella en la cocina y entre la gente que escuchaba a su Hijo. Cuando se dejó rodear fue para que la sostuvieran al pie de la cruz y para rezar esperando el Espíritu.

En este sentido creo que tenemos que animarnos a crear otras imágenes suyas.

La del Apocalipsis, coronada del sol, con la luna a sus pies y rodeada de estrellas, es solo un aspecto de su imagen primordial. Sobre esta cara se han dibujado las demás. María siempre está como resplandeciendo y de alguna manera sola y en altura, sea como la Inmaculada o con el Niño en brazos.

Nos hacen falta imágenes de María que expresen la otra cara, más interior: su dicha oculta, su estar entre los demás –ni sola ni en lo alto.

Y estas nuevas imágenes no serán nuevos cuadros, en las que en vez de verla sola la veamos con otros, en las que en vez de ver resplandores externos veamos el brillo de sus ojos. Más bien creo que lo que debe cambiar es nuestra perspectiva. Más que cuadros de pintores famosos tienen que ser selfies. Fotos que nos saquemos nosotros con Ella.

Esto de la selfie es curioso. El Abad de Guadalupe decía que ella fue la primera en tomarse una selfie. No sé si entendí bien, pero a mí me parece que los que se tomaron la selfie usando sus ojos como cámara fueron Juan Diego y los que estaban con él, ya que allí quedaron reflejados. Esta selfie de María, o tomada con los ojos de María, tiene este aspecto “interior y comunitario” que forma parte de ese todo, en el que la imagen exterior, rodeada del sol, la luna y las estrellas, es sólo un polo, que  debemos leer en tensión con el otro. Siguiendo esta indicación de los ojos de la Virgen, para la visita del Papa a México están haciendo un collage en el que la Imagen de Nuestra Señora estará formada por millares de fotos de familias mexicanas y latinoamericanas.

Y aquí va una pequeña reflexión, que espero no complique. Aunque la selfie tenga un lado autorreferencial –de sacarse una foto a uno mismo-, tiene también (como todo) un lado comunitario. No solo porque muchas selfies nos las sacamos con otro o en grupo, sino por el deseo mismo de ser mirados, de fijar cómo somos vistos objetivamente por otros ojos (que nos miran desde la cámara), a los que sonreímos para luego, al vernos, sonreírnos de nuevo.

En ese sentido es lindo pensar en los ojos de la Virgen, y en los ojos de Dios, como un lugar desde donde nos podemos mirar y fotografiar en todos los instantes importantes de nuestra vida (también en los importantes “interiormente”, por sólo ser y estar vivos, haciendo algo cotidiano, pero lindo de ver para quienes nos aman y que por eso compartimos).

Puede ser una hermosa oración la de “sacarnos una selfie” con los ojos del Señor, cada vez que “sentimos” algo lindo: ganas de agradecer al estar en medio de un paisaje hermoso o en un momento especial dentro del vivir común.

Sacar una selfie es “fijar” ese momento de belleza y de gracia.

Paradójicamente, al sacarnos a nosotros mismos en un paisaje que nos gusta, nos incluimos en él, nos miramos dentro (esto me vino de tanto pasar por la Fontana de Trevi y ver infinidad de gente sacándose selfies con la Fontana como marco y experimentar que lo que uno ve todos los días, para otros es un momento único en su vida, para el cual ahorraron años y que sólo verán una vez. Por eso la emoción de estar dentro).

La selfie tiene que ver con sacarse la foto en el momento en que uno lo siente. No que te la saque otro cuando y como quiere. Pero no por eso deja de ser “mirada de otro”, objetivación de un momento para contemplar después.

En algunas ceremonias del Papa dudaba entre sacar yo (medio mal), la foto y esperar a buscar las que saca el fotógrafo oficial (que son mejores, sin duda). Siempre trato de sacar una yo porque es la que me da el “tono” de lo que vivo, la perspectiva, en medio de la gente, desde la que viví las cosas. Esa foto me sirve luego para rezar, porque está sacada con un sentimiento especial, buscando un detalle que me fija la gracia interior.

En un mundo lleno de imágenes que se nos imponen, las selfies caseras nos defienden contra esta invasión y nos permiten fijar para poder hacer memoria momentos importantes enteramente personales.

Para el que mira de afuera, es una foto más, y en general no muy bien sacada. Para el que la sacó es un testimonio de su vida, de sus sentimientos y de haber sido protagonista de un paisaje, de un acontecimiento, de una historia.

Sentir que Jesús está dispuesto a sacarse una selfie con nosotros en el momento en que se lo pidamos, es una dicha oculta de la que no nos tenemos que privar.

Sentir que la cámara pueden ser los ojos de la Virgen, que como un soporte plegable nos da ese poquito más de distancia que hace la diferencia, es otro motivo de alegría.

Tener como criterio para discernir cuándo sacarnos una esas palabras de nuestra Señora “ustedes hagan todo lo que él les diga”, puede ser iluminador como un flash.

Cada vez que “siento” que estoy gozando de una linda vista, “glorificar” el momento con una selfie dando gracias al Señor. También cada vez que estoy compartiendo con alguien algo lindo, un encuentro, un momento especial de una reunión…

….

La selfie que habrá pedido alguno de los servidores de la Fiesta, con Jesús y María a su lado y los compañeros agachados junto a las tinajas, es la selfie de este domingo.

Al fin y al cabo el evangelio está lleno de gente que “metió” a Jesús por un momento en su vida, empezando por la Verónica. El Evangelio como colección de selfies de muchos del pueblo fiel compartidas, no de imágenes que registró un solo autor.

Que los ojos de la Virgen que nos miran siempre y lo fotografían todo estén siempre a disposición para clickear muchas pequeñas oraciones con mucha alegría y gran amor al Señor.

Diego Fares sj

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